Asalto al Mont Blanc ….. el primer 4000 por mí pisado: el Dôme du Goûter

2 de julio de 1.982.
Todas las cosas que suceden suelen tener una explicación. En este caso también la hay. Lo que a lo mejor difiere de las demás es su complejidad. De todos modos trataré de simplificar lo complicado. Y muchas cosas sólo se van a poder entender si se sabe leer entre líneas.
Ahora hace ya unos meses que realicé la excursión. Muchas veces el relato lo escribo con mucha posterioridad con el objeto de saber y poder recojer más datos. En esta ocasión, evidentemente, hubo una repercusión mayor de la que me hubiera podido imaginar. No fue una excursión más. Cuando lo veo una vez trascurrido cierto tiempo incluso me asusta, en cierta forma, lo que realmente supuso. Rompió esquemas. Y es que ir al Mont Blanc ya no es cualquier cosa.

Miquel J. Pavón Besalú
Robert

Tal como se desarrolló puede parecer como si se hubiera preparado sobre la marcha. Pero en realidad no fue así. Veamos como realmente fue la cosa. Para empezar copiaré algunos fragmentos de las cartas que me envió Robert desde Barcelona a Madrid algo más de un año antes de la aventura.
26 de marzo de 1.981. La escribe en catalán pero la traduzco al castellano.
(…) «Me ha gustado mucho tu misiva. A pesar de que ayer te envié una carta ahora mismo te contesto. Ya tenía ganas de leer unos cuantos «¡va parir!» bien puestos. En la carta anterior te explico algún detalle más de nuestra aventura, pero ya tengo ganas de hacer algo bueno, y lo que has pensado es brutalmente interesante (quería decir cojonudo pero me lo he callado). Haré todo lo posible para encontrar un coche y un par de personas. Con Joan no podemos contar ya que es casi seguro que se va con unos amigos en plan de hacer algunas visitas arqueológicas. Ya veremos que hago pues algo así no se puede dejar pasar. No sé hasta que punto son factibles todos estos planes. Si el tiempo sigue así todo es posible, si no, la cosa se puede presentar complicada pero como me dices que pueden apuntarse expertos en la materia igual nosotros podemos aprender alguna cosa».
(…) «En cuanto a lo de los Alpes me parece todavía mejor. No estaría nada mal subir al Mont Blanc. Dicen que a finales de agosto o principios de septiembre son buenas fechas. Tenemos que hacer algún ‘truqui’ para hacer algún ‘dinerillo'».
(…) «Aquí en Barcelona he hecho un poco de amistad con un vendedor de material de montaña que ha estado en el Aconcagua, los Alpes y en los Pirineos y como se conoce estas cosas creo que nos podría aconsejar en el momento oportuno.
P.D. Tan solo se me ocurre una cosa más para decirte, una sola palabra que condensa muchas ideas, es la abstracción de muchos momentos pirenaicos, es nuestro lema, es … ¡va parir!».
Yo recibí la carta unos pocos días más tarde y la verdad es que me impactó profundamente. Dice muchas más cosas de las que se pueden leer y pasan ocultas a cualquier otro interlocutor. Pero sigamos que aún no hemos salido. Avanza el tiempo. Unos meses. Robert está en Lloret lugar en el que trabaja los veranos y me envía en otra carta.
22 de agosto de 1.981 el día que pone en el correo lo siguiente …
(…) «Iré al grano: montaña. Tengo ganas de hablar de ello y de ir, claro. Hoy que me has mencionado de nuevo los nombres de Chamonix y de los Alpes ya no podrán dejarme. Joan tenía la propuesta de ir el año que viene. Hemos hablado de hacer un aprendizaje progresivo y adquirir experiencia en el hielo. La idea es ir a subir un par de canales por el Cadí, hacer una invernal y a principio de temporada intentar el Swan y el Arlaud al Posets que dicen que es bastante ‘potente’ para acabar con el Mont Blanc aunque si hay la oportunidad de ir este mes de septiembre yo no me la pierdo. También pensamos que hay que ir adquiriendo material progresivamente como algún tornillo de hielo, mosquetones y a lo mejor para el Arlaud un martillo-piolet y el casco. Evidentemente sin dejar de hacer escaladas en roca aunque nos tienta más ir a probar canales y más después de haber visto una proyección de diapositivas de vías de hielo en los Pirineos y Alpes (era del corredor Couterier a la Verte, la cara norte a las Courtes, les Droites y el couloir de Gaube).
Son muchos planes y ya veremos que hacemos al final de todo esto. En fin que ya tengo ganas de que vengas y nos vamos con Joan a hacer algo».
A muchos les sorprenderá que ya habláramos del Mont Blanc con más de un año de anticipación. Pero en realidad no es tanto. Para los que formaríamos parte de la gran aventura esto ya era suficiente preparativo. Un dato a tener, creo, en cuenta: tenemos justo los veinte años recién cumplidos. Una locura. Con lo hablado cualquier persona sensata, no loca como nosotros, no ve nada más que un hablar entre jóvenes de un remoto-plan-teórico-poético-deductivo que no va más allá. Muy bonito y nada más. Pero ya son muchas vivencias en la montaña juntos las que hemos pasado y los dos sabemos perfectamente que se habla muy claro y muy en serio. Con lo dicho a la mínima oportunidad que pudiera encajar el plan se engancharía una cadena que ineludiblemente nos conduciría al objetivo fijado.
Una serie de sucesos en los últimos meses a mí me han cambiado totalmente la situación. Ya era el tercer año que vivía en Madrid. Me había desplazado a la capital para estudiar una carrera. Tras una serie de problemas durante los últimos meses del curso escolar tuve una serie de crisis a todos los niveles. El problema que vivía sólo lo podía compensar con algo de su mismo nivel. Necesitaba realizar algo en la montaña lo suficientemente audaz para que me compensara y me indicara que la angustia mental y los problemas se podían superar de la misma forma. El que no ha hecho montaña quizás no entienda el paralelismo. Pero existe. Cojo el teléfono en Madrid. Soy muy escueto.
– «Robert esta noche llego a Girona. tendré unos días libres. Mañana por la mañana si quieres vamos aunque sea los dos solos al Mont Blanc. ¿Te parece bien?».
– «Sí».
– «¡Vale! Llamaré otra vez cuando llegue. Llama a Joan. Tengo coche. ¡Va parir!».
– «¡Va parir!».
En Madrid digo que me voy a buscar nuevas posibilidades para estudiar el curso siguiente. Y mientras piensan que el coche se va a Barcelona en realidad se va a Suiza.
Hemos quedado en el restaurant La Llarga de Girona a las nueve de la mañana. Robert llega de Lloret con el autobús. Va a pillar los francos que pueda del hotel puesto que con el cambio podemos ahorrarnos algo y la comida que crea necesaria para todos los días. Joan no se anima. Comenta que para ir al Mont Blanc es necesario como mínimo un mes para irse mentalizando. Ni siquiera el interés turístico lo ve dentro de las posibilidades aceptables por su mente. En fin. Otra vez será. Yo voy embalado. Todo son prisas y gestiones pendientes. La mochila la preparo en Girona una vez llego del viaje de Madrid. Robert no falla. A Joan le vaticino que es muy difícil que lo subamos en un primer intento pero con el estudio de la situación a la segunda sí es bastante probable que se pueda subir aunque si se deja se deja. No habíamos encontrado mucha información de la zona. Íbamos a la aventura pura y dura.
Cuando me levanto acompaño a mi madre a comprar al supermercado. Con un fuet en la mano acaba por preguntarme, intrigada, a dónde vamos. Yo, con un esfuerzo de naturalidad, le digo que vamos a comernos unas butifarras a Nuria. Si le digo que me voy al Mont Blanc se me desmaya allí mismo o me sopla una torta de alucine. Estoy seguro. Y como no quiero saber cual de las dos opciones hubiera preferido opto por la ‘salida de emergencia’. Y coló. Eso sí, me insiste en que regrese para poder ir a hacer la matrícula a la universidad el día cinco. Hoy es 30 de junio. Hago mis cálculos rápidamente. Tengo los días justos. Adelante.
Llego media hora tarde a la cita convenida. No tenemos suficientes francos. No me ha dado tiempo a cambiar moneda. Tanto da. Nos vamos. Robert se despide de Meritxell. Nos ponemos en marcha hacia la frontera.
Cruzar el puesto fronterizo es de risa. Hacen la vista gorda para todo. Nosotros por no saber no sabíamos que teníamos que cojer la carta verde. Nos enteramos al regresar. Pero con el control que hace la policía pasamos sin ella. En Els Límits cambiamos 3000 pesetas en francos y compramos un carrete de fotos para la máquina de Robert.

Els Límits

Llenamos el depósito de gasolina en La Jonquera y entramos en la autopista en Le Boulou.
Narbonne. Béziers. Montpellier. Nîmes. Avignon. Orange. Montélimar. Valence. Grenoble. Chambéry. Albertville. Megève. Saint Gervais les Bains.
Fue un viaje rápido y sin incidentes. Hablamos mucho. Paramos en una gasolinera para comer un bocadillo y comprar un mapa de carreteras de la France. En Orange paramos de nuevo para poner más gasolina y cambiar otras 3000 pesetas en francos antes de que cerraran los bancos. En Valence compré unas postales para mi hermano Juanjo que hace colección. Otra parada más para poner más gasolina y llegamos a la estación del cremallera de Saint Gervais les Bains.

Estación del Tramway Mont Blanc

Hemos perdido el último cremallera que ha salido al mediodía. Hasta mañana no habrá otro. Vemos que la «meteo» prevee algo llamado «l’orage» (o algo similar) para pasado mañana. Eso no sabemos que quiere decir pero el nombre como se ve feo nos da mala espina. Comemos tranquilamente. Discutimos el plan. Decidimos caminar el recorrido del cremallera esa misma noche para procurar ganar un día.
Empezamos a andar por la vía del tren a las ocho de la noche. Interpretamos mal lo que hay que andar porque no nos damos cuenta que el mapa es un 50000 en lugar de ser un 25000 y pasó que lo que pensábamos que serían tres horas acabaron siendo seis. El recorrido realizado es inmenso: Saint Gervais les Bains (808 m), col de Voza (1653 m), La Hutte (1790 m), col du Mont Lachat (2077 m) y refugio Le Nid d’Aigle (2372 m) unos 1500 metros de desnivel en unos 25 kilómetros. Toda una prueba a nuestra preparación física. De vista nada de nada pero se percibía un ambiente sobrecogedor que nos empezaba a preparar nuestra psique para lo que nos iba a suceder al día siguiente. A eso de las cuatro de la madrugada nos encontramos con el refugio cerrado. Sin pensarlo dos veces instalamos el vivac en la misma puerta.

Le Nid d'Aigle

Primer día de julio. Nos despiertan unos rebecos que estan pastando plácidamente a unos metros de nuestra cama de hormigón. No tengo ni tiempo de hacer un bostezo que oigo un ruido estrepitoso y horrorizante. Es el glaciar que tenemos enfrente al que se le ha desplomado un sérac y ha provocado un alud. Es el primero que veo en mi vida en vivo y en directo. Es como si vieras el miedo delante tuyo cara a cara. La montaña aquí habla muy clarito y empieza a prepararnos mentalmente.
Nos movemos lentamente. Lo recojemos todo. A las ocho de la mañana empezamos a andar de nuevo siguiendo el camino que nos ha indicado la dueña del refugio. No se va a nadie. Hacemos la parada de rigor para desayunar a la luz del Sol. Hemos pasado por una especie de cabaña y nos encontramos a un francés que sube muy ligero de equipaje y solo. Nuestro francés es muy elemental pero hay algo que nos tiene inquietos desde ayer …
– «Monsieur, qué-est-que-cer l’orage?».
Ya se nota que no somos de la tierra o algo parecido que el hombre se pone a gesticular con los brazos de arriba abajo muy acaloradamente y con un ruido nos representa un …
– «Brrrrrroooooummmmm, esssssquitxxxxxxxx, criiiic, buuuuuugggggggg».
¡Va parir! L’orage significa ¡tormenta! Y la previsión era para mañana por la tarde. ¡Ostras! Pero la conversación no acaba aquí. Se nos debe notar algo en la cara. Nos hace entender que es necesario llevar casco. ¿Un casco? Pero, ¿para qué podemos necesitar el casco? Como no sabemos francés resolvemos una intriga, la de l’orage, y nos aparece otra la del casco. Y la cuestión es que el buen hombre llevar, lo que es llevar, lleva poco, poco, poco pero de lo poco que lleva lleva un casco. ¡Jolín! También parece que el sitio por el que hay que subir es por la arista que veamos que va por el medio, nos asegura que es el itinerario normal y que aquí la conocen con el nombre de Payot. No sabemos si el francés nos ha querido hacer de padre o nos estaba alucinando pero la cuestión es que nos quedamos bastante preocupados a medida que vamos sabiendo más datos. Pero como el camino se va viendo bien continuamos por unos pedregales y unos neveros hasta que llegamos al refuge de la Tete Rousse a 3167 metros. Estamos en la puerta de las dificultades y nosotros ya estamos extenuados. Decidimos parar bastante rato, aprovechar para comer y preparamos un té con el hornillo ya que hemos de empezar a fundir nieve si queremos beber. Por fin ya empezamos a ver algo de gente: guías, clientes arrastrados por la cuerda, japoneses, alemanes y trabajadores que acondicionan el refugio para empezar la temporada veraniega. Al fondo tenemos de marco la impresionante cara norte de l’Aiguille de Bionnassay.

cara norte de l'Aiguille de Bionassay

El tramo que va del refuge de la Tete Rousse al refuge de Goûter (3817 m) es el de mayor dificultad y peligro. Transcurre, efectivamente, por la arista Payot que tiene algunos pasos claramente de III, digan lo que digan, y es que es casi imposible seguir una ruta determinada puesto que a la que te sales un metro del camino la dificultad se dispara siempre. Pero aún no hemos llegado a la arista de marras. Antes que hay que cruzar una canal de nieve infernal. El peligro es evidente. Cuando lo cruzas, si es que te atreves a hacerlo, te ves bombardeado constantemente con piedras que caen a una velocidad increíble. Piedras francamente grandes. Ya sabemos ahora qué es lo del casco. Hay puesto un cable para que le pongas un mosquetón. No sirve para nada. Bueno, miento. Caso de que te dé una china en el coco el pobre que te viene a recoger lo que quede de tí no tiene el trabajo de irte a recoger al quinto infierno. Se te quedan tus pedazos allí atados al cablecito de marras.

cruzando el couloir con caída de piedras

Son unos cincuenta o sesenta metros. Creo que no se pueden hacer a la carrera. Hay que mirar arriba constantemente. Hay que seguir a cada una de las piedras y estar atento al último bote. Casi imposible. Nosotros optamos por cruzar de uno en uno mientras el otro ayuda a vigilar por lo de que cuatro ojos ven más que dos. Una vez hemos cruzado no hablamos. Es un silencio sepulcral. Respiramos hondo. Y eso que miro la canal una y otra vez. Todavía no sé cómo lo he hecho pero la he pasado y sigo vivo. La vuelvo a mirar. Está cruzándola ahora un japonés que va solo. Está como enloquecido. Sólo mira al suelo y corre mucho. No mira a las piedras. Le caen una tras otra. Va con suerte no le tocan. Pero …
– «¡Pedra! ¡Pedra!», le grito en catalán ya que en japonés no tengo ni idea de como se dice.
Afortunadamente mi grito le ha hecho parar un instante. El justo para evitar un impacto mortal. Le pasa un pedrusco a menos de un palmo de la cara. Si no se hubiera parado ahora estaría en el otro barrio. Ni gesticula. Es japonés. Tampoco rie ya. Esa típica risa del japonés. Llegando me hace unas reverencias. Las típicas de los japoneses. Pero sin decir nada sigue su camino y continua sin detenerse. ¡Japonés tendría que ser!

subiendo por la cresta a l'Aiguille du Goûter

Subir por la cresta nos ha costado lo nuestro. De telón de fondo hemos tenido constantemente aludes por doquier. Cae alguna que otra piedra pero la cosa no es como lo de la canal. Toda la cresta está muy descompuesta y los montañeros que van delante te tiran piedras sin querer. Es indescriptible nuestro estado de ánimo al llegar al refugio. Sería alrededor de las seis de la tarde. Esta maravilla de la técnica está emplazada en la misma cumbre de l’Aiguille du Goûter. Es nuestro récord de altura. En las mesas están sentados los grupos que han ido llegando. Al fondo los dos japoneses y uno de ellos es el que hace unas horas le salvé de un impacto con una piedra. Sigue un guía y su cliente muy callados y con caras de pocas migas. Luego los alemanes que nos vienen a decir que se van a dormir con la tienda de campaña un poco más adelante. A continuación estamos nosotros los jóvenes intrépidos. Y detrás nuestro cierra el panorama un matrimonio ya entrado en años. Todos se desenvuelven con una soltura impresionante menos nosotros. Nuestra atención acaba con la mirada fija en el plano intentando escudriñar una escapatoria mínimamente aceptable mientras derretimos nieve en el hornillo.

refugio de Goûter

Pasan las horas y no resolvemos mucho. A Robert lo veo muy preocupado por el descenso. No hay que ser adivino. Tampoco hace falta decirlo. Simplemente no vamos a bajar por donde hemos subido. Punto final. Para colmo de males el guarda no nos aclara nada. Su genial solución es subir al Mont Blanc y descender a l’Aiguille du Midi cresteando y poder bajar con el telesférico. Pero en el plano vemos una ristra de cuatromiles que hay que cruzar. El muchacho nos insiste que sólo es necesario saber cramponear bien. No nos convence. Vamos a dormir. Ya resolveremos la papeleta mañana.
¡Esto es inhumano! A las dos de la madrugada se despierta todo el mundo. Y todos una vez equipados van a desayunar lo que les ha preparado el guarda. Como nosotros no tenemos dinero no desayunamos y así resulta que salimos los primeros. Toca abrir vía. Camina que camina. Un paso tras otro. Metro a metro avanzamos. Lentamente nos alcanzan los otros grupos y nos piden paso. Llegamos a la cumbre del Dôme du Goûter a 4304 metros. Es oscuro. Negra noche. Paramos brevemente y seguimos adelante. En el siguiente collado, el col du Dôme a 4237 metros, están los alemanes con su tienda de campaña. A continuación tenemos otro repecho y en su cumbre está el refuge Vallot a 4362 metros. Su interior está en muy mal estado. Robert se encuentra mal y se tumba en las cochambrosas colchonetas. Al poco rato se queda dormido. Se le ve como tiembla de frío y, dormido, insiste una y otra vez que tiene mucho frío. Me asusto mucho. Le miro de tapar con lo único que hay a mano las colchonetas y miro de pasar el rato. Yo también me encuentro mal pero no tengo sueño. A mi me duele profundamente la cabeza. Supongo que es debido a la altura a la que estamos. Pasa el tiempo. Todo queda cubierto rápidamente por nieblas bajas. Cuando han pasado casi tres horas intento despertar a Robert. La cosa se pone muy mal. Se acabó el Mont Blanc aquí mismo. Hoy hemos de bajar como sea. Una vez se despierta visto lo posible y lo imposible nos damos por satisfechos y nos lanzamos glaciar abajo. Vamos a intentar ir directamente a Chamonix por el glaciar de Bossons. Una salvajada pero es lo único que hay. No tenemos elección.

descenso por el glaciar de Bossons

Dentro de la niebla no sabemos si se va a formar una tormenta o no. Tenemos una bajada de más de 3000 metros de desnivel por delante.

glaciar de Bossons

El descenso fue toda una dura prueba de audacia y técnica. No existía ninguna señal que nos dijera por donde va el camino. Vamos a bajar por donde se pueda.
Lo peor es que de vez en cuando te encontrabas que estabas literalmente sobre una visera de una cornisa que colgaba en el vacío de una de las muchas grietas. Había que sondear cada paso con el piolet. Testear la resistencia de la nieve y mirar si podía aguantarte o no.

glaciar de Bossons
glaciar de Bossons

Evitamos aludes de nieve y piedras. Sorteamos grietas, saltamos grietas, nos metimos dentro de las grietas, escalamos grietas, grietas y más grietas. Más de una vez hubo que desandar tramos de camino porque conducían a un punto que no te dejaba continuar. Es lo mismo que estar metido en un laberinto. Pero aquí no sabíamos si realmente éste tenía realmente una salida.

glaciar de Bossons

Tambien tienes que saber bien la longitud que eres capaz de saltar con seguridad. Después de bajar muchos metros de desnivel y muchas horas más tarde llegábamos a la boca del túnel a unos 1300 metros sobre el nivel del mar. Estamos extenuados, hambrientos y muertos de sed.

al fondo Chamonix

A partir del túnel todo fue un caos. Simplemente estábamos agotados. Nos era difícil pensar y hacíamos las cosas por inercia. Hicimos auto-stop. Unos madrileños nos bajaron del túnel. Como no nos paraba nadie Robert, harto de esperar, simplemente se puso en medio de la carretera y les paró literalmente el coche. En Chamonix más rápidos que la luz nos engullimos cuatro botes de Orangina en un momento. Luego dos auto-stops más nos llevaron hasta Saint Gervais que era donde estaba nuestro coche aparcado. Con el coche tuvimos que regresar de nuevo a Chamonix para cambiar todo el dinero que nos quedaba en un chiringuito que abría por las tardes y … carretera y manta.
Robert se durmió para no despertar hasta llegar a España. El regreso lo hicimos por otro camino que era algo más largo pero resultó que era de mejor carretera. De haber tenido tiempo hubiera sido interesante haber visitado algunas localidades. Cluses. Bonneville. Annecy. Aix les Bains. Chambéry. Voiron. Romans. Valence. Montélimar. Avignon. Nîmes. Montpellier. La Jonquera.
En Nîmes me comí un paquete de galletas y eso que me despisto y me paso un semáforo en rojo. Al rato empezaron a perseguirnos los gendarmes franceses pero les despisté. En Montpellier intenté llamar a la familia para decirles que nos quedábamos sin dinero y sin gasolina antes de llegar a la frontera pero no acabé de saber marcar correctamente los prefijos y me quedé con las ganas. Entramos en la autopista y tuve dos sustos cuando me despierto con el ruido de las bandas sonoras que me indicaban que me salía de la calzada por lo que tuve que parar para refrescarme la cara. Llegando a la frontera resulta que como no llevamos la carta verde nos hacen bajar las cosas y empiezan a revisarnos todo el equipaje de arriba abajo. Realmente una bromita de mal gusto a eso de las tres de la madrugada. En la primera estación de servicio del país pudimos cambiar un cheque de gasolina por dinero y resolvimos la papeleta. Aún no sé cómo el coche andó tanto tiempo con la reserva. Llevé a Robert a Lloret y me fui a Girona a dormir. Entro en la cama a eso de las seis de la madrugada después de 28 horas seguidas de actividad frenética.
Cuando me despierto al día siguiente veo a mi padre sonriendo y sentado en mi cama que me dice …
– «Tú no has ido a Nuria a comer butifarras … ¿verdad?».
– «¿Y cómo lo has adivinado?», le respondo adormilado.
– «Pues porque anoche al subirte las cosas te dejaste las postales que has comprado en el coche y, la verdad, no se ve precisamente nada de Nuria».
– «Jejeje».
© Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.

¿Quieres llegar a ser un divo? (Preliminares)

Del 20 al 31 de julio de 1983.
Reglas básicas:
1º Despelleja a los demás y no permitas que nadie te haga sombra. Si quieres llegar a divo tienes que ser el mejor no basta con ser uno de los mejores.
2º Si con tu historial no tienes bastante … ¡miente! No tengas falsos escrúpulos. Por apuntarte paredes de clavo no haces daño a nadie.
3º Desclava y machaca los buriles de las vías que hagas. Así te conocerá todo el mundo. Te pondrán verde. Pero al fin y al cabo es publicidad.
4º Cuando estés rodeado de mucha gente di cosas como: «Pertenezco a la corriente ecologista de Greenpeace por lo que no se deben estropear las vías clavando pitones», «hice la primera ascensión invernal en kamiseta de color verde ya que soy un mecánico que hace el servicio militar voluntario» o, simplemente, «escalar en libre es hacerlo sin kuerda, sin material, sin komida y abriendo vía». Son tonterías pero promocionan una barbaridad …
5º Si graduas una vía, aunque la pases en artificial, tú simplemente pon IV- y los demás que se busquen la vida. Mientras te estén llamando bocazas te estarán haciedo publicidad.
6º Quítale horas a tus itinerarios. Lo que haces en 21 horas pon simplemente 5. Los vivacs a muerte en la montaña son muy comentados en el ramo. Así harán que aún suene más tu nombre.
7º Escribe artículos en las revistas especializadas. En ellos tus escaladas tienen que ser las más difíciles, las más peligrosas y en las que tú siempre salvas la vida al compañero.
8º En los refugios monta broncas. No dejes dormir a nadie. Mientras te maldigan te están haciendo publicidad.
9º Intenta siempre hacer primeras repeticiones. Aunque cantes mucho y abandones no importa. Las primeras repeticiones son muy comentadas.
10º Kuando ya seas un divo deberás conseguir amig@s. Pues seguro que te habrás quedado sin nadie con quien salir.
Efectivamente. Hace ya unas semanas que leía esto en las páginas de una prestigiosa revista especializada de montaña. En las notícias de última hora venía un curioso artículo que decía algo así como … «el concurso se dio por finalizado con el reparto de premios. La medalla de oro, al mejor divo de este año, se le ha concedido a Patrice de Bellefon por sus múltiples éxitos en …». ¿Será posible? Y … digo yo, ¿cómo lo habrá conseguido? … ¡Es evidente! me contesta impasible, EO, mira que decir en su libro de las cien mejores ascensiones al Pirineo que tanto los quince gendarmes como la Salenques se hacen en cinco horas … y es que «flipas» …
Bueno, lo mejor será que empezemos por el principio. Si explicamos el final de la historia esta crónica no va a tener nada de gracia.
Girona. Erase una vez un día algo oscuro. Las calles estaban mojadas. Hace poco que ha llovido. Suena un despertador. Todo es normal. Hemos quedado a las seis de la mañana en la estación. Esto ya no es tan normal. EO no se ha acostado en toda la noche porque no le merecía la pena y Miguel no oye el aparato antes mencionado y se duerme las horas de los dos. Como esta historia no va a terminar mal antes de tiempo veremos como Miguel se levanta justo a tiempo para llegar a la carrera a la estación y coger el tren. ¡Sí señor! Ya tenemos a nuestros dos personajes despiertos gracias a un revisor que se cerciora, cumpliendo su trabajo, de que lleven el billete correcto de Girona a Barcelona Término.
Barcelona. Con paso cansino, cargados con grandes mochilas, recorremos la estación hasta la ventanilla de Cercanías.
– «Por favor, un billete con el descuento del 40% para Monzón en el tren que va a salir ahora».
– «Lo siento este billete lo deberán comprar en las ventanillas de largo recorrido».
Cuando llegamos a la ventanilla me pregunto si lo del largo recorrido es por el camino que hace el tren o por el que debe realizar un viajero que desee un billete ya que están muy alejadas la una de la otra.
– «Por favor, un billete con el descuento del 40% para Monzón en el tren que va a salir ahora».
– «Lo siento, ya no quedan billetes con ese destino hasta mañana».
– «Hombre, mira ¡qué gracia! A estas horas de la mañana ya no quedan billetes. ¿Es que no hay ningún empleado de Renfe que sepa pensar que simplemente hay que enganchar un vagón más al tren?».
– «Lo siento, ya no quedan billetes con este destino hasta mañana».
Visto que más que una taquillera esto es una máquina parlante y no tiene, que digamos, mucha variedad en su locución nos dirijimos a INFORMACIÓN.
– «Por favor, querríamos ir a Monzón en el tren que va a salir ahora».
– «Lo siento, ya no quedan billetes con ese destino hasta mañana».
EO, mejor es no insistir. Esta empresa funciona igual de mal en todos sus departamentos. Nos las arreglaremos por nuestra cuenta. Salimos a la calle.
Miguel se acuerda que la compañía de autobuses Alsina-Graells le llevó, hace unos años, de noche de Lleida a Barcelona por lo que piensa que igual hay un servicio a la inversa. Y así es. Salimos de Barcelona a las 10.30 de una calle cercana a la Plaza Universidad. El viaje se puede aprovechar de dos maneras posibles: dormir o oír la radio. Nosotros las abarcamos las dos. EO escoje la primera y yo la segunda. El autobús resulta que incluso va por la autopista por lo que en menos de dos horas llegaremos a nuestro destino.
Lleida. Entramos en la estación de autobuses. Todo es desconcierto. Gente por los suelos que esperan su autocar. Hay quien corre porque se le escapa el transporte que le llevará a casa. Un tipo lleva en una jaula animales vivos, una mujer la cesta de la compra de la semana y un chico una preciosa lámpara que aún no sé cómo no se le ha roto. Es el último autocar que va a Barbastro en el día de hoy. Ya no quedan billetes para Barbastro. Quedamos los cuatro últimos. El revisor tiene siempre la última palabra. Pasando de nosotros el cobrador se pone a hacer sumas interminables. Pasa el tiempo. Aumenta nuestra impaciencia.
– «Perdone, se ha equivocado en esta suma los que lleva son cuatro y no tres».
– «Brrrrrrrrr».
Sigue sumando. Seguimos esperando. El primer billete que despachen es para nosotros. Ya llega el revisor. Después de hacerse de rogar, como se debe de hacer en estos casos, parece que nos va a hacer un hueco por ser pocos. Menos mal. Parece que hoy las cosas quieren salir bien. El revisor nos coloca en el pasillo con unas sillas plegables. Estamos en medio de un grupo bastante numeroso que su distintivo es la camisa roja, pantalón bávaro azul oscuro, tirantes con la «senyera» y armar todo el follón que pueden. Tenían que ser de Barcelona …
Barbastro. Esta vez el trayecto ha sido con paradas. Aunque no por ello hemos llegado más tarde de lo previsto. Parece que a medida que llegamos al Pirineo el servicio público va mejorando. Será que la montaña imprime carácter aunque sólo sea porque les toque el aire de lejos …
Comeremos en unas sillas cómodamente en el centro de la ciudad. La sombra ya se agradece. La cerveza también. Como el tiempo normalmente no se para llega el momento de ir a cojer el último autobús. Charlamos con un personaje que se conoce muy bien la ciudad y nos indica estupendamente cómo llegar a la estación de autobuses que La Oscense tiene para los autobuses de esta otra línea.
Benasque. Ya es tarde. Estamos bastante cansados de viajar. Empieza a oscurecer. Tenemos que esperar a ver si nos vienen a buscar. Estamos en la plaza del pueblo. Junto a las fuentes. Un seiscientos con matrícula de Zaragoza es el que tiene que venir y no apareció ninguno en todo el rato que estuvimos allí. Tampoco vinieron los primos de EO ni sus amigos. Lo que pasa es que hemos quedado en Cregüeña en el caso de que no nos encontráramos aquí. Y esto de concretar un campamento de alta montaña entre Girona y Zaragoza por teléfono ha sido, al final, un poco enfollonado. Otra vez miraremos de sincronizar mejor todos los preparativos. De momento no nos podemos quejar. Por la plaza van desfilando seres vivientes de lo más diverso: pastores, ovejas, vacas, montañeros, divos, perros, turistas, … y ¡mira por dónde! Pero si es mi amigo Miguel S. y su compa. ¿De dónde venís tan tristes y tan cansados? Pues por lo visto hace unos días fueron al Aneto por la Salenques y después del primer gendarme tuvieron que rapelarlo hasta el glaciar por el mal tiempo y los quince gendarmes no los pudieron ni tan siquiera intentar también debido a una tormenta. Eso es mala suerte y lo demás son historias. Después de quedar para salir juntos otro día nos despedimos. Ya es muy tarde. Decidimos ir a dormir a la chopera y mañana emprender el camino a Cregüeña. Buenas noches.

El vivac está cerca del pueblo. Ya es de día. Abro un ojo. Y … ¡horror! Veo una cara de perro con un palo en la boca. ¡No! Estimad@s lectores no estoy insultando a EO … ¡es un perro de verdad! Nuestr@s lectores que conocen bien a EO saben que es su costumbre llevar siempre un palillo en la boca y se deben de haber confundido. Craso error. ¡Quita bicho! ¡Oye! Este es de los que te entiende. Está bien educado. Con mi grito, ahora, ya se ha despertado EO. El perrazo en cuestión ve como se ha movido y se le acerca. Le da el palo ahora a EO para que se lo tire. Tanto EO como yo hemos visto el juego en los tebeos pero no nos creemos que pueda ser posible en la realidad. Pero como el can le insiste éste finalmente lo coje y lo tira. Nos quedamos patidifusos cuando vemos que efectivamente el animal va presto a por él. Y así que jugamos un rato. El problema es al final cómo explicarle al chucho que no queremos jugar más con él pero, al fin, el amo interviene y consigue hacérselo comprender.
Una vez hemos desayunado lo recojemos todo y nos disponemos para la marcha. Tenemos que llegar a Cregüeña y el camino es bastante largo. Andaremos siguiendo la carretera hasta los Llanos de Senarta. Cada año este lugar se llena más y más. Es impresionante la cantidad de gente que se instala aquí para pasar unos días. De hecho esto tiene todas las desventajas propias de las grandes aglomeraciones y de las de la alta montaña. Las cojen todas. Esto sí que es moral y no otra cosa. Dejemos las cosas como están sin organizar líos y pasaremos entre el público que nos repasa de arriba abajo. Ya hemos iniciado la pista que sale de los Llanos y que, siguiendo la otra orilla del Ésera, nos conducirá a la palanca de Cregüeña. A poca distancia de Senarta estaba, algo escondido y aparcado, un seiscientos azul con matrícula de Zaragoza. Buena señal. Sin duda alguna, pensamos, es el que ayer nos tenía que haber venido a buscar. Estamos consiguiendo el primer objetivo: reunirnos tal como estaba previsto en el caso de que fallara todo.

La subida desde la palanca se las trae. Es muy empinada y llevamos unas mochilas bastante pesadas. Aquí ya no se ven «julais» ni divos ni nada que se les parezca. Únicamente moscas, muchas moscas que nos acompañan, que por cierto, no sé si les ha pasado alguna vez pero les aseguro que su presencia es bastante ingrata. A mitad del camino paramos a comer y beber algo. Por fin se ven excursionist@s. Bajan. Ligamos un poco.
– «Oiga, por favor, no habrán visto por casualidad una tienda marrón».
– «Pues sí. Había un chico algo bajo, fuerte, rubio y con bigote.»
– «¡Huy! gracias. Exacto. Ese es mi primo», me comenta EO.
– «No hay de qué».
– «Y qué pesadez de moscas».
Y tal y tal.

Animados por lo que nos han dicho re-emprendemos el camino. Esta vez ya apretamos algo el paso. Nos han dicho que ya no nos falta mucho para llegar. Así que ánimo.
Por fin. Ya estamos todos juntos. Las presentaciones. Los dos primos de EO se llaman Javier y José Ángel. El propietario del seiscientos Juan Carlos y los dos amigos que les acompañan Ángel y Santiago. Los cinco vienen de Zaragoza. ¡No! No se crean que cupieron todos en un seiscientos. No. Dos de ellos también utilizaron los transportes públicos. Ya tenía suficiente carga el vehículo con tres personas y sus respectivos equipajes. EO y Miguel son los que acaban de llegar por lo que el equipo de ataque queda ya al completo. Vienen, como ya sabrán si han ido leyendo este rollo (que lleva más de seis folios), de Girona.
La crónica termina aquí. El resto lo añado ahora que la paso a limpio pero en realidad ya no os voy a hacer sufrir más con texto. Os dejo que disfruteis con las fotos de las excursiones que hicimos. Un saludo a tod@s.
dot  El 23 de julio realizamos la cresta de los quince gendarmes al Gendarme de Alba (3054 m) y al Pico de Alba (3118 m).

dot  El 28 de julio subimos al Crabioules Este (3116 m) por su pared sur y por la cresta llegamos al Crabioules Oeste (3106 m) los descendemos por la vía Mammy y continuamos, posteriormente, por la cresta hasta el Pico Royo Superior de Literola (3121 m).
dot  El 30 y 31 de julio subimos al Aneto (3404 m) por la cresta de Salenques pasando por el Margalida (3241 m), Tempestades (3290 m) y la Espalda del Aneto (3350 m).

© Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.

 

Con mucho: ‘Soley, Soley ….’ y después de mucho: ‘Tic, tac, tiqui, tiqui, tac, tic, tac ….’ llegamos a la cima

ESTA CRÓNICA RELATA LAS HAZAÑAS QUE LES FUERON ACAESCIDAS A NUESTROS ONCE CABALLEROS DURANTE UN CAMPAMENTO INVERNAL DE CUATRO DÍAS EN LA SERRANÍA DE GREDOS.
Día 9 de noviembre de 1981.
Efectivamente. Así ocurrió. Miguel unos días antes había descubierto el «acueducto». Era impresionante. Todo encaja. Todo lo previsible está a favor. Disponíamos de un fin de semana alargado con un lunes. El nueve de noviembre es la fiesta de La Almudena que es la patrona de la villa de Madrid. Las predicciones meteorológicas pronosticaban, como muy pronto, un cambio del tiempo para el lunes o el martes. Correspondía a unas noches con la Luna llena. Resumiendo. Todo a favor. Había que salir de excursión.
El plan a desarrollar era clarísimo. Desde muchos días antes estaba ya todo previsto (esto es lo que se debe decir siempre). El equipo organizador se ocupaba de todo.
El primer plan, fabuloso, era que: Nacho F., Quique A., Pablo L-P., Álvaro G. y Miguel irían en un coche a Sepúlveda. Es una zona que conoce muy bien Quique y es un lugar muy apropiado para realizar acampadas de varios días. El segundo, más ambicioso si cabe, fue ir a Granada en tren o Land Rover y con mucha gente. El tercero, reduciendo costes, fue ir a Gredos. ¡Bien! ¿A qué sitio de Gredos íbamos a ir? … Sólo Miguel lo sabe (mejor dicho: podía saberlo).
El jueves hacemos una reunión para preparar y explicar el plan. Ya se concretaron los últimos detalles. Vimos la gente que quería salir. Se resolvieron todas las dudas y se fijó la salida para las siete del día siguiente. Quedaba por detallar el medio de transporte pero esto no alteraba el plan a efectuar.
El viernes a primera hora Miguel pide las comidas para la excursión. Después se pone al teléfono para confirmar los horarios de autobuses y de trenes. Con los datos en la mano, el mapa de la zona, un mapa de carreteras nacional y una calculadora al son de la música de Super-Tramp repasa mentalmente el plan y pondera los posibles imprevistos que pueden suceder. Es una locura.
A media mañana llama Pedro L. para decirle que disponemos de la casa de sus parientes en Ávila pero que no puede dejarnos el coche. ¡No todo tenía que salir bien! Con las últimas noticias en la cabeza, preparo las cosas para la excursión y me voy a comer.
Por la tarde ya suceden las cosas muy rápidamente. Idas y venidas. Voy a buscar la tienda de campaña que falta y una mochila. Digo que volveré pronto y me voy a por las comidas que me las sacarán preparadas a media tarde. No están. Muevo hilos y me aseguran que estarán para las nueve de la noche. Vuelvo. Meriendo con Alfonso S. y al final no se decide a salir. Hablo con el padre de Chimo y me dice que me deja su coche para la excursión. Estupendo.
Noticias frescas. Quique A. se ha puesto enfermo esta misma mañana. Mariano R. ha ido al punto de encuentro y como no ha encontrado a nadie ha cogido los trastos y se ha ido a casa. Luego, por teléfono, dice que saldrá con el grupo que marchará al día siguiente. Jesús E. tenía el 99% en contra el día anterior por la tarde, el 51% en contra por la noche y en aquellos momentos había un 100% a favor de posibilidades. Tanto era así que allí estaba como un solo hombre. Miguel Ángel S. sin que le hubiese dicho nadie nada se había enterado y estaba allí dispuesto a ir a donde fuera preciso. Fenomenal.
Eran las nueve pasadas. Pusimos todas las cosas en el coche y nos fuimos al lugar donde habíamos quedado para juntarnos. Llego. Cuento los que van a salir y … ¡es evidente que no cabemos todos en el auto! Veo a: Xema L-P., José Mª G., Curro M., Gabriel E., Jesús E., Chimo G., Nacho F., Pablo L-P., Rafa S., Miguel Ángel S. y a mí marchándonos a la estación de tren de Chamartín ya que no hay otra forma de ir tanta gente que no sea en medios públicos. No cabemos todos en un coche.
Las mochilas y el material de excursión siguen en el coche del padre de Chimo. Resulta que Gabriel se ha ido con su padre a casa a recoger el carnet de familia numerosa que se le ha olvidado. Los demás vamos a esperar el autobús. Gus se ofrece a esperar a que llegue Gabriel, a que saquen la comida de una vez por todas y marchar luego, a la carrera, a la estación con el coche, las mochilas, Gabriel y algo de comida. En medio de todo este caos, que se contrapone a cosmos (orden, armonía, …), se ofrece el padre de Gabriel con una furgoneta Mercedes a llevarnos a todos a la estación. ¡Total! Que cambiamos todas las cosas de coche y con el acelerador a fondo llegamos a la estación a las diez menos veinte. Resulta que a las diez sale el último tren para Ávila. Ya estamos en el vestíbulo de Cercanías rellenando todos los vales para que nos hagan los descuentos por familia numerosa.
Voy a la ventanilla y nos dicen que no es allí. Esos billetes se despachan en la taquilla de venta anticipada. Dos gritos y ya estamos corriendo hacia allí. En el camino nos dicen que es un expreso que va a Gijón y, por lo tanto, más caro. Tanto da. Ahora ya no podemos echarnos para atrás. Llegando a la ventanilla nos dicen que hay otro que sale a las diez y veinte y que el de las diez ya lo hemos perdido. Al acabar de pulsar nuestras teclas en el ordenador se oye en la estación, por los altavoces, que el tren que va a Gijón tiene todas las plazas de sentado y de pie ocupadas. Habíamos sido los últimos.
En el tren nos hicimos amigos de todos. Esto, sin embargo, no fue motivo para que alguno de nosotros consiguiera asiento. Ya venía escrito muy clarito en el billete: «este viajero no tiene derecho a asiento». Se rió de la nota hasta el revisor. Eso sí de pagar lo mismo que los demás. No lo entiendo. Creo que todos los viajeros del tren pasaron por nuestra zona de pasillo. Unos buscaban el bar, otros se habían equivocado de clase, otros no tenían asiento, otros iban al vagón contiguo, … Dada la enorme afluencia de gente nos pusimos a jugar a varias cosas. La que gustó más era que se formaba un pasillo de gente y el que pasaba por él tenía que acertar quién le daba un manotazo. Otro fue que nos tumbábamos en el suelo, como si se durmiera, y reírse de la gente que pasaba con sigilo para no despertarnos. También hicimos pasillo a la gente que pasaba con la misma pose que una jura de bandera. Jejeje! ¡casualidad! al poco rato pasó un militar de verdad tan o más cachondo que nosotros y simuló que hacía un reconocimiento médico de las tropas con un «sony». Con tanto follón pasó lo que tenía que pasar y hubo que calmar los improperios de las abuelas cascarrabias y demás personajes que por lo visto querían conciliar el sueño. Por lo que se entiende resulta que nosotros echábamos por los suelos sus propósitos.
Poco antes de llegar a Ávila Pablo y Nacho ante la enorme cantidad de gente que pasaba por delante nuestro con latas de bebida se encaminaron hacia el bar. Hacía muy poco rato que lo habían abierto. A todos los que pasaban les pedían algo para beber. Viendo la jugada una tierna señora les preguntó:
– «¿Cuál es vuestro problema?
Y al unísono le contestaron:
– «La sed».
Entonces, sin mediación de más palabras salieron del monedero 75 pesetas que tardaron muy poco en ser invertidas en la compra del líquido elemento. Una vez dieron buena cuenta de la Mirinda vinieron a contárnoslo los muy puñeteros.
A las dos horas llegamos a Ávila. Después de cruzar la ciudad «to tieso, to tieso» y, siempre y cuando, vayas a la izquierda o a la derecha en sus debidos momentos llegamos a la casa que nos habían dejado. Llegamos cantando y gritando canciones populares.
Las 12.30 de la noche. Emilio ya nos ha oído de lejos y nos ha abierto. Hay un problema. En Ávila cortan el agua por la noche. No podremos apagar la sed hasta mañana. Sin embargo, nos atiende estupendamente en todo lo demás. Nos enseña el lugar dónde podremos dormir y las otras dependencias de la casa. Después de cenar y de una guerra de sacos Miguel apaga las luces pasadas las dos de la noche.
La ciudad se despierta con la llegada del agua. Son las ocho de la mañana. Es un nuevo día. Nacho y Chimo desean salir a pasear pero no lo consiguen ya que la puerta está atrancada. Eso sí, las duchas empiezan a funcionar. Y en otra habitación ha empezado una batalla campal para ir abriendo boca.
Una vez todos duchados y desayunados se decretó que había un rato libre. La mayoría lo aprovechó para visitar la ciudad. Al principio cada uno fue un poco por su cuenta pero a media mañana nos reunimos para continuar la visita turística.

En la entrada de una de las Iglesias le dice un vigilante a Miguel que para entrar hay que pagar dos pesetas por persona. Después de una rápida conversación nos hace desistir de ello y probar suerte en otra. Vamos a la Iglesia de Santiago y también tiene guarda. Como vemos en un cartel que dicen misa a las once intentamos entrar sin pagar con la excusa de que queremos ir a la misa. Pero … según el guarda el sacerdote que decía esa misa se había muerto. Todo es ya un poco kafkiano por lo que debemos concluir que el horario de misas debe ser algo anticuado. Es una ciudad sin orden ni concierto. No se aclaran ni los mismos habitantes entre ellos. Preguntamos a todos y acabamos corriendo de un lado para otro. Como en Ávila lo que hay para ver son todo Iglesias de pago acabamos en las puertas de otra. En esta otra tampoco había misa. Nos hemos equivocado de nuevo. Pero … y ¿esa gente que hay dentro? Son de un entierro nos contesta con cara de circunstancias su cobrador. Total que como no nos ofrece ya mucho divertimento las escenas que devinieron optamos por marcharnos a pesar de que muchos excursionistas nunca habían asistido a un acto de estas características y resulta que no se lo querían perder. Acabamos en la plaza mayor de la ciudad. Aprovecho para comprar un carrete de diapositivas. Y decidimos ir a estrenarlo a las murallas puesto que el Sol estaba en su mejor momento.

Cansados de saltar, correr y posar para la cámara de Miguel nos fuimos a comer. Teníamos que hacerlo temprano para que nos diera tiempo a organizar toda la expedición y llegar a tiempo a la estación de autobuses.
Nos despedimos de Emilio. Se le notaba en la cara su alivio. Dejamos todo el peso que nos fue posible en la casa y con los disfraces de montañeros puestos nos fuimos a la estación de autobuses a primera hora de la tarde.
Cojimos el autobús que nos llevaría a Arenas de San Pedro y engañando al revisor y a los pasajeros nos pudimos instalar en la parte de atrás del autobús.
Aquí destacaron Pablo y Nacho que dieron el do de pecho. Estaban todos los viajeros asombrados. No sabían qué éramos. Unos debieron creer que éramos un grupo musical y otros, pocos, que éramos excursionistas. La verdad es que nos cantamos todas las canciones de la radio. Nos preguntaban a dónde íbamos. Los chicos contestaban que a Gredos y ante lo absurdo de la respuesta, puesto que ya estábamos en Gredos, dejaban de insistir sobre este tema. Las canciones eran a varias voces y nosotros mismos vocalizábamos los instrumentos musicales que la orquesta requería para la tonadilla. Yo con mi acusada timidez hice ni más ni menos que de presentador y animador al igual que los de la radio al resto del público del autobús.
Ha quedado para la posteridad como canción de la excursión la que dice algo parecido a:
«En la parada del autobús / tic, tac, tiqui, tiqui, tac, tic, tac
y al picar el bono-bus / tic, tac, tiqui, tiqui, tac, tic, tac.
Un cigarrillo de fumar / tic, tac, tiqui, tiqui, tac, tic, tac
para calmar mi ansiedad / tic, tac, tiqui, tiqui, tac, tic, tac
mi corazón se pone a palpitar / tic, tac, tiqui, tiqui, tac, tic, tac
y no lo puedo remedia-aaaar.»
Después de muchos giros a la derecha e izquierda, de subir y bajar, después de decenas de kilómetros e innumerables pueblos llegamos a Arenas de San Pedro. Era ya media tarde. Nos lanzamos en busca del panadero y de algún establecimiento que despachara vino. Cruzamos el pueblo y al final, allí, en la otra esquina conseguimos cinco barras de pan y un litro de vino que fue directamente a la bota.
A las ocho estábamos en marcha. Conocíamos ya a todos los pueblerinos. No se veía a un palmo de nuestras narices. Érase una noche a unos excursionistas pegada. Fuimos hacia Guisando siguiendo la carretera. Algunos se empecinaron en llamar al pueblo cocinando. Será, quizás, que no entienden bien el nombre. Unos meses más tarde me enteré que era el famoso pueblo que tiene eso de los toros prehistóricos. A los señores lectores no les sé decir si realmente eso es cierto o no ni si son tan interesantes como dicen ya que yo, personalmente, me dediqué al llegar a abrir latas debajo de la luz de una farola. Y dí tanto yo como los demás una buena cuenta a lo que había en el interior de las chapas. Seguimos hasta un lugar en el que los del Icona tienen un campamento. Estábamos a poco tiempo de la plataforma. Miramos a ver si nos podíamos colar en alguna cabaña pero como no había ninguna abierta plantamos la tienda de campaña y preparamos la sopa. En la sopa pusimos un ingrediente nuevo que unos lo llaman «barco» y otros «submarino» según sea la capacidad de inmersión del mismo. Los dos Miguel se instalaron un vivac al lado del fuego. Es el colmo del «morro» supongo yo: no sólo nos metemos en el terreno del Icona y plantamos una tienda sino que encima hacemos fuego y no nos dice absolutamente nada nadie.
El tiempo sigue inmejorable. A las nueve estamos en pie y a las diez y cuarto lo tenemos todo recogido, habíamos desayunado, nos habíamos lavado y proseguíamos la excursión.
Objetivo: llegar a comer al refugio Victory de los Galayos pasando por la cumbre de La Mira. El plan inicial era haber llegado a dormir allí pero esto nos fue imposible dadas las condiciones del camino que llevaban a él y por el enorme desnivel que nos quedaba por recorrer.
Al poco rato de empezar a andar se paró un coche preguntando por un lugar conocido por la «cabra». Como no sabíamos lo que era ni a dónde era le recomendamos que subiera hasta la plataforma y allí se lo podrían indicar mejor. Se nos ofrecieron a subirnos las mochilas e incluso cupo alguno de nosotros. Llegamos a la plataforma y allí había una magna cabra en un pedestal. Cuando me dí cuenta estaban todos subidos allí y querían que les fotografiara. Creo que alguno se llegó incluso a colgar de los cuernos.

En la plataforma hay un refugio. Pero el refugio Victory estaba muy lejos aún. Pasando por las construcciones de la zona quisieron tirar algunos petardos pero fueron pillados con las manos en la mecha. Entonces fue cuando empezó la gran caminata. Anduvimos por un río seco, lleno de rocas, por el que estuvimos poco tiempo al encontrar un camino mejor algo más arriba y a nuestra derecha. Era más fácil de andar por él pero el cansancio ya empezaba a notarse. Seguimos. Después del bosque cambió el paisaje. Se divisó ya el refugio y toda la sierra de Gredos de esta zona. El refugio Victory estaba enfrente nuestro. A simple vista daba la sensación de estar en un sitio inaccesible. En realidad está justo en la ladera de La Mira. A la derecha va apareciendo todo el Galayar con esas paredes que desafían a cualquier escalador. Veo muy impresionante al Torreón cuya escalada por su cara norte está conceptuada como de máxima dificultad y fue conquistada por primera vez por Teógenes Díaz en 1934. La Torre Amézua, junto con la Aguja Negra, es una de las más bellas del Galayar y su cara oeste es también una de las más difíciles abierta en 1968 por Gerardo Blázquez y Rafael de Miguel. Aparte de las mencionadas las agujas de más difícil ascensión son el Gran Galayo de Puerta Falsa, que es la más alta, el Pequeño Galayo, el Galayo o Risco de la Ventana, la Punta Tonino Re, el Diedro de la Punta María Luisa, la Aguja Gemela Sur, la Punta Margarita, la Aguja Desconocida y la Aguja Nueva.
Poco a poco íbamos acercándonos al refugio. Desde la plataforma empezábamos a ir más acompañados. Se notaba por la gente que había que era un domingo correspondiente a un puente largo.

Faltan unos 40 minutos para llegar al refugio. Llegamos a una bifurcación. Se puede llegar a La Mira directamente cruzando el río Pelayos y si no se cruza se llega directamente al refugio. Nuestro camino va a complicarse un poco puesto que transcurre a través de unos pedregales. El grupo estaba fraccionado. Algunos ya casi en el refugio mientras que a los demás nos queda todavía un buen tramo. Detrás vamos cuatro Rafa, Xema, Jesús y yo que cierro siempre la comitiva. Andaba algo preocupado por lo que estaba viendo y oyendo. Eran las dos y media. Seguían ahora, imponentes, las paredes de los Galayos a nuestra derecha. Se veían cordadas progresar en ellas y en las vías conocidas había un grupo de aprendices dirijidos por monitores de algún club de montaña. En algunas de las vías se llegan a ver hasta cuatro cordadas evolucionando a la vez.
Observo. Escucho. Reflexiono. Me hace pensar todo lo que pondero que puede ocurrir un fatal desenlace. Lo comento con los demás y seguimos avanzando. ¿Qué se puede hacer? ¡Nada! Pero es que la situación es evidente. Lógica. Ya es tarde. Al poco se oyen voces de socorro. Ha sucedido. Nos enteramos de las primeras noticias por un grupo que baja corriendo a dar la alarma al pueblo. El resto de nuestro grupo, que ya estaba en el refugio, ha visto la caída perfectamente. Los que vienen conmigo no entienden qué me ha hecho deducir y predecir lo que ocurriría antes de que sucediese y el haberlo hecho con tanta rotundidad.
Al poco tiempo está todo el mundo ayudando a bajar el accidentado para llevarlo al pueblo. Por los gritos de dolor del herido nos damos cuenta de la magnitud de las heridas. Ha caído casi 80 metros. La ha salvado, si se salva, la cuerda que le dejó colgando a un par de metros de las piedras del suelo. Rebotó mucho en la pared. En nuestro pensamiento hay un sincero deseo de que todo tenga un desenlace feliz. Después de colaborar en lo que pudimos, comimos y reemprendemos la marcha hacia La Mira. A las cinco de la tarde todavía no había llegado ningún grupo de rescate a la bifurcación citada anteriormente por lo agreste del terreno.

Nosotros estábamos en un collado que no era el que queríamos y para colmo estábamos agotados por el esfuerzo realizado. Nos tomamos unos melocotones en almíbar y bajamos un poco para ir más a la izquierda. En la cumbre de La Mira vimos cómo empezaba a oscurecer. Memorizamos el camino de regreso y descansamos todo lo que quisimos. La Mira se llama así porque resulta que existe en su cumbre un torreón troncocónico utilizado en tiempos pasados para el telégrafo óptico que lo pusieron allí dada la extensión de terreno que desde allí se domina. Es también un vértice geodésico.
Desde la cumbre vemos las altas cumbres del circo de Gredos y del de Cinco Lagunas. A lo lejos se ve una granja que no parece que esté muy lejana y trataremos de llegar hasta allí puesto que nos puede servir bien de referencia.
Y se nos echó la noche encima y nos aplastó. Pasamos descaradamente por delante de unos toros bravos y alguién tuvo que salir corriendo porque no se le ocurrió cosa mejor que tirarles un par de buenas pedradas. Se lo tiene bien merecido.

Nos pusimos a bajar y con muchas peripecias llegamos a la carretera que conduce a Hoyos del Espino. Por la carretera comprobamos el tiempo empleado en recorrer un kilómetro. Exactamente son once minutos considerando que era bajada y que íbamos a un buen ritmo de marcha.
En las orillas del Tormes pusimos un nuevo campamento. El fuego esta noche no quería arder. Gabriel consiguió que tuviéramos sopa a base de soplar las brasas insistentemente. Molidos y con frío acabamos acostándonos el resto. Un nuevo vivac y arriba.
A las seis estábamos levantados y a las siete en la parada del autobús que nos llevaría a Ávila. Estuvimos esperando casi una hora. Una broma de muy mal gusto. Todos nos movíamos para no congelarnos de frío justo al lado del bar Gredos de Hoyos del Espino. No nos quedaba nada para comer. En el autobús esta vez se durmieron todos. El viaje fue para recuperar fuerzas y vitalidad. En Ávila ya nos conocíamos la senda a cojer «to tieso, to tieso» y después de comprar el pan llegamos a la casa. Estaba Emilio, nuestro sino, que nos preparó un desayuno que se recordará para siempre no por lo rico que estaba sino más bien por lo poco que sobró. Lo recojimos todo y nos fuimos a la estación. El tren estaba a punto de salir. Mientras se subían las cosas lo más pausadamente que pudieron yo compraba los billetes. El taquillero se lió con las prisas. A cambio de los billetes que nos despachó le dimos el dinero que quedaba de la excursión. Nos habíamos quedado sin un duro.
En el tren lo único que se puede resaltar es que dejamos las cuentas claras con la RENFE y que enfadamos de verdad al revisor. Seríamos algo sospechosos. Viajábamos en la parte final del tren que iba a Madrid Norte y resulta que los billetes eran para Madrid Chamartín. Chimo, que aún le quedaba humor para hacer travesuras, se había escondido en el cuarto de baño. Le dí todos los billetes al revisor y cuando éste quiso ver las fotocopias de familia numerosa empezó el lío. Había dos billetes con una reducción del 50% y un único viajero con la fotocopia correspondiente. De hecho ese billete era uno comprado de más pero no avancemos acontecimientos. Para aclarar el «gracioso» que se estaba colando repartimos a cada viajero su billete. Chimo, para aumentar el mosqueo del pica-pica, en el reparto sale del cuarto de baño para coger su billete. Sorpresa. Para el revisor también tenemos billete. Sobra uno pues el segundo con descuento del 50% se lo damos al acalorado buen hombre de recto quehacer en su tarea de revisar y encontrar maleantes que viajan sin pagar. Cachondeo, follón, aplausos, risas. El enfado, como es de suponer, llegó a extremos insospechados y nunca vistos en la empresa ferroviaria. Con ánimo de ser un viajero ejemplar organizo la situación. Todo el mundo en fila india y quietos en posición de firmes. Empezó a continuación un rastreo profundo por todos los rincones en busca del viajero escondido. Como llegó a la verdadera conclusión de que no existía se procedió al repaso uno por uno de cada billete expedido y realizando el acto supremo de picar el billete una vez comprobado que todo estuviera en perfecto orden. Como estamos en fila, cada uno con su billete, fotocopias y demás a presentar el revisor se puso en el pasillo y procedió a realizar su tarea. Para ello acordamos que una vez esté todo comprobado el viajero podrá proceder a entrar en el vagón y despejar el rellano intermedio. Nacho entra con su chequetren, todo correcto, no tiene que tener billete ya que el chequetren es lo mismo que un billete. Yo y Curro entramos con los billetes del 40% de descuento y la fotocopia correcta. Chema y Pablo también lo tienen todo correcto y tienen sus billetes normales. Rafa y Miguel Ángel tienen billetes con el descuento del 40% de descuento cuando en realidad sus fotocopias al estar mal sólo pueden tener un descuento del 20% por lo que deberemos pagar la diferencia. Anótelo. Chema y Jesús entran con billetes de ida y vuelta, un descuento del 25%, pero resulta que no estan sellados por el taquillero de la estación así que los debe sellar el revisor para que esté todo correcto. Chimo tiene la fotocopia caducada y aunque le vale el descuento practicado deberemos pagar una multa por ello. No se le olvide, apunte y siga. Gabriel lo tiene todo correcto. Sorpresa. Efectivamente, sigue sobrando un billete por lo que le rogamos nos devuelva su importe. Total que una vez aclarado todo empieza a sumar y restar acabando la cosa en que le debemos trescientas pesetas. Y empieza otro problema. No nos queda dinero. La discusión llega a límites inconcebibles a la mente humana. Pero un rayo de luz aparece por la ventanilla y le da de pleno en el cogote de Gabriel que no se sabe porqué pero resulta que empieza a revisar frenéticamente los bolsillos de su mochila y aparecen milagrosamente justo las trescientas pesetas que nos hacían falta. Le damos el dinero y quedamos en paz. La RENFE es eficaz.

Como no tenemos dinero no tenemos más remedio que ir andando desde la estación Norte hasta la Moncloa para coger el autobús. Resulta que la suerte nos acompañaba y entre todos los bono-buses que teníamos nos llegó para pagar un viaje para cada uno. Eso sí al final de la parada tuvimos que andar de nuevo y cruzar todo un barrio a pie para poder llegar a casa justo una hora más tarde de lo previsto gracias a la efectividad del transporte público. Cuando nos recuperamos del esfuerzo por la tarde ya empezábamos a recordar las horas pasadas y a pensar en la próxima oportunidad de huir del mundanal ruido.
© Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.