El alpinismo visto como una adicción

Anhelo -codicia- ansia existencial.
Pienso que el juvenil deseo deportivo de llenar una lista de rutas con itinerarios famosos que «hay que hacer» va palideciendo con el paso de los años. Esta especie de codicia hace estragos en muchos clubes alpinos y resulta típica de nuestro modo de pensar occidental orientado hacia el rendimiento y la competitividad.
En el polo opuesto se encuentra el anhelo existencial, el deseo de vivir intensamente. Este incremento del tono vital es la base de la eufórica felicidad de la que tantos alpinistas hablan una y otra vez. El deseo resultante de vivir una y otra vez este estado puede culminar  en una «atracción de las alturas» y frecuentemente en una necesidad de permanecer arriba en ese estado de liberación y felicidad similar al nirvana.
Reinhold MESSNER en «La zona de la muerte».
 
Leyendo ahora a Messner veo que llega a la misma conclusión que llegué yo de joven. Era socio del CEC y quería formar parte del grupo de escalada del CADE porque en él había un ambiente con el que me sentía identificado por la juventud de sus miembros y su manera de pensar. Cuando hice mi petición mi sorpresa fue que fui rechazado porque tenía que justificar haber hecho una lista incomprensible de heroicidades alpinas. Me duró poco las ganas de cumplirlas. Y, lo curioso del caso es que en el momento que cumplí lo que me habían requerido sobradamente se me habían quitado las ganas y, evidentemente, renuncié voluntariamente volver a formular mi petición. Por algo será ….

Extrañas experiencias que se viven en la montaña

En el instante de la caída en que se es consciente de la muerte, aparece la liberación de todo miedo, toda la vida pasa ante un ojo interior, se pierde el sentido del tiempo y frecuentemente se recuerda afectivamente a la familia y a los amigos y se tiene la sensación de estar fuera del propio cuerpo.
En las experiencias límite a gran altitud también es típica la experiencia de estar observándose uno mismo. Además, en la zona de la muerte se producen ruidos extraños, alucinaciones y, frecuentemente, un sentimiento de plenitud, una capacidad de comunicarse sin tener que hablar de viva voz.
Sin embargo, todas estas «extrañas experiencias» no sólo son posibles durante la caída y en la zona de la muerte, sino que también pueden encontrarse frecuentemente en otras situaciones límite, como en tormentas, después de haber superado un pasaje difícil o vivaqueando.
Peter Habeler y yo dejamos de hablarnos mientras escalábamos en el verano de 1975 las pendientes superiores del Hidden Peak (8068 m) en el Karakorum. El esfuerzo necesario para hablar hubiese sido demasiado grande. Pero a pesar de ello, yo entendí todo lo que Peter quiso decirme. Y pude percibir su pensamiento de respuesta siempre que quise preguntarle como deberíamos seguir, frecuentemente incluso sin tener que mirarnos. Conversábamos entre nosotros sin hablar.
Arriba en la cumbre sentí una profunda paz interior, una especie de «nirvana». Mi actitud ante la vida había cambiado considerablemente cuando estuve de vuelta en el valle. Esto mismo pude experimentarlo más intensamente en 1970 cuando me dejé caer completamente agotado al pie del Nanga Parbat en el valle de Diamir. Yo había aceptado entonces la muerte por primera vez, y esto tuvo unas consecuencias decisivas para mi existencia de ahí en adelante.
Hoy sé que el ser humano no es algo indestructible, sino mas bien un proceso, una circunstancia cambiante. Le tengo a la vida tan poco miedo como a la muerte, y quiero estar tan poco constreñido como sea posible, no saber aquello que no he vivido.
Reinhold MESSNER en «La zona de la muerte: terreno fronterizo«.

¿Te interesa hacer un curso de milagros?

Al principio la autora cuenta su colapso nervioso que la llevó a reorientar su vida por completo. Ella se había considerado siempre una mujer luchadora, por alguna causa concreta o en contra de la injusticia, y consideraba que incluso la liberación de sus demonios era una cuestión que podía resolverse con la fuerza. Su depresión progresaba hasta que empezó a remitir poco a poco y ella descubrió que la libertad verdadera se parece más a derretirse en la auténtica naturaleza y personalidad de cada uno. Esta parte de su historia es cautivadora sobretodo por su escepticismo inicial y sus resistencias a renunciar a cualquier aspecto de si misma. Como cualquier persona normal ella tenía miedo de perder su poder. Pero esa lucha entre su ego y su verdadera y pura esencia es lo que le da al libro su tirón. Fue solamente cuando su caída llegó hasta el fondo que ella decidió intentar algo que se materializó en la rendición espiritual.
La mayor parte del libro está dedicado a las relaciones. El amor incondicionado es difícil de cultivar pero trae grandes recompensas ya que es la única manera en que podemos estar en paz con nosotros mismos. Las relaciones son como tareas y cada una de ellas nos ofrece las máximas oportunidades de crecer. Esto significa que nuestra idea romántica de un compañero del alma es errónea ya que nuestro verdadero compañero del alma podría ser la persona que más nos irrita y que nos hace crecer enseñándonos a ser pacientes y humildes y a amar más. Las personas que nos hacen enfadar son, a menudo, nuestros mejores maestros.
El libro también es interesante cuando habla del amor. Si le ofrecemos nuestra vida laboral a Dios nos revelará precisamente lo que mejor se adapta a nuestros talentos y temperamento y cuál es la mejor manera en que podremos ayudar al mundo. El genio sólo se manifiesta cuando nos convertimos en limpias herramientas de la expresión divina. Lo que más nos asusta no es el fracaso sino el resplandor que brillaría en nosotros si sólo lo permitiéramos. Pensando así ya no podemos seguir siendo esclavos del dinero. Al tener unas mentes poderosas solemos lograr los objetivos que nos establecemos pero nunca podemos confiar en que seremos felices si los alcanzamos.
La autora solía clasificar los milagros en la categoría de la basura religiosa y seudomística pero más tarde se dio cuenta de que, en efecto, son cosas muy razonables de pedir. Se trata simplemente de que ocurra algo que antes se tenía por imposible. Cuando decidimos tener una cierta apertura mental y nos comprometemos a cambiar todo lo que parece estar más allá de nuestro alcance se nos ofrece para nuestra transformación. Si no se trata ya de un deseo del ego, sino de una parte genuina de esa mentalidad transformadora, entonces los milagros ocurrirán. La autora observa que es muy triste que renunciemos tan fácilmente a nuestro poder de hacer milagros.
Marianne WILLIAMSON en «Regreso al amor».

 

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