Con la tormenta pisándonos los …. ones

ASCENSIÓN AL TUC DEL MULLERES (3016 m) PRIMER TRESMIL DE MI HIJO NÉSTOR.
13 de julio del 2003.
Intentar explicaros la alegría que tiene un padre que ve como su hijo de siete años sube por su propio pie a su primer tresmil es algo imposible para mí. Relataré un conjunto de emociones, pensamientos y experiencias de la excursión. Espero que a partir de ellas podais extraer esa inexplicable alegría que aún hoy siento en mi interior.
No sé qué me pasa últimamente. De verdad. Es un finde normal y corriente de verano como cualquier otro. Hace ya casi un par de meses que lo tengo reservado eso sí. Lo reservo porque el grupo de padres, madres y los hijos del Centre Excursionista de Banyoles, con los que salimos cada mes, tiene programada una excursión al Tuc del Mulleres. Es la «colla de pa xucat amb oli» … hablando en plata … nada que rascar … jejejeje … y estamos mentalizados de ello. Somos conscientes que con niños no se pueden hacer milagros en la montaña pero una vez al año nos sube la locura colectiva a la cabeza para intentar algo fuera de lo normal. ¿Fuera de lo normal? ¿El qué? … Subir un tresmil del Pirineo. Mi cuñada me lo ha dicho hoy …
– «Cuando me has dicho por teléfono que Néstor ha subido a un tresmil he pensado enseguida que no te había entendido bien … pero ¿seguro que habeis subido? … ¿sí?».
– «Sí», le contesto yo escueto y contundentemente.
En fin. La cuestión es que aún y tener el finde ocupado me habían propuesto otros tres planes alternativos todos ellos muy interesantes. Yo la verdad es que dudé hasta el último momento. Una decisión de este calibre me costaba mucho realizarla. Y para colmo la previsión meteorológica era totalmente mala: tormentas cada tarde. El viernes por la tarde intento hablar con mi hijo del tema. Intento hacerle comprender en su lenguaje lo que quiero saber …
– «¿Quieres subir a una montaña muy alta? ¿quieres venir a un sitio que sólo suben las personas mayores?», le pregunto yo.
– «¿Vendrán a la excursión Bernat y Grau?», me contesta con una pregunta rara y que me da la impresión que me está cambiando de tema.
– «Sí claro que irán», le digo yo perplejo.
– «Iupiiiiiiiiiiiiii».
Como comprendereis esta conversación demuestra que los niños tienen una mentalidad totalmente diferente a la nuestra. Hay que tener un chip especial para comprenderlos. Yo pensando en la dificultad de una empresa de este estilo y los problemas técnicos que van a aparecer. Él sólo quería saber si irían sus amigos para jugar con ellos. Estaba claro. Tenía que ponerme las pilas. Corriendo a las ocho de la tarde vamos al Decathlon. Compro una mochila de 80 litros para poder llevar todo el volumen de cosas que tendré que llevar, puesto que no puedo contar que el niño lleve absolutamente nada si quiero que realmente suba a la cumbre, y una cuerda de 15 metros para superar el tramo difícil de la excursión: la brecha final que da acceso al collado. Esa noche creo que hice una de las mochilas más dificiles de mi vida. Hacía muchos años que no me encontraba ante un reto de ese calibre. La verdad es que ir a dormir a las dos de la madrugada tuvo su recompensa puesto que no me falló absolutamente nada. Lo llevaba todo pensado y previsto. Creo que el éxito de esta excursión ya empezó en este momento de planificación. Por la noche continuaron los problemas. A Néstor le picó un mosquito justo en la planta de un pie y a mí me había salido una llaga también en la planta del pie. Una vez apliqué unos sencillos remedios caseros me fui a dormir realmente rendido.
Suena el despertador a las siete de la mañana. Mi aceleración va «in crescendo». Un buen termómetro para saber si le gusta algo a Néstor es ver la velocidad que tarda en vestirse por la mañana. Ver su rapidez me animó. Mientras preparo todos los bocadillos mi cabeza no deja de pensar en los futuros problemas. El primero que vamos a tener es que llegaremos a la boca del túnel de Viella y nos encontraremos que va a llover. No llevamos tienda porque hemos acordado hacer vivac. Al final pienso llevarme la furgoneta para que nos pueda servir de cobijo por la noche en el caso de que la lluvia sea persistente y no nos deje hacer vivac. Llamo a Josep.
– «¿Sabes que va a llover? ¿Qué haremos con la gente?», le digo yo preocupado.
– «Nada, tranquilo, yo conozco un refugio libre al lado del túnel», me contesta con su habitual despreocupación.
– «Vale, de acuerdo, pero yo me voy a llevar mi propio coche por si acaso», le digo yo no muy bien convencido.
– «Aaa, bueno, vale».
Ya en la puerta Néstor me dice que no quiere ir con la furgoneta porque en el viaje a Port Aventura de la semana anterior cuando llegó a marcar los 300.000 kilómetros se le bloqueó el cuentakilómetros y ahora él no sabe a que velocidad vamos … jejejeje … Pues nada. El niño manda. No voy a ser yo quien me pelee por una cosa así. Bien pensado si vamos en caravana mejor que lleve el coche que es algo más rápido que la furgoneta y no ralentice la marcha.
En el viaje no hubo problemas de ninguna clase. Sólo se oyeron quejas de la velocidad del primer coche puesto que el resto del grupo tenía problemas para seguirlo. El conductor se escudó diciendo que cuando iba con otros grupos era él el considerado lento pero la verdad es que esos argumentos no convencieron a nadie. En el portal de los Pirineos me llama PK al móvil. Su parte meteorológico: el viernes hubo tormenta de las cuatro a las nueve de la tarde en el macizo del Aneto y hoy sábado a las nueve de la mañana había aparecido un dubitativo y eficaz viento del norte que despejaba por completo el cielo. Eran buenas notícias sin lugar a dudas.
– «Este año parece que tienes un ángel de la suerte a tu lado», y me desea con cierta envidia ánimos.
Yo sé que la suerte no me la da ningún ángel me la da mi viejo piolet compañero de mil aventuras y que nunca me ha fallado en ningún tresmil. Tengo que reconocer que en esta excursión antes de salir de casa le he pedido suerte para mi hijo. He llegado a darle un beso para convencerle que la necesito. Una vez llegamos a la boca sur del túnel de Viella aparcamos el coche. Empezamos a comer. Preparamos las mochilas. Son casi las cuatro de la tarde. Empezamos a andar y … se oye el primer trueno. Hay tormenta en el macizo del Aneto. Está justo delante nuestro. Nos miramos los unos a los otros. Todos esperan algún comentario pero nadie lo hace. El paso era más dubitativo que nunca. Empiezan a caer las primeras gotas. Se oyen las primeras risitas. Rompo ese silencio y sentencio una solución convincente.
– «¿Y si nos ponemos a cubierto debajo de un árbol y esperamos tranquilamente que la tormenta termine?».
No fue ni necesario votar la propuesta puesto que su aceptación fue total. Una vez bajo los árboles cayó un chaparrón y al poco salió de nuevo el Sol. La mejoría no era total pero era convincente. Lo justo para acordar que continuamos la marcha. Nuestro objetivo es llegar al refugio metálico. El refugio es una pequeña construcción que permite pernoctar a seis personas en el mejor de los casos. Está muy estropeado todo pero van pasando los años y sigue aguantando.
El camino primero va por unos praderíos preciosos junto a unos meandros y luego sube una primera fuerte pendiente que supera una refrescante cascada. Luego la sensación de bochorno es muy acusada y se agradece una primera parada junto al curso del río antes de una segunda gran pendiente que conduce directamente hasta el rellano del refugio. Aprovechamos todos el descanso para merendar alguna cosa. Justo en ese instante llega hasta nosotros Mariona que baja junto con un grupo de amigos. Nos cuenta que han encontrado dificultades serias para llegar a la brecha y que sufren por un componente de su grupo que les parece que se ha accidentado en ese punto al descender un último nevero. La triste noticia se confirma más tarde. Vemos llegar un helicóptero de rescate y pronto sabemos más datos de lo sucedido. Resulta que al cruzar el nevero tuvo un resbalón que hizo que cayera por la pendiente de la nieve hasta chocar con las piedras y romperse un hombro aparte de una multitud de otras magulladuras. Espero y le deseo una pronta recuperación. También nos comenta que es una buena idea hacer una parte del recorrido hoy puesto que hacerlo todo de una sola tirada es francamente duro. Siete horas de subida desde el túnel no te las quita nadie. La cosa está en que hablando hablando no hemos mirado el cielo un rato y la cosa se ha puesto realmente fea. Pienso para mis adentros que esta vez vamos a pringar y de verdad. Josep no dice nada para no asustar pero sé perfectamente lo que está pensando. Pone la primera y se va lanzado al refugio para intentar reservar el máximo de sitio posible y poner bajo cubierto al máximo número de gente posible. Con nosotros van unos cuantos niños pequeños y nuestra intención es poderlos albergar en el refugio en el caso de que vayamos a tener una mala noche. Yo me quedo atrás cerrando la comitiva dispuesto a soportar el peor de los chaparrones posible. El mochilón que llevo no me permite poner una marcha más rápida. Llevo las cosas de dos. Néstor que había ido siempre entre los componentes del grupo o incluso disputando ir a la cabeza del grupo esta vez tiene un gesto que me conmociona. Ha visto que voy siempre detrás de la comitiva y decide esperarme para acompañarme. Se convierte, a partir de ahora, en un real compañero de infortunio tanto para lo bueno como para lo malo. La cuestión es que la suerte va a estar de nuestro lado y con un ligero remojón llegamos sin más novedades al refugio. Tres chicos de Barcelona nos ceden su sitio y van a plantar la tienda de campaña por los alrededores. No cabemos todos dentro pero los más pequeños sí van a poder dormir en su interior. Después de cambiarnos la ropa húmeda cenamos algo y acostamos a los más pequeños. Los que haremos vivac tenemos que esperar hasta pasadas las nueve de la noche. Deja de llover al fin y empieza a despejar gracias a un convencido viento que soluciona la cuestión en minutos. Pero conciliar el sueño será gracias al cansancio acumulado puesto que la imponente Luna llena que asoma en el horizonte va a dar una luminosidad ambiental increíble y molesta.

Los niños se encargan de tocar diana. Mientras, dos isards miran perplejos desde lo alto nuestras lentas evoluciones. Tres del grupo deciden no salir. El amanecer es de foto. Una cosa que me sorprende es ver sentado a mi hijo, abrigado y contemplando estupefacto ver salir al Sol. Una cosa tan habitual resulta que no lo había visto nunca. Comprendo que para un niño que está en una edad de aprender y ver cosas nuevas un espectáculo como este le sorprenda y le capte su atención.

Néstor no está muy convencido que digamos pero entre todos acordamos empezar la excursión y decidir si continuamos o no más adelante. Los ánimos nos los damos los unos a los otros. La marcha es rápida inicialmente y después de la primera parada Jordi se pone al frente del grupo con el objeto de marcar un ritmo más lento. El paso tranquilo nos va a conducir casi sin darnos cuenta hasta el pie del collado.

Llegan las dificultades. Hay un último nevero con mucha pendiente y luego una grimpada por una empinada brecha con pasos muy verticales, casi de segundo grado, para poder llegar al collado. Todos sabemos que en este sitio ayer hubo un accidentado. Ponemos precaución y sacamos la cuerda para encordar a todo nuestro grupo. Uno me comenta que aunque no sirve para casi nada confiere mucha seguridad. Es verdad. Delante nuestro hay un grupo de cuatro excursionistas. El que parece que hace de cabeza de grupo lleva una cuerda que la saca reluciente de la mochila y se la cuelga a la cabeza. Una chica de este grupo no se anima a pasar. No entiendo porque su compañero que lleva la cuerda no la utiliza para asegurarla. Para mí esto es incomprensible. Si no se lleva cuerda hay que aguantarse pero si se lleva una cuerda, francamente, colgarla al cuello es lo más inútil que me haya tirado a la cara nunca. Yo entiendo el ataque a una montaña como una labor de equipo y en estas situaciones hay que ayudar a los más indecisos encordándolos. Para evitar los accidentes hay que pecar de previsor y de prudencia. La cosa está en que ahora la gente va mucho por su lado y no está de moda ayudarse los unos a los otros en estas situaciones. Se luce los mejores materiales pero luego no se utilizan mas que para colgarlos a la cabeza o llevarlo dentro de la mochila. Es triste esto porque luego pasa lo que pasa y hay accidentes que se podrían evitar. Pero como el individualismo es lo que impera, aunque se vaya en grupo, la montaña seguirá pasando su factura de forma sistemática. Ahora me viene a la cabeza que hace cosa de un mes en la brecha Latour del Balaitous había también una travesía por un nevero similar y en menos de una hora llegué a ver a tres que cayeron nieve abajo con la fortuna que este nevero terminaba sin piedras en el final. Aún y así el día anterior el helicóptero no dio abasto sacando a la gente accidentada de ese lugar. En la montaña uno se debe encordar para asegurar al compañero y superar las dificultades conjuntamente. Yo creo que vale la pena arriesgar tu vida para conseguir un objetivo común. De todas formas es muy triste ver como ya no se arriesga nada por nadie y menos una vida por una montaña de media bofetada. Yo lo tengo muy claro. Antes de salir con gente que no piense como yo prefiero salir solo.
El trabajo en equipo hizo que todos subieramos sin problemas al collado. Más de un valiente en ese lugar estaba francamente asustado. El miedo se notaba en las caras de los mayores y los pequeños lo decían de palabra con su habitual espontaneidad. Y lo comprendo puesto que justo al otro lado del collado aparece brillante la magnífica cresta de Salenques que termina vertiginosa en la majestuosa cumbre del Aneto. La hilera de gente que lo sube por su glaciar nos sorprende a todos. Las vistas son espectaculares. Quedan pocos metros del collado a la cumbre que se hacen brincando de piedra en piedra fácilmente. Arriba estoy borracho de alegría. Poco a poco voy asumiendo la idea que mi hijo ha subido a su primer tresmil. Hablamos un poco. Me pregunta por el Everest. Le digo que desde aquí no se ve. Está un poco lejos aunque no sé por qué me viene a la cabeza llevármelo pronto de trekking al Nepal. Es una idea que la voy a madurar tranquilamente este verano de cara al mes de mayo del año que viene. La verdad es que yo tengo muchas ganas de ver el Everest y me gustaría mucho que me acompañara. Con su inocencia habitual me pregunta si la China está muy lejos.

– «Mira», le contesto yo, «si caminamos unos quince días igual como hoy podemos llegar a la China y ver al Everest, ¿te gustaría?», la idea ha nacido ya en una loca cabeza como la mía y ya veremos donde va a terminar.
La interesante conversación termina pronto. Le entra somnolencia y veo claramente que le empieza un inicio de «mal de muntanya». Tengo que bajarlo rápidamente. Hacemos la foto y me voy corriendo montaña abajo cojidos de la mano. Al pasar por la segunda cumbre nos felicitan por el éxito y le regalan una chuche de azúcar que lo reanima un poco. Poco tardamos en llegar al collado donde nos reagrupamos todos de nuevo para enfrentarnos de nuevo a las dificultades juntos. No encontramos el inicio de la brecha pero al final lo encontramos. Uno tras otro nos descolgamos por el tramo vertical y al llegar al nevero nos encordamos otra vez. Llega la alegría cuando terminamos de superar todos la nieve.
Bajamos muy rápidos a la primera agua donde hacemos un merecido descanso y empezamos a mirar el reloj. Nos queda superar una última dificultad: la tormenta de las cuatro de la tarde. Los cálculos no son muy halagüeños. Llegaremos a eso de las cinco al coche. No podemos perder mucho tiempo. Hay que descender tan rápido como nos lo permitan las rodillas. La bajada pasa sin muchos incidentes. Creo que estamos mentalizados para aguantar la tormenta gracias a la gran alegría que tenemos por haber subido arriba del Tuc del Mulleres. Esta vez la suerte nos va a acompañar de nuevo. Llegamos al coche que ya cae una lluvia contínua pero no muy intensa. Nos hemos librado por los pelos una vez más. Nos despedimos cuando tenemos en nuestros estómagos unos bocadillos alucinantes que nos comemos en el Pont de Suert. A eso de media noche llegamos a Girona.
Creo que esta excursión ha impactado mucho al niño. Lo digo porque tiempo después saca algún tema de conversación relativo a la misma. Me pregunta cuantos metros tiene la montaña. Me pregunta por la persona accidentada en la nieve y porque no puso los pies para frenarse. Me pregunta por la comida de los isards puesto que los vio arriba en las peñas cuando la hierba estaba muy abajo. Le sorprende que mis amigos lo llamen por teléfono para felicitarlo por la hazaña que ha realizado. Y lo más importante, creo, es que yo, a partir de ahora, tengo que pensar en que mi hijo ha dejado de ser un niño pequeño para empezar a ser un adulto y tengo que empezar a tratarlo como tal. ¿Ha nacido un montañero? Me gustaría, claro. Y deseo que si es así sea una persona respetuosa con la montaña y la Naturaleza. Y deseo que aprenda que si esta vez la montaña nos ha dejado subir otras habrá que no nos va a dejar hacerlo. Y deseo que aprenda a ser un compañero de cuerda leal. Y deseo que si un componente de la cordada resbala hay al otro lado un piolet bien clavado asegurando la caída. Y deseo que si por cualquier motivo el piolet no aguanta que vale la pena dar una vida a cambio de intentar conseguir un objetivo pétreo e inútil en común. Y deseo que vea muchos preciosos amaneceres esperando el calor del Sol naciente …
¡¡¡¡¡ FELICIDADES POR TU PRIMER TRESMIL Y QUE SUBAS MUCHÍSIMOS MÁS !!!!!
Datos GPS de los puntos clave de la ruta por el túnel de Viella
Aparcamiento túnel de Viella 31T 316574 4722036 1626
refugio metálico del Mulleres 31T 313064 4722274 2404
Tuc del Mulleres 31T 311379 4722433 3016
© Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.003.

Pedraforca, victoria inesperada

Una excursión realizada el 30 de enero de 1977.
La cosa tiene su interés. Lo cierto es que no pensaba salir de excursión. Tengo que agradecer a mi buen amigo Miguel que llamara y que, aunque no estuviera en casa, tuviera la valentía de decir un nombre que por sí mismo ya eleva los ánimos y da ganas de desperezarse.
Sábado. El día es espléndido, el viento más bien frío, los ánimos elevados. A las cuatro cuarenta y cinco salen de Girona. En la subida de los Tres Pins el coche no pierde velocidad, preludio de seguridad. Serra Cavallera está blanca por la nieve y las nubes rojizas por el viento. Sant Pau de Seguries respira aires de fiesta aunque un hombre de piel morena y arrugada afirma con un pesar muy elocuente que sopla la tramontana de Núria mientras la gente pasa el frío y alegra el corazón bailando sardanas de finas notas. Los compases de este baile que llevamos tan adentro hacen estremecerse de gozo mis entrañas que se quieren calentar tanto del frío de los pies como del frío de patria. Pero tengo las manos ocupadas de un líquido que también calienta y la espera se me hace larga con tantos deseos y tantas llamas que queman.
Llega Cayetano con aires de superioridad: cuanto más altos más aires. Coches lentos que hacen aminorar la marcha y vómitos molestos la hacen parar: tantas curvas remueven cualquier estómago. Lo aprovechamos para hacer un tentenpié y un traguito de vino. Un corazón contento entona canciones de una voz universal y muy pronto el coche se convierte en un coro. Nos acompañan los estratos que van siguiendo la carretera, ahora casi verticales y agudos, ahora tumbados y bajos. En la Pobla de Lillet la benemérita se calienta en un «foc» (fuego) y el chofer celebra las curvas superadas con un buen «toc» (traguito de vino…). Guardiola guarda al lado de la carretera una obra de aquellas que no pasan. Nosotros sí que pasamos un autocar que va hacia Saldes y cuando alzamos los ojos al cielo vemos alzarse al Pedraforca: «la gloria sube por los caminos angostos» (Ovidio) que nos predice a los corazones temerosos y a aquella alma que sufre lo que ha predicho «la técnica del amor está en conservarlo» delante del adversario más cruel.
Todo el pueblo de Saldes está nevado y los campos parecen camas con la cabecera del Pedraforca sugeriendo un estilo de lo más puro y natural. Las calles de Saldes son una «penca» de hielo aunque la fuente sigue manando: el manantial no se ha perdido, la sangre aún corre…
Son las ocho y media. Mientras cenamos la vista se nos va hacia la tele (Nota del traductor: todavía me acuerdo de la película que vimos… «El Planeta de los Simios»). Finalmente encontramos posada para dormir pero parece aún más difícil el Pollegó que nos vaticina un hombre del pueblo que no lo subiremos. Suarez, este señor que parece muy amable con los catalanes y al que la oposición lo califica de «hombre de buena voluntad», también vaticina que las minorías terroristas no impedirán el paso hacia la democracia si nosotros la queremos de verdad. Pero recordemos que Carter ya patinó el primer día y nosotros llevamos crampones para preveerlo.
Antes de dormir nuestros cantos y sonidos vocales caldean la habitación. Con el objeto de que la música sea más armónica le damos un chupete a Cayetano para que recuerde que también ha sido niño.
Son las seis y media: ya suena el despertador. Cuando salimos a la calle no falta ni una estrella ni la Luna. Los cristales del coche están helados y la carretera también. Estamos más rato para hacer mover el coche tres metros que lo que hemos tardado en llegar hasta aquí. Mientras unos ponen las cadenas otros ya se ponen los crampones. Empezamos a andar a eso de las ocho y media. El Sol ya ilumina las paredes del Pollegó Inferior y va aclarando los horizontes. Dejamos la carretera y seguimos por el camino del bosque. El día va mejorando y tenemos que quitarnos ropa. Al abandonar los árboles el camino se hace más pesado la nieve se hunde y los ánimos desaparecen.
Desayunamos en unas rocas: el bacon hace su efecto y cambia de dirección. PK pide una naranja y Jaume se la da amablemente. En un vuelo más preciso la mermelada va a caer sobre la nieve.

Seguimos hacia arriba. El camino está marcado y se sube bien. De vez en cuando una ventada nos hace girar la cara. Un árbol seco y muy decorativo se levanta valiente por encima de unas peñas y un pino pequeño y robusto sale del medio de la nieve. Mirando hacia atrás aparte de la pendiente podemos admirar el Berguedà cubierto de nieblas y las cercanías de Saldes nevadas. El último trozo de la Enforcadura está helado y una naranja ayuda a remojar el estómago. Son las once y media.

Después nos encontramos unos que vienen por Gòsol ese pueblecito agrupado encima de un montículo y todo blanco. La última subida se ha de hacer por turnos y el último espolón con las manos y los pies procurando no acercarse mucho a la cornisa. Llegamos arriba a la una menos cuarto. Hace viento. Nos encordamos. Nos vamos. Ya estamos en Saldes. Encontramos conocidos montañeros de Badalona. En Ripoll hay caravana. Gracias por todo, Miguel, la montaña es nuestra.

© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.

La aventura de «les Fires»

30 de octubre de 1.975.
Son las nueve y diez de la mañana. Es Sant Narcís (la fiesta local de la ciudad de Girona). El Toika todavía está cerrado. Vamos a tomar café al Saratoga. Salimos con una hora de retraso. Barcelona la cruzamos por la calle Aragón y nos embarcamos por la ruta de los camiones. Quedamos que nos encontraríamos a la salida de Barcelona para hacer un cambio de conductores. Albert no se para y, además, se pasa la salida de Martorell y de Sant Sadurní de largo. Sale de la autopista, finalmente, por Vilafranca. Pasamos por Sant Quintí y en La Panadella nos encontramos con el Sr. Antoni A. que ha salido una hora más tarde que nosotros de Girona. Son las doce y decidimos variar el plan de ir a Ordesa para encaminarnos hacia el túnel de Viella. Comemos en la Pobla de Segur, en la cantina de la estación, y podemos comprobar algunos arreglos en la subida al coll de Perves con sus 14 paellas. En la bajada del coll de Viu el milquinientos hace algunas falsas explosiones aunque logra llegar al Pont de Suert. Allí los niños salen de la escuela, dando y esparciendo por el pueblo esta alegría infantil que todo lo invade. Pedro P. juega con el perro del Auto Control. Compramos aceite y coñac. No arreglan casi nada pero podemos llegar hasta el túnel. Oscurece. El refugio del lado de la carretera está cerrado. Un poco más arriba distinguimos unas casas. Subimos por la carretera y con sólo mirar las puertas éstas se abren. Vemos una luz y se oye alguien que habla. Una mujer nos atiende muy bien. Nos dice que podemos dormir allí en el pajar de enfrente que nos lo enseña. Este pajar tiene la cualidad de tener luz eléctrica …
Nos disponemos a hacer la cena: sopa, salchichas que salpican de mala manera hasta el extremo de tocarme el ojo, costillas, tortillas, huevos, vino, … ¿qué más quereis? Mientas tanto organizamos la comida y provisiones para la excursión de mañana. Objetivo: el Tuc de Mulleres (3010 m), tercer intento. La noche es fría pero se está bien.
Hoy es jueves. El día, mejor dicho, la noche es buena. Algunas estrellas cubren la bóveda del cielo. Con las luces el túnel toma un color rojo y enfrente se abre el valle que hemos de recorrer.
El primer problema, como siempre, es cruzar el río. El Noguera Ribagorçana que precisamente nace bajo el Mulleres. Casi no hay Luna y las pilas hacen poca luz. Al cruzarlo Quim B. deja volar la linterna y va a parar al río.
Por el bosque hemos de vigilar las ramas que por menos de dos reales te rascan la nariz. Después la subida se hace más tranquila.
Hemos de cruzar unas cuantas veces el río. El camino está marcado con montoncitos de piedras. Hacemos. Hacen. Un pequeño pica pica i después MP y yo nos metemos por una canal que hemos de salvar todo lo que sobresale con difíciles maniobras. El camino va subiendo mientras sale el Sol que hoy tiene un tono rojizo. Pero de repente se alegra nuestro corazón cuando vemos brillar por encima de unas peñas el refugio del Mulleres, situado a 2160 metros y que lo inauguraron el día que subí al Besiberri Nord. Es metálico, tiene unas literas a cada lado y una mesita con provisiones. A un lado de la puerta el botiquín y en el otro el libro registro. No hay agua por lo que hay que deshacer un poco el camino recorrido para obtenerla.
Pedro P., Cayetano I. y Quim B. se quedan en el refugio. Los demás seguimos y pronto se maravillan nuestros ojos cuando se nos aparece una ristra de tres lagos helados. Más arriba todavía hay otro. El día es bueno y no se ve difícil la cosa. Vendrán pronto las dudas y a medida que subimos no sabemos si es el pico de la derecha o el de la izquierda. Albert va hacia el de la izquierda. PK, y más tarde los demás, hacia la derecha. Pero vamos equivocados. Bajamos un poco y, viendo que la pala de nieve es un poco empinada, nos calzamos los crampones. Hoy los estrena un servidor. Nos encordamos. Se quedan MP y Lluís B. Por unos momentos el hielo se endurece y no hace mucha gracia la pendiente de nieve que dejamos atrás.
Dejamos los crampones y la cuerda en unas rocas y con un poco de cuidado llegamos al collado: el panorama es magnífico.
Arriba sopla por unos momentos el viento que no nos estorba para poder mirar el macizo de la Maladeta que se extiende delante nuestro: Russell, Tempestades, Aneto, Maladeta, Punta Astorg, Alba, Forcanada, Bessiberris, Coma lo Forno, Montarto, Cap de Toro y los estanys Tort, del Mulleres, Barrancs, etc. Abajo nuestros compañeros. Son las doce y hace siete horas que hemos salido del túnel que se divisa al fondo del valle.
Al bajar por las piedras hay que mirar por donde se ponen los pies. La nieve se hunde. Llegamos al refugio y pensando encontrar comida resulta que no queda nada. Unos se adelantan y van a Viella a telefonear, los demás «xino-xano» bajamos mientras PK nos recuerda los intentos anteriores que ya son historia.
En el túnel comemos un poco y nos vamos a Viella. A la salida de túnel nos para la Guardia Civil. El coche sigue haciendo puf-puf.
Al anochecer el valle se llena de penumbras y parece que las montañas estén de duelo. De duelo porque el día ha muerto. Cenamos en el pajar: las espinacas son deliciosas y no lo son menos las butifarras. Cuando llega la hora de hacer algo de tertulia todo el mundo tiene sueño: es que el día ha sido un poco pesado. Es justo el momento para meditar lo absurdo que es subir montañas. Lo absurdo que para aquellos que lo sienten de veras estar en la Naturaleza se convierte en un privilegio y en una satisfacción como ninguna otra en el mundo: es el premio de un sacrificio que el que no lo ha realizado no lo puede gozar.
No tarda en aparecer un gato por la ventana. Al día siguiente encontramos a faltar alguna cosa y es que el gato se lo ha comido. Fuera parece que nieva. El Mulleres está cubierto de nieblas. El agua es fría y los platos no se limpian de ninguna forma.
Me había olvidado decir que ayer, cuando llegamos, la gente ya estaba durmiendo y nos dieron la excusa de que se pensaban que cenaríamos en Viella. Hoy hacen buen papel. También podemos ver cómo cargan los grandes troncos de pino y haya justo al lado del túnel.
Poco después de iniciar la bajada el coche ya falla. Lo hemos de apretar subiéndonos en él a la carrera. Repetimos, de vez en cuando, las maniobras hasta Bono. Entramos en un túnel con las luces apagadas y, pensando que ya no se abrirán, salimos con las luces encendidas. Encontramos un coche de la policía. Eso no es nada si pensamos que después de parar un rato y volver a arrancar nos encontramos a cuatro seguidos que, por suerte, no nos ponen ninguna multa. Mientras PK ha bajado al Pont de Suert a buscar un mecánico. Han sido momentos de nerviosismo y de intranquilidad para él. Después con el Mehari bajamos todos a comer a «El Cortijo». Nos arreglan el coche justo antes de empezar a llover y nos dirijimos hacia Graus por la carretera que inauguraron el domingo pasado. Antes nos para la policía y resulta que el Mehari no lleva el seguro al día. Peor es el otro coche que lleva matrícula de Cáceres, el propietario es de Palafrugell, el conductor de Tarragona y reside en Girona. Pasamos una serie de túneles abiertos por los acantilados del río Isábena y que al final se encuentra el monasterio de Obarra.
En Graus no está el padre de MP. Le telefoneamos y nos dice que no ha podido venir. Nos dirijimos hacia Benasque pero nos quedamos en Campo a dormir. La gente del pueblo son muy abiertos y tienen el Turbón como un gran tesoro. Lástima que el sábado amanece lloviendo y en vistas del mal tiempo regresamos.
Comemos en Alfarràs guardando el recuerdo de lo que hemos visto y nos encontramos a Pep B. un chico de Sabadell que vive en París.
Pasando por el túnel del Brucs me viene a la mente el recuerdo de aquel otro túnel gracias a él una comarca muerta como era la vall d’Aran ha cobrado nueva vida y hemos podido subir al Tuc de Mulleres. Los recuerdos de la montaña nunca se olvidan …
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.000.