«¿Forcanada, hermosa novia mía, por qué brillas tan serena y radiante a la luz de la mañana? Pareces más bella que nunca. ¿Te has reconciliado con tu seductor, y le sonríes mirándole?» Alfred TONELLÉ
Una primera vista de La Forcanada desde el valle de Benasque y otra vista de la cresta que va del Mulleres hasta La Forcanada que se distingue bien al fondo. Fotos realizadas el 17 de julio del año 1.983.
A pesar de la oposición declarada al deporte del montañismo por grandes sectores de la población gerundense y del mismo colegio, más por ignorancia que por otra cosa, nuestra afición a la montaña no decae y las llamadas para organizar el campamento han sido más numerosas que nunca. Unos días en los que la gente desea pasar el calor submergiéndose casi desnuda en las azules aguas de nuestra Costa Brava sin pensar en las colas que habrá que hacer para poder llegar. Y es que cansarse por cansarse yo prefiero el Pirineo a las planícies. Menos mal que para neutralizar un poco la cosa nos han puesto un Governador civil que el campamento le debe agradecimiento por su jamón y otras delicias del mismo calibre.
PK está levantado desde las tres y todo el mundo llega puntual al lugar de reunión mostrando una cierta impaciencia para abandonar esta muy inmortal y a la vez muy contaminada ciudad de los cuatro ríos. Las ganas se acrecientan más si cabe cuando vemos llegar las cajas de melocotones un tercer domingo bastante caluroso de julio. Los coches se van llenando de cosas útiles y de gente. No encontramos ya respuesta a la pregunta de si falta algo más.
La despedida pasa por la desagradable aduana que es el río Guell rojo de sangre animal que nos empuja a salir cuanto antes a buscar las aguas puras del Pirineo. Antes de llegar a la fuente hemos de soportar el para y avanza de los barceloneses que van a tostarse la barriga a Castelldefels, los relieves suaves y huérfanos de vegetación de la zona de Cabra, el Segre a su paso por Lleida y su complejo piscinícola lleno a rebentar, el río Sosa totalmente seco pero con el recuerdo de una destrozadora crecida que hizo caer el puente que lo cruzaba, la alegre compañía de Pere F. y sus compañeros en Graus bajando del Aneto en un día precioso, la salida de la bajada del Ésera con piraguas, la dura prueba de ir detrás de un tractor cargado de paja a paso de pulga después de ir a velocidades vertiginosas, la compra de una docena de huevos y un pan de menos (compensadas con un bastoncito de más), las advertencias de PK en Benasque, y, finalmente, la cascada que hay llegando a la presa de Senarta que nos anuncia un buen remojón en el puente del Plan de Baños.
Recibidos los primeros encargos, y esquivando a los mosquitos, nos disponemos a poner las tiendas tarea difícil si tenemos en cuenta la gran cantidad de piedras y la inclinación del terreno, en el que nos hemos puesto por un mal entendido. Faena que no habrá más remedio que terminarla con la luz del butano. La cena tiene hoy un tanto de improvisación fruto de otro mal entendido. Pasamos con poca cosa pues tampoco es que hayamos gastado tantas energías a parte de los conductores. En la sobremesa se nota el sueño y otros factores psicológico-físicos por lo que en lugar de contar chistes salen encargos, historias pasadas y avisos para un futuro campamental mejor.
Lunes día 17 de julio de 1.978.
Nos levantamos a las ocho. El agua helada del Ésera despierta nuestro físico. Un par de vasos de leche con chocolate deshecho, galletas y mermelada preparan nuestro estómago para la apretada mañana que nos espera a los acampados.
Los corazonistas han tenido el buen corazón de dejarnos el mástil y sólo hay que desplazarlo y clavarlo entre unas piedras que van de perilla. En la cocina se desarrolla una tarea de búsqueda de losas, limpieza de ortigas, cálculo de la situación del fuego y la instalación de un cordel para colgar los utensilios. Con más pena que gloria avanza la excavación de un hoyo para la basura y la fabricación de una mesa de tal forma que para la comida ya la podremos usar eso sí vigilando no te caiga el cubierto, vaso o catimplora entre el ramaje de su superficie.
Después del café la parábola del niño que rompía geranios saliendo enfadado del vestuario porque había perdido el partido y que fue invitado por el profesor a plantarlo de nuevo me hace pensar que es lo que deberían practicar muchos de los ecologistas vociferantes de hoy día. Los practicantes de la montaña no solemos ir a patadas pero sí podemos utilizar indebidamente el piolet, las manos o la palabra. Sea como sea, con estos pensamientos en la cabeza empezamos a preparar la ascensión al Aneto por el valle de Coronas.
Los que tienen la suerte de hacer el camino hasta Vallhiverna a pie gozan del largo encanto de ver la maravillosa colección de cascadas que cuelgan de los verticales relieves de este valle tan característico. Los que tenemos que sufrir la agobiante prueba de hacerlo en coche con el objeto de subir el material de acampada y las mochilas reciben, para no dormirse, pesadas lecciones de geografía pirenaica y geología lacustre adornadas de comparaciones tan burdas como las que se establece entre el Lago de Banyolas con los de Cregüeña y Llosás. También presenciamos el paso de un rebaño de 2800 ovejas conducidas por dos únicos pastores y dos perros que son realmente algo que pronto veremos extinguir. Prueba de ello son sus quejas hacia el Ayuntamiento de Benasque por dejar pasar vehículos por esta pista y que les hacen ir mal en sus tareas cotidianas.
Con pesadas mochilas y tiendas emprendemos el camino de Coronas a paso calmoso. Tendremos que sacarnos el pañuelo del bolsillo para secar el sudor que nos cubre el rostro. Las peladas y retorcidas montañas de Vallhivierna y Culebras ofrecen un contraste patente con la cascada que ruidosa baja entre la hierba y los matojos del primer ibón de Coronas y las afiladas losas manchadas de nieve de la cresta de Cregüeña.
Un trueno, modesto por su ruido pero funesto por lo que anuncia, es el toque de atención. Algunos se dan prisa para plantar las tiendas pero en realidad no les da tiempo ni a poner la primera. Con la misma destreza que habían utilizado para clavar los clavos se disponen a desclavarlos y salir a esconderse. La tienda bajo una piedra y los que la ponían en una cueva cercana que resultará apta para ver los destellos de los rayos aunque tengo un molestísimo goteo que me va justo a la oreja. Los que vienen detrás sólo han podido llegar a un pequeño montículo que da justo encima del ibón y no nienen mas remedio que tumbarse al suelo con la única protección de su mochila ante el gran viento y pedrizo que les cae. Con el desconcierto se dejan en el lugar piolets, crampones y algún anorak.
Nota del traductor: querría ampliar el dantesco espectáculo que tuvimos… Yo estaba al final de la comitiva. Ni siquiera habíamos llegado al montículo. Teníamos enfrente la cascada que cae del ibón. En el grupo íbamos casi diez personas. La gente estaba más que aterrorizada. Para muchos era su primera excursión a la alta montaña. Se vio clarísimamente cómo el viento llegaba a tener tanta fuerza que el agua de la cascada no llegaba a caer al suelo. El viento huracanado y encajado levantaba por completo todo el agua de la cascada y la subía un centenar de metros con una violencia increíble. Agua por doquier de la lluvia y de la cascada. Un pedrizo nunca visto. Un chaparrón de los que hace historia. A todo esto vociferando espoleaba a la gente para ir al refugio de la cueva. Pero… cuando veías los rostros de la gente se veía claramente la expresión del horror… no avanzamos ni un paso así… hubo que esperar a que amainara… Pero la aventura no acaba así… Continua el cronista.
Pasados los primeros espantos y remojones acabamos todos bajo la gran cueva y nos cambiamos la ropa los que podemos.
Nota del traductor: ¿todos? igual como lo del Astérix… ¿todos, todos? ¡No! Resulta que los ánimos van calmándose bajo la cueva poco a poco y la gente se empieza a organizar. Ha parado de llover. Yo en eso que un no sé porqué cuento a los que estamos allí… ¿y? Pues que me faltan dos. Vuelvo a contar… Sí me siguen faltando dos… Le digo a Robert que disimuladamente cuente él… Y llega a la misma conclusión que yo. Faltan dos. Decidimos Robert y yo no decir nada a nadie. A PK le decimos que nos vamos a mear. Empieza el rastreo… Nada por aquí. Un piolet por allá. Un peazo tienda en esa rama. Una bolsa de comida en unas piedras. Y… ¡Por fin! Nos encontramos a los dos que nos faltaban. Acurrucados. Abrazados. Llorando… ¡de miedo! ¡de terror! Se habían quedado allí inmóviles y allí se hubieran quedado estoy seguro de ello si nadie va a por ellos. Una vez tranquilizados regresamos con el grupo… Continua el cronista.
Cuando para de llover es pronto pero oscurece pronto. Nos disponemos a plantar de nuevo las tiendas cerca del ibón y cenar un poco. Una especie de espanto y sordera acaba adueñando a todo el mundo. Un «broncón» que se queda paradójicamente sin respuestas. Se empieza a trabajar en silencio. Sigue faltando más material. Objetos de valor como los piolets y los crampones son necesarios para poder mañana subir al Aneto. Por suerte dos voluntariosos se pasan parte de la noche rastreando las cercanías y acaban dando con todo lo que falta justo en la cumbre del montículo. Nos ponemos a dormir entre las doce y la una de la noche. Aparecen las estrellas en el firmamento y con ellas la calma que le sigue a toda tormenta.
Martes día 18 de julio de 1.978.
El más impaciente se levanta a las cuatro. Un viento frío te hace venir una piel de gallina. Cuatro estrellas hacen que alguien empiece a tocar un impertinente pito a estas horas tan inoportunas. Nadie hace mucho caso al toque de diana y la verdad es que hacen bien. Finalmente se decide a despertar al jefe con el infalible sistema de hacerle cosquillas y percusión aunque no logra su objetivo a la primera. El viento y el frío han parado. La voz acaba siendo secundada y abandonamos el campamento a las cinco y media. Cuando el cielo se aclara unas nubes finas y no muy dispuestas a moverse hacen acto de presencia por el sur. Las piernas empiezan a enflaquecer y presienten nuevas tormentas como la de ayer. Poco tardamos en empezar a pisar grandes manchas de nieve no muy dura.
La llegada al segundo ibón constituye una alegría muy reconstituyente puesto que además del espectáculo que representan sus aguas azules, heladas en su zona central, comprendo que hemos pasado lo peor, el tarteral de piedra, y que ahora toca el turno a la nieve y a pasear. El tercer ibón es más grande y está totalmente helado. El bacon y la limonada tienen mucho éxito a pesar de que no son tan buenos como otras veces.
La larga subida por nieve hasta el collado de Coronas no se hace excesivamente pesada ya que la nieve está normal incluso tirando a dura en algunos lugares por lo que decidimos encordarnos con una visión del Posets sumamente animadora. El ibón Coronado con el hilo de agua que lo cruza y abandona por un hueco en el hielo viene a ser un oasis en este desierto de nieve y hielo «de dos brazos de ancho y cuatro o cinco de largo» que es el glaciar del Aneto. Llegando a él todavía hace falta realizar un último esfuerzo hasta la cumbre. Las palabras del poeta lo recuerdan y viendo el mar de nieblas con pequeñas islas y levantando la cabeza tímidamente por encima de la Vall d’Aran y del Garona francés me permito pronunciar junto con Verdaguer sus versos…
«los núvols, que voldrien volar sins a sa testa,
si no els hi puja l’ala de foc de la tempesta,
s’ajauen a sos peus».
Hay una rara calma del aire y eso que estamos por encima de los 3300 metros. El Sol deja sentir su carícia quemando nuestra cara y ablandando la nieve a nuestros pies de tal forma que casi me ahogo al andar en cordada muy lentamente. En las frecuentes paradas me entretengo a mirar la afilada cresta que del Coronas sale hacia la Maladeta y la gran cuenca que se forma bajo su protección, a La Forcanada que sobresale entre las nieblas y el Ibón de Barrancs que parece una gota de agua fundida al pie de un vaso de hielo. Después de estirar la cuerda unas cuantas veces llegamos a la plataforma que hay antes de pasar el paso de Mahoma. Son las once. Hemos de esperar que los grupos que han llegado antes que nosotros pasen este temible accidente geográfico. Una espera que se hace larga sin el líquido elemento y sin nada sólido que poder echarse al estómago. El corto trayecto hasta la cumbre más alta del Pirineo es algo más que entretenido y culmina en la cruz y la Pilarica que lo presiden.
Desde aquí se puede apreciar a la cresta sur que parece asequible junto con las paredes que flanquean el Tempestades. Las fotos de ritual. La alegría es desbordante para muchos que han logrado su primer tresmil.
En la bajada la nieve se hunde más, aunque no en exceso, hasta el collado de Coronas. Encontramos a varias cordadas que justo ahora estan subiendo y una de ellas viene del Coronas que nos explica que allí la nieve está más dura. El agua del ibón Coronado sirve para llenar las catimploras de vitaminas que nos hacían mucha falta y para imprimir un poco de cautela a nuestros movimientos en el siguiente tramo del camino. La cuerda para muchos resbalones y acaba presenciando formas de descenso un tanto peculiares.
Una dosis de preocupación y tristeza nos entra cuando oímos gritos de socorro y pánico mientras vemos caer y chocar con las piedras de la vertical brecha inferior de Llosás a un excursionista que la pretendía bajar sentado cuando nosotros estamos en el segundo ibón de Coronas. Intentamos hacer algo enseguida y en su auxilio pero vemos como los compañeros suyos llegan y nos indican que no es necesario que subamos por lo que marchamos desconociendo la magnitud del accidente. Mientras, los primeros que han bajado han desplantado las tiendas y emprendemos entre fuentes y cascadas por todos los lados la bajada hasta la pista.
Llegando al campamento base las cosas han cambiado un poco para hacer la cosa más emocionante. El río baja mucho más caudaloso y acelerado por debajo del puente de troncos, el viento ha tumbado un par de tiendas y ha repartido por doquier todos los objetos de la cocina. Sacrificamos el baño, ya que el Sol también se ha ido, con el objeto de arreglar pronto los desperfectos y hacer una comida-cena ya que hay hambre y tampoco se va a cocinar nada más. Una nueva tormenta traslada al estado mayor del campamento a Los Baños de Benasque y en el bar se respira un ambiente muy amigal y familiar al ritmo de las melodías de Antonio Machín. En el campamento hay alguien que ha estornudado tan fuerte (no es exactamente así) que ha hecho caer el palo de la tienda y acaban siendo infructíferos los esfuerzos para levantarlo de nuevo por lo que acaban durmiendo con la cosa tal cual. Mañana será otro día.
Acordamos en la segunda reunión oficial del SAM celebrada el 7 de abril de 1976 ir, si el tiempo nos lo permite, por Semana Santa al Monteixo o al valle de Tavascan. Cumplidos correctamente los encargos dados a Paco G. y a Pedro P., después de unas previsiones más bien desfavorables del «hombre del tiempo», salimos, tal como estaba previsto, un primer grupo el miércoles al mediodía. Los demás miembros de la expedición quedan citados al día siguiente en Llavorsí.
Con la carretera de Olot arreglada y con la ganancia de tiempo que representa pasar por la Cantina llegamos, en unas dos horas, a Ribes de Freser. Allí comemos comentando las proezas de las grandes figuras del ciclismo y la vida desviada y desgraciada de alguno de ellos. No obstante, estamos tan metidos en la conversación que después de llenar la bota de vino con un caldo del Priorat nos la dejamos sobre el mostrador. La collada se hace corta y una vez tomamos la carretera vieja de la Molina sus agujeros nos recuerdan los problemas de patinaje artístico sobre ruedas y la necesidad de usar los piolets para pasar han quedado ya atrás en el tiempo. La temporada invernal actual en la Cerdanya, que ya ha empezado a rebrotar, toma de nuevo color y nueva vida. Antes de llegar a la Seu d’Urgell nos revisa la Guardia Civil. La carretera de Adrall a Sort, ahora incluso indicada, está toda asfaltada y nos permite disfrutar de los últimos rayos de Sol sobre las montañas fronterizas de Andorra. En cinco horas llegamos a Àreu. Han sido 275 kilómetros hechos a un buen ritmo.
Nos dicen que la noche anterior ha nevado y que hoy hará lo mismo. Los proyectos, las previsiones se cumplen. Después de plantar las tiendas por primera vez y de cenar viendo el partido Madrid – Bayern nos vamos a dormir. La nevada nos hace sacar la cabeza de vez en cuando por la puerta y no dormimos mucho.
Cuando nos levantamos todavía nieva pero el suelo aún no está blanco ya que el viento no deja que la nieve cuaje. Calentamos leche y café. Subimos con el coche un poco. Sigue nevando. Cruzamos el río Vallferrera y ascendemos zigzagueando por el barranc dels Crusos. Por un momento perdemos el camino y lo encontramos de nuevo. Va parando de nevar y el día se va despejando. En la primera borda bebemos la leche que aún está caliente que la acompañamos con nueces, almendras, avellanas y pasas. Llenamos la cantimplora. Pasamos por una segunda borda y una tercera avanzando ahora por un llano que nos acerca a la sierra. Una vez en el pie de la ancha y empinada canal que conduce al collado paramos para recuperar el aliento y PK nos comunica su bajo estado de ánimos aunque ya ha salido el Sol por entre las nubes y el día parece mejorar. Es su voluntad de hierro que una vez más lo hace proseguir aunque penosamente. La nieve, unas veces dura y otras blanda, está normal que con la que ha caído hoy permite andar bien. Josep Ma. G. se pone un crampón y el otro no le entra. Nos desviamos ahora hacia la derecha para conquistar la cresta que desde el pueblo sube directamente hasta la cumbre. Son poco más de las doce y ya gozamos de la visión de la altiva cresta que va hasta la cumbre. Su aspecto engaña. Fotos, sardinas, pan, atún, anchoas, almendras, un poco de leche caliente y descendemos. A nuestra izquierda la vall de Tor y el pueblo más alto de España. Detrás el port de Salòria y Andorra. Primero, el descenso es normal por la hierba ligeramente blanqueada. Después, la bajada por las piedras y por el bosque se hace un poco pesada y ya tenemos ganas de llegar abajo. Hacemos otro resoplido y alguien afirma que ya sólo nos queda un cuarto de hora. Efectivamente. Al cuarto de hora vemos de nuevo la tienda a nuestro lado con una yegua paciendo y dos barceloneses que la filman ignorando la belleza que se disfruta más arriba. Prefirieren la oscuridad del valle hundido y triste. En el grupo de casas, de la parte de arriba del pueblo, quedan los dos muros y el ábside de una sencilla iglesia románica que ha perdido el tejado. Comemos, recojemos las tiendas, recordamos la nevada de la noche anterior con un lavado de pies que nos los deja nuevos y nos encaminamos de nuevo por la estrecha carretera que paralela al río nos conducirá a Llavorsí.
Nosotros somos puntuales a las cinco. El resto del grupo hace dos horas que han llegado. Han traído consigo la bota de vino que nos dejamos en Ribes de Freser sólo que está un poco más vacía de como la dejamos. Se ejerce la democracia y cada uno vota por la cantidad de pan que hay que comprar. El resultado no será acertado. Seguimos de nuevo la carretera pero hoy seguiremos el afluente de la izquierda: el Cardós. El valle es más verde y más ancho. Paramos un momento en Tavascan para comprar vino y seguimos hacia Boavi. Hay más charcos que el verano pasado. Paramos en el refugi d’Artamon. No hay magrebíes ni gente del país: sólo un grupo de excursionistas. Acampamos en la parte de abajo de la carretera y justo al acabar empieza de nuevo a nevar. Dejamos la comida en el refugio de arriba y nos vamos al local abierto que está todavía más arriba. Pronto surge un corto, espontáneo y natural coloquio sobre el «día del amor». Calentado el corazón ahora conviene llenar el estómago con unas buenas butifarras cocidas en la estufa que parecen querer explotar y huevos, tortillas, carne, salchichas y otros complementos. El pan se acaba pronto. Después le sigue el vino, el té, el coñac y los chistes de Pedro P. acompañados de risas y voces onomatopéyicas. Cuando salimos afuera ya hay un palmo de nieve y los coches están blancos.
Viernes. Subimos un poco más con los coches hasta el Planell dels Castellassos. Nos adentramos entre las matas y por el lado derecho del río Certescan por el valle que nos conducirá a su lago. Hay mucha nieve caída reciente y te hundes en ella como si nada. Después encontramos el camino y la subida se hace menos dura. Nieva fuerte. Un servidor se pone la capucha del impermeable y se me añaden de golpe sesenta años. En un primer instante mirando a Miquel con el impermeable por encima de la mochila alguien recuerda un chiste de ayer y exclama «primero los excursionistas …». También se incrementan las escaramuzas de arma blanca y se detienen un momento para contemplar la belleza del paisaje: una cascada de agua entre la nieve y el río helado. Seguimos la marcha y continúan las escaramuzas. A medida que sale el Sol va parando de nevar y se puede disfrutar de un blanco panorama.
Otra bocanada de aire y vemos a nuestra espalda el valle de Sotllo y de Sallente con la serra de Montarenyo. Emprendemos de nuevo la subida que va adquiriendo la magnitud de belleza. Lástima de nieve blanda. Ahora avanzamos penosamente por una hondonada con el objeto de cruzarla en dirección a la carretera de Romedo. Las bolas de nieve que bajan por la pendiente dejan un camino recto y bien hecho. El nuestro es más torcido. Llegamos a la carretera medio tapada por la nieve. No podemos avanzar más. Casi son las doce y hemos de regresar. El regreso es más agobiante puesto que la nieve es muy blanda y te hundes fácilmente. En unas piedras secas nos paramos a desayunar un poco. Jordi P. hace el sacrificio de ir a llenar la cantimplora un poco más abajo. Pedro P. y yo hacemos la limonada y los otros comen. Delante nuestro podemos contemplar el valle y arista del Sotllo de pendientes muy acentuadas, el Pic d’Estanys, el Pic de Baborte, el Pic de Basiero y la serra del Montarenyo todo blanco y con escasos contrastes. Con poco tiempo deshacemos el camino hecho no sin antes habernos tropezado con los arbustos y mojado un poco. Un tirón hace sufrir por un momento a Paco G. Pero todos los males se pasan en el baño que hacemos una vez llegamos al lugar donde tenemos las tiendas. Recojemos todo y bajamos hacia Tavascan. La gente de los bares están desbordados con la llegada de la gente de Barcelona y hemos de marchar habiendo comido una simple bolsa de patatas y una bebida. Bajamos de nuevo a Llavorsí. Comemos en el bar Els Esports: pan, anchoas, cavalla, atún, sardinas, uvas pasas, higos, avellanas, almendras, cacahuetes, etc.
Hace poco llovía pero ahora ya ha parado. Unos de Girona nos dicen que el port de la Bonaigua está cerrado y parece que ellos querían pasarlo y no han podido: ¡de Girona tenían que ser! En la Noguera Pallaresa hay algunos pescadores. Si el miércoles cantábamos Jordi P. y yo hoy muestran su voz PK y Pedro P. En la Pobla de Segur cojemos la carretera vieja de Pont de Suert: nada aconsejable. Después del coll de Perves nos hemos de esperar porque el Mehari se retrasa y en el coll de Viu casi nos pisa los talones. Bajando recordamos aventuras pasadas por estos lugares con autocares en noches de tempestad y el milquinientos que hacía explosiones. En Vilaller hemos de esperar un poco a Jaume D. Después de sus siempre cordiales y animados saludos nos hace saber que el refugio del túnel de Viella está lleno puesto que hacen el Rally de esquí y que los demás están esperándonos en Benasque. Nos dirijimos hacia allá mientras una sensacional nevada a la altura de Las Paúles dificulta en gran manera la conducción. Hacemos un intercambio de opiniones y de actividades realizadas que han sido intensas por las dos partes. En el pont de Sant Jaume ya salen a nuestra búsqueda los otros acampados. También llega la Guardia Civil que por fortuna hoy están amables. Caras conocidas y algunas que no lo son tanto. Tanto Alfonso y Pep V., con su voz siempre afable, nos abrazan amigablemente. Plantamos de nuevo las tiendas, cenamos cuatro tostadas que entran muy bien untadas con aceite y acompañadas con cuatro puñetas y nos vamos a dormir: las montañas y el sueño pesan sobre nosotros.
Un día estrellado y claro como pocos. Hace un poco de fresco pero se está bien. Entre equiparnos y arreglar las cosas pasa todavía un buen rato. Podemos subir por la carretera de la izquierda, abierta estos días para el Rally de esquí, aunque en un túnel nos hemos de parar y apretar. Una cascada cae sobre la pista y parece que nos quiere duchar gratis. Encontramos a Jaume y a Albert P. que bajan a buscar a los que faltan. El R-5 ha tenido el primer rebentón. Unas piedras grandes cortan la carretera nueva y hemos de dejar el coche. Más arriba hay otros que se han quedado cortados por el desprendimiento. Seguimos hasta el final a pie y bajamos para ir a encontrar el río continuando por el camino hacia el Pla d’Estanys. La nieve está bastante dura y el Sol se hace sentir.
En el Pla d’Estanys mordisqueamos alguna cosa. Mientras unos buscan petróleo, otros traen agua o hacen limonada y los demás comen lo que pueden: una naranja, pan, queso, galletas, chocolate, etc. Hay quien tiene prisa y se lo coje con un ritmo acelerado distanciándose pronto del grupo. La nieve es buena. Van distinguiéndose el Perdiguero, el Posets, el Gourgs Blancs, los Picos de Alba, las Maladetas, el Aneto, la Forcanada, el Tempestades, el puerto de la Picada y el Salvaguardia con el puerto de Benasque debajo. Si este era el primer objetivo ahora lo hemos cambiado por el de la Picada. Caminando a grandes zancadas nos adelantamos algunos para avisar al grupo de delante que hemos de bajar. Ellos ven que el tiempo les permite todavía subir un poco más seguramente porque no llevan ni jerseys ni comida ni piolets ni máquinas de fotografiar. Jaume C. sube hasta el collado mientras nosotros ya bajamos. Encontramos unos esquiadores del Rally y de vez en cuando miramos si bajan. Es inútil. Los vemos llegar cuando nosotros ya estamos en el Pla d’Estanys.
Con un tono expresivo, mientras bajábamos, PK le dice al otro Pep mirando al Perdiguero.
– «¿Ves qué quiere decir cuando se dice que esta montaña es una butifarra?».
Es que realmente lo es. No por ello dejamos de parar un momento pensando cómo comérnosla y disfrutarla.
Antes de llegar a los coches se ha puesto a llover, más bien dicho, a nevar. Poco después llegan los otros. Yo llevo las llaves del coche en mi mochila por lo que hemos de esperar a que vengan a por ellas. Mientras, pasan los de la Cruz Roja y nos informan que hay dos accidentes: uno de congelación y otro de heridas en la cabeza. Es el riesgo de la montaña muy bonita pero gigante que a menudo queremos desafiar y lo pagamos con la vida o en el mejor de los casos con un buen susto.
En el campamento llueve. Tenemos trabajo para encender el fuego. De vez en cuando lo logramos y podemos calentar agua y verduras. Mientras en la cocina, Paco, que se ha quedado al no tener las chirucas secas a la hora de salir, y Jordi cuecen las patatas y la panceta. Entre todo sale una comida bastante fuerte pero buena. No todo el mundo la digerirá bien. Desmontamos las tiendas, ordenamos un poco los coches y bajamos hacia abajo. En el bar La Renclusa no tienen cafés. Vamos hasta Graus lugar en el que cenaremos y dormiremos en los alrededores.
En el regreso pasamos por Barbastro, Monzón donde el viento sopla muy fuerte, Lleida, Montblanc, Valls, Vilarodona, El Vendrell y Calafell. PK nació en Vilarodona y recuerda el lugar en el que vivía, la columnata romana, el campanario (el segundo más alto de la província), el vino (el más bueno de la província), el campo deportivo. En la salida hay un abrevadero que debe ser el mayor de la província puestos a decirlo todo y es que los hay que quieren a su patria chica y la quieren alabar en todo lo que se pueda. En Calafell encontramos a sus padres que no saben como compaginárselas para atender a tanta gente de visita ya que no se lo esperaban. Comemos en el bar Naves y acabamos con todo lo que nos quedaba. Bien faltaba algo por decir: un reventón en Mollet del Vallès. Eso en realidad fue poca cosa puesto que antes las habíamos pasado canutas para sacar las llaves del R-5 que se habían quedado dentro.