ASCENSIÓN AL TUC DEL MULLERES (3016 m) PRIMER TRESMIL DE MI HIJO NÉSTOR.
13 de julio del 2003.
Intentar explicaros la alegría que tiene un padre que ve como su hijo de siete años sube por su propio pie a su primer tresmil es algo imposible para mí. Relataré un conjunto de emociones, pensamientos y experiencias de la excursión. Espero que a partir de ellas podais extraer esa inexplicable alegría que aún hoy siento en mi interior.
No sé qué me pasa últimamente. De verdad. Es un finde normal y corriente de verano como cualquier otro. Hace ya casi un par de meses que lo tengo reservado eso sí. Lo reservo porque el grupo de padres, madres y los hijos del Centre Excursionista de Banyoles, con los que salimos cada mes, tiene programada una excursión al Tuc del Mulleres. Es la «colla de pa xucat amb oli» … hablando en plata … nada que rascar … jejejeje … y estamos mentalizados de ello. Somos conscientes que con niños no se pueden hacer milagros en la montaña pero una vez al año nos sube la locura colectiva a la cabeza para intentar algo fuera de lo normal. ¿Fuera de lo normal? ¿El qué? … Subir un tresmil del Pirineo. Mi cuñada me lo ha dicho hoy …
– «Cuando me has dicho por teléfono que Néstor ha subido a un tresmil he pensado enseguida que no te había entendido bien … pero ¿seguro que habeis subido? … ¿sí?».
– «Sí», le contesto yo escueto y contundentemente.
En fin. La cuestión es que aún y tener el finde ocupado me habían propuesto otros tres planes alternativos todos ellos muy interesantes. Yo la verdad es que dudé hasta el último momento. Una decisión de este calibre me costaba mucho realizarla. Y para colmo la previsión meteorológica era totalmente mala: tormentas cada tarde. El viernes por la tarde intento hablar con mi hijo del tema. Intento hacerle comprender en su lenguaje lo que quiero saber …
– «¿Quieres subir a una montaña muy alta? ¿quieres venir a un sitio que sólo suben las personas mayores?», le pregunto yo.
– «¿Vendrán a la excursión Bernat y Grau?», me contesta con una pregunta rara y que me da la impresión que me está cambiando de tema.
– «Sí claro que irán», le digo yo perplejo.
– «Iupiiiiiiiiiiiiii».
Como comprendereis esta conversación demuestra que los niños tienen una mentalidad totalmente diferente a la nuestra. Hay que tener un chip especial para comprenderlos. Yo pensando en la dificultad de una empresa de este estilo y los problemas técnicos que van a aparecer. Él sólo quería saber si irían sus amigos para jugar con ellos. Estaba claro. Tenía que ponerme las pilas. Corriendo a las ocho de la tarde vamos al Decathlon. Compro una mochila de 80 litros para poder llevar todo el volumen de cosas que tendré que llevar, puesto que no puedo contar que el niño lleve absolutamente nada si quiero que realmente suba a la cumbre, y una cuerda de 15 metros para superar el tramo difícil de la excursión: la brecha final que da acceso al collado. Esa noche creo que hice una de las mochilas más dificiles de mi vida. Hacía muchos años que no me encontraba ante un reto de ese calibre. La verdad es que ir a dormir a las dos de la madrugada tuvo su recompensa puesto que no me falló absolutamente nada. Lo llevaba todo pensado y previsto. Creo que el éxito de esta excursión ya empezó en este momento de planificación. Por la noche continuaron los problemas. A Néstor le picó un mosquito justo en la planta de un pie y a mí me había salido una llaga también en la planta del pie. Una vez apliqué unos sencillos remedios caseros me fui a dormir realmente rendido.
Suena el despertador a las siete de la mañana. Mi aceleración va «in crescendo». Un buen termómetro para saber si le gusta algo a Néstor es ver la velocidad que tarda en vestirse por la mañana. Ver su rapidez me animó. Mientras preparo todos los bocadillos mi cabeza no deja de pensar en los futuros problemas. El primero que vamos a tener es que llegaremos a la boca del túnel de Viella y nos encontraremos que va a llover. No llevamos tienda porque hemos acordado hacer vivac. Al final pienso llevarme la furgoneta para que nos pueda servir de cobijo por la noche en el caso de que la lluvia sea persistente y no nos deje hacer vivac. Llamo a Josep.
– «¿Sabes que va a llover? ¿Qué haremos con la gente?», le digo yo preocupado.
– «Nada, tranquilo, yo conozco un refugio libre al lado del túnel», me contesta con su habitual despreocupación.
– «Vale, de acuerdo, pero yo me voy a llevar mi propio coche por si acaso», le digo yo no muy bien convencido.
– «Aaa, bueno, vale».
Ya en la puerta Néstor me dice que no quiere ir con la furgoneta porque en el viaje a Port Aventura de la semana anterior cuando llegó a marcar los 300.000 kilómetros se le bloqueó el cuentakilómetros y ahora él no sabe a que velocidad vamos … jejejeje … Pues nada. El niño manda. No voy a ser yo quien me pelee por una cosa así. Bien pensado si vamos en caravana mejor que lleve el coche que es algo más rápido que la furgoneta y no ralentice la marcha.
En el viaje no hubo problemas de ninguna clase. Sólo se oyeron quejas de la velocidad del primer coche puesto que el resto del grupo tenía problemas para seguirlo. El conductor se escudó diciendo que cuando iba con otros grupos era él el considerado lento pero la verdad es que esos argumentos no convencieron a nadie. En el portal de los Pirineos me llama PK al móvil. Su parte meteorológico: el viernes hubo tormenta de las cuatro a las nueve de la tarde en el macizo del Aneto y hoy sábado a las nueve de la mañana había aparecido un dubitativo y eficaz viento del norte que despejaba por completo el cielo. Eran buenas notícias sin lugar a dudas.
– «Este año parece que tienes un ángel de la suerte a tu lado», y me desea con cierta envidia ánimos.
Yo sé que la suerte no me la da ningún ángel me la da mi viejo piolet compañero de mil aventuras y que nunca me ha fallado en ningún tresmil. Tengo que reconocer que en esta excursión antes de salir de casa le he pedido suerte para mi hijo. He llegado a darle un beso para convencerle que la necesito. Una vez llegamos a la boca sur del túnel de Viella aparcamos el coche. Empezamos a comer. Preparamos las mochilas. Son casi las cuatro de la tarde. Empezamos a andar y … se oye el primer trueno. Hay tormenta en el macizo del Aneto. Está justo delante nuestro. Nos miramos los unos a los otros. Todos esperan algún comentario pero nadie lo hace. El paso era más dubitativo que nunca. Empiezan a caer las primeras gotas. Se oyen las primeras risitas. Rompo ese silencio y sentencio una solución convincente.
– «¿Y si nos ponemos a cubierto debajo de un árbol y esperamos tranquilamente que la tormenta termine?».
No fue ni necesario votar la propuesta puesto que su aceptación fue total. Una vez bajo los árboles cayó un chaparrón y al poco salió de nuevo el Sol. La mejoría no era total pero era convincente. Lo justo para acordar que continuamos la marcha. Nuestro objetivo es llegar al refugio metálico. El refugio es una pequeña construcción que permite pernoctar a seis personas en el mejor de los casos. Está muy estropeado todo pero van pasando los años y sigue aguantando.
El camino primero va por unos praderíos preciosos junto a unos meandros y luego sube una primera fuerte pendiente que supera una refrescante cascada. Luego la sensación de bochorno es muy acusada y se agradece una primera parada junto al curso del río antes de una segunda gran pendiente que conduce directamente hasta el rellano del refugio. Aprovechamos todos el descanso para merendar alguna cosa. Justo en ese instante llega hasta nosotros Mariona que baja junto con un grupo de amigos. Nos cuenta que han encontrado dificultades serias para llegar a la brecha y que sufren por un componente de su grupo que les parece que se ha accidentado en ese punto al descender un último nevero. La triste noticia se confirma más tarde. Vemos llegar un helicóptero de rescate y pronto sabemos más datos de lo sucedido. Resulta que al cruzar el nevero tuvo un resbalón que hizo que cayera por la pendiente de la nieve hasta chocar con las piedras y romperse un hombro aparte de una multitud de otras magulladuras. Espero y le deseo una pronta recuperación. También nos comenta que es una buena idea hacer una parte del recorrido hoy puesto que hacerlo todo de una sola tirada es francamente duro. Siete horas de subida desde el túnel no te las quita nadie. La cosa está en que hablando hablando no hemos mirado el cielo un rato y la cosa se ha puesto realmente fea. Pienso para mis adentros que esta vez vamos a pringar y de verdad. Josep no dice nada para no asustar pero sé perfectamente lo que está pensando. Pone la primera y se va lanzado al refugio para intentar reservar el máximo de sitio posible y poner bajo cubierto al máximo número de gente posible. Con nosotros van unos cuantos niños pequeños y nuestra intención es poderlos albergar en el refugio en el caso de que vayamos a tener una mala noche. Yo me quedo atrás cerrando la comitiva dispuesto a soportar el peor de los chaparrones posible. El mochilón que llevo no me permite poner una marcha más rápida. Llevo las cosas de dos. Néstor que había ido siempre entre los componentes del grupo o incluso disputando ir a la cabeza del grupo esta vez tiene un gesto que me conmociona. Ha visto que voy siempre detrás de la comitiva y decide esperarme para acompañarme. Se convierte, a partir de ahora, en un real compañero de infortunio tanto para lo bueno como para lo malo. La cuestión es que la suerte va a estar de nuestro lado y con un ligero remojón llegamos sin más novedades al refugio. Tres chicos de Barcelona nos ceden su sitio y van a plantar la tienda de campaña por los alrededores. No cabemos todos dentro pero los más pequeños sí van a poder dormir en su interior. Después de cambiarnos la ropa húmeda cenamos algo y acostamos a los más pequeños. Los que haremos vivac tenemos que esperar hasta pasadas las nueve de la noche. Deja de llover al fin y empieza a despejar gracias a un convencido viento que soluciona la cuestión en minutos. Pero conciliar el sueño será gracias al cansancio acumulado puesto que la imponente Luna llena que asoma en el horizonte va a dar una luminosidad ambiental increíble y molesta.
Los niños se encargan de tocar diana. Mientras, dos isards miran perplejos desde lo alto nuestras lentas evoluciones. Tres del grupo deciden no salir. El amanecer es de foto. Una cosa que me sorprende es ver sentado a mi hijo, abrigado y contemplando estupefacto ver salir al Sol. Una cosa tan habitual resulta que no lo había visto nunca. Comprendo que para un niño que está en una edad de aprender y ver cosas nuevas un espectáculo como este le sorprenda y le capte su atención.
Néstor no está muy convencido que digamos pero entre todos acordamos empezar la excursión y decidir si continuamos o no más adelante. Los ánimos nos los damos los unos a los otros. La marcha es rápida inicialmente y después de la primera parada Jordi se pone al frente del grupo con el objeto de marcar un ritmo más lento. El paso tranquilo nos va a conducir casi sin darnos cuenta hasta el pie del collado.
Llegan las dificultades. Hay un último nevero con mucha pendiente y luego una grimpada por una empinada brecha con pasos muy verticales, casi de segundo grado, para poder llegar al collado. Todos sabemos que en este sitio ayer hubo un accidentado. Ponemos precaución y sacamos la cuerda para encordar a todo nuestro grupo. Uno me comenta que aunque no sirve para casi nada confiere mucha seguridad. Es verdad. Delante nuestro hay un grupo de cuatro excursionistas. El que parece que hace de cabeza de grupo lleva una cuerda que la saca reluciente de la mochila y se la cuelga a la cabeza. Una chica de este grupo no se anima a pasar. No entiendo porque su compañero que lleva la cuerda no la utiliza para asegurarla. Para mí esto es incomprensible. Si no se lleva cuerda hay que aguantarse pero si se lleva una cuerda, francamente, colgarla al cuello es lo más inútil que me haya tirado a la cara nunca. Yo entiendo el ataque a una montaña como una labor de equipo y en estas situaciones hay que ayudar a los más indecisos encordándolos. Para evitar los accidentes hay que pecar de previsor y de prudencia. La cosa está en que ahora la gente va mucho por su lado y no está de moda ayudarse los unos a los otros en estas situaciones. Se luce los mejores materiales pero luego no se utilizan mas que para colgarlos a la cabeza o llevarlo dentro de la mochila. Es triste esto porque luego pasa lo que pasa y hay accidentes que se podrían evitar. Pero como el individualismo es lo que impera, aunque se vaya en grupo, la montaña seguirá pasando su factura de forma sistemática. Ahora me viene a la cabeza que hace cosa de un mes en la brecha Latour del Balaitous había también una travesía por un nevero similar y en menos de una hora llegué a ver a tres que cayeron nieve abajo con la fortuna que este nevero terminaba sin piedras en el final. Aún y así el día anterior el helicóptero no dio abasto sacando a la gente accidentada de ese lugar. En la montaña uno se debe encordar para asegurar al compañero y superar las dificultades conjuntamente. Yo creo que vale la pena arriesgar tu vida para conseguir un objetivo común. De todas formas es muy triste ver como ya no se arriesga nada por nadie y menos una vida por una montaña de media bofetada. Yo lo tengo muy claro. Antes de salir con gente que no piense como yo prefiero salir solo.
El trabajo en equipo hizo que todos subieramos sin problemas al collado. Más de un valiente en ese lugar estaba francamente asustado. El miedo se notaba en las caras de los mayores y los pequeños lo decían de palabra con su habitual espontaneidad. Y lo comprendo puesto que justo al otro lado del collado aparece brillante la magnífica cresta de Salenques que termina vertiginosa en la majestuosa cumbre del Aneto. La hilera de gente que lo sube por su glaciar nos sorprende a todos. Las vistas son espectaculares. Quedan pocos metros del collado a la cumbre que se hacen brincando de piedra en piedra fácilmente. Arriba estoy borracho de alegría. Poco a poco voy asumiendo la idea que mi hijo ha subido a su primer tresmil. Hablamos un poco. Me pregunta por el Everest. Le digo que desde aquí no se ve. Está un poco lejos aunque no sé por qué me viene a la cabeza llevármelo pronto de trekking al Nepal. Es una idea que la voy a madurar tranquilamente este verano de cara al mes de mayo del año que viene. La verdad es que yo tengo muchas ganas de ver el Everest y me gustaría mucho que me acompañara. Con su inocencia habitual me pregunta si la China está muy lejos.
– «Mira», le contesto yo, «si caminamos unos quince días igual como hoy podemos llegar a la China y ver al Everest, ¿te gustaría?», la idea ha nacido ya en una loca cabeza como la mía y ya veremos donde va a terminar.
La interesante conversación termina pronto. Le entra somnolencia y veo claramente que le empieza un inicio de «mal de muntanya». Tengo que bajarlo rápidamente. Hacemos la foto y me voy corriendo montaña abajo cojidos de la mano. Al pasar por la segunda cumbre nos felicitan por el éxito y le regalan una chuche de azúcar que lo reanima un poco. Poco tardamos en llegar al collado donde nos reagrupamos todos de nuevo para enfrentarnos de nuevo a las dificultades juntos. No encontramos el inicio de la brecha pero al final lo encontramos. Uno tras otro nos descolgamos por el tramo vertical y al llegar al nevero nos encordamos otra vez. Llega la alegría cuando terminamos de superar todos la nieve.
Bajamos muy rápidos a la primera agua donde hacemos un merecido descanso y empezamos a mirar el reloj. Nos queda superar una última dificultad: la tormenta de las cuatro de la tarde. Los cálculos no son muy halagüeños. Llegaremos a eso de las cinco al coche. No podemos perder mucho tiempo. Hay que descender tan rápido como nos lo permitan las rodillas. La bajada pasa sin muchos incidentes. Creo que estamos mentalizados para aguantar la tormenta gracias a la gran alegría que tenemos por haber subido arriba del Tuc del Mulleres. Esta vez la suerte nos va a acompañar de nuevo. Llegamos al coche que ya cae una lluvia contínua pero no muy intensa. Nos hemos librado por los pelos una vez más. Nos despedimos cuando tenemos en nuestros estómagos unos bocadillos alucinantes que nos comemos en el Pont de Suert. A eso de media noche llegamos a Girona.
Creo que esta excursión ha impactado mucho al niño. Lo digo porque tiempo después saca algún tema de conversación relativo a la misma. Me pregunta cuantos metros tiene la montaña. Me pregunta por la persona accidentada en la nieve y porque no puso los pies para frenarse. Me pregunta por la comida de los isards puesto que los vio arriba en las peñas cuando la hierba estaba muy abajo. Le sorprende que mis amigos lo llamen por teléfono para felicitarlo por la hazaña que ha realizado. Y lo más importante, creo, es que yo, a partir de ahora, tengo que pensar en que mi hijo ha dejado de ser un niño pequeño para empezar a ser un adulto y tengo que empezar a tratarlo como tal. ¿Ha nacido un montañero? Me gustaría, claro. Y deseo que si es así sea una persona respetuosa con la montaña y la Naturaleza. Y deseo que aprenda que si esta vez la montaña nos ha dejado subir otras habrá que no nos va a dejar hacerlo. Y deseo que aprenda a ser un compañero de cuerda leal. Y deseo que si un componente de la cordada resbala hay al otro lado un piolet bien clavado asegurando la caída. Y deseo que si por cualquier motivo el piolet no aguanta que vale la pena dar una vida a cambio de intentar conseguir un objetivo pétreo e inútil en común. Y deseo que vea muchos preciosos amaneceres esperando el calor del Sol naciente …
¡¡¡¡¡ FELICIDADES POR TU PRIMER TRESMIL Y QUE SUBAS MUCHÍSIMOS MÁS !!!!!
Datos GPS de los puntos clave de la ruta por el túnel de Viella
Había sido un mal año en el aspecto montañero y la verdad es que no lo queríamos terminar sin un tresmil o una montaña de cierto carácter que sirviera, a la vez, para sellar la mayoría de edad de Robert y probar todos la montaña invernal.
Es por esto que cuando tomó forma la idea de ir al Peguera haciendo noche en el Josep Mª Blanc en la noche de Luna nueva del mes de noviembre no fueron suficientes para minorar nuestros ánimos ni para evitar que nos pusiéramos las mochilas en las espaldas y bajar las escaleras ni el timbrazo del despertador ni las pequeñas nubes que se distinguían a través de la ventana.
En las escaleras del metro se hacían adelantamientos peligrosos y arriesgados y contaba mentalmente la cantidad de minutos que faltaban para empezar el trabajo.
Los autocares de la Alsina Graells que íbamos dejando atrás iban llenos de corazones que buscaban sus orígenes en su tierra natal y los estrechos aparcamientos del Pas de Terradets se llenaban de utilitarios mientras sus ocupantes se disponían a abrirse paso en la vertical pared hasta reencontrarse de nuevo con la luz.
En la salida del Pas de Collegats, la carretera y los campos todavía eran blancos por la helada y las vacas de Llavorsí, igual que los machos de Espot con sus atuendos, justo salían del pueblo cuando iba a ser justo el medio día. Todos tienen su horario.
Informados del «status-quo» característico, dejamos el coche al inicio del Parque y enfilamos la pista del Estany Negre. Les Agudes van emergiendo, desafiantes y esbeltas, detrás de nuestras espaldas y nos invitan a tomar aliento para que las contemplemos mientras que delante nuestro nos ofrece un amplio deleite los lomos de nuestras montañas fronterizas con Andorra y el Pallars que el Sol bajo va pintando … La canal que nos sorprende al girar una curva pronto desaparece bajo el camino y éste se viste de nieve y de hielo.
Tres horas de agradable andar nos llevan hasta el refugio justo para gozar con los últimos rayos solares de la visión del gran circo de montañas que desde este espléndido mirador se domina.
Nos damos prisa para ponernos los jerseys y hacer la única comida completa del día aprovechando las últimas luces y hacer algo de fuego.
Pronto nos damos cuenta que, a pesar de la soledad del sitio no estamos totalment huérfanos, se va abriendo paso en el ancho cielo y en nuestra estancia una Luna clara y redonda que enamora y en su luz vemos proyectarse nuestros cuerpos en la nieve, lucir las montañas del valle como si se tratara del mismísimo Sol y proyectarse en los cristales del refugio la llama del fuego quemando el hielo del estanque. Con estas imágenes de encantamientos nos sumergimos en la rojiza superfície de nuestros sacos cuando los relojes marcan las ocho y cuarto preveyendo el largo día que nos espera.
Cuando el despertador y sus manecillas marcan las tres y cuarto la Luna sigue brillando y el aire no tiene la frescura de ayer.
Recogida la casa y calentado el estómago con un buen vaso de leche vamos a cruzar el río por debajo de la presa del Estany de la Cabana no sin antes haber aguantado más de una que otra hundida en la nieve. Para bordear este estany lo hacemos a cierta altura lo que nos va a obligar a realizar alguna desgrimpada y seguir después a medio aire el promontorio rocoso que se endereza por encima de la Coveta hasta un torrente que nos llevará a un estany sin nombre situado entre los dos brazos de cresta que se desprenden del Monastero. Con tantas subidas y bajadas pasamos mucho tiempo y en realidad no hemos ganado, prácticamente, nada de altura aparte de perder un poco la referencia del lugar exacto en el que estamos hasta el punto que confundimos el Saburó Inferior, que está desafiante delante nuestro, con el Peguera Inferior que queda mucho más allá y que ahora no lo vemos.
Cruzamos el estany mencionado por el medio de su superficie helada hasta llegar a un pequeño collado donde un cartel indica los caminos que conducen al Peguera y al Mainera. Seguimos hacia el Peguera pero el estado deplorable de la nieve y la sombra amigable de la Luna nos conducen a cruzar el río que baja de los estanys de Peguera y a ganar, aunque penosamente, altura en dirección a la cresta de nuestra izquierda. Un enrrojecimiento brillante va tiñiendo el cielo detrás el Muntanyò y nos paramos a comer alguna cosa.
Es pronto y el día se presenta inmejorable pero hemos subido mucho y ahora nos espera un largo flanqueo si queremos llegar a encontrar el collado de Monastero – Peguera por lo que decidimos escalar por una canal de nieve y pedruscos hasta encontrar la cresta. Cuando la culminamos son las ocho el Sol ha subido a caballo de la cresta de les Maineres y las rocas cimeras del Monastero van cojiendo color mandarina. A nuestros pies duermen un plácido sueño todos los estanys de la cuenca del Estany Negre y el refugio que nos ha acogido mientras que la aguja con forma de avión de nuestra izquierda se presta por unos momentos a hacernos creer que somos escaladores y la cresta de nuestra derecha parece ofrecernos un paseo aéreo. La emprendemos contentos y superamos, normalmente por el lado del Mainera, las pequeñas pruebas que nos piden las cantiagudas rocas de granito esquistoso de la afilada cresta. Mientras, estamos embobalicados del dulce despertar de las montañas que nos depara el paseo y con una media hora conquistamos una primera cumbre de unos 2850 metros de altura de los cuatro que tiene el Saburó Inferior.
La pendiente es muy acusada por los dos lados y la cresta hasta el Saburó, más o menos horizontal en el primer tramo, baja a un collado a unos 2800 metros y se enfila, posteriormente, encrespada hasta el Tuc de Saburó que tiene 2911 metros y muy rota, a continuación, hasta el Peguera con sus 2982 metros siempre con clapas de nieve intercaladas y no ofrece aparentemente excesivas dificultades. Aún y así las apariencias engañan y los frecuentes flanqueos obligados por los dos lados con presas seguras aunque distantes al principio (II), un paso a superar por presión desaciéndose previamente de las mochilas y ganando altura con la altura del compañero que se hunde en la nieve justo antes de la última cumbre del Saburó Inferior (III) y cuatro o cinco flanqueos algo extraplomados con no muy buenas presas en la bajada (III) hacen que no lleguemos al collado hasta eso de las diez de la mañana.
Disfrutamos un rato del Sol precioso de esta mañana mientras nos ponemos crema solar en la cara y hacemos algo de sitio en las mochilas comiéndonos lo que llevamos. Éstas no son muy pesadas, aunque si son voluminosas, por la presencia de los sacos ya que la idea de bajar por Sant Maurici o la Valleta Seca nos hizo cargar con ellos.
Los ciento diez metros de desnivel que nos faltan se nos hizo interminables. Primero es una desgrimpada por una piedra húmeda e insegura hasta encontrar la nieve, de la vertiente del Mainera, el flanqueo de 8 a 10 metros por la deshecha nieve de una pala con un 65% de desnivel y el avance penoso por ésta hasta reencontrar la vertical y afilada cresta. Después son diversos flanqueos por la piedra-nieve del lado de Peguera (II) y el paso siguiente al filo de la cresta que nos hacen entretenernos y sufrir, ya que no llevamos cuerda, de forma tal que cuando alcanzamos una de las inclinadas cumbres del Saburó son ya las doce menos cuarto. Un mar de nubes cubre la parte baja de Cabdella pero las nevadas y afinadas crestas de los Muntanyò, Mainera, Subenuix, Peguera, Monastero y Encantats en primer término y de los macizos del Posets, Maladeta y Pica d’Estats un poco más lejos bajo el cielo azulísimo y presididos por un conjunto de estanys helados o líquidos nos invitan a una placentera estancia que sólo se ve molestada por el frío viento y el pensar lo que nos falta bajar.
Empezamos a perder altura en dirección al Peguera a eso de las doce y cuarto. Espantosas verticalidades nos convencen de no ir por el lado de Cabdella y la emprendemos, después de un flanqueo por la piedra mojada (II), primero por el lado de Peguera y después por las canales de nieve buscando en la medida que nos sea posible presas en la roca (pasos de IV) del lado de Capdella hasta que la cresta hace una ventana (una hora).
La bajada por pendientes de roca helada cubiertas sólo por una fina capa de nieve, mediante pequeñas y distantes presas en la roca mojada hasta encontrar la pala de nieve nos lleva casi otra hora por lo que nos hace definitivamente abandonar la idea de regresar por Sant Maurici a pesar de las esperanzas que habíamos puesto.
La nieve del trozo que nos queda no es tan pesada como nos hubiéramos presupuesto y sí que lo es, en cambio, la del trozo final entre los estanys de La Coveta y Tort al querer pasar el lomo por este lado cosa que nos representa un conjunto de desgrimpadas y rasguños mientras contemplamos los últimos rayos de luz del Sol dorando al Muntanyò. Llegamos finalmente a la presa del Estany Tort a las cinco y cuarto y al coche a las siete y cuarto después de unas 15 horas de larga y divertida caminata.
La noche nos va a deparar una saburo-sa cena, un pequeño susto y un montón de curvas que podemos tomarnos el lujo de cojerlas por la izquierda justo antes de llegar a la autopista y a Barcelona cuando ha pasado la una de un día plenamente saboreado.