Como todas las excursiones esta ha sido divertida y dura todo lo que seas capaz de imaginarte.
Todo comenzó el domingo día 20 de junio a las 8.30 cuando nos damos cuenta de que no teníamos bicis suficientes y estábamos a punto de perder el tren. Teníamos previsto llevar las bicis en el tren hasta Ávila y desde allí pedalear hasta Gredos para hacer alguna excursión. Como vimos que nuestro transporte para Ávila lo perdíamos decidió Miguel J. sobre la marcha y con total improvisación ir a la Pedriza. El recorrido ahora será todo en bici desde Madrid y así ahorrábamos el dinero del tren.
Pasó el tiempo y finalmente todos tenían una bici. Algunas eran de carreras y otras no pero la cuestión es que ya todos teníamos una y ya podíamos marchar. Salimos de Madrid a buen ritmo y pedaleando fuerte pero pronto aparecieron las primeras víctimas. En la primera gasolinera de la autopista tuvimos que arreglar con cinta aislante una potente raja en la cubierta de la bicicleta de Carlos P. Pero para nosotros eso no era nada y gracias a la experiencia de Miguel J. estuvo solucionado en un abrir y cerrar de ojos. Continuamos los trece rodando por la carretera. Parábamos a menudo pues el cansancio, el calor y los dolores corporales se hacían notar en nosotros.
Y como merecimiento a nuestro esfuerzo paramos a comer o a desayunar ya no sé exactamente qué pues eran las doce del mediodía. Después de la suculenta comida llegamos a la ermita de Nuestra Señora de los Remedios y desde allí seguimos el recorrido hasta que al fin, casi desesperados, llegamos al palacio de Chema. Rellenamos nuestro aparato digestivo y tuvimos mucho cuidado con su pino. Rápidamente nos embalamos directamente a Soto y buscamos un bar que nos dejara entrar para ver el partido de España contra Yugoeslavia del campeonato mundial de fútbol España-82.
Continuamos la aventura hasta que llegamos al pantano de Santillana. Había un gran cartel que anunciaba: «PROHIBIDO EL PASO. HIDRÁULICA SANTILLANA, S.A.» Pero eso no nos detuvo y pasamos ampliamente. Eso sí nos instalamos en un lugar oculto para vivaquear y los que quisieron fuimos a ver jugar a España.
Al día siguiente nos encaminamos hacia el Yelmo. Es un monte con una altura de 1714 metros formado en su mayoría de piedra granítica pero será mejor que me deje de sabidurías. Al grano. Bien remojados en un caño de agua comenzamos la primera subida. Ahora ya lo hacemos a pie. La primera parada fue muy corta pues no era muy necesaria. Paramos en un río donde Justo, Carlos y Jaime cazaron de todo. Entre sus presas y bichos varios destacaré dos culebras de agua que llegaron a conservarlas hasta el final de la excursión como mascotas. Aquí ya nos dividimos. Algunos continuaron subiendo y los otros se quedaron en el río. Llegó el momento crucial. Estábamos en la falda del Yelmo. Estábamos algo decaídos. Pero abrimos las latas de melocotón en almíbar y con su dulce jugo mojamos nuestro seco paladar quedando reanimadas nuestras mentes y repuestas nuestras fuerzas. Poco a poco seguíamos el camino que un tal Maesso había marcado con líneas blancas y amarillas. Los cardos hacían mella en nuestras piernas y el Sol quemaba nuestras espaldas sudadas y cansadas.
Pronto nos encontramos delante de una inmensa roca de unos 250 metros aproximadamente. No sabíamos por dónde proseguir. Había que escalar. Después de reconocer el terreno dimos con un camino que subía por una empinada chimenea. Cuando llegamos a la cima gritamos tres veces victoria.
Bajamos a la velocidad del rayo y llegamos pronto al pantano donde nos bañamos para limpiar la mugre. Luego bajamos a Soto para comprar comida para los días siguientes. En el nuevo amanecer nos bañamos en el pantano sin que nos viera nadie y desayunamos en gran cantidad para emprender la vuelta. A gran velocidad llegamos a la gasolinera en la que habíamos tenido la primera avería y desde allí ya fue todo sangre, sudor y lágrimas como dijo Wiston Churchill.
Nota del webmaster MJ: José Mª cuando me escribió esta historia tenía doce años …
Una excursión realizada el 4 de noviembre de 1978.
Son las nueve menos cuarto cuando nos encontramos en la calle con la mochila en la espalda cuatro Juanes para hacer con otros seis compañeros más una excursión. Vamos llenando los coches y salimos a eso de las nueve y diez.
Una niebla bastante espesa nos acompaña hasta Martorell y luego se vuelve a reenganchar, ahora de humo y de gases de mal olor, entre Mollet y Sabadell. En El Vendrell tenemos que esperar que pase el tren y aún y así llegamos a Calafell más pronto de lo que la madre de PK se esperaba. Muntaner también tiene ganas de ir a Torredembarra a ver a sus padres. A pesar de lo ocupados que estan los demás lo pasamos con vinillo, almendras, avellanas, sugus y pan de la casa. Salimos de Calafell a eso de las cuatro menos cuarto y llegamos a Plan pasadas las ocho de la tarde. Es de noche y hemos hecho 531 kilómetros. Hace frío. Nuestra primera reacción es ponernos el jersey y entrar en el bar del lado de la carretera. Dentro, la estufa de leña y los hombres quemados por el Sol jugando a cartas dan un tono familiar al ambiente. Pedimos comer los bocadillos que llevamos y nos sirven el resto muy amablemente. Mientras los compañeros cenan PK y Gerald hacen una primera prospección del pueblo y se encuentran con dos gratas sorpresas: una viejecilla que con toda la amabilidad nos acompaña hasta el Hostal y la casualidad de oír por la tele, y de forma muy repetida, el nombre de San Juan de Plan mientras estamos bebiendo en la barra. Resulta que emiten el programa «Raíces» dedicado a los bailes y delicados útiles de trabajo de artesanía -como podrían ser los calcetines de lana, mantas, tapetes, etc- que tan bien se han conservado en este pueblecito tan alejado de la civilización y acostumbrado a sufrir las inclemencias meteorológicas más duras superándolas con los medios materiales que están a su mano. Con un acompañamiento tan gustoso la abundante ración de sopa y las costillas se comen con más deleite. Los que se han quedado en el bar de abajo todavía lo viven más intensamente puesto que algunos hombres que estan a su lado aparecen en el programa o son parientes de los que estan saliendo.
Enbobados con este espectáculo plantamos las tiendas en la chopera del lado del río Cinqueta. Una nube con forma de cabeza que se deja caer con forma de gotas frías lo humedece todo pero la tienda la repele en una noche en la que el sueño no es ni muy profundo ni muy relajador. Lo que sí nos relaja un poco, aunque nos hace pensar, es el juego de adivinar las montañas a partir de las cifras de sus alturas. Luego el juego va derivando poco a poco a montañas que llevan nombres de montañeros y, como no, montañas que llevan nombre de montañeras … Antes de dormirnos Braxman nos relata ampliamente las sensaciones que uno tiene cuando escala una pared y resulta que ves claramente que te has desviado de la ruta correcta.
El viernes nos levantamos a las ocho. Hace fresco y no hay nubes. Mientras, el Sol va enseñando la cara detrás del Puig Alfar y va calentando las casas más altas del pueblo. mientras vamos desayunando lo presenciamos todo. Un espectáculo vivo y rítmico de un despertar y salida de las personas y animales del pueblo: pequeños grupos de vacas grises con sus respectivos terneros, cabras, mulas y burros acompañados de sus pastores y pastoras de piel quemada y arrugada con perros de todas las medidas y pelajes más variados desfilando a pasos acompasados por el camino del río. También pasa, camino del Monte de Plan, un Land Rover que carga a los bosquetanos del pueblo. Y un hombre que ya ha hecho el trabajo puesto que los dos mulos que lo siguen llevan unos grandes fardos de leña para el fuego.
Ya es mediodía cuando emprendemos, en coche, el camino de Viadós. Está asfaltado hasta San Juan de Plan y el brancal que lleva hacia Gistaín. El pueblo se encuentra a 1400 metros de altura en el lado soleado de la montaña con torres de diversas casas señoriales y de un campanario que sobresale por encima del resto de los tejados. Baja por un camino de piedras un mulo que lleva las alforjas llenas de mierda hacia los próximos desnivelados campos. Es con este paisaje que uno entiende lo que significa la supervivencia y la utilidad de los múltiples animales en estos lugares. En la entrada del pueblo un hombre menos corpulento pero no menos amable de los que habíamos conocido antes nos dice que el refugio de Tabernés está abierto, que hay muchas vacas en Viadós, que la carretera es buena pero con bastantes piedras a las que habrá que subirse con las ruedas con el objetivo de no rebentar el cárter -como ya han hecho algunos-, que están haciendo muchas pistas por la zona de Plan y que desde aquí mismo arranca una con el objeto de llegar a Bielsa, que no quedan nunca incomunicados, que nos les hace miedo que se les ponga un metro de nieve en la puerta, y … etc. etc. etc.
Una vez estamos en el camino o pista de Viadós podemos comprobar como no se denomina así sino que se llama «senda pirenaica» que le da un aire como de maño o madrileño al igual que la torre de vigilancia que se encuentra instalada en el lado de uno de los campamentos. Un reguero de bordas o «quadras» se va extendiendo en el centro de los prados situados a lado y lado del camino. Se ven mujeres tejiendo calcetines y hombres durmiendo a la vez que guardan sus respectivos rebaños de vacas. Las pétreas y largas crestas del Posets y Las Espadas junto con las más proporcionadas de La Forqueta y de los Eristes se nos muestran soberbias y altívolas ante nuestros flipados ojos cuando llegamos a los Llanos de Viadós y empezamos a andar, menos los conductores, camino a Tabernés. Hay vacas en los prados que rodean el refugio. El Batoua, conocido en este país como Culfreda, preside majestuoso este frío valle.
Para conocer mejor el camino que tendremos que hacer mañana por la noche un grupo anda una hora hacia el Puerto de la Madera. Cuando regresa la comida-merienda-cena ya está preparada y el fuego enrojece e ilumina la fría estancia. El pastor se calienta y con un hablar rápido pero mesurado y amigal nos explica que guarda quince vacas en este terreno comunal. Por lo visto, la parte baja del valle es particular, en Gistaín hay casi ochocientas vacas, que en el invierno lo pasan muy mal para alimentar a tanta vaca y las tienen que tener dentro de las bordas, que el año pasado subió aquí un solo coche en el mes de enero, y tal y tal y tal … Nos abandona muy a su pesar … El Sol dora con sus últimos rayos la mole del Culfreda y nosotros meditamos alrededor del fuego las aventuras del Braxman entre los esquimales, las condiciones que le conducen a uno a tirar cocteles-molotov, las posibilidades de usar un piolet como arma defensiva, …
El sábado nos despertamos que son poco más de las tres de la mañana. El cielo sigue estrellado como ayer y una helada que te pone la piel de gallina cubre la tierra. Un vaso de leche chocolatada nos pone a buena temperatura.
Salimos a las cinco con pasos cortos y sólo los alargamos cuando nos llega un azote de aire frío procedente del Puerto de la Pez. A las seis y cuarto pasamos por la piedra que tiene pintado en rojo «camino del Puerto de la Madera» que está situada poco después de aquella que pone eso de «senda pirenaica».
Empieza a clarear cuando subimos por una zona de hierba y matojos. Un gendarme de la cordillera que pasa a nuestra izquierda nos cautiva. Más tarde son las primeras luces del alba que pinta de oro viejo la falda y paredes del Culfreda y la larga cresta que desde éste desciende hacia el Puerto de la Madera. Por fin, y limitándonos a los elementos orográficos más inmediatos, ante nosotros las paredes cortadas a plomo de la Peña Blanca.
Nos paramos a desayunar -queso, chocolate, membrillo, fuet, bacon, jamón, higos, avellanas, pan, limonada, leche y litines- bajo el mismo puerto, en el lugar que nace el río, a las ocho y media. PK que hasta ahora a ido subiendo lentamente y animándose con mútua conversación con el Braxman dice que no tira y que se va a quedar en el puerto: va a ser el anuncio de un manifiesto, largo y doloroso suplicio.
Continuamos la fuerte subida por la hierba y tartera hasta el Puerto de la Madera. Llegamos en un cuarto de hora. Las penumbrosas y pálidas paredes de la Punta Fulsa tienen un aspecto muy invernal. De poniente a levante el Marboré y el Posets dominan, aunque lejanos, todo el paisaje. A medida que vamos superando la enfilada y ancha cresta del Cauarere van apareciendo detrás suyo los picos que escondía el Monte Perdido, los Astazus, el Vignemale coronado de nieve. PK y Braxman se quedan y los demás coronamos los 2901 metros a las diez y media. Casi sin pararnos y en una media hora más llegamos al Culfreda de 3034 metros sorteando las dificultades de su entretenida cresta unas veces por la vertiente española y las otras por la francesa.
Asímismo, la diferencia de color entre cada una de las vertientes es muy evidente. Por el francés los abetos remontan la ladera casi hasta nuestros pies y se descubren grandes manchas de nieve entre sus pobladas copas y se puede llegar a ver, incluso, un pueblo enblanquinado y un embalse de color sepia en medio de un general color oscuro. Por el español el único habitáculo es el refugio donde hemos dormido y todo lo demás son montañas pedregosas y afiladas, clapeadas de nieve en las paredes más resguardadas y bañadas por dos estanques inmersos en la penumbra: el de Ordiceto y los ibones de Bachimala.
Por lo que respecta a las cumbres, y en dirección E-S-W, la corta estancia en la cumbre me hace descubrir el Baliner, el Lostou, el Abeillé, el Pequeño y Gran Bachimala, la Punta del Sabre, los Gemelos, el Posets, Las Espadas, el Pavots, la Forqueta y el grupo de los Eristes, la Peña Blanca, las Tres Huelgas, la Punta Suelza, la Punta Fulsa, las montañas del cañón de Añisclo, las Tres Sorores, los Astazus y el Vignemale.
Bajamos, ahora siempre por el filo de la cresta hasta encontrarnos de nuevo con PK y el Braxman a eso de las doce del mediodía. En el descenso PK va acusando las punzadas y la asfixia producidas por la hernia de esófago. Para acabarlo de rematar no encontramos agua hasta que llegamos a la mitad del bosque. El sufrimiento moral y físico tanto de PK como de los que lo acompañamos es notable. Afortunadamente un azucarillo con nieve y después otro con agua ferruginosa le permiten hacer un gran erupto. Parece que le alivia algo y conseguir llegar fatigado al refugio a eso de las tres de la tarde sin haberse dado cuenta de nada de lo que le ha sucedido en todo este tiempo.
Comemos un poco, lo recojemos todo y nos las piramos. Los que bajan a pie se lo cojen con calma porque dicen que estan cascados pero resulta que cuando se les aparece un perro saben correr como el que más. Reencontramos al pastor de ayer y a la gente de Plan y de San Juan de Plan que regresan al pueblo con mulas cargadas de leña y burras que si no obedecen se las insulta con un clarito «burra del cojón» estrepitoso. En Plan la gente nos pregunta si hemos subido y si allí se pasa frío. En Sin nos repasan con una cara de curiosidad y extrañeza -vamos tres coches- muy inquietantes. Pero nos ofrecen la rectoría para que vayamos a dormir.
Cenamos en el comedor familiar del bar de la carretera de Plan. Nos sirven sopa, ensalada, verdura, tortilla, hígado, costillas y fruta todo por 300 pesetas mientras Braxman intenta convencernos de bajar el Fluvià con una balsa de madera hecha por nosotros mismos (Nota del traductor: como podeis claramente comprobar Braxman es, ni más ni menos, que el precursor del rafting) y PK se enrolla con lo de la universalidad de los sabadellenses. Entendemos la amabilidad con la que nos ha acogido esta gente cuando la señora del bar nos dice que tuvieron un maestro que era de Girona. Pobre hombre. ¡Qué destierro!
El domingo salimos a las siete y cuarto de Plan. Sólo encontramos un par de coches hasta La Foradada. En Arró un Sol redondo como una pelota reluciente pero que está difuminado por un cielo calichoso y que saca la nariz por encima de la montaña constituye el tema fotográfico de todos los objetivos exigentes del coche. En Barbastro acabamos las provisiones y hacemos la crónica del mercado musical.
Braxman sale el primero. No vemos por donde ha salido. Esperamos a que el semáforo se ponga verde y el urbano nos deje salir. Apretamos el acelerador a fondo y paramos en Monzón para considerar las posibles hipótesis más probables: Huesca o Lleida. Lo esperamos media hora y seguimos el camino. Paramos de nuevo en Las Balsas y esperamos infructuosamente una hora y media más. Durante este rato nos entretenemos a arreglar el reventón del Simca. Planteamos la hipótesis de que se hayan ido a Huesca y regresado por Fraga y la autopista o que simplemente se hayan ido hacia Girona sin parar. Desanimados proseguimos nuestro camino. En el área del Vallés telefoneamos y nos dicen tranquilamente que ellos ya han llegado. El hambre aprieta y les maldecimos los huesos. Cuando uno de los coches se para o se atrasa los otros siempre es esperan pero ya se sabe … la excepción confirma la regla … ¡Por algo es Braxman!
El afán de subir montañas y disfrutar de la belleza y la paz que reinan en las alturas nunca se acaba por lo que los mismos de la excursión a los estanys de la Pera decidimos ir a Viadós. El fin: conocer la zona y desgranar posibilidades a la vez que realizamos trámites burocráticos para preparar el campamento de verano.
Salimos el sábado a las doce y media del mediodía. Pasamos por Sabadell y Terrassa y a las dos y veinte estamos en Alella. Comemos rodeados de camioneros, estos hombres que han de tener más paciencia y prudencia que el resto de los conductores, y a las tres y cuarto salimos. Pasamos por Tàrrega a las cuatro y media; el trigo ya va amarilleando y los recolectores ya estan preparados para empezar su trabajo. Por Balaguer pasamos a las cinco menos cinco y por Graus a las seis y cinco. Entre Alfarràs y Benabarre encontramos guardias civiles y policías que esperan a la «Vuelta ciclista de Aragón». A las seis menos diez estamos en Ainsa, capital del Sobrarbe. Hay gente francesa y chicos con los bolsillos rotos. Compramos algo y podemos admirar ya el maravilloso panorama que ofrecen las «Tres Sorores» manchadas de nieve. Salimos a las siete y cuarto y hemos de seguir un buen rato a un rebaño transhumante con dos pastores tostados por el Sol y dos perros que van muy a la idea. A nuestra derecha la Peña Montañesa corta el horizonte con sus paredes imponentes. La carretera, que primero sigue el Cinca por un amplio valle, bordea después el Cinqueta horneada entre acantilados muy pintorescos. Después de Saravillo hay unos cuantos túneles y el pueblo de Plan. Son las ocho. El día es bonito y no hace mucho frío.
Ascendemos por sus empinados y empedradas calles. Un bonito y escultural portal del siglo XVII recuerda que fue importante en otros tiempos. La iglesia, románica de tres naves, se conserva en su estado primitivo aunque se la ha emblanquinado. La gran pila baptismal es lo más destacable del conjunto. Encontramos al sacerdote que nos acompaña hasta el Ayuntamiento. El secretario nos dice que no tendremos problemas y poco a poco nos apercatamos del carácter amigable de estas gentes. Bajamos por una calle estrecha como lo son todas y que ésta lo es aún más al tener una bala de paja en el medio. Salimos de Plan a las nueve menos diez.
La pista de Viadós, que deja San Juan de Plan a la derecha y Gistaín a la izquierda, es notablemente estrecha. Encontramos un Dodge y dos hombres montados sobre sus mulas con una bonita piel como ensilladura. Bordas y prados por todos los lados. Nos equivocamos de pista y nos damos cuenta de ello cuando el coche se para debido a la gran pendiente. Grandes máquinas cortan los pinos de largos y grosores también considerables. Bajamos hasta encontrar la buena senda que llega al campamento de la Virgen Blanca. Un paraje maravilloso con un edificio que desentona un poco, algunas tiendas y un pastor que nos indica el camino a Tabernés. La carretera empeora por momentos. En el refugio hay un grupo de nueve excursionistas de Badalona que ya se disponían a dormir puesto que mañana quieren hacer faena al igual que nosotros. El fuego tira que es una alegría. Comemos un poco y nos ensobramos. Hay algunas nubes por la zona de los Eristes. Hace viento.
A las cuatro de la mañana ya hay quien madruga. No tardamos en hacerlo los demás puesto que todos queremos ir al Gran Bachimala (Bichomalo, Machimalo o Schrader): en realidad nadie sabe como se pronuncia. A las cinco salimos. Cruzamos el río y subimos por el lado izquierdo del bosque. Encontramos la cabaña de Culrueba y a las seis menos cuarto cruzamos un puente que se menea para ascender seguidamente por el valle de la Señal de Viadós. A las seis y media encontramos una cabaña. Aparecen detrás nuestro los Batoua con algunas pronunciadas canales de hielo. El ritmo es muy fuerte, y la subida también, y algunos expedicionarios se retrasan un poco. «¡Pedro!» exclama algien; «¡Sra. Rotenmeier!» otro; «¡que viene copito de nieve!» contestan … por lo que parece que estemos con Heidi en sus montañas. Mientras se reagrupan comemos un poco para reponer fuerzas y emprender la gran pala de nieve, en excelente estado, que se cierne ante nosotros. Después de un pequeño corte que me hice con unas piedras y un «picnic basket» son las ocho y cinco.
Ya se empieza a dominar un buen panorama hacia la cresta de las Espadas y al Monte Perdido y el Marboré. El cansancio ya pesa un poco sobre nuestras piernas pero el humor, los ánimos y el optimismo que el día facilita nos empujan a continuar. Nos ponemos los crampones y subimos por otra pala de nieve, está un poco más dura pero de mejor calidad, hasta la cresta del Sabre. El panorama es maravilloso: delante se levanta imponente y señorial el Posets, con la canal Jean Arlaud y la afilada cresta de las Espadas, hacia el sur el Llardana, Bagüeñola y Eristes. La Punta Suelza, los Batouas, las «Tres Sorores», el Vignemale y la Munia por aquí; el Gourgs Blancs, el Clarabide y el Perdiguero, aparte de numerosas montañas francesas, por allá.
Descansamos un poco. Nos quitamos los crampones y mientras llegan los más retrasados haciendo un último esfuerzo los otros los animan a hacer la cresta que si bien no muestra una dificultad aparente si que infunde un cierto respeto ya que en el lugar de las losas hay piedras sueltas, no muy seguras y la pendiente es considerable en el caso de resbalar. No faltan las siempre agradecidas recomendaciones de que «no falten los tres puntos de apoyo» y «rodillas no» que los que tienen experiencia no se han de cansar de repetir a los que no la tienen en demasía o, aclaparados, resulta que se olvidan. La seguridad es un todo y en las alturas no hay que apresurarse nunca ya que las consecuencias pueden ser negativas. El humor no falta y como el día es bueno no hay prisa.
Baja alguna que otra piedra y a veces hay que desviarse para no encontrársela. Pasamos por una canal marcadamente abierta al vacío. Algunas piedras heladas. Reposamos otro tanto. Alguien dice que ya estamos arriba pero, en realidad, están más las ganas que no quien lo dice aunque ya no tardaremos mucho en llegar.
Desde la Punta del Sabre (3136 m) se domina prácticamente el mismo panorama descrito desde el collado. También se distingue claramente el Pico de Alba, la Maladeta, el Aneto, los Bessiberris y con un poco de esfuerzo la Pica d’Estats. El día es maravilloso. No hace mucho viento. Sólo a unos pasos podemos encontrar la cresta que nos conducirá al Gran Bachimala (3177 m). La cresta es bastante afilada y en algunos lugares hay que tener cuidado con la nieve. Hay que franquear algunas rocas por su costado y en otras cogerse bien fuerte. Incluso hay que subirse a caballo de una y hacer un pequeño saltito. La prudencia nos hace ponernos otra vez los crampones con el objeto de cruzar un pequeño collado nevado que no tiene un peligro en sí sino porque la pala tiene una pendiente acentuada y si bajas no hay quien te recoja. Otros lo pasan sin crampones y siguiendo las pisadas porque el que conduce a los badaloninos parece querer desafiar el peligro y hacer así, evidente, su experiencia olvidándose que cuando uno se acerca demasiado al fuego se quema. Esta montaña se ha cobrado ya al menos tres víctimas y no querríamos ser nosotros las siguientes.
Gran Bachimala, Machimala, Schrader, Pétard o «Bichomalo» en la versión de Albert un nombre marcadamente aragonés y que realmente es difícil de pronunciar tanto o más que de subirlo. La satisfacción es grande: dos de los expedicionarios han hecho por primera vez un tres mil, y … ¡vaya 3000!, y … por ¡partida doble!! Unas fotografías, limonada, azúcar, almendras, queso. Alegría y cansancio juntos son una aparente antinomia pero real en la montaña y en la vida. Lo que vale cuesta y lo que cuesta da alegría porque eleva la vida y nos mueve a ser agradecidos. Ha sido una victoria de todos y lo celebramos más que nunca. Hemos llegado a las doce y media. Cuando salimos es la una. Dos de los expedicionarios más valientes que los demás siguen la cresta hasta la Punta Ledormeur y el Pequeño Bachimala mientras los demás emprendemos la bajada.
Primero seguimos la cresta nevada y afilada. Después bajamos por las piedras y por las largas palas de nieve que están en perfecto estado. Pasamos una de más dura y después superamos unas piedras con cuidado. Paramos al lado del río y nos refrescamos un poco a la vez que comemos alguna cosilla. Ahora ya por el mismo camino de la ida regresamos al refugio al que llegamos a eso de las cuatro. Hace Sol. Da gusto estirarse sobre la hierba después de una excursión de estas magnitudes. El objetivo ha sido cubierto ampliamente.
Cuando nos vamos llegan los que habían continuado por la cresta. El camino hoy parece que está en peores condiciones que ayer. En Plan encontramos al secretario y al cura. Comemos un poco y plantamos la tienda junto al campo de fútbol. La iglesia de San Juan de Plan está menos bien conservada pero la pila baptismal es más bonita que la de Plan. Los niños del pueblo tienen la cara muy roja por el Sol y hacen cara de gozar de buena salud. Incluso se pelean. Uno de ellos nos acompaña a la Fonda Sánchez para cenar. El médico explica a unos excursionistas de «sequé» itinerarios de unos «ibones» helados que no lo entienden. Al final opta por dirijirlos a nosotros que les acabamos diciendo que se maravillen de la visión del Posets. No tardamos en irnos a dormir pues el sueño empieza a pesar.
Antes de salir de Plan hemos de cambiar una rueda. Salimos a las siete y media por el mismo camino de la ida llegando a Girona a las tres y media de la tarde. Desayunamos en Graus. Encontramos dos motos que se estiran. Cuatro camiones cargados de gruesas vigas que nos hacen retrasar un poco. Y un camión volcado en la autopista. Ha sido una excursión completa. Se han elaborado los planes para el campamento de verano y próximas excursiones. El afán de subir nunca desciende. El club se va anotando victorias en su corto pero completo historial.