¿Qué es el SAM, club «pekas», club Taga, …? (la lista de nombres que recibió es inmensa).
Si alguien supiera exactamente la contestación de la pregunta estoy seguro que hubiera escrito un libro de ello. Es difícil contestarla. Incluso yo mismo que fui uno de los principales promotores no sé que decir. Voy a limitarme a realizar unas indicaciones históricas y describir algunas de sus características.
Se reunían todos los jueves antes de comer en los pasillos de los sótanos del colegio (al lado del laboratorio de física), tenía una junta directiva que funcionaba clandestinamente y sus miembros no se escogían democráticamente ya que simplemente eran los que hacían más excursiones, se repartían hojas ciclostiladas entre los asociados que no pagaban cuota ninguna por serlo ni por recibirlas, el material colectivo (botas de montaña, tiendas de campaña, cuerdas, crampones, utensilios de cocina, comida, …) estaba camuflado en un armario en el que se guardaba el material para la limpieza y sus componentes destacaban por sus buenas notas en todas las asignaturas a excepción de la del «deporte» o «educación física» (?) en la que incluso alguno llegó a SUSPENDERLA!
El tema era francamente serio: la nota de la asignatura dependía, de forma escalonada, de si se era declarado aficionado al fútbol (aprobado), declarado aficionado del «Barça» (notable) o miembro de la selección del equipo juvenil de fútbol del colegio (sobresaliente). Caso de coincidir más de una de las características antes mencionadas (Barça-seleccionado) la cosa podía llegar incluso a la matrícula de honor !!! Así resulta que, paradójicamente, un individuo que sube en un año a más de 25 cumbres de más de 3000 metros y se cuelga de una pared con una mano superando pasos de VI+ sin problemas SUSPENDE la asignatura de «educación física»: INCOMPRENSIBLE. Pero, señores-as, lo que tiene más guasa es la opción que tiene en septiembre para aprobar la mencionada asignatura y no repetir curso: REDACTAR UN TRABAJO !!! Esto sí ya ralla lo PENOSO: para aprobar el deporte te obligan a hacer un trabajo escrito. Y digo yo, ¿cómo se demuestra el nivel deportivo escribiendo?
Como se puede adivinar la actividad alpinística que se realizaba que era tan importante que creó una seria oposición a todos los niveles. Era un ambiente especial creado por los mismos miembros del equipo y que se mantenía entre todos.
Tal y como ya he explicado antes el nexo de unión entre nosotros era el colegio. En el grupo participaban en las actividades los profesores, alumnos, padres y amigos indistintamente. La forma de ser de cada uno de nosotros se respetaba y no era base para realizar ninguna discriminación por lo que se admitía siempre la participación de cualquier persona que estuviera interesada en salir. No era un grupo cerrado a nadie más bien todo lo contrario.
El líder era PK. Profesor y procedía de Barcelona. Allí también se había formado un grupo de amigos que salía a la montaña. PK al trasladarse a Girona siguió manteniendo contactos frecuentes con ellos cosa que hizo que se organizaran bastantes actividades conjuntas. En el grupo de Girona estaban PK, Pere P., Joan F., Robert C., Pere C., Joan S. Y en el de Barcelona Alfonso S., Pep V., Mariano R., Jaume D. Por citar algunos de los que más salían.
Como actividades que pasaron a ser tradicionales y que se solían organizar conjuntamente eran la subida al Taga en invierno y el campamento de verano que se solía instalar en los llanos de los Baños de Benasque en el Pirineo central.
Tuvo sus momentos de oro y de decadencia. Ésta llegó al acabar la etapa escolar de sus miembros y repartirse por los diferentes puntos de la geografía. Lo importante es que cada uno de los integrantes del grupo en su nuevo sitio prosiguió la actividad emprendiendo la organización de nuevos grupos y que el material gráfico (fotos en B/N, color, diapositivas y películas en Super-8) y escrito (crónicas, circulares y cartas) servirá para las generaciones futuras.
ESTA CRÓNICA TRATA DE EXPLICAR CÓMO MIGUEL J. PASÓ A LA FAMA EN EL COLEGIO MAYOR. Crónica de la ascensión al Peñalara (2430 metros).
Todo empieza en el desayuno. La actividad del mayor se empieza a oír. Como siempre el encargado de las comidas pregunta al personal lo habitual: ¿tarde?, ¿pronto?, ¿normal?… Y es un martes 16 de julio cuando el encargado oye algo poco común. Es Miguel quién da la nota excepcional, pide ni más ni menos que doce comidas de excursión para un día y a la hora de merendar. Él toma nota de lo pedido y de momento ya hay una gestión resuelta.
Pasan las horas y la gente se apunta y desapunta con una rapidez inverosímil y nunca visto. Total, a la hora de la merienda están dispuestos a salir siete personas y al acabar la merienda ya no quiere salir nadie. El día es magnífico, ¡qué capacidad de raje!
A las nueve, tras una reunión de urgencia se deciden a salir seis son: Emilio, Manolo, Pedro, Ramón, José Carlos y Miguel. En dos minutos se hacen las mochilas, se cogen las tiendas de campaña, mantas, las comidas y Ramón se hace con un brazalete que no viene al caso lo que ponía en él.
Después de un cortísimo diálogo entre Miguel y Ramón y motivados por la pereza optamos por dejar las tiendas en el colegio ya que Miguel recuerda un lugar, cercano a Cercedilla, en el que podremos pernoctar. El uno de mayo había dormido en un refugio que estaba en el antiguo campamento de la OJE. Después de avisar a José Carlos que empezábamos a salir, cojimos todos los bártulos y nos dirijimos al autobús. Ramón parecía que se iba a una manifestación, con sus vaqueros, playeras y brazalete. Manolo se camuflaría perfectamente entre los guerrilleros de Biafra. Pedro no hacía más que preguntar. Emilio parecía que iba a participar a algún número de un festival. Miguel llevaba una indumentaria himaláyica y el centro de todas las guasas pasó a ser el calzado: las botas de montaña.
Como es usual entramos a la estación de Chamartín a todo correr. José Carlos batiendo el récord en puntualidad aún llegó más tarde. Al fin ya estábamos instalados en el último tren que salió hacia Cercedilla. El viaje fue para todos sensacional, hubo quienes se pusieron a contemplar el anochecer, otros intercambiaron opiniones políticas, también hubo quien aprovechó la ocasión para conocer gente nueva y cómo no, que mejor ocasión en el tren y de excursión al monte puede haber para repasar algo del Millán Puelles.
Así que llegamos al final del trayecto. Nos bajamos y preparamos las cosas para empezar a andar. Atención, es de noche, luego hará falta una linterna. Ni corto ni perezoso Miguel saca la frontal y después de encenderse un instante se apaga para no volver a lucir en el resto de la noche. Ha logrado aguantar todas las pruebas que le somete Emilio y se niega a lucir. La bombilla se ha fundido. Da igual, Miguel recuerda bien el camino y la Luna brilla lo suficiente para poderse orientar.
Hay un cierto clima de desconfianza y de buen humor. Miguel empieza a andar en dirección al túnel y es necesaria una buena argumentación del caso para convencer a los demás que realmente el camino va por allí. Efectivamente, después de unos zigzags nos situamos por encima del túnel, pasamos a través de unos chalets y llegamos a la carretera. Cruzamos más tarde una valla que se utiliza para que no se escape el ganado de esa zona y empezamos a andar por un camino de herradura que circunvala el pueblo. Al hacerse éste demasiado largo y al oír siempre de Miguel que tuviéramos paciencia, ya queda poco, son sólo cinco minutos, … empezaron de nuevo los disturbios. En este ambiente aparece un coche que viene en dirección contraria. Pedro con su enorme afán de preguntarlo todo va y para el coche, les interroga y obtiene de ellos información del emplazamiento del campamento. Parece que existe tal lugar, el coche venía de allí, hay un atajo que se coje a unos 100 metros, al lado de un poste de la luz. Andamos un poco y después de cruzarnos con animales vacunos cogemos el susodicho camino.
Ya no se ve casi nada. El camino asciende a través del bosque. Miguel recuerda de la vez anterior que pasamos cerca de un riachuelo y ésta vez también se oye el ruido del mismo. Andamos en fila india. Hay cierto temor. Ramón recuerda a Miguel que no nos separemos mucho y para evitarlo Miguel se sitúa detrás de la comitiva. El camino asciende por una áspera pendiente. Un momento. Se ha parado la cabeza de la expedición. ¿Qué pasa?, pregunta Miguel a Ramón. Llegan noticias del grupo de cabeza. Hay un toro durmiendo en mitad del camino. Silencio. Miguel decide ver cómo se puede pasar sin despertar al animal. Avanza adelantando a los demás que están parados sin decir nada. Efectivamente, es un gran animal. Miguel se acerca y lo rodea con sumo cuidado. Silencio absoluto. Y … con un grito, precedido de algunos tacos Miguel exclama: «son unos vulgares matojos». Sin más encuentros desafortunados seguimos avanzando. Era más tarde de medianoche. Después de mucho andar se vuelven a amotinar las gentes. Miguel afirma que ya queda poco y todos los demás, unánimemente, propugnan que nos hemos equivocado de camino, además tienen un argumento a su favor: se ven las luces de un campamento allí, en la colina vecina. Miguel acepta volver hacia atrás dado la hora que es y al ver como posibilidad el dormir con los de ese campamento.
Pasamos a toda velocidad por los matojos antes citados y al poco llegamos a la carretera. Avanzamos un poco y nos encontramos un enorme poste eléctrico y una senda que subió constantemente al lado del río. Llegamos al campamento. Era el sitio dónde había estado Miguel unos meses antes.
Nos acercamos a la tienda de los jefes del campamento y tratamos de advertir nuestra presencia. No viene al caso citar la hora exacta, creo que será suficiente decir que ya era muy tarde. Pretendíamos que nos dejaran dormir en alguna tienda de las que ya tenían instaladas. Bebimos del agua que nos ofrecieron y optamos por hacer lo que nos aconsejaron: ir a otro campamento a preguntar puesto que el refugio también lo usaban ellos. Mantuvimos una conversación con los cocineros, gracias a Pedro que quiso cerciorarse de nuevo por dónde teníamos que ir; y esta vez consiguió que nos encendieran todas las luces del comedor para que viéramos algo de camino.
Íbamos ya hacia el segundo campamento de la zona, el de Icona. El otro anterior era de profesores y estudiantes de Educación Física. A mitad de camino se nos cruza un Land-Rover pilotado por el encargado o algo semejante del campamento que ya habíamos visitado. Sería muy largo de explicar, resumiendo, podemos decir que inició la conversación Pedro, quería saber dónde estaba el campamento del Icona — tenía sobre su cabeza un enorme cartel que ponía: «ICONA» y detrás había una enorme cantidad de tiendas de campaña; a lo mejor no lo había visto —. El señor del Land-Rover nos dijo que no convenía dormir debajo de un árbol ya que la zona estaba llena de toros bravos y que como los demás campamentos también estaban llenos lo mejor que podíamos hacer era ir a Cercedilla de nuevo y dormir en la estación. Después de un «si buana» por nuestra parte se fue. El campamento del Icona estaba totalmente vacío. Habría más de treinta tiendas a nuestra disposición. Después de unos pequeños y poco importantes altercados entre nosotros estábamos cenando en mitad del campamento a la luz de una vela y con la intención de ir a dormir en la segunda tienda empezando por la derecha. Hacía mucho frío. Nos cenamos casi toda la comida que llevábamos. Algunos decían que era mejor estar allí por si venía alguien a echarnos. Así podría ver que no teníamos intención de dormir en el campamento, simplemente queríamos cenar allí y no nos habíamos apercatado de que hubiese ninguna tienda a nuestro alrededor. Era lógico.
Después de cenar nos distribuimos por la tienda y luego algunos nos fuimos a contemplar las estrellas durante un rato, que se alargó al estar entre mantas y con un ambiente bastante agradable. Al fin, después de una gratísima tertulia nos fuimos todos a la tienda. Pedro sacó un pijama y Emilio resurgió. No paró de cachondearse durante un buen rato, Manolo inmediatamente entró en resonancia y se organizó un cisco que se prolongó hasta altas horas de la noche. Se metieron de nuevo con todos. Sería larguísimo.
Suena el despertador, hay que regresar a Cercedilla, todos se levantan rápidamente puesto que hemos pasado una noche con mucho frío y el que menos tiene todas las marcas de las maderas sobre las que habíamos dormido. Miguel sale el primero de la tienda, ve que será un día espléndido y … ¡NO! Sorpresa, había a menos de seis metros una cabaña llena a rebosar de colchonetas y mantas. Después de no pocos comentarios y de beber el agua de la fabulosa fuente que había al lado de la cabaña nos fuimos a Cercedilla. Casi perdemos el funicular. Llegamos sin incidentes a Cotos. Compramos una botella de vino y nos desayunamos todo lo que nos quedaba de comida. Conviene decir que se acordó con cinco votos a favor y uno en contra llamar «Cerro de Huertopavones» al lugar que recorrimos la noche anterior sin encontrar el campamento prometido tan insistentemente.
Se formaron dos grupos para subir al Peñalara: Miguel y Ramón subieron por el camino hasta el collado que forma el Peñalara con las Dos Hermanas, pasaron por el refugio y la laguna; y el otro grupo, formado por los demás expedicionarios, decidieron crestear desde el principio coronando, así, las Dos Hermanas. Nos reunimos, de nuevo, en el collado y ya desde allí subieron a la cima: Pedro, Manolo, José Carlos y Miguel invirtiendo desde la estación hasta la cumbre un total de 1 hora y 37 minutos. Se quedaron en el collado Ramón y Emilio descansando sobre una tartera de piedras. Al llegar Miguel de regreso al collado Ramón, que se encontraba tumbado literalmente sobre las piedras, ve una lagartija y ni corto ni perezoso pide a Miguel que le dé rápidamente una piedra para matarla ….
Tras un cambio de impresiones de decide bajar, a lo bruto, hacia La Granja. Miguel prefiere bajar por el camino puesto que el último tramo tiene mucha vegetación y sería fácil perderse y no llegar en muchas horas al destino. Como lo que impera es la democracia bajamos todos por el sitio de máxima pendiente. Aparte de todos los comentarios que hubo al respecto, Miguel decidió a partir de entonces dejarse llevar por dónde dijeran los demás y dedicarse a contemplar el paisaje. Quedé asombrado de lo llano que es la Meseta Castellana, no di crédito a lo que veía, empecé a comprender que los profesores de geografía no exageran ni un milímetro. Si alguien quiere comprobarlo le recomiendo que se suba al Peñalara y no dará fe a lo que vea. Es fabulosamente plana.
Llegamos al bosque y decidieron parar un poco. Después de ponderar qué árbol sería el mejor escogieron el que estaba rodeado de más pinchos y plantas variadas. Tanto da. Son pequeñeces sin trasfondo. Había interés por saber a la hora que llegaríamos a La Granja. Al decir Miguel que no llegábamos ni a la hora de cenar se apostó sobre la marcha una cerveza. Miguel propugna que no llegamos a La Granja a la hora de cenar y los demás unánimemente creen que sí llegaremos. Es todo un duelo de titanes.
La bajada es larga de explicar. Con tal de ganar la apuesta nos metimos por todos los sitios posibles y por algunos de imposibles. Llegamos a marchar por caminos que llevaban el sentido contrario, otros que subían y siempre con un Sol de justicia que animaba al equipo expedicionario. A medio andar paramos de nuevo. Al lugar se le llamó para la posteridad: «Lavapies».
Ya, al entrar al pueblo, se veía que se había ganado la apuesta a Miguel. Es lógico que hubiera cierto clima de alegría. La cuestión es que tardamos para ir del Peñalara hasta La Granja de San Ildefonso un total de 4 horas. Entramos en el pueblo cantando la conocidísima canción de … «en la granja los animales se divierten como tales …» y le seguía un extraño enfado de los residentes del lugar.
A todo esto nos encontramos a Carlos y sus huestes. Emilio se avalanzó sobre ellos y les dijo: «os sobra algo de comer, llevo desde el desayuno sin comer nada …». Saciado ya, recuerda son conocidos y procura tener un detalle de agradecimiento para con ellos. Carlos vista la situación que presentamos prefiere ignorarnos y hacer como que no nos conoce. Así es. No tardaron en desaparecer. Nos dejaron, eso sí, la comida que les quedaba y creo recordar que nos preguntaron si queríamos que nos pidiesen una cena tarde. ¿Por qué sería? Al día siguiente nos contaron que se fueron a Segovia en taxi.
Averiguamos dónde salía el autobús y a qué hora. Nos sobraba tiempo. Acabábamos de perder uno. Decidieron que era la hora de ajustar las cuentas. Había una deuda pendiente: la cerveza apostada. Aprovechamos también para comer. Cerveza, chocolate, pasas y manzanas fue toda la comida-aperitivo. Desde luego, no fue todo lo abundante que hubiéramos deseado.
Al ir a pagar las cervezas Miguel vió en el interior de la mochila una luz muy brillante. «Una luciérnaga, se me ha metido en la mochila una luciérnaga», exclamaba. Al intentar sacarla del interior cual fue su sorpresa cuando comprobó que la citada luciérnaga no era ni más ni menos que la linterna que se negó a lucir en toda la noche anterior.
Para calmar los ánimos fuimos a visitar los jardines de La Granja de San Ildefonso que han pertenecido hasta hace poco a todas las dinastías reales para su uso y disfrute. Al entrar nos empezó a seguir el guarda. Tras unos intentos fallidos de esquivarle nos alcanzó. Nos dijo: «no están permitidos los bultos en este recinto, si hicieran el favor, me podrían acompañar hasta este almacén y guardarlos allí durante la visita». Como era una buena idea la aplaudimos y le acompañamos. Dejamos las mochilas y cinco pesetas a cambio de una monedilla de plástico con un número impreso en ella. Un jardinero nos estuvo contando cosas acerca de los jardines. Emilio y Manolo se pasaron toda la visita imitando posiciones de las estatuillas de las fuentes. Se nos acabó el tiempo, fuimos a por las mochilas y los demás bártulos. Les dimos la monedilla y a cambio nos dieron todos los bultos que habíamos dejado. Pedro estaba algo perplejo y antes de que preguntara nada nos lo llevamos a rastras. Quería saber por qué no se nos había devuelto también las cinco pesetas …
Llegamos a la ventanilla del autobús. No quedan billetes. Hay que esperar al próximo. Como el próximo era al día siguiente Ramón, hombre de experiencia, supo utilizar métodos que al tratar con hispanos son infalibles. Efectivamente, qué casualidad, quedaban ni más ni menos que seis billetes por vender … Todo resuelto. Subimos al bus y llegamos a Segovia hacia las 7.30. De nuevo la experiencia triunfó sobre la audacia de Emilio. Quedaban diez minutos para que saliera el tren. En un tramo de 200 metros se preguntó a casi todo el mundo si realmente íbamos bien para llegar a la estación. Emilio en la carrera se adelantó un poco y entró en una tienda para comprar vino, pan y chorizo. Pidió medio kilo de chorizo y al ver que la señora empezaba a cortarlo a rodajas se impacientó.
Llegamos a la estación corriendo. Emilio con la comida recién comprada. El último tren a Madrid del día ya entraba por el andén. José Carlos va a distraer un poco al maquinista dándole conversación. Manolo al jefe de la estación. Pedro introduce las mochilas lo más lentamente que puede. Ramón está pagando todos los billetes. Y Miguel está rellenando el cupón para que le hagan el descuento por ser de familia numerosa. Todos esperando a que Miguel rellene el cupón en cuestión. Finalmente, subimos todos al tren.
Comimos lo que compró Emilio y después de estar parados a la luz de la Luna y a unos 20 kilómetros de Chamartín unas cuantas horas llegamos a Madrid con un retraso ya usual en las líneas de ferrocarril españolas.
Esperamos el autobús unos tres cuartos de hora y al ver que no pasaba preguntamos al conductor de otra línea que sucedía. Nos confirmó lo que nos suponíamos. El último pasó a media noche y ese autobús era también el último y nos dejaba a mitad de camino. Hubo que hacer un último pequeño paseo a pie para llegar.
Una vez nos abrieron la puerta, cosa que se logró despertando a medio colegio mayor, nos duchamos en los vestuarios y cenamos ya al fin. Tranquilamente.
José Carlos una vez lo dejamos en la estación también tuvo sus problemas para llegar a casa. Nos contó que se pasó más de media hora tirando piedrecitas. Trataba de advertir a sus padres y hermanos que había llegado. El portero automático había decidido no funcionar esa noche.
A las tres de la madrugada se había acabado la excursión, una excursión que difícilmente se borrará de nuestro recuerdo. Acabo con unas palabras esta crónica de la excursión de «huertopavones», las decían en el inicio de un programa de TVE, lo hemos visto todos alguna vez, decía: «… el hombre es el único animal de la Tierra capaz de tropezar dos veces en la misma piedra, y a pesar de esto, ¿por qué no le damos una segunda oportunidad?».
Otra semana de aquellas extrañas: tiempo variable, calor, lluvia, nerviosismo, clima excitado. Es cuando uno tiene más ganas de ir a oir el viento y disfrutar de las alturas de nuestra tierra que los hombres a menudo no la tratan con el respeto que se merece. Decidimos salir: Peguera, Monastero, Tossal Bovinar … Aneto en un momento de inspiración. Un día clarísimo y soleado que ya alegra y da vida justo verlo por la ventana. Ayer al mediodía empezó a soplar un ligero viento que fue dispersando las nubes. Hoy reunión de profesores, despistes del oficio, retrasos. Miguel gana el récord de tiempo en ir de su casa al colegio. Joan ayer hacía mover los pies encima de los pedales olvidando muertos recientes y acompañados en mi sentimiento que han manchado de sangre la carretera pero conviene ponerse en forma.
A las doce y media salimos de Girona. Pasando bajo la Mare de Déu del Mont planeamos una salida para el jueves próximo. Pasamos por Capsacosta y en una hora y cuarenta minutos llegamos a Ribes de Freser: otro récord. El Puigmal todavía está enblanquecido y el hambre también habla a nuestros estómagos de igual forma que estos dias han hablado estos valles en contra de las máquinas y los intereses que se las quieren comer. Compramos una cassete y pilas al mismo tiempo que llenamos la bota con vino tarragonés. Por cierto que si el otro día nos la dejábamos en la cantina de Ribes hoy parece querer dejar alguna gota: también tiene hambre o sed. Deberá querer que la llenemos más a menudo.
A las tres menos cuarto salimos de Ribes y a las tres y media estamos en Bellver. La Molina está desierta. Escuchando «Tormenta» pensamos en lo adecuado que sería ponerla como música de la película del campamento del verano pasado. En la Masella hemos de retroceder un poco ya que una barrera corta la carretera que conduce a Alp. Nos vemos obligados a hacer un pequeño rodeo y menos mal que el paisaje y la música nos hacen olvidar las penalidades y la nieve nos alegra y dirije nuestra mirada hacia arriba y por encima de las fronteras que los hombres hemos trazado con nuestro afán de dominios.
En Martinet decidimos, condicionados por el tiempo, ir hacia Aransà en vez de ir a Espot. Por entre los árboles, que ensombrecen la carretera por uno y otro lado, enfrente contemplamos la serralada del Cadí con sus canales aún cubiertas de nieve con un maravilloso contraste de colores. Llegamos a Aransà cuando aún no son las cuatro y media. Ya no queda mucha nieve por las cumbres. La gente del hostal «Pas de la Pera» nos dicen que podemos subir en coche casi hasta el refugi dels Estanys de la Pera. La carretera está pasable. En un prado hay unos cuantos caballos. En el refugio, que hay a medio camino, hay una pareja de guardias civiles que no tienen humor ni de hacernos un gesto para que paremos. Así que nosotros seguimos hacia arriba sin pararnos pensando que hay que alegrarse tanto de las penas como de las glorias y que las manzanas agrias no apetecen a nadie. Antes de empezar las últimas curvas bajamos PK y yo y subimos caminando hacia el refugio. El particular está cerrado porque el guarda está en Barcelona. En el libre hay lugar justo para los cuatro.
No hace nada de frío. Después de ir a buscar las cosas al coche calentamos la sopa y hacemos la cena en una de las mesas de piedra que se encuentran delante del refugio. Todavía no hemos terminado de cenar que llega un Land-Rover con cuatro guardias civiles equipados con ametralladoras, pistolas y radio-trasmisores y nos hacen un rápido despliegue policial. Una vez entendemos que hablando no se entiende la gente los convidamos a vino tarragonés. Piensan que somos buena gente aunque no se fian del todo. Al fin y al cabo tenemos la frontera a cuatro pasos (veinte minutos a pie) y cuesta poco cruzarla. Finalmente se van recomendándonos encarecidamente que mañana al bajar los visitemos. Encendemos el fuego, calentamos la leche con el poco butano que nos queda y hacemos una tertulia alrededor del fuego: escándalos, sinvergüenzas, gente con nariz, enseñanza, música para poner a la película, tema de la película, idea de proyectarla a los familiares, etc. Fuera del refugio vemos un valle estrellado de lado a lado: el carro, el carrito, la polar y un ligero vientecito. Son poco más de las once cuando nos vamos a dormir.
A las dos se oyen voces. Abren la puerta. Quieren dormir. Son cuatro excursionistas que dicen que quieren ir al Nepal pero resulta que no saben funcionar por nuestro país.
A las seis suena el despertador. Una ligera nube tapa la zona del Cadí. Una luna en cuarto menguante ilumina el firmamento. Nos acabamos de beber la leche. A las seis y media empezamos a andar. En una hora y diez minumos nos presentamos a la Tosseta de la Caülla (2836 m). El Cadí ya se ha despejado y nos aparece majestuoso. En realidad todo el Pirineo nos aparece clarísimo: Posets, Aneto, Maladeta, Besiberris, Peguera, Pica Roja, Pica d’Estats, Monteixo, Pic de la Serrera, Pic d’Ascobes, el cercle dels Pesons, la cresta de Gargantilla, etc. Los valles de Andorra son suaves y verdes. Dejamos las mochilas y nos llegamos siguiendo la cresta hasta el Tossal Bovinar (2835 m). Antes de llegar me cae la máquina de fotografiar. Debajo el estany de Citut con el pico del mismo nombre al lado. Ahora llegamos hasta la otra cumbre del mismo tossal con tanta mala suerte que piso el pie de PK. Está todo despejado menos una especie de niebla que hay por la zona de la Molina. Regresamos atrás por el mismo camino hasta la Tosseta de Caülla. Allá hacemos una limonada completa.
Decidimos hacer toda la cresta que desde el lugar en el que estamos llega hasta el coll de Vista. No tiene ninguna dificultad. Por el lado andorrano bajan largas e inclinadas losas de piedra. El piolet estorba más que ser de alguna utilidad. La recortada cresta con la nieve del cercle de Pessons debajo hacen un buen contraste. Suben coches por la pista de los estanys de la Pera medio congelados pero aquí arriba la paz es inmensa y el viento no es nada frío. Ahora parece que Andorra la Vella y Les Escaldes están más cerca. Estamos en la frontera. Si no fuera por los palos que nos vamos encontrando de vez en cuando no nos acordaríamos que a un lado y a otro tenemos la misma historia y este vínculo no se romperá nunca si no es por el orgullo de los hombres. Bajamos al refugio. Hemos culminado doce cumbres y ahora bajamos hacia nuestra tierra. Hacia los valles oscuros de la tierra baja. Llegamos al refugio a las doce y media. Comemos en Aransà. Cuando pasamos por la collada de Tosses recordamos tempestades pasadas con fortuna y la prudencia que hay que tener si se quiere ir por las montañas y los valles en la aventura diaria de la vida. Pasamos por Vallfogona y antes de las siete llegamos a Banyoles.