Pienso que el juvenil deseo deportivo de llenar una lista de rutas con itinerarios famosos que «hay que hacer» va palideciendo con el paso de los años. Esta especie de codicia hace estragos en muchos clubes alpinos y resulta típica de nuestro modo de pensar occidental orientado hacia el rendimiento y la competitividad.
En el polo opuesto se encuentra el anhelo existencial, el deseo de vivir intensamente. Este incremento del tono vital es la base de la eufórica felicidad de la que tantos alpinistas hablan una y otra vez. El deseo resultante de vivir una y otra vez este estado puede culminar en una «atracción de las alturas» y frecuentemente en una necesidad de permanecer arriba en ese estado de liberación y felicidad similar al nirvana.
Reinhold MESSNER en «La zona de la muerte».
Leyendo ahora a Messner veo que llega a la misma conclusión que llegué yo de joven. Era socio del CEC y quería formar parte del grupo de escalada del CADE porque en él había un ambiente con el que me sentía identificado por la juventud de sus miembros y su manera de pensar. Cuando hice mi petición mi sorpresa fue que fui rechazado porque tenía que justificar haber hecho una lista incomprensible de heroicidades alpinas. Me duró poco las ganas de cumplirlas. Y, lo curioso del caso es que en el momento que cumplí lo que me habían requerido sobradamente se me habían quitado las ganas y, evidentemente, renuncié voluntariamente volver a formular mi petición. Por algo será ….
La teoría de los roles sexuales, de la que Gray es uno de sus máximos exponentes, afirma que los hombres son muy diferentes de las mujeres por naturaleza y que el género constituye la esencia de la identidad de una persona. Sus críticos encuentran a Gray especialmente insidioso ya que no presenta nunca su visión como una teoría sino, sencillamente, dice que así están las cosas (hecho biológico). El fin último de Gray, consciente e inconscientemente, es hacer que las mujeres se sientan mejor respecto a su rol subordinado en una cultura de hegemonía masculina.
Ideas principales de Gray:
La llave de oro para unas mejores relaciones está en la aceptación de las diferencias.
Una mujer tiene como fin el de mejorar a un hombre mientras que un hombre sólo quiere ser aceptado. Los consejos no requeridos de ellas nunca son bien recibidos y suelen ser interpretados como críticas negativas. Los hombres le dan mucha importancia a su propia competencia y si no logran resolver los problemas sienten que están perdiendo el tiempo. A las mujeres, por el contrario, les gusta hablar de los problemas, incluso si no hay solución a la vista, porque eso les brinda la posibilidad importantísima de expresar sus sentimientos.
Las mujeres son como olas suben hasta la cresta, luego caen en la depresión y de nuevo vuelven a subir. Los hombres deben de saber que es en las depresiones cuando las mujeres los necesitan más. Para sentirse motivado un hombre tiene que sentirse necesario mientras que una mujer necesita sentirse querida.
Los hombres pasan de la necesidad de cariño a la necesidad de espacio. Los hombres se esconden en su cueva no por una decisión consciente sino por instinto.
Las discusiones suelen resultar en sentimientos heridos por la forma en que se presenta un argumento más que por su contenido. Lo más irritante es el tono áspero. Los hombres no se dan cuenta de hasta qué punto sus comentarios hieren y provocan porque ellos se fijan en el contenido. La mayoría de las discusiones comienzan porque una mujer expresa una preocupación por algo y el hombre dice que no vale la pena preocuparse por eso. Esto le quita validez a ella que se enfada con él. Entonces él se enfurece porque le parece que ella se enfada con él sin motivo alguno. Él no se disculpará por algo que cree no haber hecho y de esta manera la discusión inicial puede prolongarse en el tiempo.
Los hombres discuten porque sienten que no se confía en ellos, que no se les admira ni alienta, que no se les habla con un todo de confianza y aceptación. Las mujeres discuten porque no se las escucha o no se sienten entre las prioridades más urgentes de su hombre.
Gray sugiere que en nuestra época histórica tenemos razón en esperar la máxima satisfacción en nuestra vida romántica. Sin embargo, nuestros cerebros y nuestros cuerpos, que han evolucionado durante milenios, requieren de los refinamientos de las diferencias sexuales para un mayor éxito de supervivencia. Tener la expectativa espléndida de una relación perfecta y al mismo tiempo ignorar incluso las diferencias más básicas entre los patrones de pensamiento del macho y de la hembra resulta ingenuo y suele provocar que invitemos estúpidamente a un saboteador a bordo del barco del amor.
John GRAY en «Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus».
Un aspecto interesante del cambio es que llega de manera inesperada. No hay que fijarse si un acontecimiento es bueno o malo, piensa, en cambio, si puede representar un cambio importante en tu vida. Si el acontecimiento te parece de poca importancia, no te preocupes, puede que lo que ves sea solamente la punta del iceberg del cambio y que, por debajo, se estén produciendo transformaciones de orden psicológico. Puede ser útil observar el cambio en el contexto del entero camino de la vida.
Bridges esboza tres etapas de cambio:
Final. Antes de volver a empezar tienes que pasar por un final. En esta etapa puede que sintamos la necesidad de incumplir los compromisos de nuestra experiencia habitual. Nos puede surgir un sentimiento de desidentificación, es decir, no tenemos claro quiénes somos. Las viejas motivaciones han desaparecido. La etapa siguiente puede ser el desencanto en el que comprendemos que nuestra antigua manera de ver el mundo no era reflejo de la realidad. Esta puede ser la primera etapa del cambio pero también la última. Los finales, aunque a veces lo parezca, no provocan nuestro fin.
La zona neutra. En general, deseamos escapar cuanto antes de la incomodidad que sigue a la conmoción de un final. Sin embargo, ésta puede convertirse en una de las etapas más valiosas de tu vida: aunque te hayan hecho daño, estás preparado para considerar nuevas formas de ser y de actuar. Bridges tiene varias sugerencias para esta etapa: asegúrate que tienes tiempo para estar solo con el objeto de conectar con tus sueños y tus pensamientos, escribe un diario o tu autobiografía para escribir de nuevo la historia de tu vida y, por último, intenta descubrir qué es lo que realmente deseas y cuál es el propósito de tu vida.
La mayoría de los personajes importantes del pasado (San Pablo, Mahoma, Dante, Buda) vieron la necesidad de irse al monte o al desierto. Los seres humanos durante siglos se han retirado del mundo y siguen sintiendo la necesidad de hacerlo.
Nuevos comienzos. Los comienzos, a menudo, sólo se pueden ver de forma retrospectiva ya que mientras acontecen no parecen ser nada especial. Cuando estamos preparados para el cambio saldrán las oportunidades y será una época excitante. Conoceremos a una persona en una fiesta a la que no queríamos ir y acaba siendo nuestra esposa o abriremos un libro en casa de un amigo que nos transformará para siempre. Pero conviene mantener la calma y conservar al menos algo de continuidad con tu vida anterior. No te desanimes demasiado si las cosas no cambian tan rápido como esperabas mientras todavía sean frescas las intuiciones que tuviste durante la etapa del limbo.
Bridges recuerda el dicho Zen: «Tras la iluminación, toca hacer la colada«.