El Saburó o el largo saboreo del Sol y la Luna

Había sido un mal año en el aspecto montañero y la verdad es que no lo queríamos terminar sin un tresmil o una montaña de cierto carácter que sirviera, a la vez, para sellar la mayoría de edad de Robert y probar todos la montaña invernal.
Es por esto que cuando tomó forma la idea de ir al Peguera haciendo noche en el Josep Mª Blanc en la noche de Luna nueva del mes de noviembre no fueron suficientes para minorar nuestros ánimos ni para evitar que nos pusiéramos las mochilas en las espaldas y bajar las escaleras ni el timbrazo del despertador ni las pequeñas nubes que se distinguían a través de la ventana.
En las escaleras del metro se hacían adelantamientos peligrosos y arriesgados y contaba mentalmente la cantidad de minutos que faltaban para empezar el trabajo.
Los autocares de la Alsina Graells que íbamos dejando atrás iban llenos de corazones que buscaban sus orígenes en su tierra natal y los estrechos aparcamientos del Pas de Terradets se llenaban de utilitarios mientras sus ocupantes se disponían a abrirse paso en la vertical pared hasta reencontrarse de nuevo con la luz.
En la salida del Pas de Collegats, la carretera y los campos todavía eran blancos por la helada y las vacas de Llavorsí, igual que los machos de Espot con sus atuendos, justo salían del pueblo cuando iba a ser justo el medio día. Todos tienen su horario.
Informados del «status-quo» característico, dejamos el coche al inicio del Parque y enfilamos la pista del Estany Negre. Les Agudes van emergiendo, desafiantes y esbeltas, detrás de nuestras espaldas y nos invitan a tomar aliento para que las contemplemos mientras que delante nuestro nos ofrece un amplio deleite los lomos de nuestras montañas fronterizas con Andorra y el Pallars que el Sol bajo va pintando … La canal que nos sorprende al girar una curva pronto desaparece bajo el camino y éste se viste de nieve y de hielo.
Tres horas de agradable andar nos llevan hasta el refugio justo para gozar con los últimos rayos solares de la visión del gran circo de montañas que desde este espléndido mirador se domina.
Nos damos prisa para ponernos los jerseys y hacer la única comida completa del día aprovechando las últimas luces y hacer algo de fuego.
Pronto nos damos cuenta que, a pesar de la soledad del sitio no estamos totalment huérfanos, se va abriendo paso en el ancho cielo y en nuestra estancia una Luna clara y redonda que enamora y en su luz vemos proyectarse nuestros cuerpos en la nieve, lucir las montañas del valle como si se tratara del mismísimo Sol y proyectarse en los cristales del refugio la llama del fuego quemando el hielo del estanque. Con estas imágenes de encantamientos nos sumergimos en la rojiza superfície de nuestros sacos cuando los relojes marcan las ocho y cuarto preveyendo el largo día que nos espera.
Cuando el despertador y sus manecillas marcan las tres y cuarto la Luna sigue brillando y el aire no tiene la frescura de ayer.
Recogida la casa y calentado el estómago con un buen vaso de leche vamos a cruzar el río por debajo de la presa del Estany de la Cabana no sin antes haber aguantado más de una que otra hundida en la nieve. Para bordear este estany lo hacemos a cierta altura lo que nos va a obligar a realizar alguna desgrimpada y seguir después a medio aire el promontorio rocoso que se endereza por encima de la Coveta hasta un torrente que nos llevará a un estany sin nombre situado entre los dos brazos de cresta que se desprenden del Monastero. Con tantas subidas y bajadas pasamos mucho tiempo y en realidad no hemos ganado, prácticamente, nada de altura aparte de perder un poco la referencia del lugar exacto en el que estamos hasta el punto que confundimos el Saburó Inferior, que está desafiante delante nuestro, con el Peguera Inferior que queda mucho más allá y que ahora no lo vemos.
Cruzamos el estany mencionado por el medio de su superficie helada hasta llegar a un pequeño collado donde un cartel indica los caminos que conducen al Peguera y al Mainera. Seguimos hacia el Peguera pero el estado deplorable de la nieve y la sombra amigable de la Luna nos conducen a cruzar el río que baja de los estanys de Peguera y a ganar, aunque penosamente, altura en dirección a la cresta de nuestra izquierda. Un enrrojecimiento brillante va tiñiendo el cielo detrás el Muntanyò y nos paramos a comer alguna cosa.
Es pronto y el día se presenta inmejorable pero hemos subido mucho y ahora nos espera un largo flanqueo si queremos llegar a encontrar el collado de Monastero – Peguera por lo que decidimos escalar por una canal de nieve y pedruscos hasta encontrar la cresta. Cuando la culminamos son las ocho el Sol ha subido a caballo de la cresta de les Maineres y las rocas cimeras del Monastero van cojiendo color mandarina. A nuestros pies duermen un plácido sueño todos los estanys de la cuenca del Estany Negre y el refugio que nos ha acogido mientras que la aguja con forma de avión de nuestra izquierda se presta por unos momentos a hacernos creer que somos escaladores y la cresta de nuestra derecha parece ofrecernos un paseo aéreo. La emprendemos contentos y superamos, normalmente por el lado del Mainera, las pequeñas pruebas que nos piden las cantiagudas rocas de granito esquistoso de la afilada cresta. Mientras, estamos embobalicados del dulce despertar de las montañas que nos depara el paseo y con una media hora conquistamos una primera cumbre de unos 2850 metros de altura de los cuatro que tiene el Saburó Inferior.
La pendiente es muy acusada por los dos lados y la cresta hasta el Saburó, más o menos horizontal en el primer tramo, baja a un collado a unos 2800 metros y se enfila, posteriormente, encrespada hasta el Tuc de Saburó que tiene 2911 metros y muy rota, a continuación, hasta el Peguera con sus 2982 metros siempre con clapas de nieve intercaladas y no ofrece aparentemente excesivas dificultades. Aún y así las apariencias engañan y los frecuentes flanqueos obligados por los dos lados con presas seguras aunque distantes al principio (II), un paso a superar por presión desaciéndose previamente de las mochilas y ganando altura con la altura del compañero que se hunde en la nieve justo antes de la última cumbre del Saburó Inferior (III) y cuatro o cinco flanqueos algo extraplomados con no muy buenas presas en la bajada (III) hacen que no lleguemos al collado hasta eso de las diez de la mañana.
Disfrutamos un rato del Sol precioso de esta mañana mientras nos ponemos crema solar en la cara y hacemos algo de sitio en las mochilas comiéndonos lo que llevamos. Éstas no son muy pesadas, aunque si son voluminosas, por la presencia de los sacos ya que la idea de bajar por Sant Maurici o la Valleta Seca nos hizo cargar con ellos.
Los ciento diez metros de desnivel que nos faltan se nos hizo interminables. Primero es una desgrimpada por una piedra húmeda e insegura hasta encontrar la nieve, de la vertiente del Mainera, el flanqueo de 8 a 10 metros por la deshecha nieve de una pala con un 65% de desnivel y el avance penoso por ésta hasta reencontrar la vertical y afilada cresta. Después son diversos flanqueos por la piedra-nieve del lado de Peguera (II) y el paso siguiente al filo de la cresta que nos hacen entretenernos y sufrir, ya que no llevamos cuerda, de forma tal que cuando alcanzamos una de las inclinadas cumbres del Saburó son ya las doce menos cuarto. Un mar de nubes cubre la parte baja de Cabdella pero las nevadas y afinadas crestas de los Muntanyò, Mainera, Subenuix, Peguera, Monastero y Encantats en primer término y de los macizos del Posets, Maladeta y Pica d’Estats un poco más lejos bajo el cielo azulísimo y presididos por un conjunto de estanys helados o líquidos nos invitan a una placentera estancia que sólo se ve molestada por el frío viento y el pensar lo que nos falta bajar.
Empezamos a perder altura en dirección al Peguera a eso de las doce y cuarto. Espantosas verticalidades nos convencen de no ir por el lado de Cabdella y la emprendemos, después de un flanqueo por la piedra mojada (II), primero por el lado de Peguera y después por las canales de nieve buscando en la medida que nos sea posible presas en la roca (pasos de IV) del lado de Capdella hasta que la cresta hace una ventana (una hora).
La bajada por pendientes de roca helada cubiertas sólo por una fina capa de nieve, mediante pequeñas y distantes presas en la roca mojada hasta encontrar la pala de nieve nos lleva casi otra hora por lo que nos hace definitivamente abandonar la idea de regresar por Sant Maurici a pesar de las esperanzas que habíamos puesto.
La nieve del trozo que nos queda no es tan pesada como nos hubiéramos presupuesto y sí que lo es, en cambio, la del trozo final entre los estanys de La Coveta y Tort al querer pasar el lomo por este lado cosa que nos representa un conjunto de desgrimpadas y rasguños mientras contemplamos los últimos rayos de luz del Sol dorando al Muntanyò. Llegamos finalmente a la presa del Estany Tort a las cinco y cuarto y al coche a las siete y cuarto después de unas 15 horas de larga y divertida caminata.
La noche nos va a deparar una saburo-sa cena, un pequeño susto y un montón de curvas que podemos tomarnos el lujo de cojerlas por la izquierda justo antes de llegar a la autopista y a Barcelona cuando ha pasado la una de un día plenamente saboreado.
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002

Pentecostés: la dificultad de unos nombres

6 de junio de 1.976.
El afán de subir montañas y disfrutar de la belleza y la paz que reinan en las alturas nunca se acaba por lo que los mismos de la excursión a los estanys de la Pera decidimos ir a Viadós. El fin: conocer la zona y desgranar posibilidades a la vez que realizamos trámites burocráticos para preparar el campamento de verano.
Salimos el sábado a las doce y media del mediodía. Pasamos por Sabadell y Terrassa y a las dos y veinte estamos en Alella. Comemos rodeados de camioneros, estos hombres que han de tener más paciencia y prudencia que el resto de los conductores, y a las tres y cuarto salimos. Pasamos por Tàrrega a las cuatro y media; el trigo ya va amarilleando y los recolectores ya estan preparados para empezar su trabajo. Por Balaguer pasamos a las cinco menos cinco y por Graus a las seis y cinco. Entre Alfarràs y Benabarre encontramos guardias civiles y policías que esperan a la «Vuelta ciclista de Aragón». A las seis menos diez estamos en Ainsa, capital del Sobrarbe. Hay gente francesa y chicos con los bolsillos rotos. Compramos algo y podemos admirar ya el maravilloso panorama que ofrecen las «Tres Sorores» manchadas de nieve. Salimos a las siete y cuarto y hemos de seguir un buen rato a un rebaño transhumante con dos pastores tostados por el Sol y dos perros que van muy a la idea. A nuestra derecha la Peña Montañesa corta el horizonte con sus paredes imponentes. La carretera, que primero sigue el Cinca por un amplio valle, bordea después el Cinqueta horneada entre acantilados muy pintorescos. Después de Saravillo hay unos cuantos túneles y el pueblo de Plan. Son las ocho. El día es bonito y no hace mucho frío.
Ascendemos por sus empinados y empedradas calles. Un bonito y escultural portal del siglo XVII recuerda que fue importante en otros tiempos. La iglesia, románica de tres naves, se conserva en su estado primitivo aunque se la ha emblanquinado. La gran pila baptismal es lo más destacable del conjunto. Encontramos al sacerdote que nos acompaña hasta el Ayuntamiento. El secretario nos dice que no tendremos problemas y poco a poco nos apercatamos del carácter amigable de estas gentes. Bajamos por una calle estrecha como lo son todas y que ésta lo es aún más al tener una bala de paja en el medio. Salimos de Plan a las nueve menos diez.
La pista de Viadós, que deja San Juan de Plan a la derecha y Gistaín a la izquierda, es notablemente estrecha. Encontramos un Dodge y dos hombres montados sobre sus mulas con una bonita piel como ensilladura. Bordas y prados por todos los lados. Nos equivocamos de pista y nos damos cuenta de ello cuando el coche se para debido a la gran pendiente. Grandes máquinas cortan los pinos de largos y grosores también considerables. Bajamos hasta encontrar la buena senda que llega al campamento de la Virgen Blanca. Un paraje maravilloso con un edificio que desentona un poco, algunas tiendas y un pastor que nos indica el camino a Tabernés. La carretera empeora por momentos. En el refugio hay un grupo de nueve excursionistas de Badalona que ya se disponían a dormir puesto que mañana quieren hacer faena al igual que nosotros. El fuego tira que es una alegría. Comemos un poco y nos ensobramos. Hay algunas nubes por la zona de los Eristes. Hace viento.
A las cuatro de la mañana ya hay quien madruga. No tardamos en hacerlo los demás puesto que todos queremos ir al Gran Bachimala (Bichomalo, Machimalo o Schrader): en realidad nadie sabe como se pronuncia. A las cinco salimos. Cruzamos el río y subimos por el lado izquierdo del bosque. Encontramos la cabaña de Culrueba y a las seis menos cuarto cruzamos un puente que se menea para ascender seguidamente por el valle de la Señal de Viadós. A las seis y media encontramos una cabaña. Aparecen detrás nuestro los Batoua con algunas pronunciadas canales de hielo. El ritmo es muy fuerte, y la subida también, y algunos expedicionarios se retrasan un poco. «¡Pedro!» exclama algien; «¡Sra. Rotenmeier!» otro; «¡que viene copito de nieve!» contestan … por lo que parece que estemos con Heidi en sus montañas. Mientras se reagrupan comemos un poco para reponer fuerzas y emprender la gran pala de nieve, en excelente estado, que se cierne ante nosotros. Después de un pequeño corte que me hice con unas piedras y un «picnic basket» son las ocho y cinco.
Ya se empieza a dominar un buen panorama hacia la cresta de las Espadas y al Monte Perdido y el Marboré. El cansancio ya pesa un poco sobre nuestras piernas pero el humor, los ánimos y el optimismo que el día facilita nos empujan a continuar. Nos ponemos los crampones y subimos por otra pala de nieve, está un poco más dura pero de mejor calidad, hasta la cresta del Sabre. El panorama es maravilloso: delante se levanta imponente y señorial el Posets, con la canal Jean Arlaud y la afilada cresta de las Espadas, hacia el sur el Llardana, Bagüeñola y Eristes. La Punta Suelza, los Batouas, las «Tres Sorores», el Vignemale y la Munia por aquí; el Gourgs Blancs, el Clarabide y el Perdiguero, aparte de numerosas montañas francesas, por allá.
Descansamos un poco. Nos quitamos los crampones y mientras llegan los más retrasados haciendo un último esfuerzo los otros los animan a hacer la cresta que si bien no muestra una dificultad aparente si que infunde un cierto respeto ya que en el lugar de las losas hay piedras sueltas, no muy seguras y la pendiente es considerable en el caso de resbalar. No faltan las siempre agradecidas recomendaciones de que «no falten los tres puntos de apoyo» y «rodillas no» que los que tienen experiencia no se han de cansar de repetir a los que no la tienen en demasía o, aclaparados, resulta que se olvidan. La seguridad es un todo y en las alturas no hay que apresurarse nunca ya que las consecuencias pueden ser negativas. El humor no falta y como el día es bueno no hay prisa.
Baja alguna que otra piedra y a veces hay que desviarse para no encontrársela. Pasamos por una canal marcadamente abierta al vacío. Algunas piedras heladas. Reposamos otro tanto. Alguien dice que ya estamos arriba pero, en realidad, están más las ganas que no quien lo dice aunque ya no tardaremos mucho en llegar.
Desde la Punta del Sabre (3136 m) se domina prácticamente el mismo panorama descrito desde el collado. También se distingue claramente el Pico de Alba, la Maladeta, el Aneto, los Bessiberris y con un poco de esfuerzo la Pica d’Estats. El día es maravilloso. No hace mucho viento. Sólo a unos pasos podemos encontrar la cresta que nos conducirá al Gran Bachimala (3177 m). La cresta es bastante afilada y en algunos lugares hay que tener cuidado con la nieve. Hay que franquear algunas rocas por su costado y en otras cogerse bien fuerte. Incluso hay que subirse a caballo de una y hacer un pequeño saltito. La prudencia nos hace ponernos otra vez los crampones con el objeto de cruzar un pequeño collado nevado que no tiene un peligro en sí sino porque la pala tiene una pendiente acentuada y si bajas no hay quien te recoja. Otros lo pasan sin crampones y siguiendo las pisadas porque el que conduce a los badaloninos parece querer desafiar el peligro y hacer así, evidente, su experiencia olvidándose que cuando uno se acerca demasiado al fuego se quema. Esta montaña se ha cobrado ya al menos tres víctimas y no querríamos ser nosotros las siguientes.
Gran Bachimala, Machimala, Schrader, Pétard o «Bichomalo» en la versión de Albert un nombre marcadamente aragonés y que realmente es difícil de pronunciar tanto o más que de subirlo. La satisfacción es grande: dos de los expedicionarios han hecho por primera vez un tres mil, y … ¡vaya 3000!, y … por ¡partida doble!! Unas fotografías, limonada, azúcar, almendras, queso. Alegría y cansancio juntos son una aparente antinomia pero real en la montaña y en la vida. Lo que vale cuesta y lo que cuesta da alegría porque eleva la vida y nos mueve a ser agradecidos. Ha sido una victoria de todos y lo celebramos más que nunca. Hemos llegado a las doce y media. Cuando salimos es la una. Dos de los expedicionarios más valientes que los demás siguen la cresta hasta la Punta Ledormeur y el Pequeño Bachimala mientras los demás emprendemos la bajada.
Primero seguimos la cresta nevada y afilada. Después bajamos por las piedras y por las largas palas de nieve que están en perfecto estado. Pasamos una de más dura y después superamos unas piedras con cuidado. Paramos al lado del río y nos refrescamos un poco a la vez que comemos alguna cosilla. Ahora ya por el mismo camino de la ida regresamos al refugio al que llegamos a eso de las cuatro. Hace Sol. Da gusto estirarse sobre la hierba después de una excursión de estas magnitudes. El objetivo ha sido cubierto ampliamente.
Cuando nos vamos llegan los que habían continuado por la cresta. El camino hoy parece que está en peores condiciones que ayer. En Plan encontramos al secretario y al cura. Comemos un poco y plantamos la tienda junto al campo de fútbol. La iglesia de San Juan de Plan está menos bien conservada pero la pila baptismal es más bonita que la de Plan. Los niños del pueblo tienen la cara muy roja por el Sol y hacen cara de gozar de buena salud. Incluso se pelean. Uno de ellos nos acompaña a la Fonda Sánchez para cenar. El médico explica a unos excursionistas de «sequé» itinerarios de unos «ibones» helados que no lo entienden. Al final opta por dirijirlos a nosotros que les acabamos diciendo que se maravillen de la visión del Posets. No tardamos en irnos a dormir pues el sueño empieza a pesar.
Antes de salir de Plan hemos de cambiar una rueda. Salimos a las siete y media por el mismo camino de la ida llegando a Girona a las tres y media de la tarde. Desayunamos en Graus. Encontramos dos motos que se estiran. Cuatro camiones cargados de gruesas vigas que nos hacen retrasar un poco. Y un camión volcado en la autopista. Ha sido una excursión completa. Se han elaborado los planes para el campamento de verano y próximas excursiones. El afán de subir nunca desciende. El club se va anotando victorias en su corto pero completo historial.
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.001.

La aventura de «les Fires»

30 de octubre de 1.975.
Son las nueve y diez de la mañana. Es Sant Narcís (la fiesta local de la ciudad de Girona). El Toika todavía está cerrado. Vamos a tomar café al Saratoga. Salimos con una hora de retraso. Barcelona la cruzamos por la calle Aragón y nos embarcamos por la ruta de los camiones. Quedamos que nos encontraríamos a la salida de Barcelona para hacer un cambio de conductores. Albert no se para y, además, se pasa la salida de Martorell y de Sant Sadurní de largo. Sale de la autopista, finalmente, por Vilafranca. Pasamos por Sant Quintí y en La Panadella nos encontramos con el Sr. Antoni A. que ha salido una hora más tarde que nosotros de Girona. Son las doce y decidimos variar el plan de ir a Ordesa para encaminarnos hacia el túnel de Viella. Comemos en la Pobla de Segur, en la cantina de la estación, y podemos comprobar algunos arreglos en la subida al coll de Perves con sus 14 paellas. En la bajada del coll de Viu el milquinientos hace algunas falsas explosiones aunque logra llegar al Pont de Suert. Allí los niños salen de la escuela, dando y esparciendo por el pueblo esta alegría infantil que todo lo invade. Pedro P. juega con el perro del Auto Control. Compramos aceite y coñac. No arreglan casi nada pero podemos llegar hasta el túnel. Oscurece. El refugio del lado de la carretera está cerrado. Un poco más arriba distinguimos unas casas. Subimos por la carretera y con sólo mirar las puertas éstas se abren. Vemos una luz y se oye alguien que habla. Una mujer nos atiende muy bien. Nos dice que podemos dormir allí en el pajar de enfrente que nos lo enseña. Este pajar tiene la cualidad de tener luz eléctrica …
Nos disponemos a hacer la cena: sopa, salchichas que salpican de mala manera hasta el extremo de tocarme el ojo, costillas, tortillas, huevos, vino, … ¿qué más quereis? Mientas tanto organizamos la comida y provisiones para la excursión de mañana. Objetivo: el Tuc de Mulleres (3010 m), tercer intento. La noche es fría pero se está bien.
Hoy es jueves. El día, mejor dicho, la noche es buena. Algunas estrellas cubren la bóveda del cielo. Con las luces el túnel toma un color rojo y enfrente se abre el valle que hemos de recorrer.
El primer problema, como siempre, es cruzar el río. El Noguera Ribagorçana que precisamente nace bajo el Mulleres. Casi no hay Luna y las pilas hacen poca luz. Al cruzarlo Quim B. deja volar la linterna y va a parar al río.
Por el bosque hemos de vigilar las ramas que por menos de dos reales te rascan la nariz. Después la subida se hace más tranquila.
Hemos de cruzar unas cuantas veces el río. El camino está marcado con montoncitos de piedras. Hacemos. Hacen. Un pequeño pica pica i después MP y yo nos metemos por una canal que hemos de salvar todo lo que sobresale con difíciles maniobras. El camino va subiendo mientras sale el Sol que hoy tiene un tono rojizo. Pero de repente se alegra nuestro corazón cuando vemos brillar por encima de unas peñas el refugio del Mulleres, situado a 2160 metros y que lo inauguraron el día que subí al Besiberri Nord. Es metálico, tiene unas literas a cada lado y una mesita con provisiones. A un lado de la puerta el botiquín y en el otro el libro registro. No hay agua por lo que hay que deshacer un poco el camino recorrido para obtenerla.
Pedro P., Cayetano I. y Quim B. se quedan en el refugio. Los demás seguimos y pronto se maravillan nuestros ojos cuando se nos aparece una ristra de tres lagos helados. Más arriba todavía hay otro. El día es bueno y no se ve difícil la cosa. Vendrán pronto las dudas y a medida que subimos no sabemos si es el pico de la derecha o el de la izquierda. Albert va hacia el de la izquierda. PK, y más tarde los demás, hacia la derecha. Pero vamos equivocados. Bajamos un poco y, viendo que la pala de nieve es un poco empinada, nos calzamos los crampones. Hoy los estrena un servidor. Nos encordamos. Se quedan MP y Lluís B. Por unos momentos el hielo se endurece y no hace mucha gracia la pendiente de nieve que dejamos atrás.
Dejamos los crampones y la cuerda en unas rocas y con un poco de cuidado llegamos al collado: el panorama es magnífico.
Arriba sopla por unos momentos el viento que no nos estorba para poder mirar el macizo de la Maladeta que se extiende delante nuestro: Russell, Tempestades, Aneto, Maladeta, Punta Astorg, Alba, Forcanada, Bessiberris, Coma lo Forno, Montarto, Cap de Toro y los estanys Tort, del Mulleres, Barrancs, etc. Abajo nuestros compañeros. Son las doce y hace siete horas que hemos salido del túnel que se divisa al fondo del valle.
Al bajar por las piedras hay que mirar por donde se ponen los pies. La nieve se hunde. Llegamos al refugio y pensando encontrar comida resulta que no queda nada. Unos se adelantan y van a Viella a telefonear, los demás «xino-xano» bajamos mientras PK nos recuerda los intentos anteriores que ya son historia.
En el túnel comemos un poco y nos vamos a Viella. A la salida de túnel nos para la Guardia Civil. El coche sigue haciendo puf-puf.
Al anochecer el valle se llena de penumbras y parece que las montañas estén de duelo. De duelo porque el día ha muerto. Cenamos en el pajar: las espinacas son deliciosas y no lo son menos las butifarras. Cuando llega la hora de hacer algo de tertulia todo el mundo tiene sueño: es que el día ha sido un poco pesado. Es justo el momento para meditar lo absurdo que es subir montañas. Lo absurdo que para aquellos que lo sienten de veras estar en la Naturaleza se convierte en un privilegio y en una satisfacción como ninguna otra en el mundo: es el premio de un sacrificio que el que no lo ha realizado no lo puede gozar.
No tarda en aparecer un gato por la ventana. Al día siguiente encontramos a faltar alguna cosa y es que el gato se lo ha comido. Fuera parece que nieva. El Mulleres está cubierto de nieblas. El agua es fría y los platos no se limpian de ninguna forma.
Me había olvidado decir que ayer, cuando llegamos, la gente ya estaba durmiendo y nos dieron la excusa de que se pensaban que cenaríamos en Viella. Hoy hacen buen papel. También podemos ver cómo cargan los grandes troncos de pino y haya justo al lado del túnel.
Poco después de iniciar la bajada el coche ya falla. Lo hemos de apretar subiéndonos en él a la carrera. Repetimos, de vez en cuando, las maniobras hasta Bono. Entramos en un túnel con las luces apagadas y, pensando que ya no se abrirán, salimos con las luces encendidas. Encontramos un coche de la policía. Eso no es nada si pensamos que después de parar un rato y volver a arrancar nos encontramos a cuatro seguidos que, por suerte, no nos ponen ninguna multa. Mientras PK ha bajado al Pont de Suert a buscar un mecánico. Han sido momentos de nerviosismo y de intranquilidad para él. Después con el Mehari bajamos todos a comer a «El Cortijo». Nos arreglan el coche justo antes de empezar a llover y nos dirijimos hacia Graus por la carretera que inauguraron el domingo pasado. Antes nos para la policía y resulta que el Mehari no lleva el seguro al día. Peor es el otro coche que lleva matrícula de Cáceres, el propietario es de Palafrugell, el conductor de Tarragona y reside en Girona. Pasamos una serie de túneles abiertos por los acantilados del río Isábena y que al final se encuentra el monasterio de Obarra.
En Graus no está el padre de MP. Le telefoneamos y nos dice que no ha podido venir. Nos dirijimos hacia Benasque pero nos quedamos en Campo a dormir. La gente del pueblo son muy abiertos y tienen el Turbón como un gran tesoro. Lástima que el sábado amanece lloviendo y en vistas del mal tiempo regresamos.
Comemos en Alfarràs guardando el recuerdo de lo que hemos visto y nos encontramos a Pep B. un chico de Sabadell que vive en París.
Pasando por el túnel del Brucs me viene a la mente el recuerdo de aquel otro túnel gracias a él una comarca muerta como era la vall d’Aran ha cobrado nueva vida y hemos podido subir al Tuc de Mulleres. Los recuerdos de la montaña nunca se olvidan …
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.000.