El alpinismo visto como una adicción

Anhelo -codicia- ansia existencial.
Pienso que el juvenil deseo deportivo de llenar una lista de rutas con itinerarios famosos que «hay que hacer» va palideciendo con el paso de los años. Esta especie de codicia hace estragos en muchos clubes alpinos y resulta típica de nuestro modo de pensar occidental orientado hacia el rendimiento y la competitividad.
En el polo opuesto se encuentra el anhelo existencial, el deseo de vivir intensamente. Este incremento del tono vital es la base de la eufórica felicidad de la que tantos alpinistas hablan una y otra vez. El deseo resultante de vivir una y otra vez este estado puede culminar  en una «atracción de las alturas» y frecuentemente en una necesidad de permanecer arriba en ese estado de liberación y felicidad similar al nirvana.
Reinhold MESSNER en «La zona de la muerte».
 
Leyendo ahora a Messner veo que llega a la misma conclusión que llegué yo de joven. Era socio del CEC y quería formar parte del grupo de escalada del CADE porque en él había un ambiente con el que me sentía identificado por la juventud de sus miembros y su manera de pensar. Cuando hice mi petición mi sorpresa fue que fui rechazado porque tenía que justificar haber hecho una lista incomprensible de heroicidades alpinas. Me duró poco las ganas de cumplirlas. Y, lo curioso del caso es que en el momento que cumplí lo que me habían requerido sobradamente se me habían quitado las ganas y, evidentemente, renuncié voluntariamente volver a formular mi petición. Por algo será ….

Derrotero y viaje a España y las Indias

PROEMIO
A saber de la ruta y del viaje que yo, Ulrico Schmidl, de Straubing, en el 1534 año A. D. partiendo el dos de agosto desde Amberes he arribado per mare hacia Hispania y más tarde a Las Indías con la voluntad de Dios. También de lo que ha ocurrido y sucedido a mí y a mis demás compañeros como sigue después.
1534
Cuando he partido desde Amberes y he venido a una ciudad en España llamada Cádiz, he visto echada sobre la costa ante la ciudad una ballena o walfisch que tenía un largo de treinta y cinco pasos y de ella se han sacado en grasa unos treinta barriles como los barriles arenqueros llenos de grasa.
Capítulo 1.
Primeramente habreís de saber que he venido en catorce días desde Amberes hacia España, a una ciudad que se llama Cádiz, pues se calcula que hay cuatrocientas leguas por mar desde Amberes hasta la susodicha ciudad de Cádiz, donde estaban aprestados y bien pertrechados con toda la munición y bastimentos necesarios catorce grandes barcos. Éstos estaban por navegar hacia Río de la Plata en Las Indias. También se hallaban allí dos mil quinientos españoles y ciento cincuenta entre alto-alemanes, neerlandeses y austríacos o sajones, y nuestro supremo capitán general de los alemanes y de los españoles se ha llamado don Pedro Mendoza. Entre estos catorce barcos, uno pertenecía al señor Sebastián Neithart y a Jacobo Welser en Nuremberg. Éstos han enviado a su factor Enrique Paime al Río de la Plata con mercaderías; con éstos, yo y otros alto-alemanes y neerlandeses, hasta ochenta hombres, bien pertrechados con nuestras armas de fuego y otras armas más, hemos navegado en el barco del susodicho señor Sebastián Neithart y de Jacobo Welser hacia el Río de la Plata. Así hemos partido con el susodicho señor y capitán general don Pedro Mendoza en catorce barcos desde Sevilla en el año 1534. En el día de San Bartolomé hemos llegado a una ciudad en España llamada San Lucas; a veinte leguas de camino desde Sevilla. Allí hemos quedado anclados por causa de la impetuosidad del viento hasta el primer día de septiembre del susodicho año.
Capítulo 2.
Después hemos zarpado desde dicha ciudad de San Lucas y de ahí hemos venido a tres islas que están juntas las unas a las otras. La primera se llama Tenerife, la otra se llama Gomera, la tercera La Palma; y desde la ciudad de San Lucas hasta estas islas hay más o menos doscientas leguas. Allá los barcos se han repartido entre estas islas. Pertenecen estas islas a la Cesárea Majestad y los habitantes en ellas son puros españoles con sus mujeres e hijos y hacen azúcar. También hemos venido con tres barcos a La Palma y permanecido anclados allí cuatro semanas y de nuevo hemos abastecido y reparado los barcos. Cuando nuestro general don Pedro Mendoza nos ha ordenado que nos pusiéramos en movimiento pues nos hallábamos distantes los unos de los otros por ocho o nueve leguas de camino, resultó que a bordo de nuestro barco venía un primo del general don Pedro Mendoza, que se llamaba don Jorge Mendoza, que era amado por la hija de un rico vecino en La Palma. Y cuando al día siguiente quisimos ponernos en movimiento, resultó que el susodicho don Jorge Mendoza esa misma noche había venido a tierra a media noche con doce de sus compañeros a la casa de un vecino en La Palma. Entonces se vinieron la hija y la doncella con sus joyas y vestidos y dinero junto con el susodicho don Jorge Mendoza y vinieron a nuestro barco, pero a escondidas de tal forma que ni nuestro capitán Enrique Paime ni nosotros supimos de esto, sólo el que montaba la guardia, éste lo ha visto, pues fue a medianoche. Cuando partimos a la mañana siguiente y nos alejamos unas dos o tres leguas de camino, nos tomó un fuerte ventarrón y tuvimos que regresar al mismo puerto de donde habíamos partido. Allá bajamos al mar nuestras anclas. En esto nuestro capitán Enrique Paime quiso viajar a tierra en una pequeña barca que se denomina un bote o batel, y cuando quiso pisar tierra desde esta pequeña esquife hubo en el interín en la costa más de treinta hombres bien armados con sus arcabuces y alabardas y quisieron prender al capitán Enrique Paime. Así le dijo uno de sus marineros que no pasara la costa pues tenían intención de tomarlo preso. Así dio vuelta en seguida y quiso viajar hacia su barco, pero no pudo tan pronto venirse a él porque los mismos que habían estado en la costa, se le habían acercado en otras pequeñas barquillas que habían estado aprestadas desde antes. Y el susodicho capitán Enrique Paime escapó a otro barco que estaba más cerca de tierra que su propio barco, así que no pudieron prender a dicho capitán. En la ciudad de La Palma hicieron en seguida tocar y repicar las campanas a rebato y cargaron dos grandes piezas de artillería y dispararon cuatro tiros contra nuestro barco pues no estabamos lejos de la tierra. Con el primer tiro que dispararon, hicieron pedazos el depósito de barro en la popa del barco, que siempre está lleno de agua fresca, caben en él cinco o seis cubos de agua. Con el otro tiro que dispararon, hicieron pedazos el palo de la mesana que es el último mástil que se halla en la popa del barco. Con el tercer tiro dieron en medio del barco y abrieron un gran agujero en el barco y mataron un hombre; con el cuarto no acertaron. Había allí otro capitán con dos barcos que quería navegar hacia Nueva España en México cuyos barcos se hallaban a nuestro costado y de su gente había con él en tierra ciento cincuenta hombres que todos querían viajar hacia Nueva España en México. Así ellos arreglaron las paces con los señores de la ciudad que ellos le entregaran don Jorge Mendoza y la hija del vecino y la doncella. Así vinieron a nuestro barco el regidor y el alcalde y nuestro capitán y el otro capitán que quería también navegar hacia Nueva España y quisieron prender a don Jorge Mendoza y su amante. Pero éste contestó al alcalde que ella era su corporal esposa y ella dijo lo mismo. Entonces se les casó de inmediato pero el padre estuvo muy triste, y nuestro barco estaba muy maltrecho a causa de los tiros.
Capítulo 3.
Después de esto dejamos en tierra a don Jorge Mendoza y su esposa; nuestro capitán no quiso dejarlos viajar más con él en su barco. Reparamos nuestro barco y navegamos hacia una ínsula o isla que se llama San Jacobo o en su forma española Santiago y pertenece al rey de Portugal y es una ciudad. Estos portugueses la sostienen y a ellos están sometidos los negros africanos. Está situada a las trescientas leguas. Allí permanecimos cinco días y volvimos a cargar provisión fresca en carne, pan, agua y todo de lo que tuviéramos necesidad sobre el mar.
Capítulo 4.
Allí se reunieron los catorce barcos de nuestra flota; entonces volvimos de nuevo hacia el océano o mar y navegamos durante dos meses y vinimos a una isla donde hay solamente aves a las cuales nosotros matamos a palos y permanecimos en la isla por tres días, y en esta isla no hay gentes, y la isla tiene de extensa y ancha seis leguas de camino y desde la susodicha isla de Santiago hasta esta isla hay mil quinienas leguas de camino. En este mar se encuentran peces voladores y otros peces grandes como ballenas y que se llaman peces de sombrero de sol los cuales tienen contra la cabeza un grande, fuertísimo disco. Con este disco pelea contra otros peces y es un pez grande, forzudo y bravío. Hay también otros peces que tienen sobre su lomo una cuchilla que es hecha de hueso de ballena, éste se llama en su forma española pez de espada. También hay otro pez más que tiene sobre su lomo una sierra, hecha de hueso de ballena y es un pez grande y bravío y se llama en su sentido español pez de sierra. Fuera de éstos hay en estos parajes muchos diversos peces que no puedo describir en esta ocasión.
Capítulo 5.
Desde esta isla navegamos después a una isla que se llama Riogenna (Río de Janeiro) y pertenece al rey de Portugal y está situada a quinientas leguas de camino de la sobredicha isla; ésta es la isla Riogenna en Las Indias, y los indios se llaman Tupís. Allí estuvimos cerca de catorce días; entonces el don Pedro Mendoza hizo que su propio hermano jurado que se llamaba Juan Osorio nos gobernara en su lugar, pues él estaba siempre enfermo, descaecido y tullido. Entonces el susodicho Juan Osorio fue calumniado y delatado ante su hermano jurado don Pedro Mendoza como que él pensaba amotinarse junto con la gente contra él. Por esto ordenó don Pedro Mendoza a otros cuatro capitanes llamados Juan Ayolas, Juan Salazar, Jorge Luján y Lázaro Salvago que a susodicho Juan Osorio se le apuñalara o se le diere muerte y se le tendiere en medio de la plaza por traidor y que fuere pregonado y ordenado bajo pena de vida que nadie se moviere pero si ocurriera que alguien quisiere protestar a favor del susodicho capitán, entonces se le haría igual cosa. Se le ha dado la muerte injustamente, ello bien lo sabe Dios; éste le sea clemente y misericordioso; fue un recto y buen militar y siempre ha tratado muy bien a los peones.
Capítulo 6.
Desde allí zarpamos hacia el Río de la Plata y hemos venido a un río dulce que se llama Paraná-Guazú y es extenso en la embocadura donde se deja el mar, y este río tiene una anchura de cuarenta y dos leguas de camino; desde Río de Janeiro hasta este río Paraná-Guazú son quinientas leguas. Allí dimos en un puerto que se llama San Gabriel; donde los catorce barcos, echaron anclas en este río Paraná. De inmediato ha ordenado y dispuesto nuestro general don Pedro Mendoza con los marineros que las pequeñas esquifes se condujeron a tierra la gente que se hallaba en los barcos grandes pues los barcos grandes sólo podían llegar a una distancia de un tiro de arcabuz de la tierra, por eso se tienen las pequeñas esquifes; a éstas se les llama bateles o botes. Hemos desembarcado en el día de Todos los Tres Reyes en 1535 en el Río de la Plata; allí hemos encontrado un lugar de indios que se llaman los indios Charrúas y son ellos allí y eran alrededor de dos mil hombres hechos; éstos no tienen otra cosa que comer que pescado y carne. Éstos han abandonado el lugar y han huído con sus mujeres e hijos de modo que no pudimos hallarlos. El puerto donde están los barcos se llama San Gabriel. Éstos indios andan desnudos, pero las mujeres tienen un pequeño trapo hecho de algodón, esto lo tienen delante de sus partes desde el ombligo hasta las rodillas. Ahora mandó el don Pedro Mendoza a sus capitanes que se reembarcara a la gente en los barcos y se la pusiera o condujera al otro lado del río Paraná pues en este lugar la anchura del Parara no es más ancha que ocho leguas de camino.
Capítulo 7.
Allí hemos levantado un asiento, que llamamos Buenos Aires; esto, dicho en alemán, es: buen viento. También hemos traído desde España sobre los sobredichos catorce barcos setenta y dos caballos y yeguas y han llegado al susodicho asiento de Buenos Aires; ahí hemos encontrado un lugar de indios los cuales se han llamado Querandís; ellos han sido alrededor de tres mil hombres formados con sus mujeres e hijos y nos han traído pescados y carne para comer. También estas mujeres tienen un pequeño paño de algodón delante de sus partes. En cuanto a estos susodichos Querandís no tienen un paradero propio en el país; vagan por la tierra al igual que aquí en los países alemanes los gitanos. Cuando estos indios Querandís se van tierra adentro para el verano sucede que en muchas ocasiones hallan seco a todo el país por treinta leguas de camino y no se encuentra agua alguna para beber; y cuando acaso agarran o asaetan un venado u otra salvajina, juntan la sangre de éstas y la beben. También en casos buscan una raíz que se llama cardo y entonces la comen por la sed; cuando los susodichos Querandís no quieren morirse de sed y no hallan agua en el pago, beben esta sangre. Pero si acaso alguien piensa que la beben diariamente, esto no lo hacen y así lo dejo dicho en forma clara. Los susodichos Querandís nos han traído diariamente al real durante catorce días su escasez en pescado y carne y sólo fallaron un día en que no nos trajeron que comer. Entonces nuestro general don Pedro Mendoza envió en seguida un alcalde de nombre Juan Pavón y con él dos peones; pues estos susodichos indios estaban a cuatro leguas de nuestro real. Cuando él llegó donde aquéllos estaban, se condujo de un modo tal con los indios que ellos, el alcalde y los dos peones, fueron bien apaleados y después dejaron volver los cristianos a nuestro real. Cuando el dicho alcalde tornó al real, metió tanto alboroto que el capitán general don Pedro Mendoza envió a su hermano carnal don Jorge [Diego] Mendoza con trescientos lansquenetes y treinta caballos bien pertrechados; yo en esto he estado presente. Entonces dispuso y mandó nuestro capitán general don Pedro Mendoza a su hermano don Diego Mendoza, que él junto con nosotros diere muerte y cautivara o apresara a los nombrados Querandís y ocupara su lugar. Cuando llegamos allí sumaban los indios unos cuatro mil hombres pues habían convocado a sus amigos.
Capítulo 8.
Y cuando nosotros quisimos atacarlos se defendieron ellos de tal manera que ese día tuvimos que hacer bastante con ellos; mataron ellos a nuestro capitán don Diego Mendoza y junto con él a seis hidalgos de a caballo, también mataron a tiros alrededor de veinte infantes nuestros y por el lado se los indios sucumbieron alrededor de 1000 hombres; más bien más que menos; y se han defendido muy valientemente contra nosotros, como bien lo hemos experimentado. Dichos Querandís tienen para arma unos arcos de mano y dardos; éstos son hechos como medias lanzas y adelante en la punta tienen un filo hecho de pedernal. Y también tienen una bola de piedra y colocada en ella un largo cordel al igual como una bola de plomo en Alemania. Ellos tiran esta bola alrededor de las patas de un caballo o de un venado que tiene que caer; así con esta bola se ha dado muerte a nuestro sobredicho capitán y sus hidalgos pues yo mismo lo he visto; también a nuestros infantes se los ha muerto con los susodichos dardos. Dios el Todopoderoso nos dio su gracia divina que nosotros vencimos a los sobredichos Querandís y ocupamos su lugar; pero de los indios no pudimos apresar ninguno. En la sobredicha localidad los Querandís habían hecho huir sus mujeres e hijos antes de que nosotros los atacamos. Y en la localidad no hallamos nada fuera de cuero curtido corambre sobado de nutrias u Otter, como se las llama y mucho pescado y harina de pescado, también manteca de pescado. Allí permanecimos tres días; después retornamos a nuestro real y dejamos unos cien hombres de nuestra gente; pues hay buenas aguas de pesca en ese mismo paraje, también hicimos pescar con las redes de ellos para que sacaran peces a fin de mantener la gente pues no se daba más de seis medias onzas de harina de grano todos los dias y tras el tercer dia se agregaba un pescado a su comida. Y la pesca duró dos meses y quien quería comer un pescado tenía que andar las cuatro leguas de camino en su busca.
Capítulo 9.
Después que nosotros vinimos de nuevo a nuestro real, se repartió toda la gente; la que era para la guerra se empleó en la guerra; y la que era para el trabajo se empleó en el trabajo. Allí se levantó un asiento y una casa fuerte para nuestro capitán general don Pedro Mendoza y un muro de tierra en derredor de la ciudad de una altura hasta donde uno puede alcanzar con un florete. Este muro era de tres pies de ancho y lo que se levantaba hoy se venía mañana de nuevo al suelo; a más la gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez, al extremo de que los caballos no daban servicio. Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ratones, ni ratas ni víboras ni otras sabandijas; también los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido. Sucedió que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y esto se supo; así se los prendió y se los dio tormento para que confesaran tal hecho. Entonces fue pronunciada la sentencia que a los tres susodichos españoles se los condenara y ajusticiara y se los colgara en una horca. Así se cumplió esto y se los colgó en una horca. Ni bien se los había ajusticiado y cada cual se fue a su casa y se hizo noche, aconteció en la misma noche por parte de otros españoles que ellos han cortado los muslos y los pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido. También ha ocurrido entonces que un español se ha comido su propio hermano que estaba muerto. Esto ha sucedido en el año de 1535 en nuestro día de Corpus Cristi en la sobredicha ciudad de Buenos Aires.
Capítulo 10.
Como ahora nuestro capitán general don Pedro Mendoza juzgó que él no podía mantener su gente, ordenó y dispuso a sus capitanes que se hicieran cuatro bergantines; y pueden viajar cuarenta hombres en una tal barquilla y hay que moverlas a remo. Y cuando tales cuatro barcos que se llaman bergantines estuvieron aparejados y listos, junto con otras pequeñas barquillas a las cuales se las llama bateles o botes, de nanera que en total fueron siete barcos; cuando todos estos estuvieron aparejados, ordenó y mandó nuestro capitán general don Pedro Mendoza a sus capitanes que se convocara a la gente. Cuando esto ocurrió y la gente estuvo reunida, tomó nuestro capitán trescientos cincuenta hombres con sus arcabuces y ballestas y navegamos aguas arriba por el Paraná para buscar los indios para que nosotros pudiéramos lograr comida y bastimento. Pero cuando estos indios nos hubieron divisado, huyeron todos ante nosotros y no pudieron hacernos mayor bellaquería como la de quemar y destruir los alimentos; esto era su modo de guerra; así nosotros no tuvimos nada que comer ni mucho ni poco pues se le daba a cada uno tres medías onzas de pan en bizcocho en cada día. En este viaje murieron de hambre la mitad de nuestra gente. Así tuvimos que regresar, porque nada pudimos lograr en este viaje y estuvimos en andanzas por dos meses. Cuando vinimos de nuevo al lugar donde estaba nuestro capitán general el don Pedro Mendoza, hizo llamar él enseguida a nuestro capitán que había estado con nosotros en el viaje; éste se llamaba Jorge Luján. Entonces nuestro capitán general tomó relación del susodicho Jorge Luján de qué modo había ocurrido que se le hubiera muerto tanta gente. A esto él le respondió que él no había tenido comida alguna y que los indios habían huído todos, como vosotros lo habéis sabido muy bien más arriba.
Capítulo 11.
Después de todo esto permanecimos reunidos durante un mes en la ciudad de Buenos Aires en gran penuria y escasez hasta que se hubieren aprestado los barcos. En este tiempo en que estuvimos reunidos, vinieron los indios contra nuestro asiento de Buenos Aires con gran poder e ímpetu hasta veintitrés mil hombres y eran en conjunto cuatro naciones; una se llamaba los Querandís, la otra los Guaranís, la tercera los Charrúas, la cuarta los Chana-Timbús. Tenían la intención de matarnos a todos nosotros pero Dios el Todopoderoso no les concedió tanta gracia aunque estos susodichos indios quemaron nuestro lugar; pues nuestras casas estaban techadas con paja pero la casa del capitán general estaba cubierta con tejas. Pero de cómo han quemado nuestro lugar y casas quiero comunicar con brevedad y dar a comprender. Algunos de los indios llevaban el asalto y los otros tiraban sobre las casas con flechas encendidas para que nosotros no pudiéramos tener tanto tiempo que hubiéramos podido salvar nuestras casas. Las flechas que ellos tiraban son hechas de cañas y ellos las encienden adelante en la punta. También hacen flechas otro palo que si se le enciende, arde también y no se apaga. Donde se la tira sobre las casas, comienza a arder. En la escaramuza perecieron de entre treinta hombres Capitanes y alféreces y otros buenos compañeros. Dios los sea clemente y misericordioso y a nosotros todos. Amén. En este ataque quemaron también cuatro barcos grandes pues estos barcos estaban surtos hasta a media legua de nuestra ciudad de Buenos Aires; ahí estos barcos no tenían sobre ellos ninguna artillería; la gente que estaba sobre estos barcos, cuando vio tan gran multitud de indios huyó hacia otros tres barcos que estaban surtos ahí cerca. Cuando notaron ellos esto y vieron arder los otros barcos, pusiéronse a la defensa y descargaron la artillería contra sus enemigos. Pero cuando los indios vieron y sintieron esto de la artillería se retiraron y nos dejaron en paz. Esto ha ocurrido en el año 1535 y en el día de San Juan.
Capítulo 12.
Después de haber acontecido todo esto, tuvo que meterse en los barcos toda la gente, nuestro capitán general don Pedro Mendoza mandó y dio su poder a un capitán que se llamaba Juan Ayolas para que éste fuere nuestro capitán general y gobernara la gente. Entonces este capitán Juan Ayolas mandó convocar la gente e hizo un alarde. Entonces encontró que de los dos mil quinientos hombres estaban aún con vida unos quinientos sesenta de gente de guerra; los demás habían hallado la muerte por hambre o por haber sido muertos por los indios. Dios les sea clemente y misericordioso y a nosotros todos. Amén. Por aquel tiempo perecieron en este mismo tiempo hasta unas veinte personas, que fueron muertos y comidos por las Carios. Dispuso nuestro capitán Juan Ayolas con los marineros que aprestaran ocho pequeños barquitos bergantines y bateles o botes que él con este gente y buques quería navegar aguas arriba por el río Paraná y buscar una nación que se llama Timbúes para que él obtuviere bastimentos para mantener la gente. A esto dio cumplimiento nuestro capitán Juan Ayolas y apartó cuatrocientos hombres de los quinientos sesenta y los otros ciento sesenta los dejó en los cuatro barcos para que cuidaran estos cuatro barcos y les dió un capitán que se llamaba Juan Romero. Éste debía mirar por los barcos y guardarlos y les dio bastimentos por un año para que todos los días se diere a cada hombre de guerra ocho medias onzas de pan o harina; si alguno quería comer más que se lo buscara.
Capítulo 13.
Nuestro capitán Juan Ayolas mandó convocar la tropa, los cuatrocientos hombres y los embarcó en los barcos y viajó aguas arriba por el sobredicho río Paraná. También viajó con nosotros nuestro supremo capitán general don Pedro Mendoza y estuvimos durante dos meses en viaje, pues hay ochenta y cuatro leguas desde los cuatro barcos que habíamos dejado hasta estos indios que se llaman Timbús y llevan en ambos lados de las narices una pequeña estrellita que está hecha de una piedra blanca y azul y son gentes grandes y garbosas de cuerpo; pero las mujeres son toscas y las jóvenes y viejas están siempre rasguñadas y ensangrentadas debajo de los ojos; y la fuerza de los indios es mucha como sabréis por mí más adelante y no comen otra cosa que pescado y carne. En toda su vida no han tenido otra comida. Se calcula a esta nación como de quince mil hombres, más bien mas que menos; también tienen canoas de las que allá afuera en Alemania se llaman barquillas como usan los pescadores. Estas barquillas son hechas de un árbol y las barquillas tienen un ancho de tres pies y en el fondo un Iargo de ochenta pies. En todo tiempo viajan en ellas hasta diez y seis hombres y todos deben remar y tienen remos como los pescadores en Alemania, fuera de que no son reforzados con hierro abajo en la punta. Cuando vinimos con nuestros barcos hasta a cuatro leguas de camino de su localidad, entonces nos divisaron y vinieron a nuestro encuentro hasta en cuatrocientas canoas o barquillas y en cada barquilla estaban diez y seis hombres y se vinieron a nosotros en modo pacífico. Nuestro capitán general Juan Ayolas regaló al indio principal de los Timbús que se llamaba Cheraguazú una camisa y un birrete rojo, un hacha y otras cosas más de rescate. Dicho Cheraguazú nos condujo a su localidad y nos dieron de comer pescado y carne en divina abundancia, pero si el susodicho viaje hubiere durado diez días más, no se hubiere salvado ninguno de nosotros de hambre. Así que los cuatrocientos hombres han muerto en este viaje cincuenta hombres.
Capítulo 14.
Después de esto quedamos en esta localidad por tres años. Pero nuestro capitán general don Pedro Mendoza estaba lleno de gálicos y tullido; no podía mover ni pies ni manos y había consumido en este viaje cuarenta mil duros en dinero efectivo. Así no quiso estar más junto a nosotros en la tierra y quiso viajar de nuevo hacia España como así lo hizo y viajó de retorno con dos pequeños barquitos-bergantines y vino a los cuatro barcos grandes en Buenos Aires y tomó con cincuenta hombres y viajó de nuevo a España con dos barcos grandes y dejó los otros dos barcos en Buenos Aires. Pero cuando nuestro capitán general don Pedro Mendoza había llegado a mitad de camino, Dios Todopoderoso le acometió en manera que muriese miserablemente; Dios lo sea clemente y misericordioso. También había convenido con nosotros antes que él saliere del país que ni bien él o los barcos vinieren a España, iba a mandar en seguida como lo primero otros dos barcos al Río de la Plata; todo lo que él dispuso en su lecho de muerte y en su testamento, todo eso se ha hecho; también había encargado gente y ropa, rescate y todo lo que en este tiempo ha sido menester. Ni bien llegaron los dos barcos a España fueron entregadas las cartas. Cuando los consejeros de su Cesárea Majestad supieron esto de lo que sucedía en el país despacharon lo más pronto posible dos barcos grandes con gente y alimentos y mercaderías, también como que se necesitaba en el país.
Capítulo 15.
También el capitán que ha partido en este tiempo al Río de la Plata se ha llamado Alonso Cabrera y trajo con él más de doscientos españoles. Trajo con él bastimentos para dos años y vino en el año 1538 a Buenos Aires, donde habían quedado los dos buques con ciento sesenta hombres, como vosotros habés sabido en la 15º hoja. Y el capitán Alonso Cabrera hizo aprestar cuatro barcos-bergantines y embarcó en ellos víveres y otras cosas más que se necesitan en este viaje. Así su Cesárea Majestad había dado orden al Alonso Cabrera que entonces viajó capitán sobre los doscientos hombres y los dos barcos que han venido desde España que ni bien él llegara al lado de Juan Ayolas, enviara en seguida un buque de vuelta a España y diere relación de la tierra. En cuanto él llegó al lado del Juan Ayolas, nuestro capitán general, dispuso él entonces enseguida y envió un barco de nuevo a España e hizo saber a los consejeros de su Cesárea Majestad cómo iban las cosas en el país y lo que había de existencias. Después de todo esto el capitán general Juan Ayolas celebró un consejo con Alonso Cabrera y Domingo Martínez de Irala y con otros capitanes; ellos quisieron navegar por el río Paraná arriba con cuatrocientos hombres y ocho buques bergantines y buscar un río que se llama Paraguay.
Capítulo 16.
Sobre este río Paraboe (Paraguay) viven Carios que tienen trigo turco (maíz) y una raíz que se llama mandioca y otras buenas raíces más que se llaman patatas y mandioca-poropí y mandioca-pepirá. La raíz de batata se parece a una manzana y tiene el mismo gusto; la mandioca-poropí tiene un gusto como castaña. De la mandioca-pepirá se hace un vino que toman los indios. Los Carios tienen también pescado y carne y ovejas grandes como en esta tierra los mulos romos (mulas); también tienen puercos del monte y otra salvajina y avestruces; también tienen gallinas y gansos en divina abundancia. Después de esto, mandó nuestro capitán general Juan Ayolas que se reuniera la gente con sus armas pues él quería hacer un alarde como luego lo hizo, de modo que halló que entre su gente y la gente que había venido con Alonso Cabrera desde España eran en todo quinientos cincuenta hombres; él tomó cuatrocientos hombres y a los otros ciento cincuenta hombres los dejó al lado de los sobredichos Timbús, pues no se tenían bastantes barcos para que navegara la gente reunida y les dejó también a ellos, a los ciento cincuenta de gente de guerra un capitán que debía gobernarlos y ejercer justicia; éste se llamaba Carolus Dubrin, un alemán, y había sido tiempos antes mozo de cámara de su Cesárea Majestad. Zarpamos desde este puerto que se ha llamado Buena Esperanza con ocho buques-bergantines; así vinimos el primer día a cuatro leguas de camino a una nación que se llama Corondá; viven de pescado y carne y son aproximadamente cerca de doce mil en gente adulta que se emplea para la guerra y son iguales a los sobredichos Timbús. También tienen dos estrellitas en ambos lados de la nariz; son gentes garbosas en sus personas pero las mujeres feamente arañadas bajo los ojos y ensangrentadas, jóvenes y viejas; y sus partes están cubiertas con un paño hecho de algodón. Estos indios tienen mucho cuero curtido de las nutrias y tienen también muchísimas canoas o barquillas. Ellos compartieron con nosotros su escasez de pescado y carne y cuero curtido sobado y otras cosas más; nosotros también del mismo modo les dimos cuentas de vidrio, rosario, espejos, peines, cuchillos y otros rescates más y quedamos con ellos durante dos días. También nos dieron dos indios de los Carios que eran sus cautivos para que nos enseñaran el camino y a causa de la lengua.
Capítulo 17.
De ahí navegamos hacia una nación que se llama Quiloazas y son ellos alrededor de cuarenta mil hombres de pelea y tienen para comer pescado y carne, y tienen también dos estrellitas en la nariz como los sobredichos Timbús y Corondás; las tres naciones hablan todas una sola lengua; y desde los susodichos Corondás hay treinta leguas de camino hasta los Quiloazas y viven en una laguna; ésta es extensa o larga unas seis leguas de camino y ancha unas cuatro leguas; con ellos quedamos cuatro días; también nos participaron su escasez; nosotros hicimos lo mismo; estos indios habitan en la orilla izquierda del Paraná. Desde ahí navegamos durante diez y seis días sin que viéramos ni encontráramos gente alguna. En esto vinimos a un pequeño río; éste corre hacia el interior del país. En este río hallamos reunida mucha gente que se llama Mocoretás; éstos no tienen otra cosa que comer que pescado y carne pero por parte mayor tienen pescado. Estos indios cuentan alrededor de diez y ocho mil hombres para pelear; tienen muchísimas canoas, éstas son barquillas. Estos Mocoretás nos han recibido muy bien a su manera y nos han dado lo que nosotros hubimos menester en pescados y carne. Así quedamos con ellos cuatro días. Habitan en la otra banda del rio Paraná y eso es en la orilla derecha; hablan otra lengua y también tienen dos estrellitas en la nariz y son gentes garbosas y bien formadas de cuerpo pero las mujeres son feas como las sobredichas mujeres. Desde los sobredichos Quiloazas hasta estos Mocoretás hay sesenta y cuatro leguas de camino. Cuando estuvimos entre estos Mocoretás, encontramos por casualidad en tierra una gran serpiente larga como de veinte y cinco pies y tan grande como un hombre en la grosura y era salpicada de negro y amarillo. Así la matamos de un tiro de arcabuz. Cuando los indios la vieron, se admiraron mucho de la serpiente porque nunca jamás habían visto tan gran serpiente; y esta serpiente ha hecho mucho mal a los indios, pues cuando querían bañarse, estaba esta serpiente en el río y pegaba su cola alrededor del indio y lo tiraba bajo el agua y lo comía, de modo que los indios no sabían cómo podía suceder que esta serpiente ha comido muchos indios. Yo mismo he medido tal serpiente a lo largo y a lo ancho, así que yo bien lo sé, etc. Los indios Mocoretás han tomado esta víbora y la han hachado en pedazos y la han llevado a sus casas y la han comido asada y cocida.
Capítulo 18.
De ahí partimos de nuevo desde los indios y navegamos río arriba por el Paraná en cuatro jornadas y vinimos a una nación que se llama Chanás Salvajes; son hombres bajos y gentes gruesas y no tienen otra cosa para comer que carne y miel. Las mujeres no tienen nada delante de sus partes, y andan completamente desnudas, mujeres y hombres, tales cuales Dios el Todopodoroso los ha puesto en el mundo y guerrean con los Mocoretás. Su carne es la de venados y puercos del monte, avestruces, también conejos que son iguales a una rata grande salvo que no tienen cola. Así que no permanecimos más de una noche pues ellos no tenían nada que comer porque hacía cinco días habían venido al río Paraná para pescar y guerrear contra los Mocoretás. Es una gente igual como allá afuera los salteadores; cometen una iniquidad y huyen de retorno. Estuvimos de camino desde los Mocoretás durante cuatro días y hay diez y seis leguas de camino de distancia de donde los encontramos, pero por lo habitual ellos habitan tierra adentro a veinte leguas del río para que los Mocoretás no los asalten. Estos Chanás Salvajes son dos mil hombres de gente de pelea. Desde ahí navegamos y vinimos a una nación que se llama Mapenis y son muchísimos. No habitan todos en conjunto, pero en dos días pueden reunirse sobre el río y la tierra. Se los calcula en cerca de cien mil hombres y tienen una tierra como de cuarenta leguas de larga y ancha. También tienen más canoas o barquillas que cualquier otra nación que nosotros hasta ahora hemos visto aquí. En una canoa pueden viajar hasta veinte personas y ellos nos recibieron en modo de guerra sobre el río con quinientas canoas o barquillas. Pero los susodichos Mapenis no han ganado mucho con nosotros y nosotros con nuestros arcabuces hemos baleado y dado muerte a muchos en ese entonces; pues ellos no habían visto antes jamás cristiano alguno ni arcabuces. Cuando vinimos nosotros a sus casas o localidad, no pudimos ganarles nada, pues había una legua de camino desde el río Paraná donde teníamos nuestros buques. Cuando vinimos al pueblo había agua y muy honda alrededor del pueblo; no pudimos ganarles nada. Hallamos doscientas cincuenta canoas o barquillas, las cuales hemos quemado y destrozado todas. Tampoco debimos quedar lejos de nuestros barcos pues también recelábamos de ellos que atacarían los buques por algún otro lado. Así volvimos de nuevo a nuestros buques; el guerrear de los susodichos Mapenis no es otro que sobre el agua. Así hay desde los sobredichos Chaná-Salvajes noventa y cinco leguas de camino hasta estos Mapenis.
Capítulo 19.
Así navegamos desde ahí y vinimos en ocho días a un río que se llama Paraguay; éste está sobre la mano izquierda; y dejamos al Parana y navegamos por el Paraguay arriba; entonces hallamos muchísima gente reunida, éstos se llaman Curemaguás. Estos no tienen otra cosa para comer que pescado y carne y cuernitos de morueco (algarroba) o sea pan de San Juan. Los indios hacen vino de estos cuernitos de morueco. Así los susodichos Curemaguás nos dieron todo lo que entonces necesitábamos y se ofrecieron mucho a nosotros. Los hombres y mujeres son muy altas y grandes. Los hombres tienen un agujerito sobre la nariz, por ahí meten ellos una pluma de papagayo para embellecerse; las mujeres son pintadas con largas rayas azules bajo los ojos, esto perdura por la eternidad y tienen cubiertas sus partes desde el ombligo hasta la rodilla con un paño de algodón. También desde los sobredichos Mapenis hay cuarenta leguas hasta estos Curemaguás; ahí quedamos por tres días. Y de ahí navegamos hacia una nación que se llaman Agaces; tienen pescado y carne para comer y los hombres y las mujeres son gentes garbosas y altas. Las mujeres son lindas y pintadas bajo los ojos como las susodichas mujeres y tienen también delante de sus partes un paño hecho de algodón. Cuando vinimos hacia los susodichos Agaces, pusieronse ellos a la defensa e intentaron guerrear y no quisieron dejarnos pasar adelante. Cuando nosotros conocimos esto de parte de los sobredichos Agaces y vimos que, sin embargo, ninguna bondad iba a remediar, lo encomendamos a Dios el Todopoderoso y hicimos nuestra ordenanza y marchamos contra ellos por agua y tierra y nos batimos con ellos y exterminamos muchísimos de los susodichos Agaces. Ellos nos mataron alrededor de quince hombres, que Dios les sea clemente y misericordioso y a todos nosotros, amén. Estos susodichos Agaces son la mejor gente de guerra que hay sobre todo el río, pero por tierra no lo son tanto. A sus mujeres e hijos y alimentos los habían llevado en fuga y ocultado de manera que nosotros tampoco pudimos quitarles sus mujeres e hijos a aquellos que habían huído y escapado. Pero como les fue a aquellos lo sabréis muy bien después en breve. Ellos tienen también muchísimas canoas o barquillas; desde los sobredichos Mocoretás hasta estos Agaces hay treinta y cinco leguas y el pueblo de los Agaces está sobre un río que se llama Ipetí y se encuentra sobre el otro lado del Paraguay; el río viene desde las sierras del Perú, de un lugar que se llama Tucumán.
Capítulo 20.
Después que dejamos a los Agaces, vinimos a una nación que se llaman Carios y hay cincuenta leguas de camino desde los Agaces. Ahí nos dio Dios el Todopoderoso su gracia divina que entre los susodichos Carios o Guaranís hallamos trigo turco o maíz y mandiotín, batatas, mandioca-poropí, mandioca-pepirá, maní, bocaja y otros alimentos más, también pescado y carne, venados, puercos del monte, avestruces, ovejas indias, conejos, gallinas y gansos y otras salvajinas las que no puedo describir todas en esta vez. También hay en divina abundancia la miel de la cual se hace el vino; tienen también muchísimo algodón en la tierra. Estos Carios tienen bajo su dominio una tierra grande; yo creo y es verídico, alrededor de trescientas leguas a lo largo ancho que es su residencia. Estos Carios o Guaranís son gentes bajas y gruesas y pueden aguantar algo más que otras naciones. Los hombres tienen en el labio un pequeño agujerito, en ese meten un cristal que es de un largo como de dos jemes y grueso como un canuto de pluma y el color es amarillo y se le llama en indio un paraboe. Las mujeres y los hombres andan completamente desnudos, como Dios el Todopoderoso los ha creado. El padre vende su hija, y el marido su mujer cuando ella no le place, y el hermano su hermana; una mujer cuesta una camisa o un cuchillo, o una pequeña hacha u otro rescate más. Los Carios han comido carne humana cuando nosotros vinimos a ellos; cómo la comen lo sabréis en lo que sigue. Cuando estos susodichos Carios hacen la guerra contra sus enemigos, entonces a quien de estos enemigos agarran o logran, sea hombre o mujer, sea joven o vieja, sean niños los ceban como aquí en esta tierra se ceba un cerdo, pero si la mujer es algo linda, la conserva un año o tres. Cuando ya están cansados de ella, la matan y la comen; hacen una fiesta o gran función al igual como se hace en Alemania pero si es un hombre anciano o mujer vieja se le hace trabajar a éste en las rozas y a ésta en preparar la comida para su amo. Los sobredichos Carios migran más lejos que ninguna nación que están en esta tierra en Río de la Plata y no hay nación alguna que sea mejor para ocuparla en las guerras por tierra y que pueda aguantar más que los sobredichos Carios. Hemos halldo su localidad o asiento de estos Carios sobre un terreno alto sobre el río Paraguay.
Capítulo 21.
Y la localidad se ha llamado en tiempos anteriores en su idioma indio Lambaré. Este asiento está hecho de dos empalizadas de palos en derredor o en círculo y cada poste ha sido tan grueso como un hombre en la grosura y en el medio y desde una a otra ha estado parada una empalizada a doce pasos y los postes han estado enterrados bajo tierra por una buena braza y sobre la tierra tan altos como hasta donde un hombre puede alcanzar con una espada larga. Los Carios han tenido sus trincheras, también han hecho fosos a distancia de quince pasos de este muro o empalizada tan hondos cuan altos tres hombres. Dentro de éstos habían clavado una lanza hecha de un palo duro y ha sido tan afilada como es puntiaguda una aguja. Han cubierto estos fosos con paja y pequeñas ramitas del bosque y volcado encima un poco de tierra y hierba para que nosotros no viéramos a estos fosos como que habían sido fosos para si ocurriera que nosotros los cristianos quisiéramos correr tras los susodichos Carios que nosotros cayéramos en ellos. Y estos fosos han sido perjudiciales para ellos y ellos mismos han caído adentro en esta manera: cuando nuestro capitán general Juan Ayolas ha venido con los bergantines o buques a los susodichos Carios o Guaranís a tierra, dispuso y mandó a sus alféreces y sargentos principales que nosotros hiciéramos ponerse en ordenanza la gente de guerra y marcháramos contra la ciudad. Dejamos sesenta hombres en los bergantines para que éstos quedaran guardados y con los otros nos alejamos hacia el asiento de Lambaré hasta un buen tiro de arcabuz. Así nos divisaron los sobredichos Carios con cerca de cuarenta mil hombres de pelea con sus arcos de arma y flechas y dijeron a nuestro capitán general Juan Ayolas que nos volviéramos de nuevo a nuestros bergantines o nuestros barcos, y ellos nos proveerían de bastimentos y también de lo que nosotros necesitáramos y que nos alejáramos de ahí; si no ellos serían nuestros enemigos. Pero nosotros y nuestro capitán general Juan Ayolas no quisimos retroceder de nuevo, pues la tierra y la gente nos parecieron muy convenientes, junto con la mantención; pues nosotros en cuatro años no habíamos comido pan ninguno, sino que sólo con peces y carne nos hemos sustentado Ya que nosotros no quisimos hacer esto, tomaron ellos sus arcos y nos recibieron y nos dieron la bienvenida. Aun así nosotros no quisimos hacerles nada, al contrario, les hicimos requerir por un lengua en tres veces y quisimos ser sus amigos, pero de esto no quisieron hacer caso. A esto, ellos aun no habían probado nuestras armas. Pero cuando estuvimos cerca de ellos, hicimos estallar entonces nuestros arcabuces. Cuando ellos oyeron nuestras armas y vieron que su gente caía al suelo y no veía ni bala ni flecha alguna, sino un agujero en el cuerpo, no pudieron permanecer y huyeron y caían los unos sobre los otros como los perros y sn fueron a su pueblo. Algunos entraron en el pueblo; otros, alrededor de doscientos hombres, cayeron en los fosos, porque no habían tenido tiempo suficiente para mirar en derredor suyo. Después de esto llegamos al pueblo pero los indios que estaban en el pueblo se sostuvieron lo mejor que pudieron y se defendieron muy valientemente por dos días. Mas cuando vieron los indios que no podían sostenerlo más y temieron por sus mujeres e hijos, pues los tenían a su lado en el pueblo, vinieron ellos, estos susodichos Carios, y pidieron a nuestro capitán general Juan Ayolas que los recibiera en perdón; que ellos harían todo cuanto nosotros quisiéramos. También trajeron y regalaron a nuestro capitán Juan Ayolas seis mujeres, la mayor era de diez y ocho años de edad; también le hicieron un presente de alrededor de unos nueve venados y otra carne de monte. A más nos pidieron que permaneciéramos con ellos y dieron a cada gente de guerra u hombre dos mujeres para que cuidaran de nosotros, cocinaran, lavaran y atendieran en otras cosas más de las que uno en aquel tiempo ha necesitado. También nos dieron sustento de comida de la que nosotros tuvimos necesidad en esa ocasión. Con esto quedó hecha la paz con los Carios.
Capítulo 22.
Después de todo esto los Carios debieron edificar para nosotros una casa grande y fuerte de piedra y tierra, y aun de palos, para que por si con el tiempo sucediera que los sobredichos Carios quisieran rebelarse contra los cristianos, estos cristianos tuvieren entonces un amparo y se sostuvieron y defendieron contra los Carios. Así duró la amistad con los Carios durante cuatro años. Hemos tomado esta localidad en el día de Nuestra Señora de Asunción en el año de 1539 y aún se llama la ciudad Nuestra Señora de Asunción. De los españoles y de otras naciones han perecido en esta escaramuza unos diez y seis hombres. Allí quedamos unos dos meses. Desde los sobredichos Agaces hasta estos Carios hay treinta leguas de camino; desde la localidad de Buena Esperanza que quiere decir en alemán gute Hoffnung, donde están los Timbús, hay alrededor de trescientas cincuenta y cinco leguas de camino hasta estos Carios. Y después de todo esto hicimos una alianza con los Carios por si querían marchar con nosotros contra los sobredichos Agaces y guerrearlos. Con esto estuvieron bien conformes y nuestro capitán les preguntó con cuánta fuerzas querían marchar con nosotros contra los enemigos; entonces los Carios dieron a nuestro capitán la respuesta que con fuerza de ocho mil hombres. Así nuestro capitán estuvo en contento; entonces nuestro capitán general Juan Ayolas tomó trescientos españoles y con los Carios y marcharon aguas abajo y por tierra por las treinta leguas donde están los Agaces susodichos, como vosotros habéis sabido en la vigésima quinta hoja cómo ellos nos han tratado. Los hallamos en el antiguo lugar donde los habíamos dejado antes entre las tres y cuatro horas durmiendo en sus casas, sin sentir nada, pues los Carios los habían espiado. Así dimos muerte a los hombres, mujeres y aun a los niños. Es que los Carios son un pueblo así que cuantos ven o encuentran frente a ellos en la guerra deben morir todos; no tienen compasión con ningún ser humano. Tomamos hasta quinientas canoas grandes o barquillas y quemamos todos los pueblos que encontramos e hicimos a ellos un gran daño. A los cuatro meses después vinieron aquellos Agaces que habían escapado con vida, pues tampoco habían estado todos juntos en la escaramuza y pidieron clemencia a nuestro capitán Juan Ayolas. Así nuestro capitán tuvo que recibirlos en concordia, pues así había mandado y dispuesto la Cesárea Majestad que toda vez que se presentará cualquier principal de los indios y pidiere perdón hasta por tercera vez, débese concedérselo y guardárselo. Pero si sucediera que por tercera vez él violara la paz con los cristianos, entonces debe quedar por toda su vida como un esclavo o cautivo o prisionero.
Capítulo 23.
Después de todo esto permanecimos séis meses en la sobredicha ciudad Nuestra Señora de Asunción o Unser lieben Frau Himmelfahrt y reposamos durante este tiempo. Entonces nuestro capitán general Juan Ayolas hizo preguntar a los sobredichos Carios acerca de una nación que se llaman Payaguás. Entonces contestaron a nuestro capitán que estos Payaguás estaban a cien leguas de camino de la susodicha ciudad de Asunción, río Paraguay arriba. Cuando nuestro general ha sabido esto por los Carios, preguntóles también si los susodichos Payaguás tenían bastimento y qué clase de bastimento y también qué gente era y cómo andaban, y qué tenían para nosotros; entonces respondieron los Carios a nuestro capitán que los Payaguás no tenían otros alimentos que pescado y carne. También tienen cuernitos de morueco o sea algarroba o pan de San Juan y de estos cuernitos de morueco hacen una harina, ésa se la comen con los pescados. De los cuernitos de morueco hacen ellos también un vino y es muy bueno, como en Alemania la aloja. Cuando nuestro capitán general Juan Ayolas supo todo esto por los susodichos Carios, ordenó él entonces a los Carios que cargaran dentro de dos meses cinco barcos con provisiones de trigo turco y otro bastimento más que en esos países es habitual consumo y que él en este tiempo también quería aprestarse con sus compañeros e iba a navegar hacia los susodichos Payaguás y desde ahí más adelante hacia una nación que se llaman Carcará. Entonces dieron los Carios a nuestro capitán la respuesta que ellos querían ser dispuestos y obedientes y cumplir su mandado. También mandó y dispuso nuestro capitán con los marineros que ellos aparejaran los buques para realizar el viaje. Después que todo esto estuvo ordenado y cumplido y los buques estuvieron cargados con bastimentos, dispuso nuestro capitán Juan Ayolas con sus capitanes y alféreces, también los sargentos principales que ellos convocaran la gente. Cuando todo esto se cumplió, tomó nuestro capitán Juan Ayolas de entre estos cuatrocientos hombres unos trescientos hombres bien pertrechados con nuestras armas y los ciento sesenta hombres los dejó en la sobredicha fortaleza que se llama Nuestra Señora de Asunción donde viven los susodichos Carios. Después de todo esto ordenó entonces nuestro capitán a los sargentos principales que nosotros ordenáramos a la gente que se fueren a los barcos. Cuando toda la gente de guerra estuvo en los buques, navegó nuestro capitán Juan Ayolas río arriba. Ahí hallamos a cada cinco leguas de camino una localidad de los susodichos Carios que se asientan ahí sobre el río Paraguay. En cada ocasión que vinimos a sus lugares, los Carios trajeron a nosotros, los cristianos, bastimentos: pescado y carne, gallinas, gansos, ovejas indias, avestruces y otras cosas más, todo lo que entonces necesitábamos y lo que ellos tenían. Pero cuando nosotros vinimos a la última localidad que se llama Guayviaño, que está a ochenta leguas de la ciudad de Nuestra Señora de Asunción, tomamos de los susodichos Carios bastimentos y otras cosas mas que hubimos menester entonces en nuestro viaje.
Capítulo 24.
De ahí partimos y venimos a un cerro que se llama San Fernando; éste se parece al Bogenberg. Ahí encontramos los sobredichos Payaguás; desde el lugar de Guayviaño hasta estos Payaguás hay doce leguas. Los Payaguás vinieron a nuestro encuentro con cincuenta canoas y nos recibieron con falso corazón, como vosotros lo sabréis después y nos acompañaron a sus casas y para comer nos dieron pescado y carne, también cuernitos de morueco o pan de San Juan. Tras esto quedamos nosotros entre los Payaguás durante unos nueve días. Así nuestro capitán general hizo preguntar a los Payaguás si ellos sabían de una nación que se llama Carcarás; entonces el principal Payaguá dio una respuesta de oídas que los Carcarás estaban lejos tierra adentro, pero que ellos no sabían de esto y que los Carcarás tenían mucho oro y plata, pero nosotros todavía no hemos visto nada. Declararon que esa era gente encendida como nosotros los cristianos y tenían mucha comida; trigo turco y mandioca y maní, batatas, bocaja, mandioca-poropí, mandiotín, mandioca-pepirá y otras raíces más, carne de las ovejas indias, antas, este animal se parece a un burro en la cabeza pero tiene patas como una vaca y es de cuero gris y tiene un cuero grueso como de búfalo, venados, conejos, gansos y gallinas en abundancia. Pero estos Payaguás dijeron que no habían visto antes todo esto, pero cuando Juan Ayolas ha entrado en la tierra, lo ha visto y después nosotros lo hemos visto aún mejor; nosotros hemos entrado en la tierra y salimos de nuevo, como vosotros sabréis después. Pidió nuestro capitán a los Payaguas que le dieren algunos hombres que entraren con él al país. Ellos estuvieron dispuestos y el Payaguá principal le dio trescientos indios que debían marchar tierra adentro con él y portar su mantención y el aparejo necesario. Después de todo esto cuando los Payaguás habían dado su contestación, dispuso y mandó nuestro capitán general Juan Ayolas con los sobredichos Payaguás que quisieron entrar con él en la tierra, que se aprestaran para ello; él partiría dentro de cuatro días. También hizo que de los cinco buques desmantelaran tres y dejó dos barcos y en los dos barcos dispuso y dejó él unos cincuenta hombres con sus armas en los dos buques, para que nosotros lo esperáramos durante cuatro meses; si sucediera que él no viniere con estos cuatro meses, que entonces nosotros regresáramos a la ciudad de Nuestra Señora de Asunción. Así nos dejamos estar seis meses con nuestro capitán Domingo Martínez de Irala. Cuando comprendimos que nuestro capitán general Juan Ayolas no vendría, ni una noticia que supiéramos de él, como a eso nos ha faltado el bastimento, así que no tuvimos nada que comer, estuvimos obligados a viajar de nuevo a la ciudad de Nuestra Señora de Asunción a la cual junto con nosotros nuestro capitán general Juan Ayolas había dejado.
Capítulo 25.
Sabed, pues, a continuación sobre la entrada de cómo nuestro capitán general Juan Ayolas entró en la tierra y volvió a salir. Primero él marchó a una nación que se llaman Naperus y éstos son amigos de los Payaguás y no tienen otra cosa que comer que pescado y carne y es una gran nación. Nuestro capitán tomó algunos de estos Naperus que marcharon con él tierra adentro y le enseñaron el camino. Y atravesaron por muchas naciones y padecieron grandes penas y escaseces, hambre y pesadumbres; también tuvo gran resistencia nuestro capitán Juan Ayolas en esta entrada de parte de los indios; se le murió más de la mitad de la gente de los españoles y vino a una nación que se llama Payzunos, ahí no pudo seguir más y tuvo que regresar de nuevo; dejó entre estos Payzunos tres españoles, pues estaban gravísimamente enfermos. Cuando nuestro capitán general Juan Ayolas con españoles e indios cruzó de nuevo la tierra salvamento, o sea con salud hasta los sobredichos Naperus, quedó allí nuestro capitán Juan Ayolas con los españoles durante tres días y reposaron, pues estaban cansadísimos y también enfermos; tampoco tenían munición con ellos. Pero cuando conocieron tal cosa y vieron que éstos estaban enfermos y débiles, resultó que los sobredichos Naperus y Payaguás se convinieron entre sí, las dos generaciones e hicieron un contrato o sea alianza entre ellos, que iban a dar muerte a nuestro capitán general Juan Ayolas, lo que después han hecho. Así, cuando nuestro capitán general Juan Ayolas, por no haber sido prevenido ni haber recelado de ellos, estuvo a las tres jornadas entre los Naperus y los Payaguás en un gran matorral y bosque, ellos han realizado allá su plan y estuvieron ocultos a uno y otro lado del camino donde debía pasar el pobre Juan Ayolas, nuestro capitán general -Dios le sea clemente-, ahí los atropellaron, como perros hambrientos, y los mataron, que ninguno se salvó. Dios les sea clemente y misericordioso y a nosotros todos, amén.
Capítulo 26.
Nosotros supimos de este hecho por un indio que fue un esclavo de Juan Ayolas -Dios le sea clemente- al cual él había traído desde los Payzunos; éste se había escapado y nos contó todo cómo había sucedido desde un comienzo hasta el fin. Después estuvimos durante un año en la sobredicho ciudad Nuestra Señora de Asunción, que está situada allí sobre el río Paraguay y nuestro capitán general Juan Ayolas -Dios le conceda su gracia y misericordia- no quiso aparecer ni nosotros tuvimos nuevas del sobredicho Juan Ayolas, salvo que sólo los Carios habían comunicado a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala que los sobredichos Payaguás habían matado a los cristianos. Pero nosotros no quisimos dar crédito a ellos salvo que nos trajeren un Payaguá. Esto tardó cerca de dos meses cuando vinieron los Carios y trajeron a nuestro capitán unos Payaguás que ellos habían cautivado. Cuando nuestro capitán averiguó a los Payaguás si ellos habían hecho tal matanza de Juan Ayolas, ellos lo negaron y dijeron que él aún no había salido de la tierra. Así dispuso nuestro capitán con alcalde y corchetes que atormentaran a los Payaguás y los hicieran confesar. Pero se les dió tal tormento que los Payaguás debieron confesar y declararon que bien fuere verdad que ellos habían matado a los cristianos. Así tomamos los Payaguás y los condenamos y se les ató a ambos contra un árbol y se hizo una gran fogata desde lejos. Así se quemaron con el tiempo. Como esto lo supo nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y también nosotros, la gente de guerra, nos pareció bien que hiciéramos un capitán general que nos gobernara y fuere juez hasta tanto su Cesárea Majestad mandara mayormente. Y en seguida hicimos que mandara Domingo Martinez de Irala, pues él había mandado durante largo tiempo y él trataba bien a la gente de guerra y era bien visto por nosotros.
Capítulo 27.
Cuando todo esto hubo ocurrido y el Domingo Martínez de Irala debió gobernar la gente, mandó y dispuso que fueren aprestados cuatro barcos de los bergantines, pués él quería navegar por el río Paraguay abajo hacia los Timbú y Buenos Aires, donde estaba entonces la gente y traer toda la gente a reunirla en la sobredicha ciudad de Nuestra Señora de Asunción en cuanto nuestro capitán general Juan Ayolas -Dios le conceda su gracia y misericordia- había dejado de nuestra gente en Buenos Aires al lado de los barcos: ciento sesenta españoles; también había dejado ciento cincuenta hombres entro los Timbús, como lo halláis en la hoja quince y en la veinte, donde habéis sabido para qué los había dejado. Cuando nuestro capitán general Domingo Martínez de Irala había aprestado los barcos o bergantines, tomó de los doscientos diez hombres sesenta hombres y dejó ciento cincuenta hombres en la susodicha ciudad Nuestra Señora de Asunción y bajó con los cuatro bergantines por el río Paraguay y Paraná y llegó a los sobredichos Timbús, donde estaban los españoles. Sucedió allí que un capitán que se llamaba Francisco Ruiz y Juan Pavón, también un sacerdote y su secretario que se llamaba Juan Hernández, convinieron y celebraron un consejo entre sí, que ellos habían de matar al principal de los Timbús, que se llamaba Chérera-guazú, y algunos indios junto con él, como esto después ha sucedido. Después que ellos los sobredichos cristianos habían matado a los Timbús, vinimos nosotros con nuestro capitán Domingo Martínez de Irala con los cuatro barcos. Cuando él supo esto, se sobresaltó en modo grave por esta matanza y que habían huído los indios. Así nada pudo resolver y dejó bastimentos y provisiones en Corpus Cristi; también veinte hombres de los nuestros con un capitán que se llamaba Antonio Mendoza y mandó, so pena de la vida, que no se fiara de los indios de ninguna manera y que tuviera buena guardia día y noche y si ocurriese que ellos vinieren y quisieran ser otra vez sus amigos, que tratara con ellos y les demostrara buena amistad, pero no por eso se cuidara menos de ellos y estuviera alerta para que no sucediera un perjuicio a él ni a la gente. Nuestro capitán Domingo Martínez de Irala tomó consigo río abajo las cuatro personas que han sido culpables de la matanza de los indios, Francisco Ruiz, Juan Pavón, el sacerdote, su secretario Juan Hernández. Cuando quiso partir desde nosotros nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, llegó un principal de los Timbús que se llamaba Zalque Limy, que era gran amigo de los cristianos pero no obstante ello, estuvo obligado a habitar con suyos a causa de su mujer e hijos y amigos. Así clamó el susodicho Timbú Zaique Limy a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala que llevara río abajo toda su gente con él, pues todo el país estaba alzado contra ellos y querían matar y echar fuera de la tierra a los cristianos. Nuestro capitán le contestó que él volvería pronto; que su gente era bastante fuerte contra los indios y que él se viniere a los cristianos con mujer e hijos y sus amigos. Él contestó a nuestro capitán que toda su gente cumpliría esto, como lo hizo más tarde, pero diferentemente, como vosotros sabréis después. En esto navegó río abajo nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, y nos dejó solos ahí.
Capítulo 28.
Cuando habían pasado ocho días, entonces el Zaique Limy, el Timbú, envió con mente traidora, a uno de sus hermanos que, se llamaba Sueblada, y pidió de nuestro capitán Antonio Mendoza que le diere seis cristianos que tuvieren sus arcabuces, pues él tenía intención de llevar su hogar con sus amigos a nosotros y quería habitar al lado de nosotros. También explicó el susodicho Suebada que como él tenía miedo de sus amigos los Timbús, por esto pedía los seis cristianos a nuestro capitán para que él trajere con más seguridad sus trastos caseros, mujer e hijos y lo que ahí tuviera menester, pero esto era astucia y pura picardía y él se ofreció en grande a nuestro capitán, que él pensaba traernos comida y que cuanto nosotros creyéramos necesario, eso lo haría, como este indio Sueblada con falso corazón se ofrecía tanto, él le prometió entonces cincuenta españoles bien pertrechados con sus armas y se los dio para mayor seguridad, pues siempre son más fuerte cincuenta hombres que seis, como lo indiqué antes y ese nuestro capitán ordenó a los cincuenta hombres, que ahora debían viajar o marchar con el Sueblada, pues no había más que medio cuarto de legua de camino desde el lugar donde vivían los cristianos. Así ordenó nuestro capitán, que tuvieran presente y miraran bien que no recibieron algún daño de los susodichos indios. Cuando los cincuenta hombres españoles vinieron al pago y a las casas, vinieron entonces los amigos de entre los Timbús y les dieron un beso de Judas quien ha hecho falsedad y trajeron a comer pescado y carne y lo que ahí tenían. En esto que estaban comiendo, asaltaron a los cristianos los amigos y otros que estaban ocultos en las casas y en las rozas y les bendijeron la comida en tal modo que ni uno solo de ellos se escapo con vida salvo un muchachón que se llamaba Calderon, pero los demás cristianos tuvieron que dejar la vida. Dios les sea clemente y misericordioso y a todos nosotros. Después los enemigos atacaron nuestro lugar. Más de diez mil Timbús unidos como un solo hombre y sitiaron nuestro pueblo y se creyeron que ellos iban a tomar nuestro pueblo; pero Dios el Todopoderoso no les concedió tanta gracia para que pudieren conseguir algo y así acamparon durante catorce días ante nuestro pueblo y lo asaltaban día y noche. También habían hecho unas lanzas largas mediante las espadas que habían tomado y ganado a los cristianos; con éstas picaban contra nosotros y se defendían. En estos días sucedió en una noche que los indios llevaron un asalto muy fuerte y quemaron nuestras casas. En esto cuando nuestro capitán Antonio Mendoza corrió con un montante hacia un portón y llegó al portón, había unos indios ocultos que no se los pudo ver con sus lanzas y traspasaron con las lanzas al capitán que no pudo decir ni ay! ni guay! Dios le sea clemente. Pero los sobredichos indios no podían aguantar más y no tenían nada que comer; así tuvieron que levantar su campamento y se marcharon de ahí. Después de esto envió nuestro capitán dos barcos bergantines con bastimentos para que tuviéramos que comer hasta tanto él viniere desde Buenos Aires. Cuando hubieron venido estos dos barcos bergantines al lado nuestro en el pueblo de Corpus Cristi o día de Corpus entre los Timbús, estuvimos nosotros los cristianos muy alegres, pero los otros cristianos que estaban entonces en los dos barcos-bergantines estuvieron muy tristes cuando oyeron que habían muerto los cristianos. Celebramos consejo sobre lo que debíamos hacer, si debíamos navegar por el río abajo, o permanecer ahí; convinimos entre nosotros y consideramos bien hecho que todos juntos navegáramos río abajo, como lo hemos hecho. Pero cuando vinimos donde estaba nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, se sobresaltó él muchísimo y estuvo acongojado por la gente que ahí había perecido, pues él no sabía qué resolver ni qué hacer con nosotros, pues él no tenía más bastimento.
Capítulo 29.
A los cinco días de estar en Buenos Aires, vino desde España un barco chico que se le llama carabela y nos trajeron buenas noticias nuevas, como que había llegado otro barco a Santa Catalina; el capitán que estaba en este barco se llamó Alonso Cabrera y trajo con él desde España doscientos hombres. En cuanto nuestro Capitán Domingo Martínez de Irala supo tal nueva noticia hizo aprestar de los dos barcos uno que era un galeón y lo envió lo más pronto posible a Santa Catalina en el Brasil, que está a trescientas leguas de camino de Buenos Aires, donde estábamos nosotros y encomendó a un capitán que se llamaba Gonzalo Mendoza, que él gobernara el barco; en Santa Catalina en el Brasil, debía él cargar el barco con bastimentos de la raíz mandioca y otros alimentos más que ahí le parecieren buenos. Entonces este capitán Gonzalo Mendoza pidió a nuestro capitán general Domingo Martínez de Irala, que le diere y facilitara seis compañeros de la gente de guerra para que él pudiere fiarse en ellos. Tal cosa le concedió nuestro capitán. Entonces él tomó con él a mí y otros cinco españoles, también otros veinte de la gente de guerra y marineros que debían gobernar el barco. Llegamos a Santa Catalina después de un mes de viaje. Allí hallamos el susodicho barco que había venido desde España y al capitán Alonso Cabrera, junto con toda su gente. Cuando vimos esto, nos alegramos mucho y quedamos dos meses en Santa Catalina y cargamos nuestro barco con bastimentos que tuvimos abundancia de mandioca, la raíz, también de trigo turco, que no pudimos llevar más. Después partimos y navegamos hacia Buenos Aires y con nosotros navegó en su barco el capitán que había venido desde España y también había cargado su barco con bastimentos. Así vinimos hasta a veinte leguas del río Paraná-Guazú, que en la boca es ancho unas cuarenta leguas de camino y tal anchura perdura por ochenta leguas de camino hasta que vosotros venís a un puerto que se llama San Gabriel. Cuando vosotros venís ahí, el río Paraná-Guazú es ancho ocho leguas de camino, como entonces vosotros lo habéis sabido por mí al comienzo en este libro. Cuando vinimos a veinte leguas de camino al sobredicho río Paraná, en la víspera de Todos los Santos, nos juntamos hacia la noche los dos barcos y preguntamos el uno al otro si estábamos en el río Paraná; entonces dijo nuestro piloto que nosotros estábamos en el río, pero el otro piloto dijo a su capitán que estábamos, a veinte leguas de distancia de él, pues cuando dos o tres o más barcos navegan juntos sobre el mar, se reúnen siempre cuando el sol quiere entrar y se preguntan entre ellos cuánta distancia han navegado en el día y noche y cuál viento quieren tornar en la noche para que no se separen entre ellos. Después de todo esto preguntó de nuevo nuestro piloto al otro barco que había navegado con nosotros si él quería seguirle. Pero el otro piloto dijo que ya era de noche y él quería quedar en el mar hasta el alba y no tocar tierra en esta noche. Este piloto estuvo más acertado que el piloto nuestro como lo sabréis después. Así navegó nuestro piloto su ruta o camino y dejó al otro piloto.
Capítulo 30.
Así navegamos en esa noche y tuvimos gran tempestad sobre el mar hasta pasadas las doce o la una hacia el día; entonces vimos tierra; antes de que pudiéramos echar nuestra ancla, el banco ya había tocado tierra y teníamos una buena legua de camino hasta la tierra; no tuvimos otro remedio que implorar a Dios el Todopoderoso que fuese benévolo y misericordioso para con nosotros. Así se sostuvo nuestro barco por no más de una hora y a la hora justa quedó hecho cien mil pedazos y se ahogaron quince hombres y seis indias; algunos se salvaron sobre grandes maderos y yo y otros cinco compañeros nos salvamos sobre el mástil, pero de las 15 personas no pudimos hallar ningún cadáver. Dios les sea clemente y misericordioso y a nosotros todos. Así tuvimos que recorrer de a pie las cien leguas de camino y habíamos perdido en el barco todas nuestras ropas que teníamos y además la manutención, así que tuvimos que sustentarnos con esas frutas que hallarnos en los montes, otra cosa no tuvimos para comer hasta que llegarnos a un puerto o punto de calada que se llama San Gabriel. Cuando llegamos allí encontramos al barco sobredicho con su capitán y había llegado treinta días o un mes antes que nosotros. Y esto fue comunicado a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala en Buenos Aires y los cristianos estuvieron muy afligidos por nosotros, prues ellos creyeron que nosotros habíamos muerto todos y habían mandado leer para nosotros algunas misas para nuestras almas. Después que vinimos al lado de nuestro capitán Domingo Martinez de Irala y le comunicamos cómo nos había ido en el viaje, mandó él llamar ante sí a nuestro capitán y al piloto o timonel; y si no hubiera sido por el gran ruego ante nuestro capitán, él hubiera mandado ahorcar al piloto, así éste debió permanecer por cuatro años sobre los barcos-bergantines. Después de todo esto, como estuvo reunida en Buenos Aires toda la gente, mandó nuestro capitán general que se aprestara a los bergantines y alzó en conjunto toda la gente y quemó los navíos grandes y tomó en guarda el hierro. Entonces remontamos el río Paraná y vinimos a la ciudad Nuestra Señora de Asunción; ahí quedamos por dos años y nuestro capitán Domingo Martínez de Irala esperó una resolución de Su Cesárea Majestad.
Capítulo 31.
En esto llegó desde España un capitán general que se llamaba Alvar Núñez Cabeza de Vaca. A tal capitán y persona había despachado Su Cesárea Majestad con cuatrocientos hombres y treinta caballos. Vino el susodicho capitán con cuatro barcos, dos grandes y dos carabelas, esos eran los cuatro barcos y llegó al Brasil, a un puerto o lugar de anclada que se llama Viaza, pero los españoles le han dado el nombre de Santa Catalina. Entonces quiso cargar bastimento o provisiones en los barcos. Cuando quiso enviar los dos barcos-carabelas en busca de bastimentos a distancia de ocho leguas de sobredicho puerto o punto de anclada, sobrevino, cuando estos dos barcos estaban en viaje, tan gran tormenta a los barcos que ambos quedaron en el océano o mar y no se salvó nada más que las gentes que estaban en estos barcos. Cuando este capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca hubo perdido sus dos barcos y no debió aventurarse sobre el mar con los otros dos, pues estaban completamente descalabrados y desmantelados, viajó hacia la capitana y desmanteló sus dos barcos también y vino por tierra a Rio de la Plata. El capitán se llamaba Alvar Núñez Cabeza de Vaca y vino a nuestra ciudad Nuestra Señora de Asunción en el Paraboe (Paraguay) y trajo 300 hombres de los cuatrocientos; los demás habían muertos todos por hambre y otras enfermedades. Este capitán ha estado en viaje con gente durante ocho meses y hay quinientas leguas de camino desde la ciudad de Nuestra Señora de Aunción hasta esta localidad o puerto de Santa Catalina. Cuando vino este capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca, trajo desde España su gobernación de la Cesárea Majestad para que el susodicho capitán Domingo Martinez de Irala le transfiriere su gobernación y la gente le estuviera sujeta. A todo esto el capitán y la gente estuvieron conformes y obedientes hasta tanto que él exhibiera sus provisiones de su Cesárea Majestad; tal cosa no pudo sacar en limpio el común, pero los clérigos y dos o tres capitanes hicieron que él mandara. Pero de cómo le fue más tarde, ya sabréis después muy bien.
Capítulo 32.
En esto nuestro capitán Núñez Cabeza de Vaca hizo una revista de la gente de guerra. Así él halló de nuestra gente que antes que él habíamos estado en la tierra y de la gente que había venido unos ochocientos hombres en todo. En este tiempo hizo hermano jurado suyo a Domingo Martínez de Irala, para que dispusiera y mandara a la gente, como la había mandado anteriormente. Ahora él, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, hizo construir nueve barcos- bergantines y quiso remontar el río Paraguay hasta donde pudiere. Pero en este tiempo, antes que estuvieron aprestados estos barcos, envió primero tres barcos-bergantines con ciento quince hombres para que navegaran lo más lejos que pudieren y buscaran indios que tuvieren mandioca y trigo turco, esto es maíz. Nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca dio dos capitanes que debían navegar con los tres barcos; uno se llamaba Antonio Cabrera, el otro Diego de Tovalina, el tercero Alonso Riquel, lugarteniente de otro capitán en el barco y vinieron a una nación que se llama Surucusis, que tenían pescado y carne y trigo turco y mandioca, también otra raíz que se llama maní y se parece a las avellanas; y los hombres llevan en el labio una gran piedra azul como una ficha de tablero y las mujeres andan llevando cubiertas sus partes. De ahí marcharnos por cuatro días tierra adentro con la gente de guerra y dejamos al lado de los barcos también algunos de nuestros compañeros para que los barcos estuvieran cuidados mientras nosotros estuviéramos ausentes y en estos cuatro días llegamos a una localidad que era de los Carios. Estaban reunidos en esta localidad alrededor de tres mil hombres hechos de estos Carios. Cuando vinimos al lado de ellos, tomamos relación de la tierra y ellos nos dieron buena información. Cuando nosotros supimos esto por los Carios nos volvimos a nuestros barcos. De ahí navegamos río Paraguay abajo y vinimos a una localidad que se llama Diquerery; ahí hallamos una carta en manos de los indios que decía de parte de nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca que se le ahorcara al indio principal, que se llamaba Aquere del susodicho lugar Diquerery. En seguida, ni bien recibimos la carta, obedeció nuestro capitán al mandado que nuestro capitán general dispuso y ordenó, etc., por lo cual después se ha originado una gran guerra por los Carios contra nosotros los cristianos, por causa del susodicho indio al cual se lo ha ahorcado como vais a saber después. Cuando tal mandado de nuestro capitán general se hubo cumplido, entonces navegamos río abajo y vinimos a la ciudad Nuestra Señora de Asunción y dimos nuestra relación acerca del lo que había en la tierra.
Capítulo 33.
Cuando nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vacas hubo escuchado nuestros relatos, mandó nuestro capitán a los Carios que estaban al lado de nuestra ciudad Nuestra Señora de Asunción por medio de su indio principal, que él diere a nuestro capitán general dos mil indios; éstos debían marchar río arriba con él. Pero ellos se responsabilizaron ante nuestro capitán que ellos estaban dispuestos a marchar con él, pero que por lo primero él réflexionara bien antes de salir de la tierra, pues todo el país Tabere se había alzado con gran poder de los Carios y querían marchar contra los cristianos, porque este Tabere era hermano de aquél a quien se le había ahorcado, Aquere, y quería vengar la muerte de su hermano. Cuando nuestro capitán general supo esto, tuvo que suspender su viaje y tuvo que marchar contra sus enemigos, a lo cual él obedeció y mandó a su hermano jurado Domingo Martínez de Irala que tomara cuatrocientos hombres y dos mil indios y que marchara contra el susodicho Cario Tabere y los expulsara a él y todos sus amigos y devastará el país. A tal mandado obedeció el susodicho Domingo Martínez de Irala y partió de la ciudad Nuestra Señora de Asunción y vino con su gente ante el susodicho Cario Tabere e hizo requerir al Tabere por parte de su Cesárea Majestad. Pero este Tabere no quiso hacer caso de esto y tenía reunida mucha gente y había fortificado grandemente su localidad mediante una empalizada, esto es un muro hecho de palos; la localidad tenía en derredor tres muros de palos y muchos grandes fosos que eran muy hondos y había grandes lanzas de madera hincadas en la tierra; de estos fosos había muchísimos y estaban cubiertos muy prolijamente con paja y ramitas y hierba asentada encima, para que no se creyese que eran fosos. Pero nosotros teníamos buena informacion de qué modo estaban arregladas todas las cosas en la localidad. Así acampamos a su frente durante tres días sin que pudiéramos ganarla, pero en el cuarto día a las tres horas antes de ser de día, irrumpimos en la localidad y matamos a todos cuantos encontramos y cautivamos muchas de sus mujeres que nos fue una gran ayuda, y los hombres en su mayor parte se habían escapado; y habían matado de nosotros los cristianos diez y seis hombres españoles y fuera de éstos han sido heridos muchos de nuestra gente por los indios Carios. También han matado en esta escaramuza a muchos de nuestros indios que habían marchado con nosotros, pero no ganaron mucho de nosotros, pues quedaron muertos hasta tres mil hombres de los caníbales. Como nosotros los habíamos vencido a los Carios y habíamos cautivado sus mujeres, vinieron los Carios, el Tabere con su gente, y pidieron perdón que se les concediere perdón y que se le diere a él y a los suyos las mujeres y niños; por lo mismo él quería servir a nosotros los cristianos y estarnos sometido. Tal cosa tuvo que conceder y guardar nuestro general, pues así lo había mandado su Cesárea Majestad: que ni bien él o algún otro indio viene y pide perdón hasta por tercera vez, acaba concedérselo, pero si falta a su palabra por tres veces seguidas y que se le puede prender, entonces él y sus hijos son esclavos.
Capítulo 34.
Después de haberse hecho esta paz, navegamos aguas abajo por el Paraguay hacia donde estaba nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca y le comunicamos cómo nos había ido en este viaje. Pero como nuestro capitán general vio que la tierra estaba pacífera y había paz en la tierra, ordenó él a la gente que estuvieren listos, pues él quería realizar su sobredicho viaje; no obstante esto hizo comunicar a los indios principales, también al Tabere, que había hecho la guerra contra nosotros los cristianos, que trataran y dispusieron con los suyos que armaran hasta dos mil hombres para realizar tal viaje. Con esto estuvieron conformes y atentos con nuestro capitán; ellos se presentarían obedientes. Ordenó él a los susodichos Carios que cargaran nueve barcos-bergantines. Todo esto se hizo en dos meses. Cuando todo estaba dispuesto y aparejado, tomó nuestro general Alvar Núñez Cabeza de Vaca de entre los ochocientos hombres unos quinientos hombres y dejó trescientos hombres en la ciudad Nuestra Señora de Asuncion y él se embarcó con su gente y navegó por el río Paraguay arriba. En la ciudad Nuestra Señora de Asunción dejó un capitán que se llamaba Juan Salazar. Entonces navegó nuestro capitán por el río Paraguay arriba con los quinientos hombres y dos mil indios. Tenían los Carios ochenta y tres canoas, esas son barquillas; nosotros los cristianos teníamos nueve barcos-bergantines y en cada uno se llevaron dos caballos, pero se los hizo marchar por cien leguas de camino por la tierra de los Carios y nosotros viajamos por el río hasta un cerro que se llama San Fernando. Allí nuestro capitán tomó los caballos y los embarcó y vinimos a nuestros sobredichos enemigos los Payaguás. Pero cuando nos hubieron divisado, huyeron y no quisieron esperarnos y huyeron con sus mujeres e hijos y quemaron sus casas. Desde ahí viajamos por cien leguas de camino que no hallamos gente alguna y después vinimos a una nacion que se llaman Guajarapos; éstos tienen pescado y carne y ellos son muchísima gente y su nación tiene más de cien leguas a lo largo y ancho; también de las canoas tienen extremadamente muchas, no es para escribirlo. Sus mujeres andan con las partes cubiertas; pero tampoco quisieron tratar con nosotros y huyeron ante nosotros. Desde ahí navegamos hacia una nación que se llaman Surucusis, donde ahí habían estado los sobredichos tres barcos; hay noventa leguas desde los susodichos Guajarapos hasta esta nación Surucusis. Y ellos nos recibieron muy bien. Los Surucusis viven cada uno por sí con sus mujeres e hijos. Los hombres tienen pendiente del lóbulo de las orejas un disquito redondo de madera del tamaño de una buena ficha de tablero; las mujeres tienen una piedra gris de cristal en el labio hacia afuera es gruesa y larga más o menos como un dedo y son muy lindas y no tienen nada tapado en su cuerpo y andan desnudas, como nacieron de la madre y ellos tienen trigo turco, mandioca, maní, batatas y otras raíces más, pescado y carne en abundancia. Permanecimos con ellos por catorce días y había muchísimos de estos indios. Ahora les preguntó nuestro capitán sobre los Carios y otra nación que se llama Carcarás, mas los susodichos Surucusis no supieron dar informe alguno sobre los Carcarás, pero dijeron de los Carios que éstos estaban aún en sus casas, mas todo era mentido. Ahora mandó nuestro capitán que nos aprestaramos, él quería entrar al país con trescientos cincuenta hombres y dejó ciento cincuenta en los barcos y llevó consigo los diez y ocho caballos y los dos mil Carios que con nosotros habían partido de la ciudad Nuestra Señora de Asunción. Y entró nuestro capitán en la tierra, pero no hizo mucho, pues él no era hombre para esto; a más los capitanes y los soldados le eran todos enemigos, pues de tal manera se portó él con la gente. Así marchamos durante diez y ocho días, en que no hallamos ningún Cario ni otro indio y no habíamos traído mucho bastimento. En esto nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca no quiso seguir adelante y retornó hacia los barcos de donde habíamos partido. Cuando quiso volver, mandó en el mismo día a un español que se llamaba Francisco de Ribera con otros diez españoles con sus armas que siguieran ellos adelante por diez días y que si en esos diez días no hallaban indios o una nación, que se volvieran y nuestro capitán los esperaría al lado de los barcos. Estos diez españoles hallaron un gran pueblo ,que tenían trigo turco y mandioca y otras raíces más. Así se volvieron y vinieron hacia nuestro capitán general y le comunicaron todas las proporciones que habían visto en la tierra. Entonces nuestro capitán general quiso entrar de nuevo al país y buscar esta sobredicho nación, donde habían estado los diez cristianos. Pero él no pudo internarse en la tierra por causa del agua.
Capítulo 35.
Mandó nuestro capitán un barco con ochenta hombres y nos dio un capitán que se llamaba Hernando de Ribera y éstos debían viajar por el río Paraguay aguas arriba y preguntar por una nación que se llama los Jarayes y luego entrar en la tierra por dos días y no por más tiempo y debíamos reconocer el país y traer relación del país y de los indios a nuestro capitán. Y en seguida que hubiéramos salido del país, deberíamos marchar río abajo y comunicárselo. Cuando al primer día partimos del lado de nuestro capitán y de los barcos, vinimos a las cuatro leguas de camino a la otra banda del río. Allí hallamos una nación de los susodichos Surucusis, los que viven en una isla que en lo largo y ancho será de treinta leguas y en su derredor un río; ese es el río Paraguay y ellos tienen para comer mandioca, maíz, maní, batata, mandioca-pepirá, mandioca-poropí, bocaja y otras raíces más; también pescado y carne. Los hombres y mujeres son formados como los sobredichos Surucusis. Así quedamos ese día con ellos y partimos de nuevo al otro día. Entonces marcharon con nosotros dichos indios en diez canoas, que son barquillas y nos mostraron el camino y agarraban para nosotros caza del monte y pescado todos los días dos veces en el día. Así estuvimos de viaje por nueve días y vinimos a una nación que se llama Yacarés y hay muchísima gente reunida. Los indios son atos y grandes, hombres y mujeres que en toda la tierra del Río de la Plata no hay ni he visto gentes más grandes que los Yacaré. Y está a treinta y seis leguas de camino de los Surucusis de donde habíamos partido y no tienen otra cosa que comer que pescado y carne. Las mujeres tienen cubiertas sus partes con un paño de algodón. Allí quedamos un día y los Surucusis regresaron con las diez canoas hacia su tierra. Entonces pidió nuestro capitán Hernando Ribera a los Yacarés que ellos le mostraran el camino hacia los Jarayes. Ellos estuvieron dispuestos y con nosotros marcharon ocho canoas de los Yacarés y agarraban para nosotros todos los días por dos veces pescado y carne para que tuviéramos que comer. Esta nación se llama Yacaré es por un yacaré, que es un pez que lleva un cuero tan duro que no se le puede herir con un cuchillo ni entrarle con flechas indias. Y a eso es un pez grande y hace daño grande a los otros peces. Sus huevas las tira de sí o las pone en la tierra a más o menos dos o tres pasos del río; estas huevas o simiente de este pez tienen un gusto igual al almizcle y él es bueno para comerlo; la cola es lo mejor para comer de este pescado, y él no es nocivo en sí mismo. Él vive siempre en el agua. Pero allá afuera entre nosotros se le cree a este pez yacaré un animal sumamente horroroso y dicen que debe ser un basilisco y que envenena y hace gran daño en las Indias. Y cuando este pez o animal sopla su aliento a alguno, entonces éste debe morir; pero todo esto es fábula; si fuere así, yo hubiere muerto cien veces, pues yo he comido y cazado más de tres mil de ellos. Yo no hubiera escrito de este pescado si yo no hubiere visto su cuero en Munich en la casilla de tiro de mi benévolo señor duque Alberto la que tiene en el coto. Por ello tuve que hablar enseguida de esto. En dicha localidad de Yacaré hay la máxima cantidad de ellos, mucho mayor que en otros lugares; por eso es que hay tantísimos llaman Yacarés a las naciones.
Capítulo 36.
De ahí navegamos a una nación que se llama Jarayes y estuvimos en viaje alrededor de nueve días, pero ellos no eran justamente aquellos con quienes vivía el rey. Así hay desde los susodichos Yacarés hasta estos Jarayes treinta y seis leguas y hallamos reunida una gran nación. Los Jarayes tienen barbotes y tienen colgando de las orejas desde el lóbulo un aro redondo de madera, y la oreja está arrollada o plegada en derredor del aro de madera; esto es de ver si alguien no lo hubiere vistos; los hombres tienen una ancha piedra azul de cristal en los labios como una ficha de tablero y están pintados en color azul desde arriba hasta las rodillas. Se asemeja a como se pintan calzas y jubones allá afuera. Las mujeres están pintadas en otra linda manera desde los senos hasta las partes en color azul, muy bien hecho. Un pintor allá afuera tendría que esforzarse para pintar esto y ellas van completamente desnudas y son bellas mujeres a su manera. Pero aunque ellas pecan en caso de necesidad, yo no quiero mayormente contar de estas cosas en esta vez. Y quedamos un día con estos Jarayes. Desde ahí marchamos durante tres días hasta donde vive el rey de los Jarayes y hay catorce leguas de camino desde los susodichos Jarayes hasta este Jaray. Su domicilio está a cuatro leguas tierra adentro, pero no obstante ello, el rey tiene otra localidad situada sobre el río Paraguay. Así dejamos nuestro barco con doce españoles, que debían cuidar el barco para que nosotros cuando viniéramos, tuviéramos nuestro amparo y ordenamos a aquellos Jarayes que entonces estaban en la localidad, que prestaran a los cristianos buen tratamiento y compañía, como todo esto lo hicieron después los Jarayes. Así, quedamos dos días en la localidad y nos aprestamos para el viaje y tomamos para nosotros lo que allá necesitábamos y atravesamos el río Paraguay y vinimos a la localidad donde vive el rey en persona, pero cuando vinimos a una legua de camino a cercanías de la localidad, vino a nuestro encuentro el rey de los Jarayes con doce mil hombres, más bien más que menos, en modo pacífico sobre una pampa. Y el camino sobre el cual anduvimos tenía una anchura de ocho pasos, pero no habían de encontrarse en este camino ni pajas, ni palos ni menos piedras y estaba sembrado de flores y hierbas hasta la localidad. Tenía el rey a su lado su música hecha al igual como allá afuera las churumbelas. Esto cuadra bien a tal tierra. También había ordenado el rey por los dos lados al costado del camino que se cazaran venados y otra salvajina, así que habían cazado alrededor de treinta venados y veinte avestruces o ñandú, que tal cosa era de verse muy bien. Cuando vinimos a la localidad, aposentó o condujo el Jarayes principal, el rey, a cada casa dos cristianos y a nuestro capitán con sus peones y muchachones a la casa del rey de los Jarayes. Nosotros, la gente de guerra, estuvimos aposentados no lejos de la casa del rey. Mandó el rey a sus súbditos que nos trataran bien y nos dieren de lo que nosotros estábamos necesitados y desprovistos. El rey de los Jarayes dirige su corte a su manera como un gran señor en estos países. Durante la mesa hay que tocar la música para él; a mediodía, si es ocurrencia del rey, los hombres y las mujeres más bellas deben bailar ante él. Cuando uno de nosotros los cristianos las ve bailar, uno ante esto se olvida entonces de cerrar la boca y hay que ver este baile de los Jarayes. Los hombres y las mujeres son iguales, como los sobredichos Jarayes, como yo he contado de ellos en la hoja cincuenta y siete. Las mujeres en estos lugares hacen grandes mantas de algodón y son muy sutiles, como en Alemania el arras, y tienen bordados muchos diversos animales, como venados y avestruces y ovejas indias, también otras cosas como uno sabe y ha aprendido, etc. Ellas duermen entre estas mantas cuando hace frío o se sientan sobre ellas o para lo que quieren usarlas. Estas mujeres son muy lindas y grandes amantes y afectuosas y muy ardientes de cuerpo, según mi parecer. Allí quedamos durante cuatro días y el rey preguntó a nuestro capitán sobre nuestro deseo e intención; entonces nuestro capitán contestó al rey de los Jarayes que él quería buscar oro y plata. Entonces el rey de los Jarayes dió una corona de plata que ha pesado un marco y medio, más o menos, también una plancha de oro que ha sido larga como de un jeme y medio y ancha de medio jeme; también le ha dado un brazalete que es un medio y otras cosas más de plata. Entonces le contestó el rey de los Jarayes a nuestro capitán que él no tenía más oro ni plata; tal oro y plata que yo he indicado antes, él lo habría ganado en las guerras, conquistado y quitado tiempo antes a las amazonas. Pero por lo que él nos dio a comprender de las amazonas y comunicó de la gran riqueza, estuvimos muy alegres. Entonces preguntó nuestro capitán al rey si nosotros con nuestro barco podíamos ir por agua y cuánta distancia habría hasta las sobredichas amazonas. Entonces el rey contestó a nuestro capitán que nosotros no podíamos viajar por agua con nuestro barco; que nosotros debíamos marchar por tierra y tendríamos que viajar durante dos meses seguidos.
Capítulo 37.
Entonces marchamos hacia las sobredichas amazonas; ésas son mujeres con un solo pecho y vienen a sus maridos tres o cuatro veces en el año y si ella se embaraza por el hombre y nace un varoncito, lo manda ella a casa del marido, pero si es una niñita, la guardan con ellas y le queman el pecho derecho para que éste no pueda crecer; el porqué le queman el pecho es, para que puedan usar sus armas, los arcos, con sus enemigos; pues ellas hacen la guerra contra sus enemigos y son mujeres guerreras. Viven estas mujeres amazonas en una isla y está rodeada la isla en todo su derredor por río y es una isla grande. Si se quiere viajar hacia allá, hay que llegarse a ella en canoas. En esta isla las amazonas no tienen ni oro ni plata, sino en Tierra Firme, que es en la tierra donde viven los maridos; allí tienen gran riqueza y es una gran nación y un gran rey que se llamaría Iñis, como había indicado despues el Ortués, etc. Nuestro capitán Hernando Ribera pidió al rey de los Jarayes que nos diere algunos de su gente, él quería marchar tierra adentro, y buscar las amazonas para que los Jarayes allí portaran nuestros bagajes y enseñaran el camino. Contestó dicho rey que estaba dispuesto, pero declaró que toda la tierra estaba llena de agua y que no era el tiempo de marchar ahora tierra adentro, nosotros no quisimos creerlo y le pedimos los indios; así el rey dió a nuestro capitán veinte hombres que debían llevarles su comida y bagajes y a cada uno de nosotros cinco indios que debían atendernos y llevar nuestros bagajes, pues teníamos que viajar por ocho días en que no encontraríamos ningún indio. Así vinimos a una nación que se llama Siberis; son como los sobredichos Jarayes y hablan un idioma y tienen los alimentos como los Jarayes y nosotros marchamos durante los ocho días entre el agua hasta la cintura y hasta la rodilla día y noche, que no pudimos salir de ella. Cuando queríamos hacer fuego, colocábamos grandes leños unos sobre los otros; ahí hacíamos fuego. Ocurrió en varias ocasiones que la olla con la comida y el fuego cayeron al agua, que en muchas veces tuvimos que quedarnos sin comer. No tuvimos descanso ni sosiego ni de día ni de noche por las moscas chicas que no nos dejaban dormir. Nosotros preguntamos a los sobredichos Siberis si más adelante teníamos aún más agua; entonces contestaron ellos que por cuatro días debíamos caminar todavía en el agua y después de estos cuatro días debíamos caminar todavía cinco días por tierra; entonces vendríamos a una gran nación que se llaman Ortueses; también dieron a entender que nosotros éramos demasiado poca gente y deberíamos regresar. Pero nosotros no quisimos hacer esto a causa de los Jarayes; así quisimos enviar de retorno a su pago a los Jarayes que habían marchado con nosotros; pero ellos contestaron que ellos a causa de su rey no podían hacer esto, pues el rey les había prohibido, para que permanecieron con nosotros y nos atendieren hasta que volviéramos a salir del país. Entonces los sobredichos Siberis nos dieron diez indios para que junto con los Jarayes nos enseñaran el camino hasta los sobredichos Ortueses, y nosotros caminamos durante siete días entre el agua hasta la cintura y la rodilla. Pero el tal agua era tan caliente como una agua caliente que ha estado sobre el fuego. Tampoco teníamos otra agua para beber sino esta agua. Se podría pensar acaso que esta agua habría sido un río; eso no le es sino que había llovido tantísimo en aquel tiempo, que había llegado a estar lleno de agua el país pues es una llana tierra lisa, que nosotros con el tiempo hemos sentido bien esta agua, como bien lo sabréis más tarde. Al noveno día, cerca del mediodía, entre las diez y once horas, llegamos al pueblo de los Ortueses. Así estuvimos a las once horas al lado de la localidad, así fue alrededor de las doce horas que viniéramos al centro de la localidad, que ahí estaba la casa del principal de los Ortueses, pero la gente que estaba en la localidad, se moría toda de hambre y no tenían nada que comer a causa del tucu o langosta, que les había comido por dos veces la mies y las frutas de los árboles. Cuando nosotros vimos y oímos esto, no pudimos quedar mucho tiempo y los cristianos nos asustamos hondamente, pues nosotros tampoco teníamos mucho que comer. Y nuestro capitán preguntó por las amazonas al Ortués principal; entonces él nos contestó que debíamos viajar un mes todavía para llegar hasta ellas y a más el país estaba lleno de agua, como después se demostró. Entonces el principal de los Ortuesos dio a nuestro capitán cuatro planchas de oro y cuatro argollas de plata, que se colocan en el brazo. Los indios llevan de gala tales planchas en la frente, como aquí en Alemania un gran señor lleva una cadena de oro. Y nuestro capitán dio en cambio de las planchas y las argollas al principal indio hachas, cuchillos, rosarios, tijeras y otro rescate más como se hace tal rescate en Nuremberg. También nosotros hubiéramos querido exigir más a los Ortueses, pero no débimos hacerlo, pues los cristianos éramos demasiado pocos y los indios eran muchísimos, como yo en todas las Indias donde yo he estado no he visto más indios era una localidad, ni localidad más grande que esta localidad de los Ortueses y eso que yo he andado por muchísimas parte. Fue nuestra dicha que los indios se morían de hambre; en caso que no hubiere habido tal hambre en la tierra, nosotros posiblemente no hubiéramos salido de allí con vida.
Capítulo 38.
Así después de esto regresamos de nuevo hacia los sobredichos Siberis y Jarayes, y nosotros los cristianos teníamos pocos bastimentos y estuvimos muy mal aliviados de bastimentos, así no tuvimos que comer otra cosa que un árbol que se llama palmito y cardos y otras raíces silvestres que allí crecen bajo la tierra. Cuando vinimos a los Jarayes, la mitad de nuestra gente estaba enferma de muerte a causa del agua y la escasez que hemos experimentado en este viaje, pues durante treinta días y noches seguidas no salimos nunca del agua y tuvimos que beber el agua asquerosa. Así quedamos cuatro días con los susodichos Jarayes, allá donde el rey estaba y nos trató muy bien e hizo servirnos asiduamente como él dispuso con sus vasillos o súbditos que nos dieron lo que necesitábamos. Por su parte cada uno de nosotros había logrado en este viaje de los indios un valor hasta de doscientos duros sólo en mantas, algodón indio, también plata que nosotros habíamos comprado a los indios con sigilo y a escondidas, contra cuchillos, rosarios, tijeras, espejos y otras chucherías. Volvimos a navegar río abajo hacia nuestro general Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Cuando nosotros vinimos a los buques donde estaba nuestro capitán, mandó él, que no saliéramos del barco bajo pena de vida; él mismo vino en persona a los barcos donde estábamos y tomó preso a nuestro capitán Hernando de Ribera. Nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca nos quitó todo lo que habíamos traído con nosotros desde la tierra, y quiso hacer colgar de un árbol a nuestro capitán Hernando Ribera, que con nosotros había entrado como capitán entonces en la tierra. Cuando nosotros, que aun estábamos en el barco-bergantín, supimos esto, hicimos un gran motín. con otros buenos amigos que teníamos en tierra, contra nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que él debió pensar en dejar suelto y libre a nuestro capitán Hernando de Ribera y a más entregarnos lo que él nos había quitado y robado. Así cuando él ha visto nuestra ira, estuvo más que contento en dejarlo suelto y en entregar a más todo lo que nos había quitado y nos rogó que quedáramos sosegados. Cómo le sucedió después a nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza Vaca, sabréis más tarde por mí. Después que todo esto estuvo hecho para paz y amistad, pidió nuestro capitán general a nuestro capitán Hernando de Ribera y a nosotros que bien le diéramos la relación de la tierra y el conocimiento de los indios que entonces le dimos tan buena información por parte nuestra que él estuvo bien contento. También el porqué él había hecho prender a nuestro capitán y tomado lo nuestro, fue solo por la culpa que no habíamos observado su mandado, pues él había dado a nosotros y a nuestro capitán no más orden sino que no navegáramos mas allá de los Jarayes y marcháramos cuatro jornadas al interior del país y trajéramos relación de la tierra y de nuevo viajáramos de vuelta. Así nosotros habíamos entrado en la tierra por dieciocho días.
Capítulo 39.
Cuando nuestro capitán Alvar Núñez Cabeza de Vaca hubo sabido esto, quiso marchar tierra adentro con toda la gente. Pero nosotros no quisimos hacerlo, en este tiempo, pues la tierra estaba llena de agua, también la gente en mayor parte estaba muy enferma y la gente de guerra no estaba bien con el capitán general, pues era un hombre que en toda su vida había ni gobernado ni tenido un mando. Así quedamos por dos meses con los susodichos Siberis. Entonces le acometió al capitán general una fiebre que él también estuvo muy enfermo. Si él hubiere muerto, ya en ese tiempo, no se hubiere perdido mucho con esto pues él se portó de tal modo con la gente de guerra, que nosotros no dijimos muchas cosa buena de él. En estas tierras no he visto ningún indio entre los Surucusis que tuviere edad de cuarenta o cincuenta años, tampoco he visto en mi vida un país más malsano que éste; se halla en un trópico o sea donde el sol está en lo más alto; es una tierra al igual malsana como en Santo Tomé. Ahí entre los Surucusis he visto la Osa Mayor, pues habíamos perdido tal estrella en el cielo en cuanto hubimos pasado la isla de Santiago, como vosotros habéis sabido de esta isla en la cuarta hoja. Como nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca estuvo tan enfermo, mandó convocar la gente y dijo a la gente que él quería navegar río Paraguay abajo, haca la ciudad Nuestra Señora de Asunción; pues la gente se le enfermó toda y él no podía realizar nada con la gente. La gente no estaba bien contenta, pues él se conducía en tal modo, que nadie hablaba cosa buena de él. Así el susodicho capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca dispuso con los marineros que ellos aparejaran los buques; él quería viajar río abajo dentro de catorce días. Cuando estuvieron listos los buques, mandó nuestro capitán que se viajara hacia una isla en cuatro buques-bergantines con ciento cincuenta hombres y con dos mil indios Carios. Esta isla está situada a distancia de cuatro leguas de camino de nuestros buques donde estábamos parados y debíamos en esa isla matar y cautivar los Surucusis; las personas en varones que tenían edad de cuarenta o cincuenta años debían ser matadas todas. En todo esto cumplimos el mandado de nuestro capitán como en la hoja cincuenta y cinco sabréis acerca de los Surucusis de cómo ellos nos han recibido y cómo ahora nosotros les damos las gracias; eso fue una injusticia. Cuando vinimos a estos Surucusis con toda nuestra gente, salieron los susodichos Surucusis en modo desprevenido de sus casas y fueron a nuestro encuentro con sus armas, arcos y flechas en manera de paz. En esto comenzó un alboroto entre los Carios y los Surucusis. Cuando nosotros los cristianos sentimos esto, hicimos estallar nuestros arcabuces y matamos a cuantos encontramos y cautivamos también a muchísimos de los Surucusis; hasta dos mil entre hombres, mujeres, muchachos y niñas y quemamos su localidad y tomamos todo lo que tenían, como podéis pensar entre vosotros mismos cómo debe ocurrir en semejante fiesta patronal. Después que sucedió todo esto, navegamos de nuevo hacia nuestro capitán general, donde estaban los barcos y le dimos cuenta de cómo esto había ocurrido. Por todo ello estuvo bien contento; en esto mandó el capitán general que se aprestara la gente, que dentro de cuatro días él quería navegar por el río Paraguay abajo hacia la ciudad de Nuestra Señora de Asunción, donde habíamos dejado los cristianos. Cuando nosotros vinimos a la susodicha ciudad de Nuestra Señora de Asunción, estuvo enfermo de la fiebre nuestro capitán y se quedó en su casa o palacio durante catorce días, más por picardía y por soberbia que por enfermedad; así él no hablaba a la gente y se ha portado de tan impropia manera entre la gente; pues un capitán o señor que quiera gobernar un país, debe dar en todo tiempo una buena atención al grande como al chico y ejercer su justicia y mostrarse benévolo para con el más modesto como con el más elevado; todo esto no ocurrio en él, sino que él quiso seguir a su soberbia y orgullosa cabeza.
Capítulo 40.
Cuando el común o la gente de guerra vio tal cosa que él no quería moderarse, celebraron nobles y villanos un consejo y que ellos querían prender al capitán general y enviarlo a Su Cesárea Majestad y hacerla saber cómo él se había portado con la gente y él no podía gobernar al país y de otros de sus artículos y causas más las cuales su partido contrario ha enviado a Su Cesárea Majestad y dispuesto acerca de nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca, como vosotros sabréis más tarde de su prisión y de quien lo ha prendido. En esto se hicieron presentes los cuatro señores que eran los ordenados por Su Cesárea Majestad: como su contador, tesorero y escribano, que se han llamado de sus hombres Alfonso Cabrera, don Francisco Mendoza, García Vanegas, Felipe de Cácerés. Con los cuatro señores por parte de Su Cesárea Majestad junto con doscientos soldados o gente de guerra nosotros hemos prendido de improviso al susodicho «señor» Alvar Núñez Cabeza de Vaca, nuestro capitán general, en el día de San Marcos en el año mil quinientos cuarenta y tres. Hemos tenido preso en la cárcel al sobredicho señor Alvar Núñez Cabeza de Vaca durante todo un año, hasta que se aparejó un buque que es una carabela y lo hemos enviado dentro de ella junto con otros dos señores por parte de Su Cesárea Majestad a España, y aprestado con todo su avío que ellos necesitaran en el buque y sobre el mar, como ser marineros y bastimentos y otros avíos más. Cuando el susodicho señor Alvar Núñez Cabeza de Vaca fue enviado fuera del país, nosotros los cristianos tuvimos que elegir e instituir a alguien que debía mantenernos dentro de la justicia y gobernar a la tierra mientras tanto Su Cesárea Majestad dispusiera y estuviera lejos. En esto el común eligió y nos pareció conveniente que eligiéramos a uno de nombre de Domingo Martínez de Irala, que también antes había gobernado la tierra, como vosotros habéis sabido entonces en la hoja treinta y nueve; la gente se llevaba muy bien con el susodicho Domingo Martínez de Irala y la mayor parte de la gente estaba muy contenta con él. Pero los que eran la amistad del sobredicho Alvar Núñez Cabeza de Vaca no estaban muy contentos, pero poco nos preocupábamos por esto. En este tiempo he estado muy enfermo de hidropesía, como que la he traído entonces del país de los Ortueses, cuando en ese tiempo yo y mis compañeros hemos andado tanto tiempo entre el agua y experimentado mucha escasez que ochenta hombres no se han salvado con vida entre nosotros más de treinta hombres, como vosotros habéis sabido por la hoja sesenta y seis de cómo nos ha ido en este viaje.
Capítulo 41.
Después que hubimos enviado nuestro capitán general Alvar Núñez Cabeza de Vaca a España, estuvimos los unos contra los otros y no nos concedimos nada bueno el uno al otro y nos batimos día y noche los unos contra los otros y guerreábamos entre nosotros que el diablo gobernaba en ese tiempo entre nosotros, que ninguno estuvo seguro del otro. Tal guerra llevamos durante dos años enteros a causa de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Cuando aquellos indios que eran nuestros amigos, los Carios, vieron y supieron que nosotros los cristianos guerreábamos los unos contra los otros, hicieron estos Carios un plan y junta entre ellos, que querían matarnos y echarnos fuera del país. Pero Dios el Todopoderoso no dio a los Carios su gracia para que su mencionado propósito y plan se hubieran realizado. En esto estuvo contra nosotros todo el país de los Carios y de otra nación que se llaman Agaces. Cuando los cristianos apercibimos esto, tuvimos que hacer la paz entre nosotros; también hicimos la paz con otras dos naciones que eran fuertes cerca de cien mil hombres y se llaman de su nombre: la primera nación se llamaba Yapirus, y la otra Guatatas. Estos no tienen otra cosa que comer que pescado y carne y son gentes valientes en pelear por tierra y por agua, pero en parte mayor es por tierra y sus armas son dardos que son largos como media lanza, pero no son tan gruesos y adelante en la punta tienen un harpón o filo hecho de un pedernal. También tienen bajo el cinto un garrote que es largo como de cuatro jemes y adelante tiene una porra; también tiene cada uno desde diez a doce palitos, cuantos uno quiere, tan largos como un buen jeme y adelante en la punta un largo y ancho diente de pescado, que en español se llama palometa y se parece a una tenca. Este diente corta como una navaja de afeitar. Ahora comprended lo que harán con éstos. Primero pelean con los susodichos dardos y cuando vencen a su enemigo y lo han puesto en fuga, dejan los dardos y corren tras sus enemigos y con la porra tiran o pegan a alguno que tiene que caer al suelo y se muere. Si él está muerto o medio vivo, a eso no miran ellos y le cortan en seguida la cabeza con el susodicho diente de pescado y lo ponen debajo del cinto o de lo que tengan en derredor del cuerpo. Ellos son tan rápidos en ese cortar, que uno no lo cree. Uno no puede darse vuelta con su cuerpo con tanta prisa como tiene cortada la cabeza. Ahora vosotros podéis pensar sobre lo que él hará con la cabeza; eso les voy a decir. Cuando tal escaramuza se ha terminado y él tiene tiempo en el día o en la noche, toma él la cabeza y la desuella en derredor de las frentes y en derredor de las orejas y toma esa piel junto con el cabello y la reseca prolijamente y cuando está reseca, coloca él esta piel sobre una vara delante de su casa o donde él entonces habite, para recuerdo, como aquí en Alemania se acostumbra que los alféreces u otros hombres de guerra que tienen un pendón lo colocan en la iglesia. Así guardan los indios esa piel para un recuerdo. Entonces vinieron los susodichos Yapirús y Guatatas como mil hombres de pelea. Así estuvimos bien contentos.
Capítulo 42.
Salimos de la ciudad de Nuestra Señora de Asunción con nuestro capitán general, con trescientos cincuenta hombres cistianos y mil Yapirus; y cada cristiano tenía tres hombres de los Yapirus que debían atenderlo, pues nuestro capitán los había puesto a nuestra disposición y dado a nosotros. Vinimos por tres leguas de camino hacia donde nuestra parte contraria acampaba en fuerza de cerca de quince mil hombres de los Carios y ya habían formado sus ordenanzas. Así vinimos entre las tres y cuatro horas hasta una media legua de camino a los Carios, pero ese día no quisimos hacerles nada. Estábamos muy cansados y llovía; así nos detuvimos en un gran bosque donde acampamos esa noche; y al otro día marchamos contra ellos alrededor de las seis horas y vinimos a las siete horas a los sobredichos Carios y combatimos desde las siete horas hasta las diez horas. Entonces tuvieron que huir y huyeron por cuatro leguas de camino hasta un lugar que habían fortificado; éste se llamaba La Frontera, y el indio principal se llamaba Macaria. De estos Carios quedaron muertos en esta escaramuza hasta dos mil hombres, a los que nosotros los cristianos y los Yapirus hemos matado y resultaron muertos a tiros y de los cuales los susodiclios Yapirus hubieron traído las cabezas. El principal de los Yapirus se llamaba Marcacay. Los Carios mataron con sus arcos hasta diez hombres de nosotros los cristianos, también hasta cuarenta de los Yapirus y Guatatas y otros fueron heridos a flechazos por los Carios. Ahora a aquellos que estaban dañados o heridos de entre nosotros los cristianos y Yapirus, los enviamos de vuelta a nuestro lugar de Nuestra Señora de Asunción y nosotros con el grueso seguimos tras los Carios hasta el sobredicho lugar La Frontera, donde estaba entonces Macario, el principal de los Carios. Así los Carios habían cercado su lugar con tres empalizadas hechas de postes, iguales a un muro. Los postes eran tan gruesos como un hombre en la ijada o grosura y altos sobre la tierra tres brazas y enterrados los postes en la tierra tanto como la altura de un hombre. También habían hecho unos fosos y en estos fosos estaban clavadas en la tierra unas estacas pequeñas y puntiagudas como aguja, cinco o seis de estas estacas clavadas en un foso como vosotros habéis sabido antes en la hoja veinte y ocho; y la localidad estaba muy fuerte y dentro de ella mucha gente de hombres de pelea que no es para escribir. Ahí acampamos por tres días delante del lugar que no pudimos ganarles ni hacerles nada, pero Dios el Todopoderoso nos dio la inspiración y su gracia divina para que los trajéramos bajo nuestro poder. En esto hicimos grandes rodelas o paveses de los cueros de venados y antas; ésta es una Gran Bestia como un mulo romo grande y es gris y tiene pies como una vaca, pero en lo demás en la cabeza y las orejas asemeja a un mulo romo; también son buenos para comer y hay muchísimos en la tierra; y el cuero es grueso como del medio dedo; yo no digo del largo del dedo, sino del grosor del dedo. Un tal pavés dimos a cada uno de los Yapirus, junto con una buena hacha. Aquel Yapirus que llevaba el pavés, no debía llevar hacha alguna, sino su compañero de entre los Yapirus; debía marchar un arcabucero con los dos indios que llevaban los paveses y hachas. Así fueron hechos alrededor de cuatrocientos paveses. Cuando todo esto estuvo aprestado y ordenado atacamos entre dos y tres horas del día a los Carios y acometimos en tres sitios. Antes de pasar tres horas, ya estuvieron destruidas y ganadas las tres palizadas de postes y nosotros con toda la gente penetramos en el pueblo y matamos a mucha gente; hombres, mujeres y niños; la mayor parte de la gente de los indios Carios se había escapado y huido y estos Carios huyeron a otra localidad que estaba a veinte leguas de camino desde la susodicha Frontera y que se llama Carahiba. En esta localidad se hicieron muy fuertes y hubo una gran cantidad de gente de estos Carios reunida. Esta localidad Carahiba estaba fortificada al lado de un gran bosque extenso. Para el caso que nosotros los cristianos ganásemos la localidad los Carios tendrían al bosque como un amparo, como vosotros sabréis después. Tras esto nuestro capitán general Domingo Martínez de lrala y nosotros vinimos alrededor de las cinco horas hacia el anochecer ante esta susodicha localidad de Carahiba, donde ahora acamparon adentro los Carios, y hemos hecho nuestro campamento por tres partes del lugar y metimos en la noche un disimulado destacamento al bosque. También habían venido en nuestra ayuda desde Nuestra Señora de Asunción con doscientos cristianos y quinientos Yapirus y Guatatas, pues mucha gente de nosotros, los cristianos y los indios nos había sido dañada en la localidad de Frontera y la habíamos mandado de vuelta para que viniera gente fresca, como que ahora vino, como vosotros habéis sabido así que de nuevo éramos cuatrocientos cincuenta hombres cristianos españoles y mil trescientos Yapirus y Guatatas. Estos Carios habían hecho su lugar con empalizadas y trincheras mucho más fuerte que ningún lugar lo ha sido. También habian hecho blocaos que estaban dispuestos como las trampas de ratas, pero sí se hubieren caído, habrían aplastado de veinte a treinta hombres. De éstos se habían hecho muchísimos cerca del lugar, pero Dios el Todopoderoso no ha querido esto. También acampamos delante del susodicho lugar Carahiba por cuatro días, que no pudimos ganar nada excepto por traición, como tal la hay en todo el mundo. Así en una noche vino a nuestro campamentos ante nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, un indio de su nación de los Carios, un principal de los Carios; que no se quemara ni devastara su localidad; él quería comunicarnos e indicar a nuestro capitán la manera como se podía ganar el lugar. Entonces nuestro capitán prometió que el no permitiría le hiciesen algo, como esto lo cumplimos, y el susodicho Cario nos dio indicios para dos partidos y caminos en el bosque, por donde podríamos venir al pueblo; él pegaría fuego en el lugar; en el interín entraríamos en el lugar, como todo esto sucedió cumplidamente y pereció mucha gente en esta escaramuza por nosotros los cristianos, y a los que quisieron huir de ahí los mataron los Yapirus. Pero no obstante esto, escapó también mucha gente. Pero en esta vez ellos no tuvieron consigo sus mujeres ni hijos, pues los tenían de allí a cuatro leguas de camino de este sobredicho lugar en un gran bosque; y la gente que escapó había huído hacia otro indio principal, que se llamaba Tabere de los Carios y la localidad se llama Hieruquizaba, que dista ciento cuarenta leguas de camino del susodicho lugar de Carahiba. Aquí quedamos por catorce días en esta localidad de Carahiba y curamos a aquellos que estaban heridos y descansamos. Pero nosotros no pudimos ni correr ni viajar tras estos indios Carios que habían huido hacia el Tabere, pues todo estaba devastado y deshecho en el camino, que no hallamos nada que comer.
Capítulo 43.
Así tuvimos que marchar de vuelta hacia nuestra ciudad de Nuestra Señora de Asunción y desde ahí navegar aguas arriba por el Paraguay hacia el susodicho lugar Hieruquizaba, donde vive el principal Tabere. Pero cuando vinimos a nuestra ciudad nos quedamos durante catorce días; así en este tiempo los cristianos nos proveímos de munición y bastimentos en todo que entonces necesitamos en el viaje a realizar. Para esto tomó nuestro capitán nueva gente de cristianos y de indios, pues había quedado herida y enferma mucha gente en la sobredicho entrada de Carahiba. Entonces navegamos aguas arriba por el río Paraguay con nueve buques-bergantines y doscientas canoas grandes al sobredicho lugar de Hieruquizaba, donde estaban entonces nuestros enemigos. En buques y canoas viajaron cuatrocientos cristianos españoles y mil quinientos indios de los Yapirus y hay cuarenta y seis leguas desde la ciudad Nuestra Señora de Asunción hasta este lugar Hieruquizaba, al cual desde el sobredicho lugar Carahiba habían huído nuestros enemigos. También el mismo Cario principal que había traicionado a nosotros la localidad vino con mil Carios y vino a favor o ayuda nuestra contra el sobredicho Cario Tabere. Cuando nuestro capitán tuvo reunida por tierra y agua todo esta gente, nos habíamos acercado hasta dos leguas de camino de la localidad de Hieruquizaba; entones mandó nuestro capitán Domingo Martínez de Irala dos indios de los Carios que marcharan hacia sus amigos y los hicieren requerir o aconsejar y hacer rogar que se volvieran de nuevo a su tierra, cada cual con sus mujeres e hijos y que sirviesen a Ios cristianos como lo habían hecho antes; si no él los arrojaría fuera de su país. Entonces dio el principal de los Carios, el Tabere, la respuesta a los dos mensajeros de los Carios que dijeren al capitán de los cristianos que ellos no lo conocían a él ni a los cristiános, que se viniere nomás, ellos lapidarían a nosotros los cristianos con troncos; y apalearon malísimamente a los dos indios Carios y que se mandaran mudar pronto de su campamento, si no les darían muerte. Pero cuando vinieron los dos sobredichos mensajeros y trajeron a nuestro capitán el mensaje de cómo les había ido, nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y nosotros los cristianos no tuvimos que rogar más y marchamos contra dichos enemigos Tabere y los Carios e hicimos nuestra ordenanza y repartimos la gente en cuatro secciones. Así vinimos a un río que se llama en su idioma indio Xejuy y es tan ancho como en esta tierra el Danubio y es tan hondo como la hondura de medio hombre y en algunos sitios era mas hondo. Pero tal río llega a ser muy grande a su tiempo y hace gran daño en el país, que no se puede viajar por tierra cuando está grande. Cuando quisimos cruzar el río Xejuy, los susodichos Carios, el Tabere con su gente, estaban al otro lado del río con su real y nos hicieron grandísimo daño al cruzar. Yo creo que si en ese tiempo lo hubiere sido sin los arcabuces, ninguno de nosotros se hubiere salvado. Así Dios el Todopoderoso nos dio su gracia divina que cruzáramos el río. Cuando nosotros los cristianos con nuestra gente vinimos al otro lado, estaba la localidad de nuestros enemigos a una media legua de camino del río; los indios huyeron hacia la localidad. Cuando vimos esto, corrimos tras ellos y vinimos al lugar al mismo tiempo que ellos, y cercamos el lugar que no se pudo salir ni entrar y nos armamos con nuestros paveses y hachas, como vosotros más antes habéis oído. Acampamos delante del pueblo por no más tiempo que sólo desde la mañana hasta la noche; entonces el Todopoderoso Dios nos dio su gracia que nosotros fuimos vencedores de nuestros enemigos y tomamos el pueblo y matamos mucha gente. Pero antes que los atacamos, ordenó nuestro capitán que no matáramos ni mujeres ni niños, sino que las cautiváramos, así que nosotros cumplimos su orden y cautivamos mujeres y niños y matamos los hombres que pudimos alcanzar. Si bien escapó mucha gente de nuestros enemigos, así mismo nuestros amigos los Yapirus trajeron alrededor de mil cabezas de nuestros enemigos los Carios. Cuando todo esto hubo ocurrido, vinieron entonces los susodichos Carios junto con Tabere y otros principales de los Carios, y pidieron perdón a nuestro capitán para que él les devolviere sus mujeres e hijos; ellos querían ser otra vez buenos amigos como antes y servirnos, como entonces nos habían servido. Cuando nuestro capitán oyó su pedido, los acogió contento y han sido buenos amigos hasta que yo he salido del país. Cuánto durará tal paz con los Carios; no puedo decir a vosotros; esta guerra ha durado un año y medio seguido, que no estuvimos seguros de estos Carios; ha sucedido esta rebelión y guerra con los Carios en el año mil quinientos cuarenta y seis.
Capítulo 44.
Volvimos a la localidad de Nuestra Señora de Asunción y quedamos por dos años enteros en esta ciudad. Como en este tiempo no hubo venido ningún barco desde España, ni se había tenido noticia alguna desde allá, nuestro capitán general Domingo Martinez de Irala hizo considerar por la gente que si ellos creían conveniente, él con alguna gente quería entrar en la tierra y ver si había oro y plata. Entonces contestó la gente que él marchara en nombre de Dios. Así nuestro capitán tomó e hizo convocar trescientos cincuenta hombres españoles, por si ellos querían marchar con él; él les daría lo que necesitaran en esta entrada, fuere en indios o caballos o vestimenta que ahí necesitaran. Entonces contestaron que estaban dispuestos a marchar con él. Después mandó convocar a los principales o jefes de los Carios y hacerles decir por sus lenguas si querían marchar con él tres mil hombres; entonces contestaron a nuestro capitán que estaban dispuestos y atentos para marchar con él. Cuando nuestro capitán supo de la buena voluntad de la gente dispuso y mandó a los marineros que fuesen aparejados siete barcos-bergantines; dentro de dos meses el quería partir y ausentarse en viaje tierra adentro. Cuando nuestro capitán general Domingo Martínez de Irala hubo ordenado todo esto y los barcos estuvieron aparejados partió en el año mil quinientos cuarenta y ocho por el río Paraguay arriba con siete barcos-bergantines y con doscientas canoas; y la gente que no pudo caber en los barcos y en las canoas marcharon de a pie con los ciento treinta caballos que iban por tierra hasta que vinieron a un cerro redondo y alto, que se llama San Fernando, donde habitan los sobredichos Payaguás. Cuando por tierra y agua toda la gente nos reunimos al lado del susodicho cerro, mandó nuestro cápitán que los cinco barcos-bergantines y canoas regresaran hacia la ciudad Nuestra Señora de Asunción y dejó dos barcos-bergantines con un capitán que se llamaba Pedro Diaz con cincuenta hombres españoles, también dejó bastimentos y otros aparejos para dos años y que ellos esperaran hasta tanto él hubiera venido de vuelta de la tierra con una noticia para que ni a él ni a su gente sucediere como al buen señor Juan Ayolas y cámaradas a quienes los Payaguás habían muerto tan infamemente -Dios sea benévolo y misericordioso a ellos y a todos nosotros, amén- como vosotros habéis sabido en la hoja treinta y siete. Nuestro capitán marchó con trescientos hombres y ciento treinta caballos, también con tres mil indios Carios y marchamos por ocho días que no hallamos nación alguna, y al noveno día vinieramos a una nación que se llama Naperus y no tienen otra cosa para comer que pescado y carne y son gentes altas y fuertes. Las mujeres no son lindas; ellas andan con sus vergüenzas tapadas desde el ombligo hasta las rodillas. En esta localidad quedamos no más de una noche; hay desde el cerro de San Fernando hasta esta localidad de Naperus treinta y seis leguas. Desde ahí marchamos siete jornadas y vinimos a una nación que se llama Mbaya. Estos Mbayas son un gran pueblo en conjunto y tienen sus vasallos; ésos deben labrar y pescar y hacer lo que se les manda. Es lo mismo como allá afuera los labriegos están sometidos a un señor noble; tienen ellos gran provisión de trigo turco, mandiotín, mandioca-pepirá, mandeporí, batatas, maní, bocaja y otras raíces más, que ahora no se pueden describir. También tienen para carne venados, ovejas indias caseras y ariscas, avestruces, patos, gansos, gallinas y otra volatería. Tambien los bosques están llenos de miel, de la cual se hace vino, para lo que se quiere usarla. Cuanto más lejos se marcha hacia adentro del país, tanto más fértil es. Durante todo el año halláis sobre las rozas estos granos y raíces como yo lo he contado. Las ovejas son tan grandes como un pequeño mulo romo y los indios las usan para llevar sus alimentos sobre ellas; también cabalgan sobre ellas si ellos se enferman cuando viajan por tierra. Por esto yo mismo en una ocasión, no en este viaje, sino en otro camino, he cabalgado sobre ellas más de cuarenta leguas de camino, pues estuve enfermo de un pie. En el Perú se conducen sobre ellas las mercaderías, como aquí afuera andan las acémilas. Los Mbayas son altos hombres garbosos y valerosa gente guerrera, que no hace otra cosa que estar en guerra y las mujeres son muy lindas y andan con sus partes cubiertas desde el ombligo hasta las rodillas. Estas mujeres quedan en casa y no van a las rozas, sino que el hombre debe buscar los alimentos, pues ella en la casa no hace otra cosa fuera que hilar y tejer en algodón, también hace de comer y otras cosas que de ella placen al marido y otros buenos compañeros, quien pide por ello que no es de escribir más acerca de esta cosa en esta vez. Quien quiere verlo, que marche hacia adentro; quien no, no quiere creerlo. Cuando los susodichos Mbayas vinieron ellos a nuestro encuentro hasta media legua de camino y esto fue cerca de una pequeña localidad entre los Mbayas; entonces dijeron ellos a nuestro capitán Domingo Martinez de Irala, que nosotros reposáramos en esta localidad durante la noche y ellos nos iban a traer todo cuanto entonces necesitáramos. Pero todo esto lo hicieron por picardía; para mayor confianza. Así regalaron a nuestro coronel cuatro coronas de plata que se colocan sobre la cabeza; también seis planchas hechas de plata, y las planchas son largas de un jeme y medio y anchas de medio jeme; las planchas las atan a la frente por gala cuando acaso quieren partir de viaje, sea a la guerra o a cazar o a otra diversión, como aquí afuera un señor rico cuelga sobre sí una cadena de oro; también regalaron a nuestro capitán tres lindas mozas o mujeres, que no eran viejas. Después que hubimos reposado y comido en esta localidad, se acostó cada uno a descansar y dormir, pero antes que uno se acuesta a dormir se reparte la guardia, para que la gente esté resguardada contra sus enemigos. Cuando se hubo establecido la guardia y todo el mundo se hubo acostado a reposar, nuestro capitán hacia la media noche había perdido sus tres mozas. Tal vez él no pudo haber contentado en la misma noche a las tres juntas, pues él era un hombre viejo de 60 años; si hubiere dejado a estas mocitas entre nosotros los peones, ellas tal vez no se hubieren escapado; en total hubo un gran alboroto en el real. En cuanto amaneció hizo batir atención y mandó que cada cual se presentara a su cuartel con sus armas.
Capítulo 45.
En esto nos asaltaron los sobredichos Mbayas, fuertes en alrededor de veinte mil hombres y quisieron arrollarnos, pero no ganaron mucho con esto. En esta escaramuza murieron más de cerca mil hombres; tras de esto huyeron. Cuando comprendimos esto, seguimos tras los susodichos Mbayas hacia su lugar, pero no hallamos nada, ni mujeres ni niños adentro en el pueblo. Después mandó nuestro capitán alrededor de ciento cincuenta arcabuceros y dos mil quinientos indios de los Carios y marchó con nosotros tras los Mbayas y marchamos tres días y dos noches seguidas que jamás descansamos sino sólo para almorzar y para dormir cuatro o cinco horas en la noche. Así en el tercer día los hallamos a los Mbayas, hombres, mujeres y niños, reunidos en un bosque; a esto ellos ni sabían de nosotros que veníamos, pues ellos no eran aquellos Mbayas que habían marchado contra nosotros, sino los amigos de los otros, que por causa nuestra habían huido. Se dice frecuentemente que en muchas ocasiones; es el inocente debe pagar junto con el culpable, así sucedió también aquí que en esta escaramuza quedaron prisioneras y muertas más de tres mil personas, entre hombres, mujeres y niños. Si hubiere sido de día y no de noche, ninguno de ellos se hubiere salvado, pues era mucha la gente reunida en un bosque contra un cerro. Así yo traje para ni botín en ese tiempo más de diez y nueve personas, hombres y mujeres que no eran muy viejas, pues yo no he mirado por las gentes viejas, sino buscado siempre las gentes jóvenes, también traje ponchos indios y otras cosas más. Después de esto marchamos de vuelta hacia nuestro real, ahí quedamos por ocho días, pues era una buena pradera para llenar el pico y desde el sobredicho cerro de San Fernando, donde habíamos dejado entonces los dos buques hasta esta nación Mbaya hay setenta leguas de camino. Después seguimos hacia una nación que se llaman Chané y estos Chanés son vasallos o súbditos de los sobredichos Mbayás, al igual como en estos países los labriegos están sujetos a sus señores. Pero en este camino no hallamos más que rozas que estaban cultivadas con trigo turco y raíces y otros frutos más, de manera que durante todo el año se tiene comida sobre el campo labrantío. Cuando se cosecha la una, ya está en sazón la otra y cuando ésta está madura, ya se ha sembrado en el terreno la otra, para que en todo el año se tenga lleva comida sobre las rozas y en las casas. Entonces vinimos a una pequeña localidad, que pertenece a los susodichos Chané, pero cuando vinimos al lugar, ya habían huido todos los indios; y hay desde los Mbayas hasta estos Chané cuatro leguas de camino. Así hallamos en este lugar abundancia para comer; nos quedamos por dos días. Desde allí marchamos por seis leguas de camino a una nación y estuvimos dos días en viaje y se llama Toyanas, y también son vasallos de los Mbayas como los anteriores Chané y hallamos lo suficiente para comer, pero gente ninguna. Desde ahí marchamos por seis días en que no hallamos gente alguna sobre la ruta, sino que distaban de la ruta que no pudimos hallarla y después de los seis días vinimos a una nación que se llama Paiyonos y era mucha gente reunida y el principal de los Paiyonos vino con gente en manera pacifica a nuestro encuentro y pidió a nuestro capitán que no fuere a su localidad, sino que se quedara en este sitio. Pero nuestro capitán ni nosotros quisimos hacerlo y marchamos en derechura hacia la localidad; fuere ello a gusto o disgusto de los indios, esto debían aguantar, entonces nosotros teníamos abundancia de comida en carne: gallinas, gansos, venados, ovejas, avestruces, loros, conejos y otra volatería. Pero ahora me dejo de trigo turco, y mandioca y otros frutos más; de ellos hay una abundancia en estos países, pero no mucha agua; tampoco tenían plata ni oro. Así no les preguntamos tampoco sobre oro ni plata a causa de las otras naciones que había más adelante, para que no huyeren ante nosotros los cristianos. Allí quedamos por tres días y nuestro capitán preguntó a los Paiyonos cuál era la condición de la tierra. Desde ahí partimos y tomamos un lengua de los Paiyonos que debía mostrarnos el camino y la aguada o el agua para beber, pues hay gran carencia de agua en este país. Así hay también desde los susodichos Toyanas hasta estos Paiyonos veinte y cuatro leguas de camino. Así vinimos desde los sobredichos Paiyonos a una nación que se llaman Mayáguenos; ésta está a cuatro leguas de camino de los Paiyonos. Allí quedamos un día y de nuevo tomamos un lengua que nos mostró el camino; y los indios estuvieron bien contentos y dieron dos indios que debían marchar con nosotros y mostrar el camino; también nos dieron lo que allí necesitábamos. Entonces los dejamos estar y partimos de ahí hacia una nación que se llaman Morronos, que están a ocho leguas de camino de los Mayáguenos. Cuando vinimos ahí recibiéronnos muy bien. Los Morronos son una gran nación en conjunto; allí quedamos dos días y también tomó nuestro capitán relación del país y tomamos también algunos de los Morronos que nos debían enseñar el camino a los Poronos; esto es cuatro leguas de camino y es una localidad pequeña; a eso tampoco no teníamos mucho que comer, como era más chico el lugar. Sin embargo, son tres mil o cuatro mil hombres de pelea de los Poronos y quedamos un día con ellos. Y de ahí marchamos a los Simenos; hay doce leguas y es una gran nación en conjunto y está situada sobre un alto cerrito y tiene rodeada su por un bosque de espinos igual a un muro. Estos nos recibieron con sus arcos y flechas, también nos dieron de comer dardos, pero no tardó mucho con ellos en que tuvieron que dejar el lugar y que nosotros los vencimos, pero ellos mismos quemaron su lugar. Pero nosotros hallamos lo suficiente para comer sobre el campo labrantío; quedamos allí por tres días y buscamos los Simenos sobre el campo y en los bosques, pero no pudimos hallarlos.
Capítulo 46.
Desde ahí marchamos en cuatro jornadas a una nación que se llama Guorconos y hay alrededor de veinte leguas de camino. Estos no sabían que nosotros veníamos, hasta que estuvimos al lado de la localidad; entonces quisieron huir, pero no pudieron estando nosotros; así pedimos de comer a los Guorconos; entonces nos trajeron gallinas, gansos, ovejas, avestruces, venados y otros bastimentos más que nosotros estuvimos bien contentos y quedamos cuatro días con ellos; y nuestro capitán tomó relación de los susodichos Guorconos y tomamos también dos indios que nos debían mostrar y enseñar el camino hasta los Layonos. Fue viaje de tres días, cerca de doce leguas; pero no tenían mucho para comer, pues el Tucú o la langosta les había comido su fruto. Ahí acampamos sólo una noche. Desde ahí marchamos a una nación que se llama Carconos; hasta allí estuvimos de viaje durante cuatro jornadas y hay veinte leguas de camino. El Tucú o langosta había estado también en estos parajes, pero él no ha hecho tanto daño como en otros parajes. Así no quedamos más que un día con los sobredichos Carconos; también nos dieron dos indios que nos debían enseñar el camino; también tomamos relación de la tierra; entonces nos dijeron que no encontraríamos agua alguna en el camino hasta una nación que se llaman Siberis. Estos estaban a treinta leguas de camino de camino de los susodichos Carconos. Así tuvimos que llevar con nosotros agua para el viaje. A los seis días llegamos a los Siberis; entonces murieron de sed muchísimos de nuestros indios. Hallamos en algunos sitios una raíz que está parada sobre la tierra y tiene grandes hojas anchas; a esta raíz se la llama cardo. Y cuando llueve sobre esta raíz, queda el agua en la raíz y no puede salir; tampoco se absorbe; el agua queda en la raíz como si se echara el agua en una tina; así hay alrededor de casi un medio jarro de agua en una raíz. Después de esto vinimos a los sobredichos Siberis a las dos horas en la noche; cuando los Siberis sintieron esto, tomaron a sus mujeres e hijos y quisieron huir, pero nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, mediante un intérprete se puso al habla con los Siberis, que se quedaran en sus casas y no tuvieren recelo a su gente, pues no harían mal alguno. Igualmente estos Siberis tuvieron gran carencia de agua, pues por tres meses no había llovido; así no tuvieron otra cosa para beber fuera de la que hacían de una raíz que se llama rnandioca-pepirá. Se hace de esta raíz una bebida; pero escuchad en seguida cómo se prepara esta bebida; se toma la raíz y se la machaca en un gran mortero o moerser de madera y el jugo que sale de la raíz asemeja a una leche, pero si se tiene agua, entonces se hace de esta raíz un vino de mandioca-pepirá. En ese lugar no había más que un solo pozo, así fue preciso mantener vigilancia sobre él y encargarlo a alguno para que aquél que fuere el ordenado, se hiciere cargo del agua y debiera dar ración o diera a cada uno su medida, la que dispuso entonces el capitán. Así nuestro capitán estimó conveniente en encomendar a mí el agua en esta ocasión y yo debí dar a cada uno lo que le correspondía, pues en este viaje hubo una escasez muy grande de agua. Uno no se preocupaba ni por oro ni plata ni por comida ni por otros bienes más, sino por el agua. Así en esta ocasión obtuve ante nobles y villanos gran favor y buena voluntad ante la gente, pues yo no fuí estricto en esa ocasión; también miré de paso que a mi no me faltara el agua, pues en este país no vais a encontrar a lo largo ni a lo ancho ninguna corriente de agua, salvo la que hacen ellos en las cisterna. Guerrean entre ellos por el agua, los Siberis con otros indios. Quedamos ahí dos días que no sabíamos qué debíamos hacer, si debíamos marchar hacia atrás o hacia adelante. Así tuvimos que echar o colocar la suerte por dos partidos: si marchar hacia atrás o hacia adelante; entonces ha caído la suerte para marchar hacia adelante. Así preguntó nuestro capitán general a los Siberis por la tierra y el camino y por la relación del país; entonces ellos, los Siberis, contestaron a nuestro capitán que nosotros teníamos que marchar durante seis días a una nación que se llaman Payzunos. En el camino encontraríamos dos arroyitos para beber y los sobredichos cardos. Así nuestro capitán se puso en viaje y llevó consigo los Siberis que debían enseñarnos el camino. Pero cuando llegamos a tres jornadas de su localidad, la de los Siberis, huyeron ellos en una noche que nosotros no supimos adonde habían ido a parar, así nosotros mismos tuvimos que buscar el camino y vinimos a los sobredichos Payzunos. Cuando vinimos a ellos, no quisieron ser amigos nuestros y se dispusieron para la defensa, pero con la ayuda de Dios, ésta no los valió a los Payzunos y los vencimos y ocupamos su pueblo, como esto ocurrió en esta escaramuza. Aquellos que ahí fueron hechos prisioneros por nosotros los cristianos, nos avisaron que ellos habían tenido en su pueblo tres españoles, uno había sido un trompa de nuestro capitán general don Pedro Mendoza y se llamó de su nombre Jerónimo, a los cuales el capitán Juan Ayolas había dejado entonces entre los Payzunos, como vosotros habéis sabido en la hoja treinta y seis; él ha dejado ahí las tres personas por hidropesía. Y desde esta nación ha regresado de nuevo Juan Ayolas. Los Payzunos habían muertos los tres cristianos cuatro días antes casando supieron por los Siberis nuestro advenimiento, pero después ellos han debido pagar bien esto. Así acampamos durante catorce días en su pueblo y buscarnos los Payzunos. Así los hallamos escondidos en un bosque, pero no estaban todos reunidos y los matamos a todos y tomamos prisioneros; la menor parte escapó y aquellos que habíamos cautivado nos indicaron toda la situación. Tomó nuestro capitán relación del país y camino; entonces los Payzunos dieron un buen informe que nosotros teníamos hasta una nación Mayáguenos cuatro jornadas, que son diez y seis leguas de camino que hay desde los Payzunos hasta los Mayáguenos.
Capítulo 47.
Cuando vinimos a su localidad, se defendieron los Mayáguenos y no quisieron ser nuestros amigos; su pueblo se hallaba sobre un cerrillo y estaba rodeado con espinas en mucha espesura y anchura y en tanta altura como hasta donde uno puede alcanzar con una espada. En eso nosotros los cristianos y los indios, nuestros Carios, tuvimos que atacar en dos sitios; así los susodichos Mayáguenos mataron doce cristianos y algunos Carios que también fueron muertos a tiros de flecha antes que nosotros ganáramos el pueblo. En cuanto vieron los Mayáguenos que nosotros estábamos en el pueblo, entonces ellos mismos pusieron fuego a su localidad y la quemaron y huyeron de ahí. Algunos tuvieron que dejar el cuero, como vosotros mismos habéis de pensar de qué modo ocurre en semejante fiesta patronal. Tras de haber sucedido todo esto, partieron a los tres días después a escondidas que nuestro capitán ni nosotros supimos de ello, alrededor de unos quinientos hombres de pelea de nuestros Carios con sus arcos y flechas. Así ellos a dos o tres leguas de camino de nuestro real vinieron a aquellos, los Mayáguenos y las dos naciones, los Carios y los Mayáguenos, pelearon de tal modo entre sí que de los Carios quedaron muertos más de trescientos y de los Mayáguenos tantos que no es de decir. Eran tantísimos los Mayáguenos, que por una gran legua de camino no había a mas que Mayáguenos; pensad vosotros ¡cuanto gentío ha estado reunido! En esto había venido a nuestro capitán un mensaje de los Carios, que se debía venir en su ayuda; que ellos estaban acampados en un bosque y no podían marchar ni hacia adelante ni hacia atrás, pues estaban sitiados por los Mayáguenos. En esto nuestro capitán se apresuró y mandó convocar los caballos y ciento cincuenta hombres cristianos y de guerra y mil Carios; y los otros cristianos y Carios tuvieron que quedarse al lado del bagaje para que los Mayáguenos no invadieron el campamento mientras nosotros quedáramos afuera. En esto que vinimos y los Mayáguenos sintieron nuestro advenimiento, levantaron su campamento y huyeron; entonces seguimos tras ellos, pero no pudimos alcanzarlos. Pero cómo les ha ido cuando nosotros nos volvimos y quisimos regresar a nuestra ciudad de donde habíamos partido, vais a saber después. Cuando vinimos donde estaban los Carios, hallamos muchísimos muertos de los Carios y Mayáguenos que nos admiró; nuestros amigos Carios estuvieron muy contentos que nosotros habíamos venido en ayuda de ellos; entonces regresamos a nuestro real y quedamos cuatro días en el campamento, pues tuvimos lo suficiente que comer de lo que entonces necesitábamos en este lugar Mayáguenos. Nos pareció conveniente que nos pusiéramos en camino para dar término a nuestro viaje, ya que supimos y habiamos oído también sobre las condiciones del país, etcétera; así nos pusimos en viaje y marchamos hacia una nación que se llaman Corcoquis; estuvimos en viaje alrededor de trece días, que según nuestra apreciación y según la altura del cielo deben ser alrededor de setenta y dos leguas de camino. Cuando hubimos viajado durante nueve días vinimos a un país que en largo y ancho en seis leguas de camino era nada más que pura buena sal, tan gruesa como si hubiere nevado; ésta queda en invierno y verano; y nosotros quedamos entre esta sal por dos días, que no sabíamos qué camino debíamos tomar para terminar nuestro viaje. Así el Todopoderoso Dios nos concedió su gracia para que viniéramos al camino justo; de ahí marchamos por cuatro jornadas y vinimos a una nación que se llaman Corcoquis. Cuando nos acercamos a su localidad a distancia de cuatro leguas y envió nuestro capitán alrededor de cincuenta cristianos y quinientos Carios para que prepararan el alojamiento, pero nosotros no sabíamos que había tantísima gente reunida, pues en este viaje no hemos visto tanta gente reunida como estos Corcoquis. En esto que vinimos al pago tuvimos miedo a los Corcoquis, pues era una gran nación en conjunto. Cuando vimos esto mandamos volver a uno de nosotros que comunicara a nuestro capitán cómo nos encontramos nosotros y que él viniere lo más pronto en nuestra ayuda. En cuanto nuestro capitán supo en esta misma noche tal mensaje, estuvo al lado nuestro entre tres y cuatro horas de la mañana, pero los Corcoquis no supieron que había más gente. Cuando los Corcoquis vieron que había venido nuestro capitán, estuvieron muy tristes, pues no habían pensado otra cosa sino que ellos nos tenían como vencidos a todos. Cuando todos estuvimos reunidos, nos mostraron buena voluntad; a más no pudieron hacer otra cosa que esto, pues temieron por sus mujeres e hijos, como también por su lugar. En esto nos trajeron carne de venado, gansos, gallinas, ovejas, avestruces, patos, conejos y otra carne de salvajina y volatería, que no puedo describir toda en esta vez, sino que yo lo dejo de lado; grano turco de trigo y raíces y otras wuertzl hay en abundancia en esta tierra, etc. Quedamos ocho días en este pago y tomamos relación sobre los indios y el país; entonces nos avisaron de una nación que se llama Macasís, que estaban a ochenta leguas de camino de estos Corcoquis; los hombres Corcoquis llevan en los labios una piedra azul, redonda, ancha como ficha de tablero; y sus defensas o las armas son dardos y arcos y flechas, a más paveses hechos ese antas o rodela. Las mujeres tienen hecho en el labio un pequeño agujerito; tienen una piedra verde o gris hecha de cristal que meten en ese agujerito; llevan estas mujeres un tipoy, que es hecho de algodón; es grande como una camisa, pero no tiene mangas; las mujeres son muy lindas y no hacen otra cosa que coser para proveer la casa; quedan en la casa y el hombre debe ir al campo labrantío para procurar el alimento que se necesita en la casa.
Capítulo 48.
De ahí marchamos hacia los sobredichos Macasís y tomamos guías o aquellos de entre los Corcoquis que nos enseñaren el camino. Pero cuando vinimos a tres jornadas del lugar, se mandaron mudar los Corcoquis y nos dejaron solos, pero ello no obstante nosotros realizamos el viaje y vinimos a un gran río que se llama el río Macasís, es ancho de una y media legua de camino. Pero cuando vinimos al río, no sabíamos dónde podríamos cruzar esta agua. En esto Dios nos concedió su gracia dlvina que nosotros la pasáramos, en esta manera especial: hicimos dos y dos una balsita de palos y ramas y flotamos por el río abajo para que así llegáramos a la otra banda del río. Esta agua tiene buenos peces también hay de los tigres muchísimos; este río se halla a sólo cuatro leguas de camino de dichos Macasís; en esto se nos ahogaron en esta ocasión cuatro personas sobre una balsita. Dios les sea clemente y misericordiodo y a todos nosotros. Después que nos acercamos a los Macasís hasta una buena legua de camino, vinieron los Macasís a nuestro encuentro y nos recibieron muy bien y comenzaron a hablar en español con nosotros. Cuando nosotros, los cristianos, notamos esto, que sabían hablar español, nos sobresaltamos rnuy rudamente por ello; les averiguamos a quién estaban sometidos y qué señor tenían; ellos contestaron a nuestro capitán y a nosotros que ellos pertenecían a un noble de España que se llamaba Pedro Anzures. Después que entramos en el pueblo vimos que ahí los niños y alguna gente entre hombres y mujeres estaban llenos de bichos. Este bicho se parece a una pulga y entra entre los dedos de los pies y adonde llega después, come hasta que llega a ser un gusano grande, igual a ese gusano que está en una avellana, pero se puede sacarlo bien a tiempo para que no haga ningún daño en la carne; pero si esto se omite, come a uno los dedos de los pies. Habría mucho que escribir sobre el bicho, etc. Desde nuestra ciudad Nuestra Señora de Asunción hay por tierra hasta este pago Macasís trescientas setenta y dos leguas de camino según la altura. Después de esto acampamos alrededor de veinte días entre los susodichos Macasís, cuando llegó una carta desde una ciudad en el Perú que se llama Lima, donde está el supremo lugarteniente de Su Cesárea Majestad, que se ha llamado de su nombre Presidente o licenciado de Gazca, que entonces había hecho cortar la cabeza a Gonzalo Pizarro e hizo decapitar a muchos otros nobles y villanos y aherrojar en las galeras por causa, de que González Pizarro no quiso estar sometido ni obediente y se había rebelado con la tierra contra Su Cesárea Majestad; así el licenciado de Gazca le ha dado el pago por parte de Su Cesárea Majestad. Muchas veces uno hace más de lo que le ha mandado su Superioridad, para que él quede señoreando; tal cosa sucede todos los días en este mundo. Yo creo que si su Cesárea Majestad en propia persona hubiere tomado preso a este susodicho Gonzalo Pizarro, le hubiere perdonado la vida, porque a uno le duele cuando se instituye dueño sobre los bienes de otro, pues esta tierra del Perú ante Dios y el Mundo había sido de Gonzalo Pizarro; pues sus hermanos, el marqués y Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro han hallado y ganado para ello la rica tierra del Perú, pues bien se puede decir que es una tierra rica el Perú, porque toda la riqueza que tiene Su Cesárea Majestad viene del Perú y desde Nueva España y Tierra Firme; por eso que la envidia y el odio son tan grandes entre nosotros que nadie desea al otro un bien alguno. Así ha sucedido también con el pobre Gonzalo Pizarro; él ha sido un rey, después se le ha cortado la cabeza. Dios le sea clemente. Habría mucho que escribir de estos asuntos. No lo concede el tiempo. En esta sobredicha carta se anunció que nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, bajo pena de vida por parte de su Cesárea Majestad, no avanzara con la gente y esperara ahí entre los Macasís una ulterior disposición, pues el gobernador desconfiaba que nosotros hiciésemos una rebelión en el país y con los otros que se había escapado y huído a los bosques y sierras hiciésemos una alianza entre nosotros. Esto hubiere sucedido también si nos hubiéramos reunido; y nosotros habríamos echado fuera de la tierra al gobernador. Así hizo el gobernador un convenio con nuestro capitán y le hizo un buen regalo, que nuestro capitán quedó bien contento y salvó su vida; pero nosotros no sabíamos nada de semejante proceder si por acaso lo hubiéramos sabido, le hubíéramos atado las cuatro patas a nuestro capitán y lo hubiéramos llevado al Perú; pero los grandes señores son malos y bellacos; donde pueden despojar a los pobres peones de lo suyo, lo hacen. En esto nuestro capitán mandó cuatro compañeros al Perú al gobernador. De sus nombres un capitán se llamó Nuflo de Chaves, el otro Oñate, el tercero Miguel de Rutia, el cuarto Aguayo de Córdoba. Cuando los cuatro compañeros llegaron al Perú, estuvieron en viaje un mes y medio y llegaron a la primera ciudad, ésta se llama Potosí; la otra ciudad es llamada Cuzco, la tercera es llamada Villa de La Plata, la cuarta capital es llamada Lima. Pero éstas son las ciudades más principales que hay en el Perú y las más ricas; pero fuera de ellas hay otras ciudades más, aldeas y lugares. Después que los sobredichos compañeros llegaron en el Perú a la primera ciudad Potosí, se quedaron los dos compañeros Miguel de Rutia y Aguayo, que se habían enfermado y los otros dos Nuflo de Chaves y Oñote, se sentaron en la posta y fueron hacia Lima, donde vive y se maneja el gobernador del Perú. Cuando llegaron allí, recibiólos muy bien el gobernador y tomó relación de los dos compañeros sobre la tierra y otras cosas más que habían sucedido en el Río de la Plata. Cuando el gobernador oyó todo esto, mandó a sus servidores que aposentaran a los dos compañeros y les dieron una buena posada y que se les tratara bien. El gobernador regaló al Nuflo de Chaves y al Oñate dos mil pesos o duros. También ordenó el gobernador a Nuflo de Chaves que escribiera a su capitán que aguardara y esperara disposición ulterior entre los sobredichos Macasís y que a éstos no les hiciésemos nada ni les tomásemos nada, sino únicamente el alimento, pues nosotros sabíamos que tenían plata; a causa de que ellos estaban sometidos a un español, no pudimos hacerles nada. En esto el correo que llevaba las cartas fue acechado en el camino por un español que se llama Bernabé por orden de nuestro capitán, que desconfió que vendría otro capitán desde el Perú que gobernaría su gente como tal cosa ya estuvo ordenada. Nuestro capitán desconfió que ello sucedería, por esto él, nuestro capitán, envió al Bernabé a la ruta y le mandó que si era cosa que hubiere carta, que la tomara sobre sí y la llevara consigo a los Carios, como esto ha sucedido.
Capítulo 49.
Tanto y tanto hizo nuestro capitán que ya no pudimos quedarnos por más tiempo con los Macasís. Ha sido bien la verdad, nosotros no teníamos bastimentos para un mes en este pero si hubiéramos sabido que habíamos estado proveídos y provistos de un gobernador, no hubiéramos partido de ahí y nosotros bien hubiéramos hallado alimento y remedios, pero es pura maldad en este mundo. En esto regresamos de nuevo hacia los Guorocoquis. En posesión de estos Macasís hay una tierra fértil en granos y en frutas, también en miel, que no he visto en otros países una tierra tan fértil. Un indio toma un hacha y va al bosque y al árbol más próximo que él halla, el indio hacha sencillamente un agujero en el árbol, entonces se derraman de ahí cinco hasta seis jarradas de miel tan pura como el aguamiel. Las abejas no pican y son muy chicas; uno puede comer de esta miel con pan o con otra comida; también se hace buen vino de ella, tan bueno como aquí en Alemania lo es el aguamiel y a esto mejor y más agradable para tomar que el aguamiel. Pero cuando vinimos a los sobredichos Guorocoquis habían huído todos con mujeres e hijos ante nosotros, pues desconfiaron que se les causara un detrimento, pero hubiera sido mucho mejor que hubieren quedado en su localidad. Nosotros les enviamos recado con otros indios, para que regresaran de nuevo a su localidad y no recelaran de nosotros, pues no les sucedería ningún mal, pero ellos no quisieron hacer caso de esto y en respuesta nos ordenaron que saliéramos su pueblo; si no ellos marcharían con grandes de fuerzas contra nosotros. Cuando supimos esto de los susodichos Guorocoquis hicimos nuestra ordenanza y marchamos contra ellos, pero algunos de nuestra gente hicieron un requerimiento a nuestro capitán para que no marchara contra los Guorocoquis, pues produciría gran escasez en la tierra; cuando se tratara que se marchara desde el Perú al Río de la Plata, no se tendría bastimento; pero nuestro capitán ni el común o die Gemeine quisieron hacerlo y siguieron nuestro sobredicho propósito y marcharon contra los Guorocoquis. Cuando estuvimos cerca de ellos a una media legua de camino, habían hecho ellos su real bajo dos cerros y bosques en cada uno de ambos costados para que si acaso nosotros, los venciéramos, pudieren huir de nosotros, péro no les ayudaron mucho los cerros. Aquellos que encontramos debieron entregar el cuero y ser nuestros esclavos, así que ganamos en esta escaramuza cerca de mil personas, fuera de los que se han matado entre hombres, mujeres y niños. Quedamos nosotros por dos meses en este pueblo que estaba formado por cinco o seis pueblo más pequeños. Por entre toda la tierra no hicimos otra cosa que guerrear, hasta que vinimos a los dos barcos, donde los habíamos dejado ahí, como vosotros habéis sabido en la hoja ochenta y una. En esta entrada hemos ganado hasta doce mil personas entre hombres, mujeres y niños, que debieron ser nuestros esclavos, así que yo por mi parte he conseguido para mi unas cincuenta personas y hombres, mujeres y niños; y hemos estado en esta entrada durante un año y medio antes de venir de nuevo a los susodichos barcos. Cuando llegamos a los barcos comunicó la gente que había quedado ahí sobre los barcos-bergantines a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y a nosotros, que un capitán que se llamaba Diego de Abrigo, que era oriundo de Sevilla en España, otro capitán que el Domingo Martínez de Irala había dejado en lugar an seiner stadt para que gobernara la gente y la mantuviere en la justicia, este capitán se llamaba Francisco de Mendoza. Cuando en ese tiempo nosotros estuvimos ausentes, se sucitó un alboroto entre los dos capitanes y el susodicho Diego de Abrigo quiso gobernar solo; esto no quiso consentir el otro capitán, el don Francisco. En esto se armó el baile de mendigantes hasta que el Diego de Abrigo quedó dueño del campo y cortó la cabeza a don Francisco Mendoza.
Capítulo 50.
Enseguida se levantó todo el país con el susodicho Diego de Abrigo y quiso estar en contra nuestra; se fortificó en la ciudad y no quiso entregar la ciudad a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala y no reconocerlo a nuestro capitán como su capitán general. ¡Ese Diego de Abrigo! Cuando hubo sabido esto nuestro capitán Domingo Martínez de Irala, dispuso y ordenó nuestro capitán que nosotros sitiáramos la ciudad, como lo hicimos entonces. Cuando los que estaban en la ciudad Nuestra Señora de Asunción y nos habían sitiado esos que estaban en la ciudad al lado del capitán, vieron nuestra firmeza que habíamos acampado frente a la ciudad, les entró el terror y venían diariamente todos los días ante nuestro capitán al campamento y pedían perdón a nuestro capitán. Pero cuando vio que él no podía fiarse de su gente y era traicionado por sus hombres y tuvo recelo que nosotros asaltáramos una noche por traición la ciudad -esto hubiere sucedido en de veras- se aconsejó con sus mejores amigos y compañeros sobre quien quería partir con él fuera de la ciudad; entonces partieron con él de la ciudad cerca de cincuenta hombres de sus mejores amigos y compañeros y por los otros que quedaron en la ciudad ni bien pudo haber salido de la ciudad el Diego de Abrigo, ya lo supo por traición nuestro capitán. Así vinieron a la mañana aquellos de la ciudad y le contaron al capitán y pidieron perdón el cual nuestro capitán les acordó. En esto había huido el susodicho Diego de Abrigo hasta a treinta leguas de camino desde la ciudad Nuestra Señora de Asunción con los cincuenta cristianos así que nosotros no pudimos ganarle nada y nuestro capitán hizo la guerra entre ellos que ninguno estaba seguro contra el otro. Esta guerra duró por dos años seguidos; pues este capitán Diego de Abrigo no quedaba en ningún sitio, hoy aquí, mañana allí; pues daño que pudiera hacer a nuestra gente, ése lo hacía, pues él era igual a un salteador de caminos. En total si nuestro capitán quería estar en paz, tenía que hacer la paz con el Diego de Abrigo e hizo un casamiento por sus dos hijas y las dio a los dos primos del capitán Diego de Abrigo, el uno se llamaba Alonso Riquel, el otro Francisco de Vergara. Cuando tal casamiento estuvo concertado, tuvimos paz entre nosotros. En esto nos llegó una carta del factor de los Fugger en Sevilla que se llamaba Cristóbal Raisser, como se le había escrito el Sebastián Neithardt por orden de mi hermano si sería posible que se me ayudara para salir, como él lo hizo fielmente y ha estado empeñado en que yo obtuviere la carta del susodicho señor Cristóbal Raisser en el año mil Quinientos cincuenta y dos y a veinte y cinco días de julio en el día de San Jacobo.
Capítulo 51.
Cuando tal carta me ha llegado, he pedido enseguida a nuestro capitán Domingo Martínez de Irala que me diera licencia, pero él no quiso hacerlo primero, pero después debió considerar mi servicio y que yo había estado tanto tiempo en el país y al servicio de la Cesárea Majestad y había expuesto también en diversas veces mi cuerpo y vida por mi capitán Domingo Martínez de Irala y no lo había abandonado nunca; él ha considerado esto y me ha dado permiso y también una carta para la Cesárea Majestad sobre lo que había ocurrido en el país y cómo iban las cosas en el Río de la Plata, la cual carta para Su Cesárea Majestad yo la he entregado a sus consejeros en Sevilla, que yo entonces a mis señores he dado relación y buen informe de la tierra. Cuando hube arreglado todas mis cosas para el camino, tomé una amistosa licencia de mi señor capitán Domingo Martínez de Irala y de otros buenos amigos; a más llevé conmigo veinte indios a Carios que debían llevar mi comida y otras cosas y aparejo necesario que yo debí tener en un viaje tan largo, como vosotros mismos bien sabéis qué es lo que uno necesita. En esto, alrededor de ocho días antes de este viaje, antes de que yo iba a partir del país, vino ahí desde el Brasil uno llamado Diego Díaz y trajo noticia que habría llegado desde Portugal al Brasil un barco de Lisboa, que ha pertenecido al honorable y discreto Juan von Hielst, en Lisboa, un comerciante, el factor de los Erasmus Schetz en Amberes. Cuando supe todas estas oportunidades, emprendí viaje y me encomendé a Dios el Todopoderoso; me proveí de todo lo que entonces he necesitado, como vosotros habéis sabido y encomendé a Dios el Todopoderoso y emprendí el viaje en el año mil quinientos cincuenta y dos. El día veinte y seis de diciembre, en el día de San Esteban, he partido del Río de la Plata desde la ciudad de Nuestra Señora de Asunción. Así he partido con veinte indios y dos canoas y he llegado a un lugar que se llama Hieruquizaba y hay desde la ciudad hasta esta localidad veinte y seis leguas por tierra. En este lugar Hieruquizaba vinieron hacia mí otros cuatro compañeros, dos españoles y dos portugueses, poro éstos no tenían licencia alguna de nuestro capitán. Así marchamos juntos desde Hieruquizaba y vinimos a un gran lugar que se llama Guaray y desde el susodicho lugar Hieruquizaba hasta este lugar Guaray hay quince leguas de camino; desde ahí marchamos en cuatro jornadas, esto es diez y seis leguas, y vinimos a un lugar que se llama Gueguareté; desde ahí marchamos por nueve jornadas, éstas son cincuenta y cuatro leguas de camino, y vinimos a un lugar que se llama Guareté. Ahí quedamos por dos días y tuvimos que buscar bastimento y canoas para que viejáramos aguas arriba por el Paraná por cien leguas y vinimos a un lugar que se llama Guingui; ahí quedamos cuatro días. Esto pertenece hasta este lugar a la Cesárea Majestad y es tierra de los Carios.
Capítulo 52.
Ahora comienza la tierra del rey de Portugal, de los Tupís. Ahora tuvimos que dejar las canoas y el río Paraná y tuvimos que marchar por tierra hasta los Tupís; hemos marchado por seis semanas que fuimos por desiertos, serranas y valles y que nosotros en frecuentes ocasiones no pudimos dormir tranquilos ante los animales salvajes, ésos son los tigres, y hay desde el susodicho lugar de Guingui hasta estos Tupís ciento veinte y seis leguas de camino y estas naciones, los Tupís, éstos comen sus enemigos, los unos a los otros. La gente no hace otra cosa que guerrear día y noche, los unos contra los otros, y cuando vencen a su enemigo, entonces lo traen a su lugar, donde ellos están avecindados, como aquí en esta tierra se acompaña un casorio. Cuando se le quiere matar a él, al prisionero o esclavo, se le hace también lo mismo y se le ofrece un gran festival, como se indicó arriba. Y mientras este prisionero yace preso, se le da cuanto él pide mientras está prisionero, sea una mujer, para que tenga que hacer con ella, ésa se le da a cualquier comida, la que su corazón desea, hasta que llegue la hora en que él debe morir. Estos Tupís no tienen otro solaz que guerrear, comer y beber y estar borrachos día y noche y bailar y es un pueblo orgulloso; soberbio y altanero; y hacen vino del trigo turco; así quedan borrachos de este vino como allá afuera alguien que quisiera quedar borracho del mejor vino. Estos Tupís habían un idioma igual al de los Carios; hay una pequeña diferencia entre ambos en cuanto a la lengua. Desde ahí marchamos a un lugar que se llama Cariseba. Estos son también Tupís y guerrean contra los cristianos, también contra los otros Tupís, que son amigos de los cristianos. Así vine yo con mis compañeros en el día de Palmas a un lugar a cuatro leguas de camino, pero yo comprendí que nosotros debíamos cuidarnos de los susodichos Carisebas; a este tiempo tuvimos gran escasez de bastimento, pero a pesar de ello quisimos seguir adelante, pero dos compañeros de entre nosotros no quisieron de ningún modo seguir marchando y sólo quisieron marchar al lugar, como lo hicieron, pero nosotros tres y los indios que estaban con nosotros, no quisimos marchar con ellos. Así les prometimos los aguardaríamos, como lo hicimos, pero los sobredichos dos compañeros, ni bien pudieron llegar al pueblo, fueron muertos y comidos. Dios les sea clemente y misericordioso y a nosotros todos, amén. Así vinieron aquellos indios hasta cincuenta hombres con sus armas y llevaban puestas las ropas de los cristianos; cuando vinieron ante nosotros a treinta pasos de distancia, quedaron parados y hablaron a nosotros; y es hábito de los indios en la tierra que cuando él se queda parado y habla a la parte contraria no tiene buena intención, como yo lo he reconocido. Así nos armamos también lo mejor que pudimos y les preguntamos adónde habían quedado nuestros compañeros; entonces ellos contestaron que estaban en el pueblo y que nosotros fuéramos también al pueblo, pero nosotros no quisimos hacerlo, pues reconocimos bien su astucia. En esto que nosotros no quisimos ir con ellos, tiraron ellos con sus arcos contra nosotros, pero no se quedaron parados por mucho tiempo y corrieron enseguida a su lugar. En cuanto vinieron a su lugar, vinieron fuertes en más de seis mil hombres contra nosotros; no tuvimos otro amparo para nosotros que un bosque que era grande y nosotros los cristianos teníamos cuatro arcabuces con nosotros y alrededor de sesenta indios de los Carios que habían marchado con nosotros desde la ciudad de Nuestra Señora de Asunción. Así nos sostuvimos en este bosque durante cuatro días y cuatro noches, que tiramos día y noche los unos contra los otros y en la cuarta noche salimos a media noche del bosque y partimos a escondidas, pues no teníamos mucho que comer; si hubiéramos quedado por más tiempo, los indios, hubieran sido entonces demasiado fuertes contra nosotros, ya que se dice con frecuencia muchos perros son muerte de las liebres Desde ahí marchamos seis jornadas y vinimos a una nación que se llama Viaza, que nunca salimos de la selva salvaje, que en toda mi vida no he visto jamás semejante camino, pues he viajado muchas leguas y he andado en idas y vueltas. Como no teníamos qué comer en este camino nosotros los cristianos y los indios tuvimos que sustentarnos sólo con miel y otras raíces y cardos que hallamos en la selva; pues no teníamos el tiempo suficiente para que hubiéramos acechado o buscado carne de salvajina, pues recelábamos que los enemigos, los Tupís, siguieran y se apuraran. Y cuando vinimos a los susodichos Viaza, acampamos durante cuatro días e hicimos bastimento para que tuviéramos qué comer, porque no debíamos llegar a la localidad, porque nosotros eramos pocos, así que debimos recelar a causa de los indios. En esta nación Viaza halláis un río que se llama Uruguay, y en este río hemos visto unas víboras grandes; una víbora que es larga como unos buenos catorce pasos y en el medio no se la puede abarcar, tan grandes son. Tales víboras o serpientes, se llaman en su idioma indio Schue Eiway Thuescha. Estas víboras matan a los indios y comen también venados y antas y otros grandes animales salvajes que hay allí en el país. Cuando éstos, sean gentes o animales salvajes, quieren beber o bañarse o quieren nadar hacia la otra banda del río, viene la víbora o serpiente; estira siempre la cabeza por sobre el agua y mira si puede agarrar un hombre o un animal salvaje y cuando un hombre o un animal salvaje quiere bañarse o beber, como yo he indicado antes, entonces esta víbora o serpiente viene nadando bajo el agua hacia donde está el hombre o el animal salvaje y la víbora pega su cola alrededor de las piernas o el cuerpo del hombre o del animal salvaje que están ahí en el agua y la serpiente los arrastra con ella bajo el agua y los ahoga y los come; y de esto yo y mis compañeros damos testimonio y otros cristianos más que han estado ahí en esta tierra que es verdad lo de estas víboras o serpientes. Schue ewaie katue, la víbora. Así quedamos un mes en camino y vinimos a una gran localidad que se llama Yerubatiba, y, desde los susodichos Viaza hasta la localidad de Yerubatiba hay cien leguas de camino. Ahí quedamos durante tres días y estuvimos muy cansados en el camino, pues ya no teníamos qué comer, así nuestro alimento en mayor parte no era otra cosa que miel; también aquellos, los que teníamos con nosotros, estaban muy enfermos, pues vosotros debéis bien saber y pensar entre vosotros mismos lo que en un viaje tan largo y mala vida llevada, uno debe experimentar en cuanto a comer y beber y al descansadero, pues uno debe llevar consigo su cama. La cama que uno tiene pesa cuatro o cinco h. de algodón, está hecha como una red; ésta se ata en dos árboles; así se acuesta uno bajo el cielo azul en un bosque, pues si fuere cuestión que unos pocos cristianos marchan en conjunto por la tierra, es mucho más seguro se acuesten en un bosque que en las casas o lugares de los indios. Ahora marchamos hacia una localidad que pertenece a los cristianos. El jefe que estaba en esta villa se llamaba Juan Ramallo. A este pueblo quiero reputar como una casa de latrocinio. Fue nuestra buenaventura que el Jefe no estaba en casa y estaba con los otros cristianos que habitan en San Vicente, pues ellos, los cristianos, hacen en tiempos un convenio entre ellos. Los otros que viven en San Vicente y en otros pueblos cercanos son más de cerca ochocientos hombres, que todos son cristianos y súbditos del rey de Portugal. Y este Juan Ramallo no quiere estar sometido al rey de Portugal o a su lugarteniente del rey en ese concepto, pues él dice y declara que él ha estado cuarenta años en esta tierra en Las Indias y la ha habitado y la ha ganado, ¿por qué no ha de gobernar él la tierra como cualquier otro? Por eso se hacen la guerra entre ellos, pues si este Juan Ramallo quiere tener reunidos cincuenta mil indios, puede juntarlos en un día, tanto poder tiene él en la tierra, mientras ni el rey ni sus lugartenientes pueden reunir dos mil indios. Ahora debe decir también que sus hijos, los del sobredicho Juan Ramallo, han recibido bien a nosotros los cristianos, pero ello no obstante, tuvimos mayor recelo entre ellos que entre los indios. Ahora, como esto ha salido bien, damos gracias a Dios el Todopoderoso.
Capítulo 53.
Ahora nosotros seguimos adelante a una villa que se llama San Vicente y desde la sobredicho localidad hasta esta ciudad de San Vicente hay veinte leguas de camino. Así hemos llegado el día trece de junio en el año mil quinientos cincuenta y tres en el día de San Antonio y allí hemos hallado un barco de Portugal que había cargado azúcar y palo de Brasil, también algodón y este barco ha pertenecido al Juan von Hielst, el factor de los Erasmus Schetz en Lisboa. El Juan von Hielst tiene también su factor en San Vicente que se llama Pedro Rossel. Estos señores, los Schetz, tienen en unión con Juan von Hielst muchos lugares y aldeas que están en esta tierra y les pertenecen; los señores hacen azúcar en la tierra durante todo el año. Así me recibió muy amistosamente el sobredicho Pedro Rossel y me hizo gran honor y amistad para que yo fuere transportado y partiere lo más pronto. Así pidió también al capitán que me tuviera por bien recomendado ante él como este patrono hizo después, yo no puedo decir otra cosa. Quedamos en esta ciudad de San Vicente durante 11 días y nos aprestamos; con comida y bebida y otras cosas más que hay que tener sobre el mar; hemos estado en viaje desde la ciudad de Nuestra Señora de Asunción hasta esta ciudad de San Vicente en el Brasil durante seis meses y hay buenas cuatrocientas setenta y seis leguas de camino. Cuando estuvimos proveídos y aparejados con bastimento y otras cosas más, nos pusimos en viaje; y partimos desde la ciudad de San Vicente en el año mil quinientos cincuenta y tres y en el día veinte y cuatro de junio, en el día de San Juan. Así aconteció en este tiempo, que nosotros estuvimos durante catorce días en el mar u océano, que nunca tuvimos un viento bueno, sino siempre tormenta y horrible tempestad, que no sabíamos donde estábamos; así se nos quebró el mástil en el barco, que tuvimos que volver a tierra. Nuestro barco en el cual viajábamos, hacía muchísima agua; así tuvimos que navegar hacia tierra, y vinimos a un puerto o bahía, como se los llama. Y la ciudad que hay en ese puerto se llama Espíritu Santo. La ciudad está situada en el Brasil en Las Indias y pertenece al rey de Portugal; hay cristianos en esta ciudad y con sus mujeres e hijos hacen también azúcar y todos son portugueses y tienen azúcar y algodón, también palo de Brasil y otras materias más que se las encuentra ahí en el país. También en estos parajes del mar entre San Vicente y Espíritu Santo se encuentran con máxima frecuencia las ballenas o walfisch y hacen gran daño en el mar. Cuando se quiere viajar con pequeños barquitos en ida y vuelta desde un puerto al otro, vienen entonces ellas en cantidades y pelean entre sí, las ballenas o walfisch; también ocurre que en algunas veces, cuando llegan a un buquecito, hagan zozobrar al barquito junto con las gentes; los barquitos no son tan chicos, siempre son más grandes que aquí en el país los grandes altos naos o barcos y más grandes. También se nota que una ballena o walfisch vomita y arroja por su boca una cantidad de agua que puede caber en un buen barril de Franconia; ese arrojar lo hace a cada momento, pues no hace otra cosa que meter la cabeza bajo el agua y la vuelve a alzar afuera; eso lo hace día y noche y quien ve en el agua cree que fuere un montón de piedras reunidas; habría que, escribir mucho de este pez. También tenéis muchos otros grandes peces y maravillas del mar que no es de escribir o de decir. Hay otro pez grande que en su forma española se llama pez-sombrero, que se debe decir en su sentido alemán pez de un sombrero de sol; no es de escribir ni contar de este pez de cuan poderoso y forzudo es; y en algunos lugares, hace gran daño a los barcos, pues viene con con tal ímpetu contra un barco cuando no hay viento –no puede ir ni para adelante ni para atrás- y él pega con tal fuerza contra el buque que éste tiembla todo. Entonces hay que echar en seguida desde el barco al mar uno o dos grandes toneles y cuando el pez percibe los toneles, deja el barco y juega con los toneles Hay otro pez grande; ése se llama en español pez-espada, que es a decir en su forma alemana: fischmesser o Schwetmesser; éste hace mucho daño a otros grandes peces. Cuando los peces entre ellos es lo mismo como cuando aquí en el país dos caballos bravos vienen el uno contra el otro y saltan el uno contra el otro. Es divertido verlo en el mar, pero cuando los peces pelean entre sí, se aproxima generalmente una gran tempestad en el mar. Hay otro gran pez malo, que en lo de lidiar o pelear está arriba de todos los peces, éste se llama en su sentido español pez de sierra y en alemán Saegefisch y muchos otros peces mas que esta vez no se ha de escribir más, y otros peces voladores y también otros grandes peces más, que se llaman toninas.
Capítulo 54.
Ahora nos dejamos de los peces que hay en el mar. Y hemos estado durante cuatro meses sobre el mar que no vimos tierra ninguna y navegamos día y noche y en todo tiempo hemos llevado buena derrota desde el susodicho puerto de Espíritu Santo y vinimos a una isla que pertenece al rey de Portugal y se llama Isla Tercera. Allí tomamos otra vez bastimento fresco, de pan, carne, agua y otros aparejos necesarios que entonces necesitábamos en nuestro barco; y quedamos en esta isla por dos días. Desde ahí partimos hacia Lisboa y estuvimos catorce días en viaje desde la sobredicho Isla Tercera y llegamos en el año mil quinientos cincuenta y tres y en el día treinta de septiembre en el día de San Jerónimo a Lisboa. Dicha Isla Tercera es una linda gran localidad y plantan vides y cereales y hacen diversos negocios que hay allá. Cuando vinimos a Lisboa queda yo durante catorce días en Lisboa y se me murieron dos esclavos o indios que yo había traído conmigo desde la tierra. Desde ahí marché por posta hacia Sevilla y llegué en seis días a Sevilla y hay setenta y dos leguas de camino desde Lisboa a Sevilla. Ahí quedé en Sevilla durante cuatro semanas hasta que estuvieron aparejados los barcos que debían viajar hacia Amberes; y desde Sevilla he partido por agua y vine en dos días a una que se llama San Lucas y pernocté allí. De ahí marché por tierra en una jornada y vine a otra ciudad que se llama Puerto Santa María; de ahí viajé por agua ocho leguas de camino y vine a una ciudad que se llama Cádiz, donde estaban los barcos holandeses que iban a viajar hacia los Países Bajos y eran estos barcos alrededor de veinte y cinco naves grandes, a los cuales se los llama urcas. Así entre los veinte y cinco barcos había un lindo y gran buque nuevo que no había hecho más que un solo viaje desde Amberes hacia España. Así vinieron los comerciantes alemanes hacia mí, aconsejaron que yo debía viajar sobre ese barco; y el patrón se llamaba Enrique Schetz, de Amsterdam, y este patrón era un hombre muy cumplidor y bueno. Después que hube concertado con el capitán todas mis cosas y estuve arreglado por el pago del pasaje y comida y otras cosas que hay que tener en semejante viaje; y en cuando yo y el capitán estuvimos acordados y convenidos me apresté en la misma noche e hice llevar al barco todos mis petates de vino y pan y otras cosas para matalotaje, también loros y otras cosas que yo había traído entonces desde las Indias y convine ese mismo anochecer con el capitán que me avisara cuando él quería ir a bordo. Así él prometió a mí y a mi buen amigo Juan Podien que vive en Cádiz, que él no viajaría sin mí y me avisaría. Para mi buena suerte el capitán había bebido en exceso en esa noche, así que olvidó de mi en mi posada. Entonces alrededor de las dos horas antes del día el piloto que entonces gobierna el barco, dispuso que se levara anclas; él quería partir, como lo hizo entonces; y cuando era de mañana, que yo me levanté, ya estaba el barco a una gran legua de camino de la costa. Cuando yo supe y vi esto, no tuve más remedio sino que debí buscar otro barco, como lo hice, y vine a otro barco y tuve que satisfacer al patrono tanto como había dado al otro capitán. Depués tuvimos que navegar enseguida en el barco y debimos partir con los otros veinticuatro barcos y tuvimos buen viento por tres días. En cuanto habían pasados los tres días vino un gran viento contrario contra el cual no pudimos realizar nuestro viaje y quedamos aun con gran peligro por cinco días, que creíamos que el tiempo cambiaría, pero cuanto más tiempo demoramos, tanto más tempestuoso el mar y no pudimos sostenernos sobre el mar por más tiempo y tuvimos que regresar por el camino por donde habíamos partido. Ahora hay la costumbre sobre el mar que los marineros y patronos hacen un capitán general al cual se lo llama en español almirante; este gobierna todos los barcos; y lo que él quiere que se haga sobre el mar, eso lo deben hacer los patronos y prestarle un juramento que ninguno se apartará del otro, porque Su Cesárea Majestad ha ordenado que no deben viajar menos de veinte barcos desde España hacia los Países Bajos, a causa del rey de Francia porque ahora guerrean entre ellos. Así es también la costumbre en el mar, que ningún patrono debe viajar más allá de una legua de camino del otro y cuando sale o entra el sol, los barcos deben reunirse y los barcos deben saludar al almirante con tres o cuatro tiros todos los días por dos veces. Por su parte, el almirante debe tener en su barco dos linternas, hechas de hierro; esto se llama un farol, éstas debe dejarlas encendidas durante toda la noche y las coloca atrás en el barco, así todos los demás deben navegar tras la luz y no deben distanciarse o navegar por separado. El almirante a su vez dice todas las noches a los marineros qué camino él piensa seguir, para que en el caso que viniere una tormenta sobre el mar, ellos sepan qué camino o viento ha tomado el almirante, para que no se pierdan los unos de los otros. Después que nosotros tuvimos que volver por la tempestad como conté antes, fue ese barco de Enrique Schetz, ese que entonces me había dejado en tierra en España y tenía mis petates; ese mismo barco estuvo en el último lugar de todos los demás barcos y cuando llegamos a la ciudad de Cádiz cerca de una legua de camino, era obscuro y de noche, así tuvo que colgar el almirante sus linternas para que los otros patronos supieren como seguirle. Cuando vinimos a la ciudad de Cádiz, cada patrono largó su ancla al mar y el almirante retiró su linterna. En esto se hizo en tierra una lumbre en toda la mejor intención, pero resultó lo peor para el barco de Enrique Schetz. Cuando fue hecha la lumbre al lado de un molino a un tiro de arcabuz de Cádiz, navegó pues el susodicho Schetz en derechura hacia la lumbre, pues él creyó que era la lumbre o la linterna del almirante, y cuando llegó con su barco cerca de la lumbre, chocó con fuerza contra las rocas que estaban o yacían en el mar. En cuando vino contra las rocas, hizo cien mil pedazos a su barco; gentes y cargas fueron a pique antes de pasar un medio cuarto de hora y no quedó ninguna pieza con otra y se ahogaron veintidós personas; sólo se salvaron el patrono y el piloto sobre un gran palo. Se hundieron en el agua seis cajas con oro y plata que pertenecían a la Cesárea Majestad y otra gran mercadería más que perteneció a los comerciantes. Por esto yo doy gracias a mi Salvador y Redentor, loor, honor y gracias que él me ha protegido y amparado para que yo no navegara ese barco.
Capítulo 55.
Después de esto hemos estado surtos por dos días en Cadiz y en el día de San Andrés hemos partido de nuevo desde Cádiz hacia Amberes; entonces nos sobrevino en este viaje una gran tormenta y tempestad que los mismos patronos dijeron que durante veinte años seguidos que ellos habían navegado, no habían visto más tan horrible tempestad ni oído que ella hubiere durado tanto tiempo. Cuando vinimos a Inglaterra a un puerto que se llama Wight, todos nuestros barcos no tenían ni una vela, ésa es una lona que se pone en el mastil, ni cabos, ni mástiles, ni ya la menor cosa sobre los barcos, pero mí el viaje hubiere durado mayor tiempo no se hubiera salvado ninguno de los veinte y cuatro barcos. A todo esto se han hundido en el día de Año Nuevo en el año mil quinientos cincuenta y cuatro y en el día de Todos los tres Reyes, ocho barcos con gentes y carga, que ha sido una terrible horrorosa cosa de ver que ni un solo hombre de los ocho barcos se ha salvado y se han perdido estos ocho barcos entre Francia e Inglaterra. Dios quiera conceder a los cristianos que en esta ocasión se ahogaron y murieron su gracia y misericordia y haberlos aceptado en gracia divina. Así quedamos cuatro días en el sobredicho puerto Wight en Inglaterra y desde ahí navegamos hacia Brabante y vinimos en cuatro días hacia Amberes a Arnemuiden, que es una ciudad en Zeeland, donde están surtos los grandes barcos y hay desde esta localidad de Wight hasta Arnemuiden sesenta y cuatro leguas de camino; desde ahí navegamos hacia Amberes y hay veinte y cuatro leguas desde Arnemuiden hasta Amberes y llegamos el veinte y seis de enero en el año mil quinientos cincuenta y cuatro. A Dios loor, honor y gracias en eternidad que Él me ha concedido un feliz viaje.
© Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (IEC). Universidad Nacional de Quilmes (Argentina). Año 2.002.