Una experiencia extracorpórea a 8000 metros

Es cierto que ahora me falta un saco de dormir para protegerme adecuadamente del frío y una cuerda para precaverme ante una caída, pero a pesar de ello, pensar en la noche que tengo por delante no despierta en mi ningún temor. Me encuentro en un estado de una rara placidez. Todo resulta tan evidente …. Tiene que ser así, es algo que va con ello. Casi me siento indiferente ante esta noche a 8000 metros de altura. Más arriba naturalmente hubiera tenido unas posibilidades mucho mejores, incluso hubiera podido tumbarme, pero ahora ya estoy aquí. 
(…)
Súbitamente me despierto y alzo la cabeza. ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? Constato asustado que me encuentro en una abrupta pared de roca del Nanga Parbat, sin protección, con un enorme vacío por debajo de mí, un abismo negro. Pero a continuación ya no tengo ningún tipo de dificultades para respirar, ya no me parece encontrarme a una altitud de 8000 metros. Intento mantenerme despierto con todas mis energías, pero el sueño se empeña en vencerme una y otra vez. Doy nuevas cabezadas continuamente y es un verdadero milagro que no pierda el equilibrio ….
Todavía hay estrellas en el cielo. ¿Es que nunca se va a hacer de día?
Miro añorante, casi con la mirada fija, en dirección a la franja detrás de la que ha de aparecer el Sol. Finalmente palidece también la última estrella. – ¡Se hace de día! Me recuesto contra la roca, la mano derecha todavía se sujeta a la presa, la izquierda aferra los bastones de esquí. Tengo los pies como si fueran tarugos de madera, las botas heladas, las suelas de goma llenas de escarcha. Me alcanzan los primeros rayos de Sol. ¡Cuánto bien me hacen! Acaban con mi estupor. Comienzo a escalar de nuevo y regreso a la fisura. ¡Pero ahora hay que prestar mucha atención! Es el doble de peligroso, todo está espantosamente resbaladizo. Desciendo un poco más por el interminable corredor; todavía con un solo crampón, el otro se encuentra en el bolsillo frontal de mi anorak.
(…)
En estas horas de enorme tensión me embarga una sensación única. ¡Ya no estoy solo! Ahí hay un compañero que me guarda, me vigila, me asegura. Yo sé que esto es una tontería, pero la sensación permanece …. Una escarpada pared interrumpe el corredor. La roca es muy quebradiza y se astilla con facilidad. Tengo que quitarme los guantes, los guardo en los bolsillos de los pantalones e intento alcanzar el corredor. Pero todo se parte y me parece demasiado arriesgado. ¡Un resbalón, una pequeña caída, serían mi fin! Y seguro que arrastraría al compañero, al amigo – que en realidad no está allí ….. tengo que destrepar cuidadosamente cada metro.
¡En casa, en nuestras montañas, simplemente saltaría al interior de la canal! Vuelvo a subir y al querer ponerme los guantes de nuevo, descubro que ya no están. Le pregunto asustado a mi misterioso acompañante: «¿Has visto mis guantes?».
Oigo la respuesta claramente: «Pero si los has perdido ….» Me doy la vuelta – pero no veo a nadie. ¿Me habré vuelto loco ya?
¿Es un espectro el que está jugando conmigo? Pero yo había oído claramente la voz y esta me resultaba conocida. ¿A cuál de mis amigos pertenecerá? No lo sé.
Sólo sé que la conozco …. Busco los guantes pero no los encuentro por ninguna parte. Tienen que estar por aquí por algún sitio. ¿O es que se me han caído arriba en la pared? Registro mis bolsillos una vez más  mientras recuerdo asustado la tragedia del Annapurna, – pero ya he descubierto mis guantes de reserva. Parece que he salvado de nuevo la situación.
Sigo descendiendo, vuelvo a introducirme en el corredor de nieve, lo atravieso y salgo hacia las rocas. A la derecha, casi a la misma altura, aparece el collado de Bazhin. Pero yo tengo que seguir descendiendo hasta el final de las rocas, y mi compañero, que tan conocido me resulta a pesar de que no lo veo nunca, me acompaña durante toda la travesía. Esta sensación es más intensa especialmente en los pasajes más difíciles. Me tranquiliza, me arrulla. Seguro que si me resbalo o me caigo, el otro me sujetará con la cuerda. Pero no hay ninguna cuerda. No hay ningún «otro». Al instante siguiente me doy de nuevo perfecta cuenta de que estoy solo, y también se que aquí no puedo permitirme ni el menor descuido …..
(…)
Riño a mi acompañante por haberme pasado aquellos hierros tan malos. ¡Sigo notando que viene siempre detrás de mí!.
(…)
Mis pensamientos se extinguen repentinamente. ¡Qué placentero resulta! Abro los ojos y miro alrededor. ¿Acaso me he dormido? Echo un vistazo al reloj y veo que ya ha pasado una hora. ¿Dónde estoy en realidad? ¡Veo huellas por todas partes, y hombres de piedra! ¿Estaré en una excursión con esquíes? La consciencia regresa paulatinamente: ¡Estoy solo en el Nanga Parbat aproximadamente a unos 8000 metros de altitud! Las huellas son únicamente obra del viento y los hombres de piedra son torres de roca. Oigo voces allí enfrente, entre las rocas situadas debajo de la cumbre. ¿Me estará llamando alguien? ¿O es solo el viento? ¿Es posible que mis amigos estén esperándome allí arriba?
(…)
Ahora veo puntos. ¿Será una ilusión? No, tienen que ser mis amigos. Quiero gritar, aullar, pero no consigo emitir ningún sonido. Los otros se acercan. ¿Debo esperarlos? La distancia es demasiado grande – salgo a su encuentro. Paso a paso, mecánicamente, cansado y a trompicones. Cuando miro de nuevo hacia la ondulada superficie de nieve los puntos han desaparecido. La decepción es infinita ….. Pero ….. Ya están los puntos otra vez ahí ….. ¡No el nevero vuelve a estar vacío! ¿Me estarán gastando una broma? Estoy aquí solo en esta ocasión casi infinita, en este desierto de hielo sin esperanzas.
(…)
«¡Hermann, Hermann!» ¡Incluso oigo a gente conversando! Pero no veo a nadie. ¿Será que mis sentidos me engañan? ¿Alucinaciones? ¿Es esto el comienzo del fin – el propio fin? ¿Dónde estará la mochila? No puedo encontrarla.
(…)
Yo ya no soy yo, sólo soy una sombra, una sombra detrás de otra sombra.
Extracto del relato del descenso del Nanga Parbat en solitario.
Hermann BUHL

El orden de los factores no altera el producto

7 de julio del 2002.
Pocas veces he salido de excursión solo y esta vez ha sido una de ellas. Según mi madre, que aún tiene humor de leer los periódicos, en el día de hoy aparece un artículo en la prensa que dice que no hay que salir sólo a la montaña. Como a lo largo de mi vida me ha gustado sistemáticamente ir a la contra de todo lo que se supone que hay que hacer yo atiendo estas sabias indicaciones haciendo lo que no hay que hacer. La verdad es que no me lo he pasado mal dejando aparte el terrible calor que se notó ya desde las nueve de la mañana y de una acidez importante en el estómago resultado de un experimento culinario poco afortunado. Sería eso de las seis de la mañana, o algo antes, que estaba exprimiendo unos limones, cuatro para ser exactos, en mi cocina. Como ya sabía que iba a pasar mucho calor y que últimamente sufro unos ataques de sed impresionantes en la montaña no se me ocurre nada mejor que prepararme una limonada natural para combatir la futura sed. El resultado del concentrado de limón junto con una buena dosis de azúcar y una pequeña cucharadita de sal lo pongo en mi cantimplora y espero a añadirle agua a que llegue al Pirineo y recojerla de cualquier fuente o riachuelo. Otra cosa que no hay que hacer porque resulta que puedes salir contaminado … Pero como a estas alturas de mi vida ya debo estar requete-contaminado disfrutaré de una refrescante y fría bebida durante todo el día. Absorto en este pensamiento acabo de preparar la mochila y, un poco antes de las siete de la mañana, salgo por el portal. Sé que es algo antes de las siete porque la panadería que tengo delante de mi casa, aún y siendo domingo, no ha abierto sus puertas al público. Aunque tiene ya la luz abierta y, según tengo entendido, puedes intentar comprar lo que puedas necesitar si tienes un poco de paciencia después de llamar a la puerta. Y es que hoy día lo primero es el trabajo y luego la diversión. Aunque suelen ser los que acaban de divertirse los primeros clientes de los primeros que empiezan a trabajar. Pienso que quizás puedo comprarme algo de pan o algún que otro bollo pero la verdad es que voy ya desayunado y con el estómago lleno dicen que se suele comprar menos. Algo de verdad debe tener este dicho puesto que yo no compro nada y me voy al coche directamente.
Salgo de Girona cruzando una ciudad desierta. En la entrada de la ciudad no están los «Mossos» haciendo soplar al personal por lo que pienso que ya voy un poco tarde pero tanto da. Hoy no funciono al ritmo del reloj. Tengo tiempo de disfrutar de un amanecer algo sombrío porque todavía queda un cielo encapotado como continuación del mal tiempo que hizo ayer. Pienso hay que tener algo de fe en las predicciones del tiempo pero la verdad es que todos los pronósticos apuntan para el día de hoy un tiempo magnífico. ¡A ver si será verdad! La carretera me la conozco de memoria y voy más absorto en mis pensamientos que en la ruta que hay que seguir. Son algo menos de dos horas lo que hay de coche desde Girona hasta el aparcamiento de las pistas de esquí de VallTer 2000 por lo que llegaré sin ningún imprevisto remarcable a eso de las nueve menos cuarto de la mañana.
La cuestión es que voy todo el trayecto algo adormilado y se me queda en la cabeza eso del trabajar de la panadera y de un pensamiento salto a otro. Me viene a la memoria la conversación que tuve el día anterior con el director de la caja por teléfono. Resulta que me dice que termina las vacacines hoy domingo y que se ha ido a trabajar anteayer viernes. Es raro, ¿no? Debo estar muy dormido pienso yo … ¿Cómo es posible que alguien que termina unas vacaciones hoy vaya a trabajar anteayer viernes? Le van a pagar lo mismo … ¿o no? ¿Y porqué lo ha hecho? Y si lo ha hecho es porque seguramente se ha pasado unas vacaciones de «perros» pensando que le han quedado cosas importantes pendientes a la caja. Pero ¿qué cosas importantes pendientes puede tener alguien que trabaja para una caja y que cobra lo mismo tanto si la caja tiene cosas importantes pendientes como si no las tiene? ¿Será lo que me ha dicho por teléfono una cosa importante pendiente de la caja motivo suficiente para que un director de una oficina disfrute de un día menos de sus preciadas vacaciones? La verdad es que sigo conduciendo muy adormilado y la cadena de pensamientos continua … Vamos a ver … Pero si a mi me ha llamado por algo que es una estupidez. Claro que es una estupidez a mi modo de ver las cosas. Supongo que al modo de ver de una caja mi tema es importante y requiere una pronta resolución caso contrario le ejecutaremos lo que tenga hasta que se quede en calzoncillos y tal y tal … ¡Oooooossstraaasssss! En definitiva: no estoy adormecido lo que estoy es soñando porque esto es metafísicamente imposible. Algo que para mí no es importante y para otro sea cuestión de vida o muerte, más de muerte que de vida, no puede ser posible en el mundo real. Pero una vez más en esta vida estoy equivocado. Analicemos la cuestión. Resulta que me ha llamado, preocupado, amenazante, agobiado y sin un día menos de vacaciones porque en una cuenta tengo unos novecientos euros en negativo desde no sé cuantos días … ¿y qué? le respondo yo algo alucinado. ¿Eso es algo novedoso o realmente importante que merezca una llamada agonizante? me pregunto yo algo idiotizado. ¿No verdad?. Pues resulta que es algo importantísimo tanto que el mundo puede llegar a una crisis económica de índoles incalculables … ¿Veis? Nunca os ireis a dormir sin saber algo más … Os lo anuncio: voy a ser yo el responsable por deber no sé cuantos días algo más de cien mil cochinas pesetas a la caja de que se vaya esta inocente entidad a la quiebra. Y como resultado de ello no habrá podido cumplir con sus acreedores y ellos a su vez a sus otros acreedores y así hasta el infinito momento en el que el mundo va a llegar a un paro económico de gravedades irreversibles. Y todo por mi culpa. Tranquil@s. No todo está perdido … Se va a poder evitar la hecatombe económica mundial. Continuando con mi simpleza telefónica le contesto al representante legal de una caja a punto de quebrar por mis pasivos … oye … ¿y por qué no traspasas el dinero que te falta de forma tan imperiosa de alguna de las otras cuentas que tengo en tu agónica entidad y la salvamos del fiasco? ¡En fin! Miserias del mundo aparte. Ahora que estoy despierto sigo sin entenderlo. Pero a lo tonto a lo tonto ya he llegado al aparcamiento de las pistas de esquí y empiezo a ver algo de normalidad a mi alrededor. Salgo del coche y a pesar de que voy sólo oigo un agradable «bon dia» que me pone en situación.
Con las botas puestas me pongo a caminar hacia las ruinas del antiguo refugi de Ull de Ter para llenar mi cantimplora de fresca y contaminada agua para terminar de preparar mi limonada. Delante mío hay un grupo de un club excursionista que ha llegado en autobús. Lo típico. Después de bajar se oyen los consabidos consejos y recomendaciones de última hora y el guía o cabeza de grupo se las pira a toda velocidad dejando a la peña distraída a su suerte. Hay una pobre chica que ha pensado al bajar del bus que necesitaba embadurnarse con la crema para protegerse del Sol y ha necesitado rescatarla del fondo de la mochila. Para ello ha tenido que deshacerla toda en medio del aparcamiento, embadurnarse y rehacer la mochila de nuevo. Mucha tarea es esta en un mundo en el que impera la velocidad puesto que al terminar esta cadena de innumerables cosas y mira en busca de los integrantes de su club resulta que ya casi no se ven el horizonte. No tardaré en verla dentro de una hora, extenuada del esfuerzo que representa poder intentar alcanzarlos, en el coll de la Marrana planificando su abandono en lugar de disfrutar del paisaje reinante.
Al poco rato y a un paso realmente lento llego a las ruinas del antiguo refugio después de subir un par de largas cuestas herbosas. Me paro. Lleno la cantimplora de agua. La agito. La cantimplora … evidentemente … Y bebo el primer sorbo de mi refrescante limonada … ¡Agggggggggggggg! ¡Más ácida imposible! ¡Esto quita la sed hasta al mismo Mahoma después de cruzar el desierto y de haber perdido todo su aliento! La relleno de nuevo de agua para rebajar la acidez todo lo que pueda y continuo por unos suaves repechos rodeado de vacas. Al final del llaneo se llega al camino que es el GR-11 y empieza la subida propiamente dicha al coll de la Marrana. La palabra camino no es lo que lo define mejor puesto que la cosa se parece más a una autopista que a un camino. Aquí ya se puede ver a más gente y se aprecia bien los diferentes tipos de aficionados a la montaña en una situación de crudeza sin igual. El Sol aplasta con su agobiante calor. La subidita de marras conduce al coll de la Marrana por lo que la pendiente de la subida es una «marranada». No es que sea lugar de paso del Tour pero en este tramo se suelen ver todas las miserias de la humanidad. Veo a una familia con el padre delante cargado con la mochila, los hijos quejándose a pesar de que no llevan mochila y allí, rezagada, a la madre que está dudando del porqué de su existencia viendo a sus seres queridos allí en la lontananza. Me adelanta un grupo de fornidos y jóvenes chicos vestidos todos con la misma kamiseta a todo «meter» y entre ellos una única chica con un paso igual de rápido que el de los machos y con la única diferencia de la kamiseta que, aparte de ser diferente, la lleva remangada al igual que los pantalones largos porque habrá pensado que hoy es una buena ocasión para rebajar alguna que otra caloría y es un buen momento para coger algo de morenez para su blanca piel. Unos minutos más tarde también me adelantará otra chica que ha perdido ya el tren de su grupo. Conozco a qué grupo pertenece por la kamiseta que lleva y entiendo que este es un buen sitio para rebajar esos molestos kilos que la sociedad se encarga de recordarnos que hay que perder y así mejoramos, de paso, la economía de los hospitales públicos. Como la subida es larga ya casi en la coronación del collado me alcanzan dos abueletes que han venido a pasar el domingo y haciendo uso de su incontestable experiencia ya van preguntándose si esas nieblas que se ven a lo lejos hoy van a derivar hacia una tremenda tempestad de consecuencias impredecibles. Aunque soy lento pero no tanto llego finalmente yo al coll de la Marrana y me los encuentro a todos retozando o recuperando el precioso aliento. No me entretengo mucho. Apunto los datos que me indica el GPS mientras muchos me miran intrigados y de reojo. Sólo un simpático y listo niño de unos cinco o seis años que sabe bien que el aparato que tengo entre las manos no es un móvil viene con toda naturalidad a preguntarme que es. Yo con la garganta algo dolorida por culpa de otro trago a mi exquisita y ácida limonada le contesto muy brevemente que es un GPS pero antes de que pueda explicarle algo más detalladamente su utilidad prefiere ir corriendo a preguntárselo a su madre que le reconoce desconocer qué aparato es un GPS. Mientras yo ya he recojido todos mis bártulos y emprendo camino hacia el coll de Tirapits siguiendo el GR-11.
Voy parando cada vez que encuentro algo que pueda ser de interés de medir con el GPS y me voy cruzando con la avanzada de otro grupo excursionista que ya van algo agobiados por la falta de agua y que van a poder saciar su sed en las fonts del Freser. En la cabaña de Tirapits aprovecho para comer aguna cosa y por uno de esos misterios que tiene la ciencia no se me queda grabado el punto en la memoria del aparato. No me doy cuenta de ello hasta que estoy ya en el coll de Tirapits y la verdad es que me da mucho palo volver a bajar para grabar el punto de nuevo. Paso de todo y me quedo analizando el paisaje. Me viene a la memoria lo mal que lo pasé aquí un mes de febrero del año 1979 haciendo la travesía Nuria – Setcases porque estábamos perdidos y también recuerdo lo que me comentaba en una carta mi primo Narcís que en este mismo sitio se perdieron aún y ser verano. No me extraña. El mapa está equivocado por lo que espero que mis datos GPS puedan servir algun día a alguien de ayuda. Me cruzo aquí con dos montañeros que aún y salir juntos de excursión cada uno va a su aire y a uno lo ves por aquí y al otro lo ves por allá pero que muy allá. No tanto como dos perdices que van muy juntitas y que no sé muy bien de qué marca son puesto que me llevan en plena coronilla una cresta de un rojo intenso que no había visto nunca. Ya se nota que no corre por esta zona mucha gente porque no huyen con mi presencia. A lo tonto a lo tonto llego a la primera cumbre del día el Pic Inferior de la Vaca (2832 m). Tiene muy buena vista hacia los Torreneules y la olla de Núria por un lado y hacia el Pic de l’Infern por el otro. En frente se empiezan a ver los lagos franceses y detrás quedan el Pastuira y el Balandrau.
Empieza aquí mi recorrido de hoy por unas cuantas cumbres de más de 2800 metros. A partir de aquí ya el camino deja el GR-11 y sigue ya siempre por la cresta cimera con pocas excepciones casi simbólicas. En la bajada al collado siguiente me encuentro de nuevo al grupo excursionista que me ha acompañado en la bajada del coll de la Marrana. Aquí la madre del niño que me preguntó qué era lo que tenía y que yo le dije que era un GPS no resiste su curiosidad. Me pregunta su utilidad y cuando comento que los datos van a ser publicados en una web ya me miran casi todos los del grupo con una cara de admiración que consigue disimular el evidente cansancio que tenían anteriormente. Más de uno dice que van a visitar mi web por lo que si leen la crónica aprovecho la ocasión para saludarlos. No sé por qué pero el jefe de este grupo que voy encontrando en estas últimas dos horas cada vez que me mira lo hace con una cara como si yo le hubiera hecho algo y estuviera dolido por ello … ¡En fin! Igual la cosa viene de mis anteriores reencarnaciones. No sé. Absorto en el pensamiento de la reencarnación dirijo mis pasos hacia el Pic de l’Infern. Me miro bien los repechones anteriores que hay antes de llegar a la cumbre para intentar descubrir el Pic dels Gorgs que aparece en el mapa de la Alpina. La verdad es que no lo se ver por ningún lado y concluyo que o es un pico fantasma o se trata de alguno de los repechones de la cresta que alguien lo debe considerar como si fuera un pico de verdad. Aún y seguir bastante por la cresta no sé resolver esta geográfica cuestión por lo que la voy a dejar como pendiente para resolverla en una próxima vez y después de estudiarme bien las fotos que he hecho hoy.

Llego al collado sur del Pic de l’Infern y me encuentro con otro grupo excusionista que llevan todos la misma kamiseta. Será que hoy va la cosa de kamisetas y yo no me he enterado. Hay un señor que se planta en el collado renunciando subir a la cumbre mientras comenta sus problemas de corazón y la cantidad de pastillas que debe tomar una y otra vez a casi todos los miembros del grupo a medida que van descendiendo de la cumbre. Otro lo consuela comentando los problemas que le ocasiona su gorda barriga. También hay una chica en el grupo que desentona de la tipología general que se la ve muy a lo suyo en plan «flipe fotográfico». Veo que la cumbre después de tanto ajetreo me la han dejado para mí sólo y aprovecho para disfrutarla y comer algo acompañado de mi menos ácida limonada que la he podido hacer bebible gracias a que en las fuentes del Freser pude rebajar su ardor al rellenarla una vez más de agua. Eso sí cada vez antes de beber hay que agitarla bien. La cantimplora … evidentemente … más que nada para que el azúcar del fondo la suavice un poco. En la solitud de la cumbre oigo ruido a mi espalda. Es un simpático perro de un no tan simpático solitario excursionista francés. Y al rato llega otro algo más simpático excursionista solitario que me comenta el tremendo calor que hace hoy. Parece que todos llevan prisa y se quedan poco rato en la cumbre que está a 2880 metros. Yo como es la primera vez que sé seguro que la he subido después de muchos años de intentarla la disfruto algo más de tiempo y me voy sentado mirando un rato hacia alguna dirección diferente. Creo que como resultado de mi larga estancia puedo concluir que la mejor vista es hacia el lado francés.
Empiezo a bajar y la cosa va de parejas hasta que llego al Pic Freser (2843 m). La primera pareja es la del típico hombre que va como loco por la montaña de aquí para allá y la mujer que le intenta seguir bastante rezagada. Yo la saludo pero la pobre va tan cansada que no le sale ni tan siquiera un proyecto de saludo. La segunda pareja que me encuentro es de niñas que empiezan a ir por la montaña y van más de cháchara que de montaña. Y a la tercera pareja me la encuentro en el casi único lugar de la travesía que hay que utilizar las manos. Son dos abueletes que van preocupados por que no quieren que les pille la tormenta y nos quejamos de que ahora ya no hay nadie que se dedique a marcar los caminos. Total que estamos allí como tontos buscando el mejor paso posible. Pero como yo ya he hecho la mitad de la dificultad y ellos la otra mitad nos intercambiamos la información y así salimos todos airosos.
En la cumbre del Pic Freser ya no me encuentro más parejas me encuentro a un trío. Mientras una está preocupada porque no ve la cruz que indica que ha llegado a la cumbre otro comenta que le gusta mucho ir al Infierno. Después de leer en la guía excursionista la explicación del camino que deben realizar para ir al Infierno y confirmar que deberían estar en un sitio con una cruz repasan de nuevo todo lo leído con una brújula. Parece que no acaban de estar del todo seguros. Al final les acabo aclarando sus dudas indicándoles tanto el camino que deben tomar como que hace unos diez años yo ví justo en mis pies una pequeña cruz que hoy, efectivamente, ha desaparecido. Esperamos todos que no haya sido esta desaparición por algún fenómeno sobrenatural o infernal dado que estamos al lado del mismísimo Infierno. También comentamos que ellos hacen la travesía del Bastiments al Infierno y yo, en cambio, la hago en el sentido contrario. Discutiendo si puede ser mejor un sentido u otro acabamos concluyendo que el orden de los factores no altera el producto. Es decir, que cansado acabas igual de cansado tanto si lo haces de una manera como de la otra.

Una alegría grande en el día de hoy hubiera sido, por ejemplo, haber podido encontrar y tener de acompañante de excursión a la Araceli Segarra pero no ha sido así evidentemente. En cambio, gracias a que voy solo y alejado del bullicio que hacen los excursionistas en la collada de les Comes de Mal Infern me he encontrado, por primera vez desde hace muchos años por esta zona, a un solitario «isard». El encuentro ha sido de las cosas más entrañables que me han sucedido en esta vida. Resulta que al vernos por primera vez él me lanza como un grito y yo le contesto intentando imitarlo lo mejor que sé. Sorprendidos tanto el uno como el otro vamos «hablándonos» y consigo irme acercando a él lentamente hasta tenerlo a unos pocos metros. Realmente es un animal inteligente mucho más que muchos de los hombres que nos presuponemos inteligentes. A mi me fascina. Una vez llego a la collada ya no nos gritamos empezamos a jugar. Primero el juego va de mirarnos y escondernos. Cuando yo me acerco él se esconde retirándose collado abajo. Cuando yo me retiro hacia el collado él se me acerca hasta que consigue verme. Si me escondo se me acerca hasta que me ve y al revés. Luego el juego deriva a las proezas animalísticas. Aquí él me gana la partida. Empiezo haciendo un salto. Menos mal que nadie humano me ve … A continuación me imita con unos botes impresionantes. A partir de aquí, de verdad, ya alucino. Me pasa el tiempo volando y yo debido a las miserias de esta sociedad debo partir puesto que me queda una subidita nada desdeñable hasta el Bastiments (2892 m). Me acompaña durante toda la subida el isard que me sigue siempre a distancia. Vuelve a lanzarme su grito característico pero con un tono algo más melancólico. A mí me da mucha pena. Al final también le grito esperando que me salga un tono menos melancólico que el suyo. No sé si lo conseguí o no. Él esperaba mi despedida. Con mi último grito alzó sus orejas. Nos miramos. Y parece que regresó tranquilizado a su reino, a su aire y sin prisas. Yo me encamino hacia el mío la cumbre del Bastiments que me hará parar alguna que otra vez para cojer aliento y es que mi forma física ya no me perdona y debo hacer los últimos metros mucho más despacio que el resto de las subidas.
En la cumbre me encuentro francamente mal. Me empieza a doler la cabeza y tengo un ardor de estómago impresionante como resultado de la limonada de las narices. Sed lo que es sed no he pasado nada de sed pero la acidez de estómago me hace pasar un mal rato. Me obligo a comerme una manzana y me voy a la segunda cumbre del Bastiments medio «grogui». Allí me encuentro a un grupo de chicos y chicas que acaban de llegar. Les oigo decir que temen una tormenta. La verdad es que no estoy para conversaciones y no les digo nada porque me encuentro mal. Les iba a decir que no habrá tormenta hoy porque hay un isard arriba cerca de las cumbres de las montañas pero esto me requeriría un gran esfuerzo de pedagogía. Si quieres saber qué tiene que ver una cosa con la otra puedes verlo en mi artículo «Las vacas suben, los sarrios bajan; entonces … a las cuatro va a llover». Son las tres de la tarde. Mientras los chicos del grupo van a la segunda cumbre y las chicas se quedan en la primera yo bajo lentamente hacia el valle. No sé si es que estoy muy «grogui» o que pero me parece ver a dos que estan subiendo al Bastiments a estas horas. Fueran chico y chica pensaría que éstos se lo han pasado de miedo esta noche y después se han decidido subir pero como son dos chicos no entiendo nada. Si yo ya he pasado calor imagínate ellos. Siempre es un consuelo.
Me pongo el piñón fijo y empiezo a bajar lento pero sin parar hasta que llego al río que hay cerca de las ruinas del antiguo refugi d’Ull de Ter. El agua me reanima y me pasa algo el dolor aunque me va a acompañar hasta que llegue al coche. Pienso tomarme una aspirina pero al final prefiero superar la crisis sin ella. Llegaré al coche a eso de las cinco de la tarde pero a medida que voy llegando acaba apareciendo el otro tipo de colectivo que frecuenta habitualmente la montaña: el «botejara». Es decir, rollo familia incluidos normalmente abuelos, tíos y sobrinos que van a pasar el domingo al monte. A medida que desciendes hacia Setcases la cosa aumenta en «horterismo» puesto que acabas viendo al mismo tipo de familia pero incluyendo tumbona, mesa de camping y cesta de comida. Comprendo que es una actividad como otra, yo mismo lo he hecho, pero ponerse con la mesa a dos metros de la carretera ya es un poco patético, pienso yo, con la de sitios que hay en la montaña. Y es que hoy la gente sólo va hasta donde llega el coche y ni un metro más allá. Menos mal que el contrapunto lo ponen una pareja cargados con voluminosas mochilas que se ve de una hora lejos que están haciendo el trayecto del GR-11 hacia Setcases. Como no hacen autostop continuo. Me paro en la fuente que hay en la entrada de Setcases para beber y llenar la cantimplora de agua. Se acabó por hoy las limonadas. Y ahora ya sí sin parar voy bajando tranquilamente hacia Girona. Poco a poco se me va pasando el dolor de cabeza y la acidez de estómago hasta casi desaparecer.
Una vez llegado a casa me ducho y al poco rato llega mi ex que me trae a Néstor. ¿Dónde has estado que estés tan rojo? En la montaña. Papá, me dice mi hijo, la próxima vez que vayas a la montaña yo quiero ir contigo. Pues el fin de semana que viene nos vamos a intentar tú y yo el Montardo d’Aran …
Datos GPS de los puntos clave de la travesía desde el Coll de la Marrana
Coll de la Marrana (GR-11) 31T 437770.33 4696571 2536.33
Estany Feixa Llarga (GR-11) 31T 437114 4696616 2447
Fonts del Freser (GR-11) 31T 436527 4696790 2423
Cabaña de Tirapits 31T     2706
Coll de Tirapits (GR-11) 31T 435016 4696428 2790
Pic Inferior de la Vaca 31T 434840 4696603 2832
El Portell dels Gorgs 31T 435049 4696905 2747
Coll Sur del Pic de l’Infern 31T 435473 4697301 2854
Pic de l’Infern 31T 435413 4697354 2880
Coll Pic de l’Infern – Pic Freser 31T 435657 4697237 2802
Pic Freser 31T 435871 4697244 2843
Coll Pic Freser – Bastiments (secundario) 31T 436065 4697404 2744
Collada de les Comes de Mal Infern 31T 436287 4697551 2716
Pic de Bastiments II (piolet) 31T 436822 4697663.50 2882.50
Pic de Bastiments I (vértice geodésico) 31T 436988 4697590 2892
Coll de la Marrana (GR-11) 31T 437770.33 4696571 2536.33
© Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.

Campamento Taga XV: agua constantemente (I)

Una excursión realizada el 18 de julio de 1978.
A pesar de la oposición declarada al deporte del montañismo por grandes sectores de la población gerundense y del mismo colegio, más por ignorancia que por otra cosa, nuestra afición a la montaña no decae y las llamadas para organizar el campamento han sido más numerosas que nunca. Unos días en los que la gente desea pasar el calor submergiéndose casi desnuda en las azules aguas de nuestra Costa Brava sin pensar en las colas que habrá que hacer para poder llegar. Y es que cansarse por cansarse yo prefiero el Pirineo a las planícies. Menos mal que para neutralizar un poco la cosa nos han puesto un Governador civil que el campamento le debe agradecimiento por su jamón y otras delicias del mismo calibre.
PK está levantado desde las tres y todo el mundo llega puntual al lugar de reunión mostrando una cierta impaciencia para abandonar esta muy inmortal y a la vez muy contaminada ciudad de los cuatro ríos. Las ganas se acrecientan más si cabe cuando vemos llegar las cajas de melocotones un tercer domingo bastante caluroso de julio. Los coches se van llenando de cosas útiles y de gente. No encontramos ya respuesta a la pregunta de si falta algo más.
La despedida pasa por la desagradable aduana que es el río Guell rojo de sangre animal que nos empuja a salir cuanto antes a buscar las aguas puras del Pirineo. Antes de llegar a la fuente hemos de soportar el para y avanza de los barceloneses que van a tostarse la barriga a Castelldefels, los relieves suaves y huérfanos de vegetación de la zona de Cabra, el Segre a su paso por Lleida y su complejo piscinícola lleno a rebentar, el río Sosa totalmente seco pero con el recuerdo de una destrozadora crecida que hizo caer el puente que lo cruzaba, la alegre compañía de Pere F. y sus compañeros en Graus bajando del Aneto en un día precioso, la salida de la bajada del Ésera con piraguas, la dura prueba de ir detrás de un tractor cargado de paja a paso de pulga después de ir a velocidades vertiginosas, la compra de una docena de huevos y un pan de menos (compensadas con un bastoncito de más), las advertencias de PK en Benasque, y, finalmente, la cascada que hay llegando a la presa de Senarta que nos anuncia un buen remojón en el puente del Plan de Baños.
Recibidos los primeros encargos, y esquivando a los mosquitos, nos disponemos a poner las tiendas tarea difícil si tenemos en cuenta la gran cantidad de piedras y la inclinación del terreno, en el que nos hemos puesto por un mal entendido. Faena que no habrá más remedio que terminarla con la luz del butano. La cena tiene hoy un tanto de improvisación fruto de otro mal entendido. Pasamos con poca cosa pues tampoco es que hayamos gastado tantas energías a parte de los conductores. En la sobremesa se nota el sueño y otros factores psicológico-físicos por lo que en lugar de contar chistes salen encargos, historias pasadas y avisos para un futuro campamental mejor.
Lunes día 17 de julio de 1.978.
Nos levantamos a las ocho. El agua helada del Ésera despierta nuestro físico. Un par de vasos de leche con chocolate deshecho, galletas y mermelada preparan nuestro estómago para la apretada mañana que nos espera a los acampados.
Los corazonistas han tenido el buen corazón de dejarnos el mástil y sólo hay que desplazarlo y clavarlo entre unas piedras que van de perilla. En la cocina se desarrolla una tarea de búsqueda de losas, limpieza de ortigas, cálculo de la situación del fuego y la instalación de un cordel para colgar los utensilios. Con más pena que gloria avanza la excavación de un hoyo para la basura y la fabricación de una mesa de tal forma que para la comida ya la podremos usar eso sí vigilando no te caiga el cubierto, vaso o catimplora entre el ramaje de su superficie.
Después del café la parábola del niño que rompía geranios saliendo enfadado del vestuario porque había perdido el partido y que fue invitado por el profesor a plantarlo de nuevo me hace pensar que es lo que deberían practicar muchos de los ecologistas vociferantes de hoy día. Los practicantes de la montaña no solemos ir a patadas pero sí podemos utilizar indebidamente el piolet, las manos o la palabra. Sea como sea, con estos pensamientos en la cabeza empezamos a preparar la ascensión al Aneto por el valle de Coronas.
Los que tienen la suerte de hacer el camino hasta Vallhiverna a pie gozan del largo encanto de ver la maravillosa colección de cascadas que cuelgan de los verticales relieves de este valle tan característico. Los que tenemos que sufrir la agobiante prueba de hacerlo en coche con el objeto de subir el material de acampada y las mochilas reciben, para no dormirse, pesadas lecciones de geografía pirenaica y geología lacustre adornadas de comparaciones tan burdas como las que se establece entre el Lago de Banyolas con los de Cregüeña y Llosás. También presenciamos el paso de un rebaño de 2800 ovejas conducidas por dos únicos pastores y dos perros que son realmente algo que pronto veremos extinguir. Prueba de ello son sus quejas hacia el Ayuntamiento de Benasque por dejar pasar vehículos por esta pista y que les hacen ir mal en sus tareas cotidianas.
Con pesadas mochilas y tiendas emprendemos el camino de Coronas a paso calmoso. Tendremos que sacarnos el pañuelo del bolsillo para secar el sudor que nos cubre el rostro. Las peladas y retorcidas montañas de Vallhivierna y Culebras ofrecen un contraste patente con la cascada que ruidosa baja entre la hierba y los matojos del primer ibón de Coronas y las afiladas losas manchadas de nieve de la cresta de Cregüeña.
Un trueno, modesto por su ruido pero funesto por lo que anuncia, es el toque de atención. Algunos se dan prisa para plantar las tiendas pero en realidad no les da tiempo ni a poner la primera. Con la misma destreza que habían utilizado para clavar los clavos se disponen a desclavarlos y salir a esconderse. La tienda bajo una piedra y los que la ponían en una cueva cercana que resultará apta para ver los destellos de los rayos aunque tengo un molestísimo goteo que me va justo a la oreja. Los que vienen detrás sólo han podido llegar a un pequeño montículo que da justo encima del ibón y no nienen mas remedio que tumbarse al suelo con la única protección de su mochila ante el gran viento y pedrizo que les cae. Con el desconcierto se dejan en el lugar piolets, crampones y algún anorak.
Nota del traductor: querría ampliar el dantesco espectáculo que tuvimos… Yo estaba al final de la comitiva. Ni siquiera habíamos llegado al montículo. Teníamos enfrente la cascada que cae del ibón. En el grupo íbamos casi diez personas. La gente estaba más que aterrorizada. Para muchos era su primera excursión a la alta montaña. Se vio clarísimamente cómo el viento llegaba a tener tanta fuerza que el agua de la cascada no llegaba a caer al suelo. El viento huracanado y encajado levantaba por completo todo el agua de la cascada y la subía un centenar de metros con una violencia increíble. Agua por doquier de la lluvia y de la cascada. Un pedrizo nunca visto. Un chaparrón de los que hace historia. A todo esto vociferando espoleaba a la gente para ir al refugio de la cueva. Pero… cuando veías los rostros de la gente se veía claramente la expresión del horror… no avanzamos ni un paso así… hubo que esperar a que amainara… Pero la aventura no acaba así… Continua el cronista.
Pasados los primeros espantos y remojones acabamos todos bajo la gran cueva y nos cambiamos la ropa los que podemos.
Nota del traductor: ¿todos? igual como lo del Astérix… ¿todos, todos? ¡No! Resulta que los ánimos van calmándose bajo la cueva poco a poco y la gente se empieza a organizar. Ha parado de llover. Yo en eso que un no sé porqué cuento a los que estamos allí… ¿y? Pues que me faltan dos. Vuelvo a contar… Sí me siguen faltando dos… Le digo a Robert que disimuladamente cuente él… Y llega a la misma conclusión que yo. Faltan dos. Decidimos Robert y yo no decir nada a nadie. A PK le decimos que nos vamos a mear. Empieza el rastreo… Nada por aquí. Un piolet por allá. Un peazo tienda en esa rama. Una bolsa de comida en unas piedras. Y… ¡Por fin! Nos encontramos a los dos que nos faltaban. Acurrucados. Abrazados. Llorando… ¡de miedo! ¡de terror! Se habían quedado allí inmóviles y allí se hubieran quedado estoy seguro de ello si nadie va a por ellos. Una vez tranquilizados regresamos con el grupo… Continua el cronista.
Cuando para de llover es pronto pero oscurece pronto. Nos disponemos a plantar de nuevo las tiendas cerca del ibón y cenar un poco. Una especie de espanto y sordera acaba adueñando a todo el mundo. Un «broncón» que se queda paradójicamente sin respuestas. Se empieza a trabajar en silencio. Sigue faltando más material. Objetos de valor como los piolets y los crampones son necesarios para poder mañana subir al Aneto. Por suerte dos voluntariosos se pasan parte de la noche rastreando las cercanías y acaban dando con todo lo que falta justo en la cumbre del montículo. Nos ponemos a dormir entre las doce y la una de la noche. Aparecen las estrellas en el firmamento y con ellas la calma que le sigue a toda tormenta.
Martes día 18 de julio de 1.978.
El más impaciente se levanta a las cuatro. Un viento frío te hace venir una piel de gallina. Cuatro estrellas hacen que alguien empiece a tocar un impertinente pito a estas horas tan inoportunas. Nadie hace mucho caso al toque de diana y la verdad es que hacen bien. Finalmente se decide a despertar al jefe con el infalible sistema de hacerle cosquillas y percusión aunque no logra su objetivo a la primera. El viento y el frío han parado. La voz acaba siendo secundada y abandonamos el campamento a las cinco y media. Cuando el cielo se aclara unas nubes finas y no muy dispuestas a moverse hacen acto de presencia por el sur. Las piernas empiezan a enflaquecer y presienten nuevas tormentas como la de ayer. Poco tardamos en empezar a pisar grandes manchas de nieve no muy dura.
La llegada al segundo ibón constituye una alegría muy reconstituyente puesto que además del espectáculo que representan sus aguas azules, heladas en su zona central, comprendo que hemos pasado lo peor, el tarteral de piedra, y que ahora toca el turno a la nieve y a pasear. El tercer ibón es más grande y está totalmente helado. El bacon y la limonada tienen mucho éxito a pesar de que no son tan buenos como otras veces.
La larga subida por nieve hasta el collado de Coronas no se hace excesivamente pesada ya que la nieve está normal incluso tirando a dura en algunos lugares por lo que decidimos encordarnos con una visión del Posets sumamente animadora. El ibón Coronado con el hilo de agua que lo cruza y abandona por un hueco en el hielo viene a ser un oasis en este desierto de nieve y hielo «de dos brazos de ancho y cuatro o cinco de largo» que es el glaciar del Aneto. Llegando a él todavía hace falta realizar un último esfuerzo hasta la cumbre. Las palabras del poeta lo recuerdan y viendo el mar de nieblas con pequeñas islas y levantando la cabeza tímidamente por encima de la Vall d’Aran y del Garona francés me permito pronunciar junto con Verdaguer sus versos…

«los núvols, que voldrien volar sins a sa testa,
si no els hi puja l’ala de foc de la tempesta,
s’ajauen a sos peus».

Hay una rara calma del aire y eso que estamos por encima de los 3300 metros. El Sol deja sentir su carícia quemando nuestra cara y ablandando la nieve a nuestros pies de tal forma que casi me ahogo al andar en cordada muy lentamente. En las frecuentes paradas me entretengo a mirar la afilada cresta que del Coronas sale hacia la Maladeta y la gran cuenca que se forma bajo su protección, a La Forcanada que sobresale entre las nieblas y el Ibón de Barrancs que parece una gota de agua fundida al pie de un vaso de hielo. Después de estirar la cuerda unas cuantas veces llegamos a la plataforma que hay antes de pasar el paso de Mahoma. Son las once. Hemos de esperar que los grupos que han llegado antes que nosotros pasen este temible accidente geográfico. Una espera que se hace larga sin el líquido elemento y sin nada sólido que poder echarse al estómago. El corto trayecto hasta la cumbre más alta del Pirineo es algo más que entretenido y culmina en la cruz y la Pilarica que lo presiden.
Desde aquí se puede apreciar a la cresta sur que parece asequible junto con las paredes que flanquean el Tempestades. Las fotos de ritual. La alegría es desbordante para muchos que han logrado su primer tresmil.
En la bajada la nieve se hunde más, aunque no en exceso, hasta el collado de Coronas. Encontramos a varias cordadas que justo ahora estan subiendo y una de ellas viene del Coronas que nos explica que allí la nieve está más dura. El agua del ibón Coronado sirve para llenar las catimploras de vitaminas que nos hacían mucha falta y para imprimir un poco de cautela a nuestros movimientos en el siguiente tramo del camino. La cuerda para muchos resbalones y acaba presenciando formas de descenso un tanto peculiares.
Una dosis de preocupación y tristeza nos entra cuando oímos gritos de socorro y pánico mientras vemos caer y chocar con las piedras de la vertical brecha inferior de Llosás a un excursionista que la pretendía bajar sentado cuando nosotros estamos en el segundo ibón de Coronas. Intentamos hacer algo enseguida y en su auxilio pero vemos como los compañeros suyos llegan y nos indican que no es necesario que subamos por lo que marchamos desconociendo la magnitud del accidente. Mientras, los primeros que han bajado han desplantado las tiendas y emprendemos entre fuentes y cascadas por todos los lados la bajada hasta la pista.
Llegando al campamento base las cosas han cambiado un poco para hacer la cosa más emocionante. El río baja mucho más caudaloso y acelerado por debajo del puente de troncos, el viento ha tumbado un par de tiendas y ha repartido por doquier todos los objetos de la cocina. Sacrificamos el baño, ya que el Sol también se ha ido, con el objeto de arreglar pronto los desperfectos y hacer una comida-cena ya que hay hambre y tampoco se va a cocinar nada más. Una nueva tormenta traslada al estado mayor del campamento a Los Baños de Benasque y en el bar se respira un ambiente muy amigal y familiar al ritmo de las melodías de Antonio Machín. En el campamento hay alguien que ha estornudado tan fuerte (no es exactamente así) que ha hecho caer el palo de la tienda y acaban siendo infructíferos los esfuerzos para levantarlo de nuevo por lo que acaban durmiendo con la cosa tal cual. Mañana será otro día.
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.