El libro cuenta varias viejas historias de tradiciones ancestrales. Me centraré en el comentario de la mujer esqueleto porque me atrae al coincidir la historia con mi situación personal actual.
Érase una vez un solitario pescador del Ártico que un día pensó que había pescado un pez gordo que le permitiría dejar de pescar durante un tiempo. Se entusiasmó mucho cuando sintió los fuertes tirones en sus redes pero quedó asombrado cuando vio que lo que había sacado era el esqueleto de una mujer. La mujer había sido arrojada por el acantilado por su padre. Pasmado ante su presa el pescador intntó devolverla al mar pero el esqueleto cobró algo de vida y le siguió hasta su igloo. Entonces el pescador sintió algo de pena y la limpió y dejó que descansara antes de caer dormido él también. Durante la noche la mujer esqueleto vio que salía una lágrima de los ojos del hombre y bebió todas sus lágrimas porque estaba sedienta. Durante la noche cogió el corazón del pescador y lo utilizó para volver a la vida y recuperar su carne y su sangre. Cuando volvió a ser persona se deslizó hacia su saco de dormir. Desde entonces a la pareja nunca les faltó comida gracias a la ayuda de las criaturas marinas que conoció la mujer cuando estaba en el fondo del mar.
La interpretación de la autora es la de una metáfora de las relaciones. Cuando estamos solteros buscamos a alguien que sea lo bastante amoroso o rico para que, al igual que el pescador, no tengamos que salir de caza durante un tiempo. Buscamos simplemente una inyección de vitalidad en nuestras existencias que nos resulte placentero y divertido. Sin embargo, cuando observamos bien lo que hemos sacado del mar puede que queramos tirarla de vuelta al mar igual que le pasó al pescador. Es entonces cuando nos damos cuenta de que nos hemos metido en algo mucho más complejo de lo que creíamos y que las cosas se están poniendo serias. La otra persona deja de ser divertida y se convierte en la mujer esqueleto, en el horror de sentar cabeza, de los compromisos a largo plazo, de los altibajos de la edad o del final de la vida física. Puede que tengamos suerte y el esqueleto no acepte nuestro rechazo, bien al contrario, nos perseguirá hasta casa. Con el tiempo nos daremos cuenta de que ese ser tiene mucho que ofrecernos, que es atractivo a pesar de ser espantoso y por alguna razón desearemos hacer algo para esta persona. A cambio de nuestra compasión ese ser nos proporciona abundancia y la extrae de cosas y de fuentes cuya existencia ni siquiera sospechábamos.
Clarissa Pinkola ESTÉS en «Mujeres que corren con los lobos».