Para celebrar que mi hijo Néstor cumplía 15 años decidimos ir a pegarnos cuatro tiros al paintball de Fang Aventura.
Como podeis constatar el equipo verde al principio de la batalla estaba muy concentrado y consciente de su inferioridad numérica ….. mientras que el equipo azul andaba cantando victoria antes de empezar ….. ¿pero cuál sería el resultado de la batalla? …..
En el equipo verde la familia Pavón: Nacho, Kike, Juanjo, Guillem, Marti y Miquel.
En el equipo azul Néstor, que celebra su 15 cumpleaños, y sus amigos: Fescu, Xirgu, Xavi, Font, Lladó y Arnau. Escogen el color azul propio de la nobleza pero no advierten que en el bosque van a ser muy fácilmente reconocibles.
Mientras que el equipo verde quedará mucho más camuflado entre la vegetación lo que les proprcionará una ventaja táctica frente a la numérica de sus oponentes.
La batalla se desarrolla en cinco campos diferentes y en cada campo se celebran dos combates a excepción del último campo en el que se desarrolla una tercera y última batalla hasta que se termina la munición. Los tres primeros son en el bosque, el cuarto en un campo del «far west» y el último en unas ruinas mayas a campo abierto.
Al principio empieza ganando el equipo azul pero pronto la estrategia y velocidad del equipo verde se impone.
Resultado …… 7-3 !!!! VICTORIA DEL EQUIPO VERDE.
Hay que reconocer que al final no hay ni ganadores ni vencidos. Ha sido muy divertido y hemos acabado haciendo las paces con una buena merienda de la que no hemos dejado nada en el plato ……..
Estoy junto a la gran panza de la cara sur del Goldkappel, asegurado por mi compañero mediante la doble cuerda. Tanteo hacia arriba con la mano derecha y me agarro a una regleta de bordes afilados. Me alzo tirando de ella con precaución. Entonces oigo un crujido leve y siento cómo la presa cede algo. ¡¿Se rompe?! Siento una sacudida como si fuera una descarga eléctrica: ¡Me despeño, es el final ….! ¡¡No te caigas!! A la velocidad del rayo lanzo la mano en dirección a una escama minúscula que hay encima de mi, pero se astilla. La siguiente, la tercera, todas se rompen …..
Mis pies todavía descansan sobre sus presas debajo del extraplomo, pero las manos ya no tocan la roca. Un puño gigantesco tira de mi cuerpo hacia atrás. No debo dar una vuelta de campana, de espaldas no, no tengo que caer cabeza abajo. ¡Tengo que saltar lejos de la roca!
Todo mi ser se rebela contra esta idea descabellada y clama para no perder el leve contacto con la roca, para poder sujetarse todavía, para lograr salvarme. Pero mi instinto es más fuerte y me obliga a actuar. Me impulso con las piernas en dirección contraria a la pared. Por el aire, fuera, hacia el abismo terrible y despiadado …..
Comienza el atroz y vertiginoso viaje a los infiernos. Aún percibo por completo lo terrible de la situación y soy consciente de lo que sucede a mi alrededor: una breve detención. Comprendo que la primera clavija ha saltado. El segundo. Golpeo contra la roca y sigo resbalando hacia abajo. Todavía intento detenerme, aferrarme a ella, pero una fuerza primigenia sigue impulsándome incesantemente hacia abajo. Estoy perdido. Se acabó …..
Y de pronto ya no siento ningún miedo, el temor a la muerte me ha abandonado, todos los estímulos y las percepciones sensoriales han desaparecido. Sólo más vacío, una completa resignación dentro de mí y la noche a mi alrededor. De hecho ya no estoy «cayendo», sino que floto suavemente sobre una nube por el espacio, liberado de mis ataduras a la tierra, redimido. ¿Nirvana ….?
¿He atravesado ya la puerta oscura que conduce al reino de los muertos? De repente llegan la claridad y el movimiento a la oscuridad que me rodea. Unas líneas se desprenden de las ondas de luz y sombra, vagas y difuminadas al principio, van adoptando ahora formas reconocibles: naturalistas – figuras y caras humanas, un entorno habitual desde hace mucho tiempo. Una película muda en blanco y negro centellea como si se proyectara sobre una pantalla interior. Yo me veo en ella como si fuera un espectador: me dirijo trotando a la tienda de la esquina con apenas tres años de edad. Las pequeñas manos sujetan firmemente la moneda que me ha dado mi madre para que me compre algunos dulces. Cambio de escena: siendo un niño pequeño, mi pierna derecha queda debajo de unos tablones que caen. Mi anciano abuelo, apoyado en un bastón, se esfuerza por levantar los tablones. Mi madre refresca y acaricia mi pie contusionado.
Dos sucesos éstos, de los que yo no me había acordado nunca más.
Centellean más imágenes de mi primera niñez, rápidamente cambiantes, fraccionadas, revueltas como si las viera a través de un caleidoscopio. La cinta de celuloide se ha roto: serpientes de luz atraviesan como relámpagos un fondo negro y vacío. Círculos de fuego, chispas que se esparcen, trémulos fuegos fatuos (¿Me golpearía el cráneo contra la pared?).
La cinta corre de nuevo, pero sus proyecciones ya no proceden de mi vida actual, y ya no me veo sobre la «pantalla» como un mero espectador inactivo. He salido de la película, ahora actúo por mi mismo, vivo y de carne y hueso sobre un escenario que se hace cada vez más grande. Soy un escudero con librea blasonada de pie en una gran sala de caballeros. Nobles en trajes de ceremonia, castellanas de punto en blanco, pajes. Las copas pasan de mano en mano, colorida animación.
Esto pasa como si hubiera sido segado. Nuevas imágenes turbulentas de ese tiempo tan lejano se sacuden convulsas. Ahora parece como si éstas se deshicieran de una cáscara y debajo aparece un motivo pleno de paz y sosiego: camino detrás de un arado de madera por una ancha y llana tierra de labor. Barcos de nubes navegan sobre mí.
Un abrupto fundido en negro al fragor de una batalla extraños jinetes salvajes de largas cabelleras hirsutas cargan al ataque, vuelan las jabalinas. Angustias mortales.
Y todo ello sin un sonido, fantasmal.
De pronto, un grito llega desde la lejanía: «¡Hias!» – y otra vez – «¡Hias, Hias! ¿Una llamada interior? ¿La de alguno de mis camaradas en el combate? Súbitamente dejan de existir la batalla de caballeros y las angustias de la muerte. Sólo paz a mi alrededor y unas rocas soleadas ante mis ojos que ya se han abierto. La película ha terminado, la claqueta se ha cerrado. La ventana abierta a las profundidades del pasado ha quedado nuevamente atrancada. Y una vez más el grito lleno de pánico: «¡Hias, Hias! ¿Estás herido? ¿Cómo estás?» La llamada viene de este mundo, viene de arriba, del amigo que me asegura.
¿Qué cómo estoy? De nuevo me encuentro en una situación peculiar. Cuelgo amarrado a dos cuerdas sobre el abismo como si fuera un saco de harina, me balanceo y me retuerzo en busca de aire. Entonces por fin comprendo que he superado una caída de 30 metros, que he retornado de un largo viaje retrospectivo por mi vida -¿También por una vida anterior?-, y que he regresado a mi cuerpo de nuevo …..
Cuando pienso de vez en cuando en esta dramática escalada en cabeza en la que la dama de la guadaña intentó atraparme en dos ocasiones, me llama la atención sobre todo la curiosa «película» que se proyectó durante la caída sobre una «pantalla interior». Todavía resulta incomprensible que resurgieran acontecimientos sucedidos en mi niñez más temprana, cuando más o menos comenzaba a razonar. Pero la «historia» que se produjo a continuación, la cual reflejaba sucesos que tenían que haberse desarrollado hacía siglos en la vida de mis antepasados. ¿Eran simples y casuales productos de la fantasía, imágenes oníricas sin ninguna relación con la realidad, o eran recuerdos transmitidos genéticamente? Al menos es posible, incluso probable, que mis antepasados vivieran algo similar. ¿Reflejaban quizás experiencias reales vividas por ellos? ¿Impresiones perdurables almacenadas durante generaciones en las capas más profundas de la psique y transmitidas como una herencia desconocida en la relación sexual? ¿Acaso se rompió una válvula bajo la tremenda presión espiritual durante la caída, permitiendo que estas impresiones almacenadas ascendieran de nuevo hacia la consciencia por los sifones de lo subliminal? ¿Las enseñanzas de Buda sobre la reencarnación? Hay cosas entre el cielo y la tierra de las que los sabios nada quieren saber, pero sin embargo, poco a poco, habrán de ser reconocidas ……
En el instante de la caída en que se es consciente de la muerte, aparece la liberación de todo miedo, toda la vida pasa ante un ojo interior, se pierde el sentido del tiempo y frecuentemente se recuerda afectivamente a la familia y a los amigos y se tiene la sensación de estar fuera del propio cuerpo.
En las experiencias límite a gran altitud también es típica la experiencia de estar observándose uno mismo. Además, en la zona de la muerte se producen ruidos extraños, alucinaciones y, frecuentemente, un sentimiento de plenitud, una capacidad de comunicarse sin tener que hablar de viva voz.
Sin embargo, todas estas «extrañas experiencias» no sólo son posibles durante la caída y en la zona de la muerte, sino que también pueden encontrarse frecuentemente en otras situaciones límite, como en tormentas, después de haber superado un pasaje difícil o vivaqueando.
Peter Habeler y yo dejamos de hablarnos mientras escalábamos en el verano de 1975 las pendientes superiores del Hidden Peak (8068 m) en el Karakorum. El esfuerzo necesario para hablar hubiese sido demasiado grande. Pero a pesar de ello, yo entendí todo lo que Peter quiso decirme. Y pude percibir su pensamiento de respuesta siempre que quise preguntarle como deberíamos seguir, frecuentemente incluso sin tener que mirarnos. Conversábamos entre nosotros sin hablar.
Arriba en la cumbre sentí una profunda paz interior, una especie de «nirvana». Mi actitud ante la vida había cambiado considerablemente cuando estuve de vuelta en el valle. Esto mismo pude experimentarlo más intensamente en 1970 cuando me dejé caer completamente agotado al pie del Nanga Parbat en el valle de Diamir. Yo había aceptado entonces la muerte por primera vez, y esto tuvo unas consecuencias decisivas para mi existencia de ahí en adelante.
Hoy sé que el ser humano no es algo indestructible, sino mas bien un proceso, una circunstancia cambiante. Le tengo a la vida tan poco miedo como a la muerte, y quiero estar tan poco constreñido como sea posible, no saber aquello que no he vivido.
Reinhold MESSNER en «La zona de la muerte: terreno fronterizo«.