Todas las salidas a la montaña tienen precedentes. Aunque, muchas de las veces, es en el interior de cada alpinista. Un deseo, una cuenta pendiente, un desafío, … Esta, como no, también lo tiene. Describirlo todo sería necesario remontarse a las completas biografías de un grupo amplio de amigos que se despiden y reencuentran en el tiempo y en el espacio. Muchas veces por una afición común: la montaña. ¡Qué complicado se muestra el destino! ¡Qué fácil puede uno burlarse de él!
Para poner un hito empezaremos en el salón de actos del Centre Excursionista de Catalunya a las ocho de la tarde de un jueves 16 de diciembre de 1.982. El primer día de las vacaciones de Navidad. Estoy viendo una proyección de diapositivas del CADE titulada «Trilogía glacial» y dirijida por el presidente actual del grupo Joan Quintana. A la salida ya había concretado con Robert que nos veríamos para concretar algo. Robert llegará un poco tarde puesto que tenía una conferencia antes.
– «¡Cómo se pasan estos tipos!», me dijo justo al verme una vez hubo acabado la sesión.
– «¡Hombre! Hay cosas que sí me vería capaz de hacerlas. Pero hay otras en las que no creo que me vean nunca», le contesté.
Es como un deseo frustrado. Querer y no poder. Un no poder por no saber. Un no saber por no encontrar dónde se aprende de un modo razonable. Y una cadena semejante a la esbozada, en el caso de que tuviera posibilidad de acabar nos llevaría al lugar preciso. Nos indicaría el motivo real de lo que sucede y la forma de solucionarlo al ponerle pies a la cosa.
Ante unos pósters de la expedición catalana al Everest-82 concretamos que el martes 21 le pasaba a recoger por Barcelona a las 7 de la mañana. Plan: ir a dormir ese día al refugi Ventosa i Calvell para que al día siguiente a primera hora pudiésemos intentar la Punta Alta, regresar al refugio, recoger e ir a hacer un vivac a la Pleta del riu Malo. El jueves 23 intentar el Besiberri central y llegar a dormir al refugio vivac. Así, el 24 llegaríamos a cenar a casa.
Esto no acaba aquí. El miércoles ya había quedado con Eduardo para vernos el viernes a la una. Dicho y hecho. Con una sola cerveza por delante ya está concretado el fin de semana. Esa tarde habría que ir a comprar lo imprescindible y al día siguiente a las 5.30 de la mañana, horas antes de que se levanten de la cama los semáforos, nos encontraremos para salir. El plan es de locos. Estamos locos. Hay que comprar en Lleida a primera hora una cuerda. Al mediodía deberíamos estar en Benasque para poder intentar al día siguiente el couloir Arlaud al Posets. Ahora que lo escribo tiemblo de miedo. Bueno, me voy a comprar un par de clavijas para el hielo. Hasta luego.
El plan se fue al traste con una nevada que no nos permitió llegar a Benasque a pesar de intentarlo por dos veces en el mismo día. Nos tuvimos que conformar con comernos un bocadillo en el pueblo de Campo mientras la benemérita está plantada en medio de la Nacional impidiendo el paso a todo coche que no lleve las cadenas puestas …
ESTA CRÓNICA HACE REFERENCIA A UNA DE LAS EXCURSIONES MÁS DELICADAS DEL CAMPAMENTO TAGA XVI SITUADO EN BENASQUE. EL GUÍA ES PK CON ÍNTIMA COLABORACIÓN DE JAUME C. Y DE JOAN C.
Domingo día 26, penúltimo día de campamento.
Son las 9.30 cuando PK y Esteva D. toman café con leche en el bar «La Renclusa» de Benasque después de un merecido descanso de nueve horas en el «xalet» del hotel del Sr. Valero. El día es magnífico y se prevee buen tiempo. Pero PK oye una notícia que conmueve la vida del alpinista: allí arriba, en el collado Maldito, hay un alemán accidentado. Lleva allí un día y no se sabe bien si tiene una pierna rota o un golpe en el cráneo. Su mujer está con él y parece que el helicóptero no puede rescatarlo porque la niebla se ha quedado aislada en esa zona. No supimos nada más al respecto.
Para hacer un poco de ejercicio y ganar tiempo PK y Esteva D. van andando a Anciles cuando son las 10.30. De Benasque a Anciles hay unos dos kilómetros. Cuando llegan los campamentarios a Benasque son casi las 12.00. Ahora ya podemos empezar a hacer los preparativos de la próxima excursión. «Esta excursión, dice el guía, ya que el tiempo será favorable y permanecerá casi seguro de nuestra parte tiene que desarrollarse con una perfecta organización».
A pesar de que intentamos agilizar la salida, después de muchas idas y vueltas al campamento, salimos de la presa de Estós a las 3.15 de la tarde y de una cota de unos 1300 metros.
Hay tanta alegría como apetito. El guía dice que es mejor no comer nada, de momento, ya que más tarde agradeceremos esa medida y así fue. Se filma una película con ilusión y oportunidad. Por el refugio de Santa Ana pasamos a las 4.00 y hacia las 5.15 aterrizamos en Turmo (1750 m). La cabaña está limpia de personal pero hay en ella mochilas. Esto quiere decir que todavía hay gente que la utiliza para pernoctar. Ahora sí que comemos nosotros y lo hacemos con un «xai a la llosa», pan con tomate, un vino fresco y un zumo de pera que no te lo puedes imaginar lo rico que está. Salimos de Turmo a las 7.00. El camino es muy bonito y sentimos mucho que no haya mucha gente que pueda contemplar este valle, tan fascinante, en unos momentos de tanta camadería, alegría y bienestar. Si alguno de nosotros fuera poeta se quedaría solo al describir la preciosidad de este atardecer.
A las 7.30 estamos entrando en la bonita altiplanicie del refugio. En él vive el «valencià» y su familia. PK tiene una larga conversación con él. Podemos rebajar los precios aunque salimos poco contentos del trato que se nos ofrece en este refugio de la FEM. Para no ser negativos, siempre positivos, pasaremos por alto comentar algunos detalles. A las 8.15 vamos todos al «camerí» que nos han asignado para que durmamos en él. Mientras tanto esperaremos la poca sopa que nos hace el «valencià». Después de la simbólica sopa Joan C. sin cortarse un pelo corta el riquísimo jamón con mucha destreza. Cenaremos, pues, muy bien. Hacia las 10.00 y después de jugar a indios, dartañans y otros juegos tan o más arriesgados con el hijo del «valencià» y Ferran F. como principales protagonistas optamos por lanzarnos a las colchonetas y «mira-aviam» quién es el primero en despertarse y despertar a los demás.
Lunes día 27, último día del campamento.
¿Quién podría sospechar lo que nos acontecería ese día?
Es, como siempre, PK el que nos hace levantar a las 4.15. No nos podemos quejar pues nos ha dejado ni más ni menos que seis horas enteras para descansar. Está todo oscuro. Da miedo. Y, lo que es peor, la puerta está cerrada con llave y no hay ni rastro del «valencià» por ninguna parte. No se ve a nadie que nos pueda abrir la puerta. Pero, para estos casos tenemos a Joan C. que resuelve lo que no se puede resolver y sin magia. Sencillamente sale del refugio por la ventana y lo abre desde fuera. Ahora no conviene detallarlo simplemente diremos que a las 4.55 empezamos a andar a 1835 metros de altura. «Compañeros de aventuras, dice PK, un gran hombre no se queja de la falta de oportunidades, tal y como dice un refrán, pero hoy es al revés: sin grandes hombres hoy tenemos la gran oportunidad». Tenemos ante nosotros que superar casi 1500 metros de desnivel. Hay un desnivel absoluto de unos 1300 metros y luego en el Port D’Ôo habrá que bajar para luego volver a subir. En base a esto PK nos propone: «Seguid el compás que os marque, ¿vale?». Es ejemplar como en tan pocos días de montaña estemos unidos en las ideas básicas. Todo el mundo está pendiente de los demás y, aunque sólo sea por esto, tiene sentido el que estemos dónde estamos.
El guía dirije el grupo con tanta armonía como silencio y seguridad. La negrura del ambiente parece que sea un aliciente para superar las primeras dificultades. Con la débil luz de las linternas vamos descubriendo las «montjoies» como si fuesen ellas quienes se acercaran a encontrarnos. El camino no es regular y así en algunos tramos planea y en otros se mete entre las piedras de tal forma que te obliga a pasar por el mismo torrente del Gías cosa que habrá que hacerlo muy amenudo.
La suerte nos acompaña y a las 6.15 cuando el día lucha para dar sus primeros rayos de luz nos paramos. Estamos a unos 2300 metros y empezamos a desayunar y a estudiar el primer punto conflictivo de la excursión. Cerca de aquí nos despistamos en el año 1976 y acabamos coronando el Pico Gías. De esta excursión todavía nos debe Pep G. una crónica como las que él sabe hacer. Desayunamos café con leche, queso del valle de Benasque (que se acordó por mayoría que era más bueno que caro a pesar de que es muy caro), galletas, mermelada y no sé que más. A las 6.50 reemprendimos la marcha e hicimos bien. Muy pronto después de avanzar en línea y formando tres grupos alcanzamos el segundo ibón de Gías a eso de las 8.00 de la mañana y ya estamos a unos 2650 metros. Conviene decir que de vez en cuando subía la niebla que se formaba «in situ» y se dispersaba muy deprisa. A PK, esto, lo tiene muy sorprendido aunque no le preocupa de momento.
Por fin, a las nueve en punto franqueamos el tan conocido, en el ambiente montañero, Port d’Ôo. Majestuoso lugar donde se divisan los soberanos de la escalada del Pirineo: Maupás, Crabioules, Lézat y el Royo, más al SE, con la espalda del Perdiguero que le hace compañía. Es impresionante, parece inasequible, la arista del Seil dera Baquo que prolongándose hacia el Perdiguero empieza en el lugar donde nos encontramos.
Pero … ¿nosotros hacia dónde vamos? PK extiende el mapa, lo orienta bien y no le sale por ningún lado el Gourgs Blancs. La Pica Arlaud está a nuestro lado, a nuestra izquierda, a menos de 150 metros de desnivel y como no parece fácil la arista Joan C., Josep Mª F. y Josep R. faldean la pica para adquirir visibilidad y poder identificar los picos que tenemos delante mientras PK hace lo mismo bajando por el glaciar. Había que conseguir ver con claridad cuáles eran los picos que estaban al norte.
Hacia el NW había dos pirineístas de la Francia patria que, por supuesto, no han subido nunca a estas cimas pero a veces se saben sus nombres. PK, procura sin desconectarse de Jaume C. y de los otros ocho, gritando y con un francés muy elemental advertir a la pareja su presencia. «Ce picó que est que celá?» preguntaba PK. «Le Bourdon» le contestan pero no lo entiende. Como no ve todavía al Gougues, que lo tiene ahora al SW, se dispone a subir al Bourdon que al menos tiene 3050 metros. Llama a Jaume C. y a Joan C. para que le sigan pero Joan C. y los otros dos están ya muy arriba y aunque ven al Gourgues no están muy seguros de que lo sea. PK sube al W hacia donde están la pareja de franceses y ve subiendo, al fin, el Gourgues y se encuentra, como le suele pasar, andando por el camino más adecuado para vencer al gigante francés.
Hacia el norte, detrás del Bourdon, está el Belloc que tiene más de tresmil. Nosotros tenemos que ir hacia el SW. rápidamente PK conecta con Joan C., Josep Mª F. y Josep R. El glaciar es cada vez más empinado, PK no lleva todavía los crampones, la nieve ya es casi hielo, la pendiente aumenta y no hay huellas por ningún lado. Son las 10.00 queda por hacer la chimenea y parte del glaciar. ¿Cómo acabará esto? A medida que va pasando el tiempo la cosa se pone más difícil. Jaime C., Joan S., David R., … van subiendo detrás, encordados y encramponados. Un misterioso ambiente de perplejidad aborda a Jaime C. y a los demás que conocen bien a PK. No tienen motivos pero es así. ¿PK no se decide a abandonar ya? No se entiende, piensan. PK cree que con el equipo que llevamos podemos llegar a la base de la chimenea y una vez allí estudiar sus características de cerca.
El glaciar se pone casi a 45 grados y nos vemos obligados a cruzar. Un patinazo aquí parece que no tenga fatales consecuencias. A pesar de todo empiezan las sugerencias, consejos y, al final, órdenes. PK con agilidad se pone en el nudo de la chimenea. Ve que se puede subir. Lo que no está tan claro es que se pueda subir tal como vamos, en caravana, al haber un inminente peligro de desprendimiento de piedras. Los peligros son pues, en primer lugar, el tránsito hielo-piedra que es fundamentalmente incomodísimo y la única solución y salvación viable es situarse literalmente en el lomo de la rimaya, con equilibrio, quitarse un crampón, agarrarse a la piedra, quitarse el otro crampón y grimpar rápidamente para no estorbar a los demás. Caso aparte es la cordada que PK no sabe bien cómo deshacerse de ella con éxito. Y el segundo peligro es realmente el desprendimiento de piedras que empieza justo en el momento que hay integrantes del grupo subiendo por la chimenea puesto que la roca está muy, pero que muy, descompuesta.
PK va viendo como el riesgo más relevante es el desprendimiento de piedras puesto que alguna puede ocasionar un accidente grave. Josep Mª oye el monólogo del guía: «Yo no quería, pero tengo que bailar un compás que desconozco y para ello voy a intentar poner mis cinco sentidos …». Se consiguió gracias a Jaume C. y Joan C. artícipes del éxito. » Pero nunca más aquí puede subir tanta gente junta … ¿por qué?».
No cabemos. Nos encontramos todos en la chimenea. A más de 3000 metros. Esperando que pase algo. De un momento a otro. La paciencia de Jaume C. con su estilo perfeccionista infunde ánimo en el ánimo de los doce y ello hace posible que lleguemos a la cresta. Amenudo PK preguntaba a Josep Mª F. «¿Todavía estamos todos? ¿Y vivos?». «Sí, vamos bien», le contestaba Josep Mª F.
A las 11.15 llegamos a la cumbre del Gourgues Blancs después de una cresta fácil. Ya estamos arriba y es difícil apreciar si el ánimo refleja más la extraordinaria belleza del paisaje o el trozo de chimenea que nos queda, ahora de bajada, que es peor. Joan C. trae todos los piolets creyéndose que nos tenemos que bajar por otro lado y junto con Jaime C. se entabla un rápido y acalorado diálogo con PK. PK dice a éstos: «bajar por dónde decís es un ridículo suicidio, mientras me encuentre bien, procuraré evitarlo y no quiero oír hablar más acerca de esto.».
Se hace un gran silencio mientras observamos la lápida de Jean Arlaud que murió en la cresta dónde nos encontramos.
A las 11.45 después de un desayuno muy calórico PK amenaza que tenemos que regresar. A la gente le cuesta moverse y las órdenes y los consejos se empiezan a oír con frecuencia. PK, Josep Mª F. y algún otro llegan a la brecha a las 12.00. Aparece, como siempre la niebla y da a la desgrimpada un ambiente algo tétrico. Describir la bajada por la chimenea puede ser algo largo. Me limito a decir que Joan C. quiere instalar una cuerda fija y el guía dice que sería inútil. Jaume C. está bajando a Joan S. y a David R. Ferran F. baja tranquilamente. Joan P. no dice nada. Isidre D. parece que esté temblando. PK está muy impaciente porque no ve nada claro y menos ahora que estamos inmersos en la niebla. Joan C. con la niebla y la cuerda todavía tiene humor de hacer payasadas.
Las dificultades son obvias. Y en esta situación hay quien tiembla y pasa lo que era más que probable: un desprendimiento de piedras. Con mucho ruido se oyen gritos al abismo. Más gritos. Órdenes.
Estremecimiento. Un desplome en toda regla. «¡Piedra! ¡Piedra! …» Y una gran losa cae sobre la cuerda. La corta en dos. Justo se desmenuza sobre nuestras cabezas. PK en ese momento ya se encontraba en la rimaya. Josep R. y Josep Mª estan en el glaciar en una situación algo comprometida. Pero la lluvia de pedruscos pasó entre los tres sin herir a nadie. Realmente es un milagro. Hasta las 13.15 sufriremos todavía un poco más. La cuerda rota es providencial porque así se pudo formar dos cordadas y obstaculizar menos el tránsito por la canal. Delante PK, Josep Mª F. y Josep R. y detrás otra cordada con Joan C. y los demás.
A las 13.25 se oye incluso cantar. Ya estamos fuera del peligro. Ahora sólo falta que incluso se vaya la niebla cosa que no tardará en suceder y a las 13.45 estamos de nuevo en el Port D’Ôo. Hace de nuevo un día espectacular y empezamos a celebrar y saborear las mieles de la victoria.
En una hora y media llegamos al refugio, de 13.45 a 15.15, es todo un récord. Hacemos 1050 metros de desnivel en seis cuartos de hora y eso que hay mal camino.
Jaime C. dice que ha perdido las llaves del coche. Saulo que se ha quedado en Benasque al dolerle el pie, y por culpa del fútbol, no llamará al Sr. Costa para que venga a buscarnos por un simple descuido … En fin, en pocas palabras, empezamos a saborear las miserias de la civilización. Un momento, … PK dice que esto tiene solución y, efectivamente …, por ejemplo Josep R. encuentra las dichosas llaves.
A las 4.00 salimos y a las 5.15 llegamos a la presa de Estós. Estamos muy contentos y, lógicamente, algo sorprendidos del pico al que hemos subido cuando vemos, de reojo ya, la majestuosidad del Gourgues.
Después de hacer compras y visitar enfermos vamos al campamento a celebrarlo con una fabulosa cena y cava para conmemorar el primer «tres mil» de algunos, la alegría de estar de nuevo todos bien de salud y con una animada tertulia recordamos estas horas que difícilmente se borrarán de nuestro recuerdo.
Componentes: PK, Jaume C., Joan C., Josep Mª F., Josep R., Ferrán F., Joan S., Rafa D., Joan P., Esteva D., David R. y Josep C.
Como es natural después del esfuerzo de ayer [verlo en la crónica de la excursión del Aneto por Coronas] nos levantamos tarde a eso de las diez con un precioso día por delante. Una vez desayunados es importante la tarea de reparar las tiendas, de la cocina, ir a buscar leña, lavar los platos, enderezar el mástil y cualquier otra actividad que pueda empezar con la erre o con cualquier otra pero que nos producen una satisfacción especial. Y para no acabar con la tónica impuesta por la erre recibimos numerosas visitas internacionales de alemanes, ingleses y yugoslavos que van todos buscando la «estrada» o «camino internacional» o como sea que va al Hospital de Benasque y alguna que otra más familiar como es la de nuestro amigo Pito G. que por lo visto no ha perdido la locura de subir montañas y se ha acordado de visitar nuestro campamento que ya lleva 15 años de vida. Después del café para pasar el rato nos embarcamos a explicar aventuras de miedo psicológico preparado, de escalada del Braxman y chistes dodecafónicos del Pedro P.
Jueves día 20 de julio de 1.978.
Nos levantamos a las cinco. Hace un viento fresco y sano. Nos equipamos debidamente y emprendemos el camino hacia el Hospital unos a pie por la carretera asfaltada en algunos tramos y otros en coche por la pista de Los Baños. La cascada de Remuñe sigue presidiendo el valle homónimo y todo el valle del Ésera mensajero insaciable de la virginal frescura de las cumbres. Unos sombreros de vapor matinal, ahora que los sombreros ya sólo los llevan los mexicanos y de vapor (al menos lo parece) son los vestidos de moda de este año, cubren los pequeños estanques del llano de este mismo nombre difuminando amablemente por el polvo inmerecido causado por nuestros vehículos al cruzar este bello paraje. Los coches los dejamos delante de una puerta que pone con letras muy grandes prohibido aparcar a las siete menos cuarto. En el complejo refugístico de La Renclusa encontramos unos perros con unos ladridos afónicos y un hombre grande con igual afonía que dice «Anetu?» y que nosotros afortunadamente le podemos contestar con un clarito «Alba».
Empezamos a pisar la nieve a los 2200 metros. Los ibones de Paderna duermen en paz a la sombra del espigado y pétreo pico que lleva su nombre. El fuet, el queso y la leche nos ponen en condiciones de superar con el sudor que el día prevee la dura subida que vamos a emprender. Superando la depresión en la que estamos inmersos un espectáculo alucinante de nieblas tranquilas aparecen tras el Puerto de Benasque. El camino que lo sube en unas ingeniosas curvas y el glaciar de la Maladeta nos dejan maravillados. Mientras saltamos por el canchal y Jaume C. (mi profesor de gimnasia) se entretiene a perseguir perdices nivales (tiene la «pájara»), aunque no se atreven a levantar el vuelo, PK va sufriendo por los cinco que hoy han decidido subir al Puerto de Benasque.
El acceso a la cresta norte del Pico de Alba por el glaciar se presenta muy empinado y no muy claro debido a la presencia de una rimaya. Por eso hacemos reunión en unas piedras, comemos un poco y sale una primera avanzadilla de dos personas a inspeccionar la vía a seguir. Cuando llegan a una ancha brecha que forma la cresta avisan que suba una cordada de cuatro con crampones. Una vez en la cresta y superada una corta subida de piedras sueltas que hay después de la nieve el grupo se desata y va flanqueando por el lado oeste de la cresta cogiéndose en las piedras más seguras y animando a un PK que está afectado por otro «mal de muntanya» que le produce amnesia. Siguiendo con la tónica de encuentros fortuitos Robert se encuentra con un cordino dejado por algún aficionado a los rápeles. El altímetro del Gerald va dando cifras bastante razonables pero que según como se mire pueden dar falsas esperanzas como es el caso de que marca un 30 queriendo decir 3030 y algunos lo interpretan como que faltan 30 metros para la cumbre. Una canal de piedras bastante seguras y grandes nos conduce de nuevo a la cresta y a partir de aquí ésta ya no presenta grandes dificultades hasta la cumbre. Llegamos a la una.
Un trago corto, unas fotos, las nieblas inamovibles de la zona francesa, los tres compañeros que han llegado hasta el final del glaciar, la cresta afilada y clapeada de nieve, la nieve hasta el pie del Diente de Alba y las Maladetas, el Posets difuminado por las nubes, las cabezas pétreas peladas y colgadas de los temibles Crabioules, Maupás y Boom, las paredes claras y lisas de la Aguja Blanca y los Ibones de Alba y de Villamuerta perdidos y casi ignorados en medio de tanto monte tresmilero.
La bajada no tiene más alicientes que los propios del piolet ramage y otros estilos más espectaculares y desafortunados pero que son entretenidos y hasta algo amables para el que se lo ve de lejos. En La Renclusa unas mulas poco simpáticas nos miran con una cara de extrañeza que las vacas nunca la pondrían y unas cervezas a diez duros nos hacen rascar un bolsillo bastante roto. La bajada hasta el refugio la liquidamos en hora y media y el trozo que nos falta hasta los coches se ve amenizada por las nieblas tranquilizadoras que se dejan caer calmosas por el lado español del Puerto de Benasque. Después la luz roja de la gasolina mantiene intrigados a los ocupantes del 127 y al final hasta Alfonso nos tiene que dar un golpe con el pie. Las dos expediciones llegan al campamento a la misma hora y nos encontramos con la agradable sorpresa de que los tres que se han quedado han tenido la amabilidad de ordenarlo todo, lavar los platos e incluso nos han preparado la comida. El baño, la comida y un pródigo partido de fútbol en goles nos ponen a tono.
El fuego nocturno tiene una primera parte muy emotiva de despedida a Gerald con vino, la dedicatoria de Pedro P. con un canto de «cuando un amigo se va» y unas poesías montañeras de este chico que se cansa tanto subiendo a las montañas pero que siempre quiere regresar. Y una segunda con relatos de excursiones pasadas y próximas junto con la trágica notícia de la muerte de uno de nuestros vecinos corazonistas en un accidente ocurrido hoy en la montaña.