En el instante de la caída en que se es consciente de la muerte, aparece la liberación de todo miedo, toda la vida pasa ante un ojo interior, se pierde el sentido del tiempo y frecuentemente se recuerda afectivamente a la familia y a los amigos y se tiene la sensación de estar fuera del propio cuerpo.
En las experiencias límite a gran altitud también es típica la experiencia de estar observándose uno mismo. Además, en la zona de la muerte se producen ruidos extraños, alucinaciones y, frecuentemente, un sentimiento de plenitud, una capacidad de comunicarse sin tener que hablar de viva voz.
Sin embargo, todas estas «extrañas experiencias» no sólo son posibles durante la caída y en la zona de la muerte, sino que también pueden encontrarse frecuentemente en otras situaciones límite, como en tormentas, después de haber superado un pasaje difícil o vivaqueando.
Peter Habeler y yo dejamos de hablarnos mientras escalábamos en el verano de 1975 las pendientes superiores del Hidden Peak (8068 m) en el Karakorum. El esfuerzo necesario para hablar hubiese sido demasiado grande. Pero a pesar de ello, yo entendí todo lo que Peter quiso decirme. Y pude percibir su pensamiento de respuesta siempre que quise preguntarle como deberíamos seguir, frecuentemente incluso sin tener que mirarnos. Conversábamos entre nosotros sin hablar.
Arriba en la cumbre sentí una profunda paz interior, una especie de «nirvana». Mi actitud ante la vida había cambiado considerablemente cuando estuve de vuelta en el valle. Esto mismo pude experimentarlo más intensamente en 1970 cuando me dejé caer completamente agotado al pie del Nanga Parbat en el valle de Diamir. Yo había aceptado entonces la muerte por primera vez, y esto tuvo unas consecuencias decisivas para mi existencia de ahí en adelante.
Hoy sé que el ser humano no es algo indestructible, sino mas bien un proceso, una circunstancia cambiante. Le tengo a la vida tan poco miedo como a la muerte, y quiero estar tan poco constreñido como sea posible, no saber aquello que no he vivido.
Reinhold MESSNER en «La zona de la muerte: terreno fronterizo«.
ESTA CRÓNICA RELATA COMO UNA BOTA DE VINO CONSIGUE QUE BAJEN DEL PICO DEL MORO ALMANZOR UNOS ALPINISTAS POR SU PROPIO PIE. DE NO SER ASÍ, HUBIESE HECHO FALTA UN HELICÓPTERO PARA SACARLOS DE LA CUMBRE.
Es viernes, 30 de enero de 1.981. Miguel como todas las noches llega tarde. Ya ha tenido sus clases en la escuela y junto con los demás compañeros se disponen a cenar. Esta vez Juanjo también nos acompaña. La conversación se encamina alrededor del alpinismo: momentos inolvidables, técnicas del deporte, grandes expediciones, …. Hemos acabado de cenar. Siguiendo un poco más la conversación llega el momento que Juanjo propone a Miguel: «… ¿te animarías a organizar una excursión a Gredos para este fin de semana?» Tras un breve silencio se oye por parte de Miguel: «sí, por supuesto, vamos a ello». No pasaron dos minutos y ya estaban llamando los dos por teléfono a sus respectivos amigos. A media noche ya estaban casi todas las gestiones hechas, saldríamos cinco: José Luis, Juanjo, Juan, Narcís y Miguel. Es muy tarde ya, dejaremos algunas gestiones para el día siguiente.
Como Juanjo tiene un examen se encargará Miguel de organizar el resto de la excursión. Se piden las comidas para la hora de comer, quedamos en salir a la una de Madrid y se pasará a recoger a cada uno en su propia casa, se hace una lista de material que hace falta conseguir, repasar las tiendas de campaña, …
Alrededor de las doce una llamada a Miguel nos da una mala notícia. El coche que se iba a usar para la excursión está estropeado. Miguel se pone de nuevo a mover el tema y al llegar Juanjo remata la jugada. Pepo nos deja un MG de exportación inglés. Todo resuelto.
Llega la hora de salir, ¿dónde está el coche?, se lo han llevado un momento para ir a recoger una «parrilla» para freir la carne a la brasa. Al alargarse el maldito momento, Miguel llama a todos los componentes y les dice que aprovechen para comer y así ganamos algo de tiempo.
El coche llega pasadas las dos y media. Lo paramos antes de entrar en el garaje y al instante ya salíamos a buscar a los demás. Salimos por la autopista de El Escorial pasadas las tres. En Hoyos paramos para tomarnos unas cañas y llenar la bota de vino. En la plataforma estuvimos el tiempo justo para prepararlo todo y empezamos a andar. Miguel animaba a los demás diciéndoles: «hay que haber franqueado Los Barrerones antes de que anochezca, de no ser así podemos tener problemas». Llevábamos retraso a pesar de haber recuperado un poco de tiempo en la carretera.
Se hizo de noche, como es usual, empiezan a ser útiles las linternas. Nos encontramos un poco antes de Los Barrerones, todo parece marchar bien. José Luis saca un foco que facilitó la marcha. A pesar de todo nos confundimos un poco al bajar a La Laguna pero la intuición de Miguel consiguió dar de nuevo con el camino. Llegamos al lago y empezamos a buscar el refugio, todos éramos conscientes de que lo teníamos allí mismo pero no había forma de encontrarlo. Al fin se encendieron unas luces desde el refugio, el guarda había visto el foco y nos hizo señales para que pudiéramos llegar.
Después de pedir dormir en la parte libre del refugio el guarda nos dijo que no era posible usarla y debíamos dormir, por lo tanto, al raso. Ante la coyuntura propuesta de «picarnos» un vivac con poco equipo para ello, y de mala gana, optamos por pagar las tasas correspondientes y dormir en el refugio convencidos por el frío reinante. Como sea que no dimos nuestro brazo a torcer fácilmente nos fuimos a dormir muy tarde.
La salida de la excursión fue un poco más tarde de lo previsto dada la hora que era cuando nos fuimos a dormir. Nos levantamos, desayunamos y empezamos a andar al mismo tiempo que empezaba a salir el Sol. Habíamos sido de nuevo los últimos en acostarnos y los primeros en levantarnos y salir de excursión. Estaba la nieve muy dura. Hacía frío. Recorríamos un valle que nunca le da el Sol. Llegamos al cruce de valles. Miguel propone ir a La Galana al verse el valle mucho más practicable pero al querer ir todos los demás al Almanzor se cambia el plan sobre la marcha. Iremos al Almanzor.
Se forman dos grupos, en cabeza: Narcís, Juan y José Luis; detrás: Juanjo y Miguel. Llegamos al río, está helado. Miguel resbala aunque el equilibrio y los reflejos consiguen que no se caiga si consiguen asustar a Juanjo. Me explica que en la excursión anterior tuvo la desgracia de ver la caída de un amigo que estuvo a punto de tener fatales consecuencias. Juanjo no estaba todavía recuperado del trance. Miguel que conocía su situación le estuvo animando para que no diera importancia a lo sucedido. Cruzamos el río con algunas dificultades y nos dirijimos a la Collada del Crampón.
Miguel esperaba no encontrar ya más dificultades con el hielo puesto que no teníamos apenas material para trabajarlo. La subida era por un canchal de piedras. Paramos para desayunar un poco y reanimarnos un poco de los momentos que habíamos pasado al cruzar la cascada helada.
Iniciamos la marcha hacia el collado. Narcís va en cabeza con el piolet. Juanjo lleva la bota de vino. Miguel lleva la mochila con el material de abrigo de todos.
Ya está el collado allí arriba, hay un pequeño nevero entre piedras altas y lisas. Hay que ir por la nieve. Narcís, que va delante talla sobre el hielo unos escalones y se sitúa en el collado a esperar los demás. Era un pequeño paso, tenía mucha pendiente, pero es puro hielo. Como no disponíamos de material los demás subimos como los gatos: a cuatro patas y procurando no parar al subir ya que irremediablemente empezabas a deslizarte hacia el vacío. Por algo lo llaman Collada del Crampón, ¿no?
Creo que es obvio el estado de ánimo en el que nos encontrábamos. Teníamos que subir al Almanzor y lo que es peor, teníamos que regrasar por el otro lado impepinablemente. Teníamos detrás la casacada helada y el nevero del collado que hacían imposible el regreso por dónde habíamos subido sin que ocurriera nada.
Los fallos de la excursión estaban: en primer lugar, con el material que disponíamos (un piolet, tres pares de crampones y ninguna cuerda) no se podía subir al Almanzor con un grupo de cinco personas y, en segundo lugar, que en los momentos clave de la excursión (cascada y collado) el haberse fraccionado el grupo de tal forma que el que hacía las veces de guía no pudo ordenar un abandono honroso.
Así fueron las cosas; nos encontramos a pocos metros de la cima descansando y sin saber por dónde bajaremos. Miguel sube hasta la cima para ver mejor desde allí una vía de descenso. Aunque le tapa un picacho decide regresar realizando toda la cresta hasta La Galana si fuera necesario, al menos es un itinerario en roca por mucha dificultad que tenga, y una vez allí bajar por el valle que había visto en la subida con unas condiciones inmejorables.
Bajó de nuevo dónde estaban los demás mira atentamente las caras del grupo. El comentario fatídico no se hace esperar a la vez que se exclama con una rotundidad aplastante. Miguel, tú ¡haz lo que quieras! Nosotros nos quedamos aquí. No queremos bajar. Miguel les contestó: «si tuviéramos una cuerda o suficiente material regresaríamos por dónde hemos subido que es lo que hay que hacer siempre pero como no lo tenemos tendremos que hacer toda la arista en dirección a La Galana y una vez allí podremos regresar al refugio por el valle ya que no hay nieve en esa zona». Como con estas palabras veía que lo único que conseguía era desanimar, prosiguió la arenga desviando el tema de la conversación: «… de todas formas, un buen trago de vino no me lo quita nadie». Después de beber Miguel le siguieron los demás una ronda tras otra, ya sea por vicio o desesperación, se produjeron unos efectos milagrosos que animaron al personal a seguir. Juanjo, unos meses más tarde me comentó: «ten la más completa y absoluta seguridad que en aquellos momentos tuviste de mi parte una plena confianza, lo que decías era para mí lo mejor que podía y debía hacer; ahora bien, no por ello dejaba de ser para mí un completo absurdo y una locura sin lógica ninguna. Me encontraba en una situación en que me sentía totalmente inútil y abandonado y ya me daba lo mismo todo».
La cresta era difícil, por no decir muy difícil y peor aún con un poco más de alcohol en la sangre de la cuenta, transcurre sorteando todos y cada uno de los picachos y agujas, había que hacer muchos pasos gimnásticos y poner las manos arriba y superar los obstáculos a fuerza de brazos; por suerte no había nieve que hiciera más difícil la marcha. Todas las indicaciones de Miguel eran acatadas al momento. Nos íbamos alejando poco a poco del Almanzor la cual cosa infundía ánimos al grupo.
¡Un momento! Se complican las cosas. Hay unos neveros empinadísimos que cortan el camino. JOD…!!! Miguel se pone serio. ¡ALTO todos parados! y prohíbe terminantemente que se crucen hay un abismo a cada lado alucinante y sólo nos falta que no sean muy sólidos, ya encontraremos otro camino. Dice a Narcís que suba un momento al filo de la cresta y que explore la posibilidad de bajar al refugio ya sea destrepando o dando un rodeo por ese lado. El Venteadero está justo detrás de las pendientes de nieve. Lo hubiéramos conseguido y no ha sido posible por muy poco. La espera se hace interminable y para colmo vas cogiendo frío. Al rato se oye a Narcís. Dice que se puede pasar. Hay que ir con cuidado ya que la piedra se desmenuza y está el terreno muy roto. Allí abajo habrá que cruzar una nieve pero se ve totalmente lisa. Hay que probarlo. En realidad es nuestra única posibilidad de salida.
Pasamos uno a uno para evitar catástrofes debido a algún inevitable desprendimiento de piedras y después de una fabulosa intervención de los pares de crampones nos encontramos en el Venteadero. Llegar al refugio fue fácil, ya pasó el peligro. Paramos para comer. Llegamos los últimos al refugio como también casi siempre. El guarda estaba ya impaciente. El colmo es que tenemos que discutir con él de nuevo ya que nos pretende cobrar un día más de estancia. Oscurece, nos dimos prisa para alcanzar a un grupo de chavales que son socorristas de la zona. Ellos conocerán la zona y así evitamos perder más tiempo. El regreso hasta el coche no tuvo más alicientes. Cruzamos el lago por encima y tuvimos que procurar en todo instante el pisar nieve puesto que en ese caso tienes la probabilidad de tu parte de no acabar en el suelo. Al final del día bajando de Los Barrerones a mí me parecía que me sería posible competir con los canguros australianos puesto que el saltar de piedra en piedra era ya un tema dominado.
Llegamos de noche a la plataforma. Tomamos rumbo a Madrid. Paramos en Hoyos, Ávila y para poner gasolina. En el camino nos pusimos a discutir cosas que en otras circunstancias no tendrían sentido. Algunos de los puntos que se trataron fueron: las dificultades que habíamos pasado y las que superamos fueron gracias a que en todo momento se trabajó en equipo y todos estuvieron pendientes de los demás despreocupándose de sí mismos; hacer caso al guía cuando no estaban muy claras las razones evitó una catástrofe; en toda excursión debe haber un guía que de alguna forma es el responsable de lo que ocurra en esa salida; y bla, bla, bla, bla, bla ….
Llegamos a Madrid. Acalorados aunque no por ello dejamos a un lado la amistad entre nosotros. Al lado de la Facultad de Biológicas nos quedamos sin gasolina, habíamos dejado a José Luis en su casa y pretendíamos llegar por la Avenida de la Moncloa a los colegios mayores para dejar a Juan y a Narcís. Taxi, lata, gasolinera, muy poco dinero, prisas, … Al fin, cansados, llegamos al colegio mayor de nuevo. ¡Habíamos derrotado al Almanzor en invierno en justa lid! «Que nos quiten lo bailao», diría un muy buen amigo montañero en una situación semejante.
ESTA CRÓNICA HACE REFERENCIA A UNA DE LAS EXCURSIONES MÁS DELICADAS DEL CAMPAMENTO TAGA XVI SITUADO EN BENASQUE. EL GUÍA ES PK CON ÍNTIMA COLABORACIÓN DE JAUME C. Y DE JOAN C.
Domingo día 26, penúltimo día de campamento.
Son las 9.30 cuando PK y Esteva D. toman café con leche en el bar «La Renclusa» de Benasque después de un merecido descanso de nueve horas en el «xalet» del hotel del Sr. Valero. El día es magnífico y se prevee buen tiempo. Pero PK oye una notícia que conmueve la vida del alpinista: allí arriba, en el collado Maldito, hay un alemán accidentado. Lleva allí un día y no se sabe bien si tiene una pierna rota o un golpe en el cráneo. Su mujer está con él y parece que el helicóptero no puede rescatarlo porque la niebla se ha quedado aislada en esa zona. No supimos nada más al respecto.
Para hacer un poco de ejercicio y ganar tiempo PK y Esteva D. van andando a Anciles cuando son las 10.30. De Benasque a Anciles hay unos dos kilómetros. Cuando llegan los campamentarios a Benasque son casi las 12.00. Ahora ya podemos empezar a hacer los preparativos de la próxima excursión. «Esta excursión, dice el guía, ya que el tiempo será favorable y permanecerá casi seguro de nuestra parte tiene que desarrollarse con una perfecta organización».
A pesar de que intentamos agilizar la salida, después de muchas idas y vueltas al campamento, salimos de la presa de Estós a las 3.15 de la tarde y de una cota de unos 1300 metros.
Hay tanta alegría como apetito. El guía dice que es mejor no comer nada, de momento, ya que más tarde agradeceremos esa medida y así fue. Se filma una película con ilusión y oportunidad. Por el refugio de Santa Ana pasamos a las 4.00 y hacia las 5.15 aterrizamos en Turmo (1750 m). La cabaña está limpia de personal pero hay en ella mochilas. Esto quiere decir que todavía hay gente que la utiliza para pernoctar. Ahora sí que comemos nosotros y lo hacemos con un «xai a la llosa», pan con tomate, un vino fresco y un zumo de pera que no te lo puedes imaginar lo rico que está. Salimos de Turmo a las 7.00. El camino es muy bonito y sentimos mucho que no haya mucha gente que pueda contemplar este valle, tan fascinante, en unos momentos de tanta camadería, alegría y bienestar. Si alguno de nosotros fuera poeta se quedaría solo al describir la preciosidad de este atardecer.
A las 7.30 estamos entrando en la bonita altiplanicie del refugio. En él vive el «valencià» y su familia. PK tiene una larga conversación con él. Podemos rebajar los precios aunque salimos poco contentos del trato que se nos ofrece en este refugio de la FEM. Para no ser negativos, siempre positivos, pasaremos por alto comentar algunos detalles. A las 8.15 vamos todos al «camerí» que nos han asignado para que durmamos en él. Mientras tanto esperaremos la poca sopa que nos hace el «valencià». Después de la simbólica sopa Joan C. sin cortarse un pelo corta el riquísimo jamón con mucha destreza. Cenaremos, pues, muy bien. Hacia las 10.00 y después de jugar a indios, dartañans y otros juegos tan o más arriesgados con el hijo del «valencià» y Ferran F. como principales protagonistas optamos por lanzarnos a las colchonetas y «mira-aviam» quién es el primero en despertarse y despertar a los demás.
Lunes día 27, último día del campamento.
¿Quién podría sospechar lo que nos acontecería ese día?
Es, como siempre, PK el que nos hace levantar a las 4.15. No nos podemos quejar pues nos ha dejado ni más ni menos que seis horas enteras para descansar. Está todo oscuro. Da miedo. Y, lo que es peor, la puerta está cerrada con llave y no hay ni rastro del «valencià» por ninguna parte. No se ve a nadie que nos pueda abrir la puerta. Pero, para estos casos tenemos a Joan C. que resuelve lo que no se puede resolver y sin magia. Sencillamente sale del refugio por la ventana y lo abre desde fuera. Ahora no conviene detallarlo simplemente diremos que a las 4.55 empezamos a andar a 1835 metros de altura. «Compañeros de aventuras, dice PK, un gran hombre no se queja de la falta de oportunidades, tal y como dice un refrán, pero hoy es al revés: sin grandes hombres hoy tenemos la gran oportunidad». Tenemos ante nosotros que superar casi 1500 metros de desnivel. Hay un desnivel absoluto de unos 1300 metros y luego en el Port D’Ôo habrá que bajar para luego volver a subir. En base a esto PK nos propone: «Seguid el compás que os marque, ¿vale?». Es ejemplar como en tan pocos días de montaña estemos unidos en las ideas básicas. Todo el mundo está pendiente de los demás y, aunque sólo sea por esto, tiene sentido el que estemos dónde estamos.
El guía dirije el grupo con tanta armonía como silencio y seguridad. La negrura del ambiente parece que sea un aliciente para superar las primeras dificultades. Con la débil luz de las linternas vamos descubriendo las «montjoies» como si fuesen ellas quienes se acercaran a encontrarnos. El camino no es regular y así en algunos tramos planea y en otros se mete entre las piedras de tal forma que te obliga a pasar por el mismo torrente del Gías cosa que habrá que hacerlo muy amenudo.
La suerte nos acompaña y a las 6.15 cuando el día lucha para dar sus primeros rayos de luz nos paramos. Estamos a unos 2300 metros y empezamos a desayunar y a estudiar el primer punto conflictivo de la excursión. Cerca de aquí nos despistamos en el año 1976 y acabamos coronando el Pico Gías. De esta excursión todavía nos debe Pep G. una crónica como las que él sabe hacer. Desayunamos café con leche, queso del valle de Benasque (que se acordó por mayoría que era más bueno que caro a pesar de que es muy caro), galletas, mermelada y no sé que más. A las 6.50 reemprendimos la marcha e hicimos bien. Muy pronto después de avanzar en línea y formando tres grupos alcanzamos el segundo ibón de Gías a eso de las 8.00 de la mañana y ya estamos a unos 2650 metros. Conviene decir que de vez en cuando subía la niebla que se formaba «in situ» y se dispersaba muy deprisa. A PK, esto, lo tiene muy sorprendido aunque no le preocupa de momento.
Por fin, a las nueve en punto franqueamos el tan conocido, en el ambiente montañero, Port d’Ôo. Majestuoso lugar donde se divisan los soberanos de la escalada del Pirineo: Maupás, Crabioules, Lézat y el Royo, más al SE, con la espalda del Perdiguero que le hace compañía. Es impresionante, parece inasequible, la arista del Seil dera Baquo que prolongándose hacia el Perdiguero empieza en el lugar donde nos encontramos.
Pero … ¿nosotros hacia dónde vamos? PK extiende el mapa, lo orienta bien y no le sale por ningún lado el Gourgs Blancs. La Pica Arlaud está a nuestro lado, a nuestra izquierda, a menos de 150 metros de desnivel y como no parece fácil la arista Joan C., Josep Mª F. y Josep R. faldean la pica para adquirir visibilidad y poder identificar los picos que tenemos delante mientras PK hace lo mismo bajando por el glaciar. Había que conseguir ver con claridad cuáles eran los picos que estaban al norte.
Hacia el NW había dos pirineístas de la Francia patria que, por supuesto, no han subido nunca a estas cimas pero a veces se saben sus nombres. PK, procura sin desconectarse de Jaume C. y de los otros ocho, gritando y con un francés muy elemental advertir a la pareja su presencia. «Ce picó que est que celá?» preguntaba PK. «Le Bourdon» le contestan pero no lo entiende. Como no ve todavía al Gougues, que lo tiene ahora al SW, se dispone a subir al Bourdon que al menos tiene 3050 metros. Llama a Jaume C. y a Joan C. para que le sigan pero Joan C. y los otros dos están ya muy arriba y aunque ven al Gourgues no están muy seguros de que lo sea. PK sube al W hacia donde están la pareja de franceses y ve subiendo, al fin, el Gourgues y se encuentra, como le suele pasar, andando por el camino más adecuado para vencer al gigante francés.
Hacia el norte, detrás del Bourdon, está el Belloc que tiene más de tresmil. Nosotros tenemos que ir hacia el SW. rápidamente PK conecta con Joan C., Josep Mª F. y Josep R. El glaciar es cada vez más empinado, PK no lleva todavía los crampones, la nieve ya es casi hielo, la pendiente aumenta y no hay huellas por ningún lado. Son las 10.00 queda por hacer la chimenea y parte del glaciar. ¿Cómo acabará esto? A medida que va pasando el tiempo la cosa se pone más difícil. Jaime C., Joan S., David R., … van subiendo detrás, encordados y encramponados. Un misterioso ambiente de perplejidad aborda a Jaime C. y a los demás que conocen bien a PK. No tienen motivos pero es así. ¿PK no se decide a abandonar ya? No se entiende, piensan. PK cree que con el equipo que llevamos podemos llegar a la base de la chimenea y una vez allí estudiar sus características de cerca.
El glaciar se pone casi a 45 grados y nos vemos obligados a cruzar. Un patinazo aquí parece que no tenga fatales consecuencias. A pesar de todo empiezan las sugerencias, consejos y, al final, órdenes. PK con agilidad se pone en el nudo de la chimenea. Ve que se puede subir. Lo que no está tan claro es que se pueda subir tal como vamos, en caravana, al haber un inminente peligro de desprendimiento de piedras. Los peligros son pues, en primer lugar, el tránsito hielo-piedra que es fundamentalmente incomodísimo y la única solución y salvación viable es situarse literalmente en el lomo de la rimaya, con equilibrio, quitarse un crampón, agarrarse a la piedra, quitarse el otro crampón y grimpar rápidamente para no estorbar a los demás. Caso aparte es la cordada que PK no sabe bien cómo deshacerse de ella con éxito. Y el segundo peligro es realmente el desprendimiento de piedras que empieza justo en el momento que hay integrantes del grupo subiendo por la chimenea puesto que la roca está muy, pero que muy, descompuesta.
PK va viendo como el riesgo más relevante es el desprendimiento de piedras puesto que alguna puede ocasionar un accidente grave. Josep Mª oye el monólogo del guía: «Yo no quería, pero tengo que bailar un compás que desconozco y para ello voy a intentar poner mis cinco sentidos …». Se consiguió gracias a Jaume C. y Joan C. artícipes del éxito. » Pero nunca más aquí puede subir tanta gente junta … ¿por qué?».
No cabemos. Nos encontramos todos en la chimenea. A más de 3000 metros. Esperando que pase algo. De un momento a otro. La paciencia de Jaume C. con su estilo perfeccionista infunde ánimo en el ánimo de los doce y ello hace posible que lleguemos a la cresta. Amenudo PK preguntaba a Josep Mª F. «¿Todavía estamos todos? ¿Y vivos?». «Sí, vamos bien», le contestaba Josep Mª F.
A las 11.15 llegamos a la cumbre del Gourgues Blancs después de una cresta fácil. Ya estamos arriba y es difícil apreciar si el ánimo refleja más la extraordinaria belleza del paisaje o el trozo de chimenea que nos queda, ahora de bajada, que es peor. Joan C. trae todos los piolets creyéndose que nos tenemos que bajar por otro lado y junto con Jaime C. se entabla un rápido y acalorado diálogo con PK. PK dice a éstos: «bajar por dónde decís es un ridículo suicidio, mientras me encuentre bien, procuraré evitarlo y no quiero oír hablar más acerca de esto.».
Se hace un gran silencio mientras observamos la lápida de Jean Arlaud que murió en la cresta dónde nos encontramos.
A las 11.45 después de un desayuno muy calórico PK amenaza que tenemos que regresar. A la gente le cuesta moverse y las órdenes y los consejos se empiezan a oír con frecuencia. PK, Josep Mª F. y algún otro llegan a la brecha a las 12.00. Aparece, como siempre la niebla y da a la desgrimpada un ambiente algo tétrico. Describir la bajada por la chimenea puede ser algo largo. Me limito a decir que Joan C. quiere instalar una cuerda fija y el guía dice que sería inútil. Jaume C. está bajando a Joan S. y a David R. Ferran F. baja tranquilamente. Joan P. no dice nada. Isidre D. parece que esté temblando. PK está muy impaciente porque no ve nada claro y menos ahora que estamos inmersos en la niebla. Joan C. con la niebla y la cuerda todavía tiene humor de hacer payasadas.
Las dificultades son obvias. Y en esta situación hay quien tiembla y pasa lo que era más que probable: un desprendimiento de piedras. Con mucho ruido se oyen gritos al abismo. Más gritos. Órdenes.
Estremecimiento. Un desplome en toda regla. «¡Piedra! ¡Piedra! …» Y una gran losa cae sobre la cuerda. La corta en dos. Justo se desmenuza sobre nuestras cabezas. PK en ese momento ya se encontraba en la rimaya. Josep R. y Josep Mª estan en el glaciar en una situación algo comprometida. Pero la lluvia de pedruscos pasó entre los tres sin herir a nadie. Realmente es un milagro. Hasta las 13.15 sufriremos todavía un poco más. La cuerda rota es providencial porque así se pudo formar dos cordadas y obstaculizar menos el tránsito por la canal. Delante PK, Josep Mª F. y Josep R. y detrás otra cordada con Joan C. y los demás.
A las 13.25 se oye incluso cantar. Ya estamos fuera del peligro. Ahora sólo falta que incluso se vaya la niebla cosa que no tardará en suceder y a las 13.45 estamos de nuevo en el Port D’Ôo. Hace de nuevo un día espectacular y empezamos a celebrar y saborear las mieles de la victoria.
En una hora y media llegamos al refugio, de 13.45 a 15.15, es todo un récord. Hacemos 1050 metros de desnivel en seis cuartos de hora y eso que hay mal camino.
Jaime C. dice que ha perdido las llaves del coche. Saulo que se ha quedado en Benasque al dolerle el pie, y por culpa del fútbol, no llamará al Sr. Costa para que venga a buscarnos por un simple descuido … En fin, en pocas palabras, empezamos a saborear las miserias de la civilización. Un momento, … PK dice que esto tiene solución y, efectivamente …, por ejemplo Josep R. encuentra las dichosas llaves.
A las 4.00 salimos y a las 5.15 llegamos a la presa de Estós. Estamos muy contentos y, lógicamente, algo sorprendidos del pico al que hemos subido cuando vemos, de reojo ya, la majestuosidad del Gourgues.
Después de hacer compras y visitar enfermos vamos al campamento a celebrarlo con una fabulosa cena y cava para conmemorar el primer «tres mil» de algunos, la alegría de estar de nuevo todos bien de salud y con una animada tertulia recordamos estas horas que difícilmente se borrarán de nuestro recuerdo.
Componentes: PK, Jaume C., Joan C., Josep Mª F., Josep R., Ferrán F., Joan S., Rafa D., Joan P., Esteva D., David R. y Josep C.