La continuidad y superación de una obra

Año tras año el afán de vivir y convivir con la montaña ha conducido a PK, Pep V., Alfonso S. y a otros cuyos nombres no se dar en estos momentos la debida continuidad un espíritu de superación a esta obra de arte y de vida que es el campamento Taga (o también S.A.M.). Éste ha hecho y hace diferente y mejor los veranos de muchos chicos amantes de la montaña y de la lucha. Aquello de que la unión hace la fuerza queda en este caso muy patente y más cuando se trata de una unión física y espiritual. Todos juntos llevamos nuestras penas hacia las cumbres imponentes, pero estas penas también estan presentes en sus pies, al lado de las tiendas y que se materializan en un mástil que todos juntos levantamos con un gran vigor ya que amamos a nuestras banderas. Todo ello nos hace más unidos y menos débiles en la conquista de nuestros ideales.
Por esto, aquellos que dicen que el montañismo de hoy día ya no tiene mérito, al ser los medios actuales muy superiores a los de hace cien años, creo que no conocen lo que es la montaña. El sacrificio y la fatiga quedarán patentes en las líneas que siguen. Esta crónica no deja de ser más que tosca descripción de los hechos más significativos de la vida del campamento.
Sábado día 17 de julio de 1976.
Ayer viernes, después de algunas esperas normales, llevamos con los coches el material de Girona a Terrassa con el objeto de cargarlo en el camión de Pep V. una herramienta que siempre ayuda al éxito del campamento.
Esta mañana el teléfono ya ha funcionado:
– «Jordi, ves a buscar los piolets del Bofill a la casa tal de la calle tal».
Paco y Joan han llegado tarde a la cita con Lidón para recoger la tienda-refugio. ¡Menos mal que él tampoco se ha presentado! Después Paco ha ido al almacén y le han dicho que estaban en Bescanó. Más llamadas inútiles, impaciencia … Poco antes de partir llamo por última vez y su padre dice que ya estaba la tienda comprometida a unos parientes.
Los señores Forn no llegan. Llamamos. Ya han salido.
Después de bromas y comentarios, llantos y bendiciones, salimos del taller de Josep M. G. a las dos menos cuarto sin tienda ni piolets. Pasamos por Barcelona y en las primeras rampas del port dels Brucs la lluvia empieza a remojar la cosa. El cielo se pone negro. En La Panadella parece que nos quieren refrescar de verdad: no tenemos más remedio que pararnos y poner las puertas al Mehari. Antes ya nos habíamos parado en el Hotel América a llenar un poco el estómago y examinado el mapa del tiempo que también estaba lleno de nubes. Todavía volverá a salir el Sol y nosotros volveremos a sacarle las puertas al coche. Las secas y quemadas tierras de Aragón contrastarán pronto con los variados tonos verdes de los bosques que se encuentran entre Benabarre y Graus.
En Graus todo parece que está de fiesta y es que mañana tendrá lugar la bajada del Ésera en piraguas. Coches con sus respectivos remolques, banderas y una gran pancarta que cruza la carretera. Incluso hay algunos que la estrenan por anticipado. No hay que olvidar que esta prueba deportiva inspiró el lema del campamento del año pasado: «contra corriente y naturaleza». Nosotros seguimos aguas arriba del Ésera y parece ya que los nombres y las tonalidades se refrescan en el agua. El agua del Ésera y la de sus afluentes juegan un papel muy importante en la vida del campamento: lavar platos y cazuelas, caras sucias y ropa sudada, malas ganas y calor, fruta y vino, y por añadidura aquello de «dar agua al que tiene sed».
Pasado Campo, y por uno de aquellos movimientos instintivos, el Mehari se va un poco hacia la derecha, toca algo, y como consecuencia, se pincha una rueda y se le rompe el protector de una luz. Tocamos el cláxon pero los de delante ya no nos oyen. Diez minutos y a continuar.
Llegando a Benasque no vemos a nadie por lo que continuamos. Ahora como el coche no quiere tirar lo tenemos que apretar. Llegando al Plan de Baños encontramos a los de Barcelona montando las tiendas pero los de Girona aún no han llegado. Esperamos un poco. Montamos las tiendas que faltan. Vamos a sentarnos alrededor del fuego mientras Pepe Luis baja a Benasque a ver si los encuentra. Y sí que los encuentra. Pero cenando ¡y bien a gustito! Los de la Fonda Sayó ¡qué vida de dedicación a los montañeros! Dan posada y lecho a la familia Forn. Mientras, en el campamento el hambre aprieta y acogemos gozosos el pan recién hecho y bien tostadito en el fuego. El vino va moviéndose y el sueño también pero, en realidad, siempre en la primera noche se suele dormir poco. A las dos se acuestan los últimos.
Domingo día 18 de julio de 1976.
A las siete treinta se oyen los primeros gritos. Poco a poco la gente va dejando el sueño en el saco y sale a ver qué pasa. Unos primeros avisos ya resuenan en las asustadas orejas. Antes de las tres de la tarde tiene que estar todo instalado y preparado: el mástil, la mesa, la tienda-cocina, el almacén, el hoyo para las basuras, … y, caso de no ser así, el campamento va a ir mal.
Expedición de leñadores al bosque. Los árboles muertos todavía van a realizar su último trabajo y realmente lo hacen. Las primeras mulas hacen su aparición. Y ahora que digo mulas pienso en el viaje de Unamuno con uno de estos animales al Puerto de Benasque: qué grande le parecía todo esto a aquél hombre preocupado por la existencia y qué poca cosa le parecían aquellos hombres que trabajaban por estos valles rodeados de gigantes. La verdad es que aquí parecen pequeños, sí, pero los árboles también lo son y todos juntos, en poco rato, es impresionante el trabajo que se ha hecho. Estos árboles muertos cobran vida y la dan. ¡Qué pródiga es la Naturaleza!
Los matorrales que nos rodean también nos ayudan ya que con ellos haremos la mesa e incluso servirá para quitar el Sol de las catimploras. La tierra también hace su trabajo ya que gracias a ella cubrimos las basuras. El agua también se ofrece para refrescar la lechuga, los tomates, la fruta, el vino y, en general, toda la vida. Las piedras son un magnífico elemento para fijar las patas de la mesa. E, incluso, los vecinos corazonistas se muestran amables y nos alegran la jornada con sus cánticos. Esperemos que no llueva esta tarde …
Para desayunar leche, café, galletas, mermelada, chocolate y poca cosa más. Con ello cojeremos las fuerzas suficientes para llevar el mástil y algunos troncos gruesos que los utilizaremos para hacer la mesa. De todas formas ésta hoy se quedará a medio hacer. La recompensa al trabajo realizado en el día de hoy es una buena cazuela de judías con butifarra; una ensalada a base de tomate, cebolla, pepino, lechuga y aceitunas; y, para postres, melocotones y ciruelas del señor Frigola. Como algunos no tienen paciencia para esperar al café se van a jugar a fútbol.
Una vez digerida la comida lavamos los platos y preparamos las cosas para la excursión de mañana: el Russell (3212 m). Algunos ya se rinden hoy. Como se nos ha hecho tarde para salir hoy tenemos que plantar las tiendas otra vez. Decidimos salir mañana bien temprano. Los acampados hoy no se hacen rogar para ir a dormir puesto que el sueño aprieta. Como no hace mucho frío un pobre desgraciado propone hacer un vivac pero al poco piensa que la experiencia se puede hacer bien otro día.
Lunes día 19 de julio de 1976.
Nos levantamos pronto. El cielo está oscuro y sólo algunas estrellas lo iluminan. Medio dormidos subimos al camión y bajamos hasta el Plan de Senarta para remontar todo seguido por la pista de Vallhivierna. Con el traqueteo del vehículo y los cánticos espontáneos de los que en él viajan nos vamos despertando poco a poco. Salimos del lugar donde acaba la pista a las seis y media de la mañana y muy pronto vemos que hay poca nieve aunque la Pleta de Llosás está más verde que nunca. Llegamos al Ibón de Llosás a las ocho de la mañana y ya se empiezan a establecer diferencias de tiempos entre unos y otros. Comemos un poco y continuamos. A partir de aquí los dos Gómez se van distanciando del grupo delantero y me comunican su abandono a las nueve y media. Luego, apretando el paso, puedo establecer contacto con el grupo delantero y me anuncian dos abandonos más. Ya estamos en el inicio del glaciar. Es muy pequeño y helado. Nos ponemos los crampones y así llegamos hasta el pie de la canal que conduce a la cumbre del Russell. Los más jóvenes e inexpertos se rinden satisfechos de haber llegado donde han llegado. Los demás continuamos por la canal de piedras, más o menos descompuesta, y sin muchas más dificultades llegamos a la cumbre justo al mediodía. El día es claro, pero no en demasía, y las montañas cercanas se ven muy peladas. Da la impresión que el Pirineo se ha convertido en un gran pedregal faltado de ibones y de la luminosidad que le da la nieve de las cumbres. Entre lo que destaca se ve la cresta que nos conduce por el Margalida y el Tempestades a la Espalda del Aneto. Derivando del Margalida destaca la aérea e impresionante cresta de Salenques, la cumbre del Salenques y los valles de Llauset y Salenques. Se ve también el Mulleres y el valle con su nombre. En el horizonte se distinguen los Besiberris, el Montardo d’Aran, la Pica d’Estats, el Monteixo, las Culebras y el Posets.
No hay libro para firmar. Bajamos a las doce y media. En el ibón de Llosás ponemos los pies en el agua. A las cuatro y media salimos del Plan de Senarta unos hacia su casa y los otros hacia el campamento. Antes hemos tenido otro pinchazo con el Mehari y hemos de correr un kilómetro para avisar a los del camión. La vida del campamento continúa …

Nota del traductor:
Veinticinco años después todavía recuerdo una anédota de este último pinchazo … Era por aquel entonces un valle absolutamente solitario. Con los nervios de cambiar la rueda llegan los del Mehari corriendo al camión en busca de ayuda. Pero el caso es que dicen … ¡qué les han robado la rueda de recambio mientras la cambiaban! PK, con clara serenidad, afirma y rotundo desde el camión … ¡esto es imposible! Ante la insistencia de los del Mehari se realiza una búsqueda detallada y exahustiva de la susodicha rueda. Al cabo de un tiempo, rendidos, hay que acabar concluyendo que como mucho debe haber caído rodando al río pero nunca que la han robado. Simplemente es que no pasa nadie, absolutamente nadie. Y, si ha pasado alguien, para qué robar una rueda de recambio si casi es mejor robar un piolet, por poner un ejemplo lógico. Nada que no hay rueda. Después de mucho tiempo … a la que se levanta el capó del Mehari para volverlo a poner en su sitio … ¡aparece la rueda! Estaba escondida entre el capó y la parte delantera del coche …
El campamento estuvo lleno de «problemillas» como éste continuamente pero la verdad es que salió muy pero que muy bien en cuanto a la actividad montañera. Yo me fui a casa con cinco tresmiles al bolsillo: el Russell, la Maladeta Sur, la Maladeta Central, la Punta de Royo Literola inferior y el Gías. En las Maladetas la victoria fue para mí gracias a la intuición de PK que supo dar con el camino. Éste circula justo por el medio de la pared y sólo después de darle la vuelta a toda la montaña se consigue vencerla. Es como un juego. Es un acecho envolvente … El Royo fue reservado a los cuatro más expertos del campamento ya que sin la cuerda no se podía conquistar. El camino pasa por una pendiente muy helada. Lo del Gías fue como en las películas. Nos encontramos cerrados, a primera hora de la mañana, en el refugio de Estós sin poder salir por la puerta. Tuvimos que salir descolgándonos por una ventana …
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.001.

Andorra en los pies

23 de mayo de 1.976.
Otra semana de aquellas extrañas: tiempo variable, calor, lluvia, nerviosismo, clima excitado. Es cuando uno tiene más ganas de ir a oir el viento y disfrutar de las alturas de nuestra tierra que los hombres a menudo no la tratan con el respeto que se merece. Decidimos salir: Peguera, Monastero, Tossal Bovinar … Aneto en un momento de inspiración. Un día clarísimo y soleado que ya alegra y da vida justo verlo por la ventana. Ayer al mediodía empezó a soplar un ligero viento que fue dispersando las nubes. Hoy reunión de profesores, despistes del oficio, retrasos. Miguel gana el récord de tiempo en ir de su casa al colegio. Joan ayer hacía mover los pies encima de los pedales olvidando muertos recientes y acompañados en mi sentimiento que han manchado de sangre la carretera pero conviene ponerse en forma.
A las doce y media salimos de Girona. Pasando bajo la Mare de Déu del Mont planeamos una salida para el jueves próximo. Pasamos por Capsacosta y en una hora y cuarenta minutos llegamos a Ribes de Freser: otro récord. El Puigmal todavía está enblanquecido y el hambre también habla a nuestros estómagos de igual forma que estos dias han hablado estos valles en contra de las máquinas y los intereses que se las quieren comer. Compramos una cassete y pilas al mismo tiempo que llenamos la bota con vino tarragonés. Por cierto que si el otro día nos la dejábamos en la cantina de Ribes hoy parece querer dejar alguna gota: también tiene hambre o sed. Deberá querer que la llenemos más a menudo.
A las tres menos cuarto salimos de Ribes y a las tres y media estamos en Bellver. La Molina está desierta. Escuchando «Tormenta» pensamos en lo adecuado que sería ponerla como música de la película del campamento del verano pasado. En la Masella hemos de retroceder un poco ya que una barrera corta la carretera que conduce a Alp. Nos vemos obligados a hacer un pequeño rodeo y menos mal que el paisaje y la música nos hacen olvidar las penalidades y la nieve nos alegra y dirije nuestra mirada hacia arriba y por encima de las fronteras que los hombres hemos trazado con nuestro afán de dominios.
En Martinet decidimos, condicionados por el tiempo, ir hacia Aransà en vez de ir a Espot. Por entre los árboles, que ensombrecen la carretera por uno y otro lado, enfrente contemplamos la serralada del Cadí con sus canales aún cubiertas de nieve con un maravilloso contraste de colores. Llegamos a Aransà cuando aún no son las cuatro y media. Ya no queda mucha nieve por las cumbres. La gente del hostal «Pas de la Pera» nos dicen que podemos subir en coche casi hasta el refugi dels Estanys de la Pera. La carretera está pasable. En un prado hay unos cuantos caballos. En el refugio, que hay a medio camino, hay una pareja de guardias civiles que no tienen humor ni de hacernos un gesto para que paremos. Así que nosotros seguimos hacia arriba sin pararnos pensando que hay que alegrarse tanto de las penas como de las glorias y que las manzanas agrias no apetecen a nadie. Antes de empezar las últimas curvas bajamos PK y yo y subimos caminando hacia el refugio. El particular está cerrado porque el guarda está en Barcelona. En el libre hay lugar justo para los cuatro.
No hace nada de frío. Después de ir a buscar las cosas al coche calentamos la sopa y hacemos la cena en una de las mesas de piedra que se encuentran delante del refugio. Todavía no hemos terminado de cenar que llega un Land-Rover con cuatro guardias civiles equipados con ametralladoras, pistolas y radio-trasmisores y nos hacen un rápido despliegue policial. Una vez entendemos que hablando no se entiende la gente los convidamos a vino tarragonés. Piensan que somos buena gente aunque no se fian del todo. Al fin y al cabo tenemos la frontera a cuatro pasos (veinte minutos a pie) y cuesta poco cruzarla. Finalmente se van recomendándonos encarecidamente que mañana al bajar los visitemos. Encendemos el fuego, calentamos la leche con el poco butano que nos queda y hacemos una tertulia alrededor del fuego: escándalos, sinvergüenzas, gente con nariz, enseñanza, música para poner a la película, tema de la película, idea de proyectarla a los familiares, etc. Fuera del refugio vemos un valle estrellado de lado a lado: el carro, el carrito, la polar y un ligero vientecito. Son poco más de las once cuando nos vamos a dormir.
A las dos se oyen voces. Abren la puerta. Quieren dormir. Son cuatro excursionistas que dicen que quieren ir al Nepal pero resulta que no saben funcionar por nuestro país.
A las seis suena el despertador. Una ligera nube tapa la zona del Cadí. Una luna en cuarto menguante ilumina el firmamento. Nos acabamos de beber la leche. A las seis y media empezamos a andar. En una hora y diez minumos nos presentamos a la Tosseta de la Caülla (2836 m). El Cadí ya se ha despejado y nos aparece majestuoso. En realidad todo el Pirineo nos aparece clarísimo: Posets, Aneto, Maladeta, Besiberris, Peguera, Pica Roja, Pica d’Estats, Monteixo, Pic de la Serrera, Pic d’Ascobes, el cercle dels Pesons, la cresta de Gargantilla, etc. Los valles de Andorra son suaves y verdes. Dejamos las mochilas y nos llegamos siguiendo la cresta hasta el Tossal Bovinar (2835 m). Antes de llegar me cae la máquina de fotografiar. Debajo el estany de Citut con el pico del mismo nombre al lado. Ahora llegamos hasta la otra cumbre del mismo tossal con tanta mala suerte que piso el pie de PK. Está todo despejado menos una especie de niebla que hay por la zona de la Molina. Regresamos atrás por el mismo camino hasta la Tosseta de Caülla. Allá hacemos una limonada completa.
Decidimos hacer toda la cresta que desde el lugar en el que estamos llega hasta el coll de Vista. No tiene ninguna dificultad. Por el lado andorrano bajan largas e inclinadas losas de piedra. El piolet estorba más que ser de alguna utilidad. La recortada cresta con la nieve del cercle de Pessons debajo hacen un buen contraste. Suben coches por la pista de los estanys de la Pera medio congelados pero aquí arriba la paz es inmensa y el viento no es nada frío. Ahora parece que Andorra la Vella y Les Escaldes están más cerca. Estamos en la frontera. Si no fuera por los palos que nos vamos encontrando de vez en cuando no nos acordaríamos que a un lado y a otro tenemos la misma historia y este vínculo no se romperá nunca si no es por el orgullo de los hombres. Bajamos al refugio. Hemos culminado doce cumbres y ahora bajamos hacia nuestra tierra. Hacia los valles oscuros de la tierra baja. Llegamos al refugio a las doce y media. Comemos en Aransà. Cuando pasamos por la collada de Tosses recordamos tempestades pasadas con fortuna y la prudencia que hay que tener si se quiere ir por las montañas y los valles en la aventura diaria de la vida. Pasamos por Vallfogona y antes de las siete llegamos a Banyoles.
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.001.