Experiencia de un viaje retrospectivo desde el reino de los muertos

Estoy junto a la gran panza de la cara sur del Goldkappel, asegurado por mi compañero mediante la doble cuerda. Tanteo hacia arriba con la mano derecha y me agarro a una regleta de bordes afilados. Me alzo tirando de ella con precaución. Entonces oigo un crujido leve y siento cómo la presa cede algo. ¡¿Se rompe?! Siento una sacudida como si fuera una descarga eléctrica: ¡Me despeño, es el final ….! ¡¡No te caigas!! A la velocidad del rayo lanzo la mano en dirección a una escama minúscula que hay encima de mi, pero se astilla. La siguiente, la tercera, todas se rompen …..
Mis pies todavía descansan sobre sus presas debajo del extraplomo, pero las manos ya no tocan la roca. Un puño gigantesco tira de mi cuerpo hacia atrás. No debo dar una vuelta de campana, de espaldas no, no tengo que caer cabeza abajo. ¡Tengo que saltar lejos de la roca!
Todo mi ser se rebela contra esta idea descabellada y clama para no perder el leve contacto con la roca, para poder sujetarse todavía, para lograr salvarme. Pero mi instinto es más fuerte y me obliga a actuar. Me impulso con las piernas en dirección contraria a la pared. Por el aire, fuera, hacia el abismo terrible y despiadado …..
Comienza el atroz y vertiginoso viaje a los infiernos. Aún percibo por completo lo terrible de la situación y soy consciente de lo que sucede a mi alrededor: una breve detención. Comprendo que la primera clavija ha saltado. El segundo. Golpeo contra la roca y sigo resbalando hacia abajo. Todavía intento detenerme, aferrarme a ella, pero una fuerza primigenia sigue impulsándome incesantemente hacia abajo. Estoy perdido. Se acabó …..
Y de pronto ya no siento ningún miedo, el temor a la muerte me ha abandonado, todos los estímulos y las percepciones sensoriales han desaparecido. Sólo más vacío, una completa resignación dentro de mí y la noche a mi alrededor. De hecho ya no estoy «cayendo», sino que floto suavemente sobre una nube por el espacio, liberado de mis ataduras a la tierra, redimido. ¿Nirvana ….?
¿He atravesado ya la puerta oscura que conduce al reino de los muertos? De repente llegan la claridad y el movimiento a la oscuridad que me rodea. Unas líneas se desprenden de las ondas de luz y sombra, vagas y difuminadas al principio, van adoptando ahora formas reconocibles: naturalistas – figuras y caras humanas, un entorno habitual desde hace mucho tiempo. Una película muda en blanco y negro centellea como si se proyectara sobre una pantalla interior. Yo me veo en ella como si fuera un espectador: me dirijo trotando a la tienda de la esquina con apenas tres años de edad. Las pequeñas manos sujetan firmemente la moneda que me ha dado mi madre para que me compre algunos dulces. Cambio de escena: siendo un niño pequeño, mi pierna derecha queda debajo de unos tablones que caen. Mi anciano abuelo, apoyado en un bastón, se esfuerza por levantar los tablones. Mi madre refresca y acaricia mi pie contusionado.
Dos sucesos éstos, de los que yo no me había acordado nunca más.
Centellean más imágenes de mi primera niñez, rápidamente cambiantes, fraccionadas, revueltas como si las viera a través de un caleidoscopio. La cinta de celuloide se ha roto: serpientes de luz atraviesan como relámpagos un fondo negro y vacío. Círculos de fuego, chispas que se esparcen, trémulos fuegos fatuos (¿Me golpearía el cráneo contra la pared?).
La cinta corre de nuevo, pero sus proyecciones ya no proceden de mi vida actual, y ya no me veo sobre la «pantalla» como un mero espectador inactivo. He salido de la película, ahora actúo por mi mismo, vivo y de carne y hueso sobre un escenario que se hace cada vez más grande. Soy un escudero con librea blasonada de pie en una gran sala de caballeros. Nobles en trajes de ceremonia, castellanas de punto en blanco, pajes. Las copas pasan de mano en mano, colorida animación.
Esto pasa como si hubiera sido segado. Nuevas imágenes turbulentas de ese tiempo tan lejano se sacuden convulsas. Ahora parece como si éstas se deshicieran de una cáscara y debajo aparece un motivo pleno de paz y sosiego: camino detrás de un arado de madera por una ancha y llana tierra de labor. Barcos de nubes navegan sobre mí.
Un abrupto fundido en negro al fragor de una batalla extraños jinetes salvajes de largas cabelleras hirsutas cargan al ataque, vuelan las jabalinas. Angustias mortales.
Y todo ello sin un sonido, fantasmal.
De pronto, un grito llega desde la lejanía: «¡Hias!» – y otra vez – «¡Hias, Hias! ¿Una llamada interior? ¿La de alguno de mis camaradas en el combate? Súbitamente dejan de existir la batalla de caballeros y las angustias de la muerte. Sólo paz a mi alrededor y unas rocas soleadas ante mis ojos que ya se han abierto. La película ha terminado, la claqueta se ha cerrado. La ventana abierta a las profundidades del pasado ha quedado nuevamente atrancada. Y una vez más el grito lleno de pánico: «¡Hias, Hias! ¿Estás herido? ¿Cómo estás?» La llamada viene de este mundo, viene de arriba, del amigo que me asegura.
¿Qué cómo estoy? De nuevo me encuentro en una situación peculiar. Cuelgo amarrado a dos cuerdas sobre el abismo como si fuera un saco de harina, me balanceo y me retuerzo en busca de aire. Entonces por fin comprendo que he superado una caída de 30 metros, que he retornado de un largo viaje retrospectivo por mi vida -¿También por una vida anterior?-, y que he regresado a mi cuerpo de nuevo …..
Cuando pienso de vez en cuando en esta dramática escalada en cabeza en la que la dama de la guadaña intentó atraparme en dos ocasiones, me llama la atención sobre todo la curiosa «película» que se proyectó durante la caída sobre una «pantalla interior». Todavía resulta incomprensible que resurgieran acontecimientos sucedidos en mi niñez más temprana, cuando más o menos comenzaba a razonar. Pero la «historia» que se produjo a continuación, la cual reflejaba sucesos que tenían que haberse desarrollado hacía siglos en la vida de mis antepasados. ¿Eran simples y casuales productos de la fantasía, imágenes oníricas sin ninguna relación con la realidad, o eran recuerdos transmitidos genéticamente? Al menos es posible, incluso probable, que mis antepasados vivieran algo similar. ¿Reflejaban quizás experiencias reales vividas por ellos? ¿Impresiones perdurables almacenadas durante generaciones en las capas más profundas de la psique y transmitidas como una herencia desconocida en la relación sexual? ¿Acaso se rompió una válvula bajo la tremenda presión espiritual durante la caída, permitiendo que estas impresiones almacenadas ascendieran de nuevo hacia la consciencia por los sifones de lo subliminal? ¿Las enseñanzas de Buda sobre la reencarnación? Hay cosas entre el cielo y la tierra de las que los sabios nada quieren saber, pero sin embargo, poco a poco, habrán de ser reconocidas ……
Hias REBILSCH 

Extrañas experiencias que se viven en la montaña

En el instante de la caída en que se es consciente de la muerte, aparece la liberación de todo miedo, toda la vida pasa ante un ojo interior, se pierde el sentido del tiempo y frecuentemente se recuerda afectivamente a la familia y a los amigos y se tiene la sensación de estar fuera del propio cuerpo.
En las experiencias límite a gran altitud también es típica la experiencia de estar observándose uno mismo. Además, en la zona de la muerte se producen ruidos extraños, alucinaciones y, frecuentemente, un sentimiento de plenitud, una capacidad de comunicarse sin tener que hablar de viva voz.
Sin embargo, todas estas «extrañas experiencias» no sólo son posibles durante la caída y en la zona de la muerte, sino que también pueden encontrarse frecuentemente en otras situaciones límite, como en tormentas, después de haber superado un pasaje difícil o vivaqueando.
Peter Habeler y yo dejamos de hablarnos mientras escalábamos en el verano de 1975 las pendientes superiores del Hidden Peak (8068 m) en el Karakorum. El esfuerzo necesario para hablar hubiese sido demasiado grande. Pero a pesar de ello, yo entendí todo lo que Peter quiso decirme. Y pude percibir su pensamiento de respuesta siempre que quise preguntarle como deberíamos seguir, frecuentemente incluso sin tener que mirarnos. Conversábamos entre nosotros sin hablar.
Arriba en la cumbre sentí una profunda paz interior, una especie de «nirvana». Mi actitud ante la vida había cambiado considerablemente cuando estuve de vuelta en el valle. Esto mismo pude experimentarlo más intensamente en 1970 cuando me dejé caer completamente agotado al pie del Nanga Parbat en el valle de Diamir. Yo había aceptado entonces la muerte por primera vez, y esto tuvo unas consecuencias decisivas para mi existencia de ahí en adelante.
Hoy sé que el ser humano no es algo indestructible, sino mas bien un proceso, una circunstancia cambiante. Le tengo a la vida tan poco miedo como a la muerte, y quiero estar tan poco constreñido como sea posible, no saber aquello que no he vivido.
Reinhold MESSNER en «La zona de la muerte: terreno fronterizo«.

El Taga o la intriga continuada del que no ve nada

El club Taga con sus tropocientos, si no recuerdo mal ya son quince, años ha seguido la tradición de subir a la montaña que le da nombre y que hoy figura, gracias a ello, en numerosas libretas, libros o aires de un gran número de montañeros de nuestro amado Pirineo. Gracias a muchas personas que, empujados por un afan de subir, de gozar de estas maravillas y de ayudar a los que, de una forma u otra, con ellos conviven para disfrutar y autosuperarse en todos los sentidos.
Por otra parte, una rama del club Taga el de Girona con sus cuatro años de fructífera existencia no ha menospreciado esta la tradición y le ha servido para reencontrarse con su tronco y compartir con él juntos penas, alegrías y agradecimientos cuando ya se acercan estos días fríos de diciembre.
Son las seis y cinco y PK llama a Miquipa aconsejándole que mire el termómetro si es que piensa venir. Llega a las seis y media justo a la misma hora que nosotros. Una parte del contingente humano se desplaza a Lloret para rescatar a un tal Robert Stack perdido en una fiesta familiar y una vez rescatado decide a tragarse las curvas de Sant Martí Sapresa con la máxima cordura y suavidad. Mientras, la otra parte hace las oportunas gestiones hacia Sant Pau de Seguries y emprende el hilo carretereológico para llegar con prontitud. La cuestión es que salimos a las ocho de Lloret y llegamos a las diez a Sant Pau de Seguries y nos encontramos una invasión de coches nunca vista que acaba resultando que son todos de la misma familia montañera.
Los de Barcelona estan cenando con mucho hambre, ya les vale, pero nos reciben con grandes abrazos y fiestas. Hace mucho tiempo que no nos vemos. Nos calentamos cerca de la estufa para hacerlo después en el fuego y regresamos de nuevo a la estufa. Miquipa centra la atención cuando cuenta su ascensión al Aneto por la arista Sur, Ruiz con su intento al Aneto por Coronas y PK explicando el proyecto del próximo campamento de verano (Alba, Gourgs Blancs, Arlaud y Aneto por la cresta Sur) la subida al Puigmal por Planolas y acaba haciendo elogios al nuevo sistema de descenso que lo denomina «Desplà tipical». A todo ello la pobre bota de vino va pasando y no para ni un momento. La ratafia se acaba muy pronto y Pep V. nos da una lección de claridad de ideas ilustrada con ejemplos gráficos y vividos por PK sólo que algo difuminados por un humo muy molesto.
Al día siguiente nos levantamos un poco más tarde de las siete. La leche nos revitaliza un poco a pesar de que el frío no nos ha dejado muy aturdidos. La carretera de Ogassa está asfaltada de hace poco hasta Surroca de Baix que tiene balcones adornados con «senyeres» y una pancarta de bienvenida. Hay que agradecérselo ya que a pesar de todo acabamos pasando tres veces por ella. Resulta que cojemos caminos perdedores y cuando nos damos cuenta de que nos hemos perdido aparecemos otra vez bajo la pancarta… Dejamos los coches en una casa de campo y empezamos a andar justo a las nueve. Tardamos 55 minutos hasta la iglesia de Ogassa y ya en este tramo la nieve hace acto de presencia en los márgenes del camino y el agua en la atmósfera que nos rodea.
Desayunamos haciendo extraños laberintos, donde tuvo que ser la rectoría, en compañía de unos chicos de los de Barcelona. Emprendemos de nuevo la subida con aguanieve, la niebla y la nieve que ya no nos dejaran en todo lo que nos queda de excursión. Primero la niebla decora la parte baja del valle y la parte alta para ir entrando poco a poco a la zona restante y, mientras, exclamamos «enrróscate la boina» con el objeto de tomarnos la cosa con buen humor. El camino sube haciendo eses anchas de forma tal que a la que nos damos cuenta ya estamos en el collado. Allí nos podemos imaginar que se ve todo lo que queramos porque en realidad no se ve absolutamente nada mas que niebla y podemos hacer todo tipo de conjeturas posibles. No hay nadie que las pueda ratificar o contradecir con una base visual. A las doce menos cuarto ya llegamos a un hito de piedra y a las doce y media a la cresta después de la habitual lucha con la nieve. A la una menos cuarto, o sea en dos horas y cuarto desde la iglesia, ya llegamos arriba de lo que sólo vemos la gran cruz ya que el resto del panorama es de una absoluta homogeneidad. No es que haga mucho frío. Incluso un momento deja de nevar. Nunca había visto tanta niebla o, mejor dicho, tan poco a los demás…
Datos GPS de los puntos clave de la ruta desde la ermita y Portella d’Ogassa
Ermita (aparcamiento) 31T 436939 4680473 1330
Portella d’Ogassa 31T 436271 4681446 1820
Taga 31T 434966 4681438 2057
El camino empieza a subir desde la misma ermita lugar en el que dejaremos el coche. Está marcado con señales redondas pintadas de blanco y un círculo en su interior de color verde. Este itinerario se puede realizar en poco más de dos horas para la subida y algo más de una hora para la bajada. Otra opción que hay para subir a esta montaña es continuar por la pista encementada hasta el coll de Jou y desde allí emprender la subida directamente.
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.