¿Es posible que realmente exista una estrecha relación entre el estado en que uno se encuentra en el límite de la zona de la muerte y la embriaguez producida por las drogas? Hay científicos, como por ejemplo el profesor Solomon Snyder de la universidad John-Hopkins de Baltimore, USA, que afirman que el sistema nervioso de las personas expuestas a situaciones límite produce unas sustancias similares a la morfina que amortiguan el dolor y provocan alucinaciones y sentimientos de felicidad.
Estos opiáceos que produce nuestro cerebro para sí mismo también provocarían la adicción. ¿Es por tanto el alpinismo una suerte de adicción a causa de que su práctica hace sintetizar a las personas unas sustancias equiparables a las drogas? ¿Serían impensables estas «subidas» naturales sin los opiáceos que produce el cuerpo? No lo sé. Sólo sé por propia experiencia que los que buscan el peligro vuelven a escalar montañas una y otra vez como si se encontraran en un estado de adicción física, y que muchos necesitan emprender recorridos aún más difíciles – unas dosis mayores por lo tanto.
Ya que los adictos a las drogas pueden tener realmente experiencias similares a las de los escaladores a gran altitud – salir fuera del propio yo, ruidos parecidos a la música, ausencia de cualquier temor – la anterior teoría queda reforzada. Pero también la falta de oxígeno y el exceso de dióxido de carbono pueden producir apariciones visionarias de ese tipo.
Todas esas explicaciones ya se trate de algo «manufacturado» por la Naturaleza – incremento en la producción de hormonas como reacción ante una situación límite, síntesis de opiáceos en el propio cuerpo para amortiguar el dolor o para incrementar el placer – o únicamente de «alucinaciones», desde mi punto de vista no son suficientes para equiparar el «high natural» con el artificial. Creo que entre estos dos tipos de experiencias existen diferencias fundamentales. No se trata sólo de que el «high natural» no requiera el empleo de sustancias destructivas, sino que éste produce siempre un efecto liberador que amplía la consciencia. Por el contrario, en el caso de la embriaguez inducida por medio de drogas, se busca un asalto inmediato al subconsciente, y el despertar, si es que éste llega a producirse, resulta mucho más deprimente y la alineación es más fuerte que antes. Estos dos «highs» conducen ciertamente a otros estadios de consciencia, y en este sentido la experiencia de la zona de la muerte es, al igual que la iluminación por medio de las drogas, una puerta abierta a otras realidades. A los adictos a las drogas no se les puede apartar de ello agitando ante sus ojos el peligro de muerte que les amenaza. ¿Puede decirse lo mismo de los alpinistas?
Todas las cosas que suceden suelen tener una explicación. En este caso también la hay. Lo que a lo mejor difiere de las demás es su complejidad. De todos modos trataré de simplificar lo complicado. Y muchas cosas sólo se van a poder entender si se sabe leer entre líneas.
Ahora hace ya unos meses que realicé la excursión. Muchas veces el relato lo escribo con mucha posterioridad con el objeto de saber y poder recojer más datos. En esta ocasión, evidentemente, hubo una repercusión mayor de la que me hubiera podido imaginar. No fue una excursión más. Cuando lo veo una vez trascurrido cierto tiempo incluso me asusta, en cierta forma, lo que realmente supuso. Rompió esquemas. Y es que ir al Mont Blanc ya no es cualquier cosa.
Tal como se desarrolló puede parecer como si se hubiera preparado sobre la marcha. Pero en realidad no fue así. Veamos como realmente fue la cosa. Para empezar copiaré algunos fragmentos de las cartas que me envió Robert desde Barcelona a Madrid algo más de un año antes de la aventura.
26 de marzo de 1.981. La escribe en catalán pero la traduzco al castellano.
(…) «Me ha gustado mucho tu misiva. A pesar de que ayer te envié una carta ahora mismo te contesto. Ya tenía ganas de leer unos cuantos «¡va parir!» bien puestos. En la carta anterior te explico algún detalle más de nuestra aventura, pero ya tengo ganas de hacer algo bueno, y lo que has pensado es brutalmente interesante (quería decir cojonudo pero me lo he callado). Haré todo lo posible para encontrar un coche y un par de personas. Con Joan no podemos contar ya que es casi seguro que se va con unos amigos en plan de hacer algunas visitas arqueológicas. Ya veremos que hago pues algo así no se puede dejar pasar. No sé hasta que punto son factibles todos estos planes. Si el tiempo sigue así todo es posible, si no, la cosa se puede presentar complicada pero como me dices que pueden apuntarse expertos en la materia igual nosotros podemos aprender alguna cosa».
(…) «En cuanto a lo de los Alpes me parece todavía mejor. No estaría nada mal subir al Mont Blanc. Dicen que a finales de agosto o principios de septiembre son buenas fechas. Tenemos que hacer algún ‘truqui’ para hacer algún ‘dinerillo'».
(…) «Aquí en Barcelona he hecho un poco de amistad con un vendedor de material de montaña que ha estado en el Aconcagua, los Alpes y en los Pirineos y como se conoce estas cosas creo que nos podría aconsejar en el momento oportuno.
P.D. Tan solo se me ocurre una cosa más para decirte, una sola palabra que condensa muchas ideas, es la abstracción de muchos momentos pirenaicos, es nuestro lema, es … ¡va parir!».
Yo recibí la carta unos pocos días más tarde y la verdad es que me impactó profundamente. Dice muchas más cosas de las que se pueden leer y pasan ocultas a cualquier otro interlocutor. Pero sigamos que aún no hemos salido. Avanza el tiempo. Unos meses. Robert está en Lloret lugar en el que trabaja los veranos y me envía en otra carta.
22 de agosto de 1.981 el día que pone en el correo lo siguiente …
(…) «Iré al grano: montaña. Tengo ganas de hablar de ello y de ir, claro. Hoy que me has mencionado de nuevo los nombres de Chamonix y de los Alpes ya no podrán dejarme. Joan tenía la propuesta de ir el año que viene. Hemos hablado de hacer un aprendizaje progresivo y adquirir experiencia en el hielo. La idea es ir a subir un par de canales por el Cadí, hacer una invernal y a principio de temporada intentar el Swan y el Arlaud al Posets que dicen que es bastante ‘potente’ para acabar con el Mont Blanc aunque si hay la oportunidad de ir este mes de septiembre yo no me la pierdo. También pensamos que hay que ir adquiriendo material progresivamente como algún tornillo de hielo, mosquetones y a lo mejor para el Arlaud un martillo-piolet y el casco. Evidentemente sin dejar de hacer escaladas en roca aunque nos tienta más ir a probar canales y más después de haber visto una proyección de diapositivas de vías de hielo en los Pirineos y Alpes (era del corredor Couterier a la Verte, la cara norte a las Courtes, les Droites y el couloir de Gaube).
Son muchos planes y ya veremos que hacemos al final de todo esto. En fin que ya tengo ganas de que vengas y nos vamos con Joan a hacer algo».
A muchos les sorprenderá que ya habláramos del Mont Blanc con más de un año de anticipación. Pero en realidad no es tanto. Para los que formaríamos parte de la gran aventura esto ya era suficiente preparativo. Un dato a tener, creo, en cuenta: tenemos justo los veinte años recién cumplidos. Una locura. Con lo hablado cualquier persona sensata, no loca como nosotros, no ve nada más que un hablar entre jóvenes de un remoto-plan-teórico-poético-deductivo que no va más allá. Muy bonito y nada más. Pero ya son muchas vivencias en la montaña juntos las que hemos pasado y los dos sabemos perfectamente que se habla muy claro y muy en serio. Con lo dicho a la mínima oportunidad que pudiera encajar el plan se engancharía una cadena que ineludiblemente nos conduciría al objetivo fijado.
Una serie de sucesos en los últimos meses a mí me han cambiado totalmente la situación. Ya era el tercer año que vivía en Madrid. Me había desplazado a la capital para estudiar una carrera. Tras una serie de problemas durante los últimos meses del curso escolar tuve una serie de crisis a todos los niveles. El problema que vivía sólo lo podía compensar con algo de su mismo nivel. Necesitaba realizar algo en la montaña lo suficientemente audaz para que me compensara y me indicara que la angustia mental y los problemas se podían superar de la misma forma. El que no ha hecho montaña quizás no entienda el paralelismo. Pero existe. Cojo el teléfono en Madrid. Soy muy escueto.
– «Robert esta noche llego a Girona. tendré unos días libres. Mañana por la mañana si quieres vamos aunque sea los dos solos al Mont Blanc. ¿Te parece bien?».
– «Sí».
– «¡Vale! Llamaré otra vez cuando llegue. Llama a Joan. Tengo coche. ¡Va parir!».
– «¡Va parir!».
En Madrid digo que me voy a buscar nuevas posibilidades para estudiar el curso siguiente. Y mientras piensan que el coche se va a Barcelona en realidad se va a Suiza.
Hemos quedado en el restaurant La Llarga de Girona a las nueve de la mañana. Robert llega de Lloret con el autobús. Va a pillar los francos que pueda del hotel puesto que con el cambio podemos ahorrarnos algo y la comida que crea necesaria para todos los días. Joan no se anima. Comenta que para ir al Mont Blanc es necesario como mínimo un mes para irse mentalizando. Ni siquiera el interés turístico lo ve dentro de las posibilidades aceptables por su mente. En fin. Otra vez será. Yo voy embalado. Todo son prisas y gestiones pendientes. La mochila la preparo en Girona una vez llego del viaje de Madrid. Robert no falla. A Joan le vaticino que es muy difícil que lo subamos en un primer intento pero con el estudio de la situación a la segunda sí es bastante probable que se pueda subir aunque si se deja se deja. No habíamos encontrado mucha información de la zona. Íbamos a la aventura pura y dura.
Cuando me levanto acompaño a mi madre a comprar al supermercado. Con un fuet en la mano acaba por preguntarme, intrigada, a dónde vamos. Yo, con un esfuerzo de naturalidad, le digo que vamos a comernos unas butifarras a Nuria. Si le digo que me voy al Mont Blanc se me desmaya allí mismo o me sopla una torta de alucine. Estoy seguro. Y como no quiero saber cual de las dos opciones hubiera preferido opto por la ‘salida de emergencia’. Y coló. Eso sí, me insiste en que regrese para poder ir a hacer la matrícula a la universidad el día cinco. Hoy es 30 de junio. Hago mis cálculos rápidamente. Tengo los días justos. Adelante.
Llego media hora tarde a la cita convenida. No tenemos suficientes francos. No me ha dado tiempo a cambiar moneda. Tanto da. Nos vamos. Robert se despide de Meritxell. Nos ponemos en marcha hacia la frontera.
Cruzar el puesto fronterizo es de risa. Hacen la vista gorda para todo. Nosotros por no saber no sabíamos que teníamos que cojer la carta verde. Nos enteramos al regresar. Pero con el control que hace la policía pasamos sin ella. En Els Límits cambiamos 3000 pesetas en francos y compramos un carrete de fotos para la máquina de Robert.
Llenamos el depósito de gasolina en La Jonquera y entramos en la autopista en Le Boulou.
Narbonne. Béziers. Montpellier. Nîmes. Avignon. Orange. Montélimar. Valence. Grenoble. Chambéry. Albertville. Megève. Saint Gervais les Bains.
Fue un viaje rápido y sin incidentes. Hablamos mucho. Paramos en una gasolinera para comer un bocadillo y comprar un mapa de carreteras de la France. En Orange paramos de nuevo para poner más gasolina y cambiar otras 3000 pesetas en francos antes de que cerraran los bancos. En Valence compré unas postales para mi hermano Juanjo que hace colección. Otra parada más para poner más gasolina y llegamos a la estación del cremallera de Saint Gervais les Bains.
Hemos perdido el último cremallera que ha salido al mediodía. Hasta mañana no habrá otro. Vemos que la «meteo» prevee algo llamado «l’orage» (o algo similar) para pasado mañana. Eso no sabemos que quiere decir pero el nombre como se ve feo nos da mala espina. Comemos tranquilamente. Discutimos el plan. Decidimos caminar el recorrido del cremallera esa misma noche para procurar ganar un día.
Empezamos a andar por la vía del tren a las ocho de la noche. Interpretamos mal lo que hay que andar porque no nos damos cuenta que el mapa es un 50000 en lugar de ser un 25000 y pasó que lo que pensábamos que serían tres horas acabaron siendo seis. El recorrido realizado es inmenso: Saint Gervais les Bains (808 m), col de Voza (1653 m), La Hutte (1790 m), col du Mont Lachat (2077 m) y refugio Le Nid d’Aigle (2372 m) unos 1500 metros de desnivel en unos 25 kilómetros. Toda una prueba a nuestra preparación física. De vista nada de nada pero se percibía un ambiente sobrecogedor que nos empezaba a preparar nuestra psique para lo que nos iba a suceder al día siguiente. A eso de las cuatro de la madrugada nos encontramos con el refugio cerrado. Sin pensarlo dos veces instalamos el vivac en la misma puerta.
Primer día de julio. Nos despiertan unos rebecos que estan pastando plácidamente a unos metros de nuestra cama de hormigón. No tengo ni tiempo de hacer un bostezo que oigo un ruido estrepitoso y horrorizante. Es el glaciar que tenemos enfrente al que se le ha desplomado un sérac y ha provocado un alud. Es el primero que veo en mi vida en vivo y en directo. Es como si vieras el miedo delante tuyo cara a cara. La montaña aquí habla muy clarito y empieza a prepararnos mentalmente.
Nos movemos lentamente. Lo recojemos todo. A las ocho de la mañana empezamos a andar de nuevo siguiendo el camino que nos ha indicado la dueña del refugio. No se va a nadie. Hacemos la parada de rigor para desayunar a la luz del Sol. Hemos pasado por una especie de cabaña y nos encontramos a un francés que sube muy ligero de equipaje y solo. Nuestro francés es muy elemental pero hay algo que nos tiene inquietos desde ayer …
– «Monsieur, qué-est-que-cer l’orage?».
Ya se nota que no somos de la tierra o algo parecido que el hombre se pone a gesticular con los brazos de arriba abajo muy acaloradamente y con un ruido nos representa un …
¡Va parir! L’orage significa ¡tormenta! Y la previsión era para mañana por la tarde. ¡Ostras! Pero la conversación no acaba aquí. Se nos debe notar algo en la cara. Nos hace entender que es necesario llevar casco. ¿Un casco? Pero, ¿para qué podemos necesitar el casco? Como no sabemos francés resolvemos una intriga, la de l’orage, y nos aparece otra la del casco. Y la cuestión es que el buen hombre llevar, lo que es llevar, lleva poco, poco, poco pero de lo poco que lleva lleva un casco. ¡Jolín! También parece que el sitio por el que hay que subir es por la arista que veamos que va por el medio, nos asegura que es el itinerario normal y que aquí la conocen con el nombre de Payot. No sabemos si el francés nos ha querido hacer de padre o nos estaba alucinando pero la cuestión es que nos quedamos bastante preocupados a medida que vamos sabiendo más datos. Pero como el camino se va viendo bien continuamos por unos pedregales y unos neveros hasta que llegamos al refuge de la Tete Rousse a 3167 metros. Estamos en la puerta de las dificultades y nosotros ya estamos extenuados. Decidimos parar bastante rato, aprovechar para comer y preparamos un té con el hornillo ya que hemos de empezar a fundir nieve si queremos beber. Por fin ya empezamos a ver algo de gente: guías, clientes arrastrados por la cuerda, japoneses, alemanes y trabajadores que acondicionan el refugio para empezar la temporada veraniega. Al fondo tenemos de marco la impresionante cara norte de l’Aiguille de Bionnassay.
El tramo que va del refuge de la Tete Rousse al refuge de Goûter (3817 m) es el de mayor dificultad y peligro. Transcurre, efectivamente, por la arista Payot que tiene algunos pasos claramente de III, digan lo que digan, y es que es casi imposible seguir una ruta determinada puesto que a la que te sales un metro del camino la dificultad se dispara siempre. Pero aún no hemos llegado a la arista de marras. Antes que hay que cruzar una canal de nieve infernal. El peligro es evidente. Cuando lo cruzas, si es que te atreves a hacerlo, te ves bombardeado constantemente con piedras que caen a una velocidad increíble. Piedras francamente grandes. Ya sabemos ahora qué es lo del casco. Hay puesto un cable para que le pongas un mosquetón. No sirve para nada. Bueno, miento. Caso de que te dé una china en el coco el pobre que te viene a recoger lo que quede de tí no tiene el trabajo de irte a recoger al quinto infierno. Se te quedan tus pedazos allí atados al cablecito de marras.
Son unos cincuenta o sesenta metros. Creo que no se pueden hacer a la carrera. Hay que mirar arriba constantemente. Hay que seguir a cada una de las piedras y estar atento al último bote. Casi imposible. Nosotros optamos por cruzar de uno en uno mientras el otro ayuda a vigilar por lo de que cuatro ojos ven más que dos. Una vez hemos cruzado no hablamos. Es un silencio sepulcral. Respiramos hondo. Y eso que miro la canal una y otra vez. Todavía no sé cómo lo he hecho pero la he pasado y sigo vivo. La vuelvo a mirar. Está cruzándola ahora un japonés que va solo. Está como enloquecido. Sólo mira al suelo y corre mucho. No mira a las piedras. Le caen una tras otra. Va con suerte no le tocan. Pero …
– «¡Pedra! ¡Pedra!», le grito en catalán ya que en japonés no tengo ni idea de como se dice.
Afortunadamente mi grito le ha hecho parar un instante. El justo para evitar un impacto mortal. Le pasa un pedrusco a menos de un palmo de la cara. Si no se hubiera parado ahora estaría en el otro barrio. Ni gesticula. Es japonés. Tampoco rie ya. Esa típica risa del japonés. Llegando me hace unas reverencias. Las típicas de los japoneses. Pero sin decir nada sigue su camino y continua sin detenerse. ¡Japonés tendría que ser!
Subir por la cresta nos ha costado lo nuestro. De telón de fondo hemos tenido constantemente aludes por doquier. Cae alguna que otra piedra pero la cosa no es como lo de la canal. Toda la cresta está muy descompuesta y los montañeros que van delante te tiran piedras sin querer. Es indescriptible nuestro estado de ánimo al llegar al refugio. Sería alrededor de las seis de la tarde. Esta maravilla de la técnica está emplazada en la misma cumbre de l’Aiguille du Goûter. Es nuestro récord de altura. En las mesas están sentados los grupos que han ido llegando. Al fondo los dos japoneses y uno de ellos es el que hace unas horas le salvé de un impacto con una piedra. Sigue un guía y su cliente muy callados y con caras de pocas migas. Luego los alemanes que nos vienen a decir que se van a dormir con la tienda de campaña un poco más adelante. A continuación estamos nosotros los jóvenes intrépidos. Y detrás nuestro cierra el panorama un matrimonio ya entrado en años. Todos se desenvuelven con una soltura impresionante menos nosotros. Nuestra atención acaba con la mirada fija en el plano intentando escudriñar una escapatoria mínimamente aceptable mientras derretimos nieve en el hornillo.
Pasan las horas y no resolvemos mucho. A Robert lo veo muy preocupado por el descenso. No hay que ser adivino. Tampoco hace falta decirlo. Simplemente no vamos a bajar por donde hemos subido. Punto final. Para colmo de males el guarda no nos aclara nada. Su genial solución es subir al Mont Blanc y descender a l’Aiguille du Midi cresteando y poder bajar con el telesférico. Pero en el plano vemos una ristra de cuatromiles que hay que cruzar. El muchacho nos insiste que sólo es necesario saber cramponear bien. No nos convence. Vamos a dormir. Ya resolveremos la papeleta mañana.
¡Esto es inhumano! A las dos de la madrugada se despierta todo el mundo. Y todos una vez equipados van a desayunar lo que les ha preparado el guarda. Como nosotros no tenemos dinero no desayunamos y así resulta que salimos los primeros. Toca abrir vía. Camina que camina. Un paso tras otro. Metro a metro avanzamos. Lentamente nos alcanzan los otros grupos y nos piden paso. Llegamos a la cumbre del Dôme du Goûter a 4304 metros. Es oscuro. Negra noche. Paramos brevemente y seguimos adelante. En el siguiente collado, el col du Dôme a 4237 metros, están los alemanes con su tienda de campaña. A continuación tenemos otro repecho y en su cumbre está el refuge Vallot a 4362 metros. Su interior está en muy mal estado. Robert se encuentra mal y se tumba en las cochambrosas colchonetas. Al poco rato se queda dormido. Se le ve como tiembla de frío y, dormido, insiste una y otra vez que tiene mucho frío. Me asusto mucho. Le miro de tapar con lo único que hay a mano las colchonetas y miro de pasar el rato. Yo también me encuentro mal pero no tengo sueño. A mi me duele profundamente la cabeza. Supongo que es debido a la altura a la que estamos. Pasa el tiempo. Todo queda cubierto rápidamente por nieblas bajas. Cuando han pasado casi tres horas intento despertar a Robert. La cosa se pone muy mal. Se acabó el Mont Blanc aquí mismo. Hoy hemos de bajar como sea. Una vez se despierta visto lo posible y lo imposible nos damos por satisfechos y nos lanzamos glaciar abajo. Vamos a intentar ir directamente a Chamonix por el glaciar de Bossons. Una salvajada pero es lo único que hay. No tenemos elección.
Dentro de la niebla no sabemos si se va a formar una tormenta o no. Tenemos una bajada de más de 3000 metros de desnivel por delante.
El descenso fue toda una dura prueba de audacia y técnica. No existía ninguna señal que nos dijera por donde va el camino. Vamos a bajar por donde se pueda.
Lo peor es que de vez en cuando te encontrabas que estabas literalmente sobre una visera de una cornisa que colgaba en el vacío de una de las muchas grietas. Había que sondear cada paso con el piolet. Testear la resistencia de la nieve y mirar si podía aguantarte o no.
Evitamos aludes de nieve y piedras. Sorteamos grietas, saltamos grietas, nos metimos dentro de las grietas, escalamos grietas, grietas y más grietas. Más de una vez hubo que desandar tramos de camino porque conducían a un punto que no te dejaba continuar. Es lo mismo que estar metido en un laberinto. Pero aquí no sabíamos si realmente éste tenía realmente una salida.
Tambien tienes que saber bien la longitud que eres capaz de saltar con seguridad. Después de bajar muchos metros de desnivel y muchas horas más tarde llegábamos a la boca del túnel a unos 1300 metros sobre el nivel del mar. Estamos extenuados, hambrientos y muertos de sed.
A partir del túnel todo fue un caos. Simplemente estábamos agotados. Nos era difícil pensar y hacíamos las cosas por inercia. Hicimos auto-stop. Unos madrileños nos bajaron del túnel. Como no nos paraba nadie Robert, harto de esperar, simplemente se puso en medio de la carretera y les paró literalmente el coche. En Chamonix más rápidos que la luz nos engullimos cuatro botes de Orangina en un momento. Luego dos auto-stops más nos llevaron hasta Saint Gervais que era donde estaba nuestro coche aparcado. Con el coche tuvimos que regresar de nuevo a Chamonix para cambiar todo el dinero que nos quedaba en un chiringuito que abría por las tardes y … carretera y manta.
Robert se durmió para no despertar hasta llegar a España. El regreso lo hicimos por otro camino que era algo más largo pero resultó que era de mejor carretera. De haber tenido tiempo hubiera sido interesante haber visitado algunas localidades. Cluses. Bonneville. Annecy. Aix les Bains. Chambéry. Voiron. Romans. Valence. Montélimar. Avignon. Nîmes. Montpellier. La Jonquera.
En Nîmes me comí un paquete de galletas y eso que me despisto y me paso un semáforo en rojo. Al rato empezaron a perseguirnos los gendarmes franceses pero les despisté. En Montpellier intenté llamar a la familia para decirles que nos quedábamos sin dinero y sin gasolina antes de llegar a la frontera pero no acabé de saber marcar correctamente los prefijos y me quedé con las ganas. Entramos en la autopista y tuve dos sustos cuando me despierto con el ruido de las bandas sonoras que me indicaban que me salía de la calzada por lo que tuve que parar para refrescarme la cara. Llegando a la frontera resulta que como no llevamos la carta verde nos hacen bajar las cosas y empiezan a revisarnos todo el equipaje de arriba abajo. Realmente una bromita de mal gusto a eso de las tres de la madrugada. En la primera estación de servicio del país pudimos cambiar un cheque de gasolina por dinero y resolvimos la papeleta. Aún no sé cómo el coche andó tanto tiempo con la reserva. Llevé a Robert a Lloret y me fui a Girona a dormir. Entro en la cama a eso de las seis de la madrugada después de 28 horas seguidas de actividad frenética.
Cuando me despierto al día siguiente veo a mi padre sonriendo y sentado en mi cama que me dice …
– «Tú no has ido a Nuria a comer butifarras … ¿verdad?».
– «¿Y cómo lo has adivinado?», le respondo adormilado.
– «Pues porque anoche al subirte las cosas te dejaste las postales que has comprado en el coche y, la verdad, no se ve precisamente nada de Nuria».
Como todas las excursiones esta ha sido divertida y dura todo lo que seas capaz de imaginarte.
Todo comenzó el domingo día 20 de junio a las 8.30 cuando nos damos cuenta de que no teníamos bicis suficientes y estábamos a punto de perder el tren. Teníamos previsto llevar las bicis en el tren hasta Ávila y desde allí pedalear hasta Gredos para hacer alguna excursión. Como vimos que nuestro transporte para Ávila lo perdíamos decidió Miguel J. sobre la marcha y con total improvisación ir a la Pedriza. El recorrido ahora será todo en bici desde Madrid y así ahorrábamos el dinero del tren.
Pasó el tiempo y finalmente todos tenían una bici. Algunas eran de carreras y otras no pero la cuestión es que ya todos teníamos una y ya podíamos marchar. Salimos de Madrid a buen ritmo y pedaleando fuerte pero pronto aparecieron las primeras víctimas. En la primera gasolinera de la autopista tuvimos que arreglar con cinta aislante una potente raja en la cubierta de la bicicleta de Carlos P. Pero para nosotros eso no era nada y gracias a la experiencia de Miguel J. estuvo solucionado en un abrir y cerrar de ojos. Continuamos los trece rodando por la carretera. Parábamos a menudo pues el cansancio, el calor y los dolores corporales se hacían notar en nosotros.
Y como merecimiento a nuestro esfuerzo paramos a comer o a desayunar ya no sé exactamente qué pues eran las doce del mediodía. Después de la suculenta comida llegamos a la ermita de Nuestra Señora de los Remedios y desde allí seguimos el recorrido hasta que al fin, casi desesperados, llegamos al palacio de Chema. Rellenamos nuestro aparato digestivo y tuvimos mucho cuidado con su pino. Rápidamente nos embalamos directamente a Soto y buscamos un bar que nos dejara entrar para ver el partido de España contra Yugoeslavia del campeonato mundial de fútbol España-82.
Continuamos la aventura hasta que llegamos al pantano de Santillana. Había un gran cartel que anunciaba: «PROHIBIDO EL PASO. HIDRÁULICA SANTILLANA, S.A.» Pero eso no nos detuvo y pasamos ampliamente. Eso sí nos instalamos en un lugar oculto para vivaquear y los que quisieron fuimos a ver jugar a España.
Al día siguiente nos encaminamos hacia el Yelmo. Es un monte con una altura de 1714 metros formado en su mayoría de piedra granítica pero será mejor que me deje de sabidurías. Al grano. Bien remojados en un caño de agua comenzamos la primera subida. Ahora ya lo hacemos a pie. La primera parada fue muy corta pues no era muy necesaria. Paramos en un río donde Justo, Carlos y Jaime cazaron de todo. Entre sus presas y bichos varios destacaré dos culebras de agua que llegaron a conservarlas hasta el final de la excursión como mascotas. Aquí ya nos dividimos. Algunos continuaron subiendo y los otros se quedaron en el río. Llegó el momento crucial. Estábamos en la falda del Yelmo. Estábamos algo decaídos. Pero abrimos las latas de melocotón en almíbar y con su dulce jugo mojamos nuestro seco paladar quedando reanimadas nuestras mentes y repuestas nuestras fuerzas. Poco a poco seguíamos el camino que un tal Maesso había marcado con líneas blancas y amarillas. Los cardos hacían mella en nuestras piernas y el Sol quemaba nuestras espaldas sudadas y cansadas.
Pronto nos encontramos delante de una inmensa roca de unos 250 metros aproximadamente. No sabíamos por dónde proseguir. Había que escalar. Después de reconocer el terreno dimos con un camino que subía por una empinada chimenea. Cuando llegamos a la cima gritamos tres veces victoria.
Bajamos a la velocidad del rayo y llegamos pronto al pantano donde nos bañamos para limpiar la mugre. Luego bajamos a Soto para comprar comida para los días siguientes. En el nuevo amanecer nos bañamos en el pantano sin que nos viera nadie y desayunamos en gran cantidad para emprender la vuelta. A gran velocidad llegamos a la gasolinera en la que habíamos tenido la primera avería y desde allí ya fue todo sangre, sudor y lágrimas como dijo Wiston Churchill.
Nota del webmaster MJ: José Mª cuando me escribió esta historia tenía doce años …