La cosa tiene su interés. Lo cierto es que no pensaba salir de excursión. Tengo que agradecer a mi buen amigo Miguel que llamara y que, aunque no estuviera en casa, tuviera la valentía de decir un nombre que por sí mismo ya eleva los ánimos y da ganas de desperezarse.
Sábado. El día es espléndido, el viento más bien frío, los ánimos elevados. A las cuatro cuarenta y cinco salen de Girona. En la subida de los Tres Pins el coche no pierde velocidad, preludio de seguridad. Serra Cavallera está blanca por la nieve y las nubes rojizas por el viento. Sant Pau de Seguries respira aires de fiesta aunque un hombre de piel morena y arrugada afirma con un pesar muy elocuente que sopla la tramontana de Núria mientras la gente pasa el frío y alegra el corazón bailando sardanas de finas notas. Los compases de este baile que llevamos tan adentro hacen estremecerse de gozo mis entrañas que se quieren calentar tanto del frío de los pies como del frío de patria. Pero tengo las manos ocupadas de un líquido que también calienta y la espera se me hace larga con tantos deseos y tantas llamas que queman.
Llega Cayetano con aires de superioridad: cuanto más altos más aires. Coches lentos que hacen aminorar la marcha y vómitos molestos la hacen parar: tantas curvas remueven cualquier estómago. Lo aprovechamos para hacer un tentenpié y un traguito de vino. Un corazón contento entona canciones de una voz universal y muy pronto el coche se convierte en un coro. Nos acompañan los estratos que van siguiendo la carretera, ahora casi verticales y agudos, ahora tumbados y bajos. En la Pobla de Lillet la benemérita se calienta en un «foc» (fuego) y el chofer celebra las curvas superadas con un buen «toc» (traguito de vino…). Guardiola guarda al lado de la carretera una obra de aquellas que no pasan. Nosotros sí que pasamos un autocar que va hacia Saldes y cuando alzamos los ojos al cielo vemos alzarse al Pedraforca: «la gloria sube por los caminos angostos» (Ovidio) que nos predice a los corazones temerosos y a aquella alma que sufre lo que ha predicho «la técnica del amor está en conservarlo» delante del adversario más cruel.
Todo el pueblo de Saldes está nevado y los campos parecen camas con la cabecera del Pedraforca sugeriendo un estilo de lo más puro y natural. Las calles de Saldes son una «penca» de hielo aunque la fuente sigue manando: el manantial no se ha perdido, la sangre aún corre…
Son las ocho y media. Mientras cenamos la vista se nos va hacia la tele (Nota del traductor: todavía me acuerdo de la película que vimos… «El Planeta de los Simios»). Finalmente encontramos posada para dormir pero parece aún más difícil el Pollegó que nos vaticina un hombre del pueblo que no lo subiremos. Suarez, este señor que parece muy amable con los catalanes y al que la oposición lo califica de «hombre de buena voluntad», también vaticina que las minorías terroristas no impedirán el paso hacia la democracia si nosotros la queremos de verdad. Pero recordemos que Carter ya patinó el primer día y nosotros llevamos crampones para preveerlo.
Antes de dormir nuestros cantos y sonidos vocales caldean la habitación. Con el objeto de que la música sea más armónica le damos un chupete a Cayetano para que recuerde que también ha sido niño.
Son las seis y media: ya suena el despertador. Cuando salimos a la calle no falta ni una estrella ni la Luna. Los cristales del coche están helados y la carretera también. Estamos más rato para hacer mover el coche tres metros que lo que hemos tardado en llegar hasta aquí. Mientras unos ponen las cadenas otros ya se ponen los crampones. Empezamos a andar a eso de las ocho y media. El Sol ya ilumina las paredes del Pollegó Inferior y va aclarando los horizontes. Dejamos la carretera y seguimos por el camino del bosque. El día va mejorando y tenemos que quitarnos ropa. Al abandonar los árboles el camino se hace más pesado la nieve se hunde y los ánimos desaparecen.
Desayunamos en unas rocas: el bacon hace su efecto y cambia de dirección. PK pide una naranja y Jaume se la da amablemente. En un vuelo más preciso la mermelada va a caer sobre la nieve.
Seguimos hacia arriba. El camino está marcado y se sube bien. De vez en cuando una ventada nos hace girar la cara. Un árbol seco y muy decorativo se levanta valiente por encima de unas peñas y un pino pequeño y robusto sale del medio de la nieve. Mirando hacia atrás aparte de la pendiente podemos admirar el Berguedà cubierto de nieblas y las cercanías de Saldes nevadas. El último trozo de la Enforcadura está helado y una naranja ayuda a remojar el estómago. Son las once y media.
Después nos encontramos unos que vienen por Gòsol ese pueblecito agrupado encima de un montículo y todo blanco. La última subida se ha de hacer por turnos y el último espolón con las manos y los pies procurando no acercarse mucho a la cornisa. Llegamos arriba a la una menos cuarto. Hace viento. Nos encordamos. Nos vamos. Ya estamos en Saldes. Encontramos conocidos montañeros de Badalona. En Ripoll hay caravana. Gracias por todo, Miguel, la montaña es nuestra.
Año tras año el afán de vivir y convivir con la montaña ha conducido a PK, Pep V., Alfonso S. y a otros cuyos nombres no se dar en estos momentos la debida continuidad un espíritu de superación a esta obra de arte y de vida que es el campamento Taga (o también S.A.M.). Éste ha hecho y hace diferente y mejor los veranos de muchos chicos amantes de la montaña y de la lucha. Aquello de que la unión hace la fuerza queda en este caso muy patente y más cuando se trata de una unión física y espiritual. Todos juntos llevamos nuestras penas hacia las cumbres imponentes, pero estas penas también estan presentes en sus pies, al lado de las tiendas y que se materializan en un mástil que todos juntos levantamos con un gran vigor ya que amamos a nuestras banderas. Todo ello nos hace más unidos y menos débiles en la conquista de nuestros ideales.
Por esto, aquellos que dicen que el montañismo de hoy día ya no tiene mérito, al ser los medios actuales muy superiores a los de hace cien años, creo que no conocen lo que es la montaña. El sacrificio y la fatiga quedarán patentes en las líneas que siguen. Esta crónica no deja de ser más que tosca descripción de los hechos más significativos de la vida del campamento.
Sábado día 17 de julio de 1976.
Ayer viernes, después de algunas esperas normales, llevamos con los coches el material de Girona a Terrassa con el objeto de cargarlo en el camión de Pep V. una herramienta que siempre ayuda al éxito del campamento.
Esta mañana el teléfono ya ha funcionado:
– «Jordi, ves a buscar los piolets del Bofill a la casa tal de la calle tal».
Paco y Joan han llegado tarde a la cita con Lidón para recoger la tienda-refugio. ¡Menos mal que él tampoco se ha presentado! Después Paco ha ido al almacén y le han dicho que estaban en Bescanó. Más llamadas inútiles, impaciencia … Poco antes de partir llamo por última vez y su padre dice que ya estaba la tienda comprometida a unos parientes.
Los señores Forn no llegan. Llamamos. Ya han salido.
Después de bromas y comentarios, llantos y bendiciones, salimos del taller de Josep M. G. a las dos menos cuarto sin tienda ni piolets. Pasamos por Barcelona y en las primeras rampas del port dels Brucs la lluvia empieza a remojar la cosa. El cielo se pone negro. En La Panadella parece que nos quieren refrescar de verdad: no tenemos más remedio que pararnos y poner las puertas al Mehari. Antes ya nos habíamos parado en el Hotel América a llenar un poco el estómago y examinado el mapa del tiempo que también estaba lleno de nubes. Todavía volverá a salir el Sol y nosotros volveremos a sacarle las puertas al coche. Las secas y quemadas tierras de Aragón contrastarán pronto con los variados tonos verdes de los bosques que se encuentran entre Benabarre y Graus.
En Graus todo parece que está de fiesta y es que mañana tendrá lugar la bajada del Ésera en piraguas. Coches con sus respectivos remolques, banderas y una gran pancarta que cruza la carretera. Incluso hay algunos que la estrenan por anticipado. No hay que olvidar que esta prueba deportiva inspiró el lema del campamento del año pasado: «contra corriente y naturaleza». Nosotros seguimos aguas arriba del Ésera y parece ya que los nombres y las tonalidades se refrescan en el agua. El agua del Ésera y la de sus afluentes juegan un papel muy importante en la vida del campamento: lavar platos y cazuelas, caras sucias y ropa sudada, malas ganas y calor, fruta y vino, y por añadidura aquello de «dar agua al que tiene sed».
Pasado Campo, y por uno de aquellos movimientos instintivos, el Mehari se va un poco hacia la derecha, toca algo, y como consecuencia, se pincha una rueda y se le rompe el protector de una luz. Tocamos el cláxon pero los de delante ya no nos oyen. Diez minutos y a continuar.
Llegando a Benasque no vemos a nadie por lo que continuamos. Ahora como el coche no quiere tirar lo tenemos que apretar. Llegando al Plan de Baños encontramos a los de Barcelona montando las tiendas pero los de Girona aún no han llegado. Esperamos un poco. Montamos las tiendas que faltan. Vamos a sentarnos alrededor del fuego mientras Pepe Luis baja a Benasque a ver si los encuentra. Y sí que los encuentra. Pero cenando ¡y bien a gustito! Los de la Fonda Sayó ¡qué vida de dedicación a los montañeros! Dan posada y lecho a la familia Forn. Mientras, en el campamento el hambre aprieta y acogemos gozosos el pan recién hecho y bien tostadito en el fuego. El vino va moviéndose y el sueño también pero, en realidad, siempre en la primera noche se suele dormir poco. A las dos se acuestan los últimos.
Domingo día 18 de julio de 1976.
A las siete treinta se oyen los primeros gritos. Poco a poco la gente va dejando el sueño en el saco y sale a ver qué pasa. Unos primeros avisos ya resuenan en las asustadas orejas. Antes de las tres de la tarde tiene que estar todo instalado y preparado: el mástil, la mesa, la tienda-cocina, el almacén, el hoyo para las basuras, … y, caso de no ser así, el campamento va a ir mal.
Expedición de leñadores al bosque. Los árboles muertos todavía van a realizar su último trabajo y realmente lo hacen. Las primeras mulas hacen su aparición. Y ahora que digo mulas pienso en el viaje de Unamuno con uno de estos animales al Puerto de Benasque: qué grande le parecía todo esto a aquél hombre preocupado por la existencia y qué poca cosa le parecían aquellos hombres que trabajaban por estos valles rodeados de gigantes. La verdad es que aquí parecen pequeños, sí, pero los árboles también lo son y todos juntos, en poco rato, es impresionante el trabajo que se ha hecho. Estos árboles muertos cobran vida y la dan. ¡Qué pródiga es la Naturaleza!
Los matorrales que nos rodean también nos ayudan ya que con ellos haremos la mesa e incluso servirá para quitar el Sol de las catimploras. La tierra también hace su trabajo ya que gracias a ella cubrimos las basuras. El agua también se ofrece para refrescar la lechuga, los tomates, la fruta, el vino y, en general, toda la vida. Las piedras son un magnífico elemento para fijar las patas de la mesa. E, incluso, los vecinos corazonistas se muestran amables y nos alegran la jornada con sus cánticos. Esperemos que no llueva esta tarde …
Para desayunar leche, café, galletas, mermelada, chocolate y poca cosa más. Con ello cojeremos las fuerzas suficientes para llevar el mástil y algunos troncos gruesos que los utilizaremos para hacer la mesa. De todas formas ésta hoy se quedará a medio hacer. La recompensa al trabajo realizado en el día de hoy es una buena cazuela de judías con butifarra; una ensalada a base de tomate, cebolla, pepino, lechuga y aceitunas; y, para postres, melocotones y ciruelas del señor Frigola. Como algunos no tienen paciencia para esperar al café se van a jugar a fútbol.
Una vez digerida la comida lavamos los platos y preparamos las cosas para la excursión de mañana: el Russell (3212 m). Algunos ya se rinden hoy. Como se nos ha hecho tarde para salir hoy tenemos que plantar las tiendas otra vez. Decidimos salir mañana bien temprano. Los acampados hoy no se hacen rogar para ir a dormir puesto que el sueño aprieta. Como no hace mucho frío un pobre desgraciado propone hacer un vivac pero al poco piensa que la experiencia se puede hacer bien otro día.
Lunes día 19 de julio de 1976.
Nos levantamos pronto. El cielo está oscuro y sólo algunas estrellas lo iluminan. Medio dormidos subimos al camión y bajamos hasta el Plan de Senarta para remontar todo seguido por la pista de Vallhivierna. Con el traqueteo del vehículo y los cánticos espontáneos de los que en él viajan nos vamos despertando poco a poco. Salimos del lugar donde acaba la pista a las seis y media de la mañana y muy pronto vemos que hay poca nieve aunque la Pleta de Llosás está más verde que nunca. Llegamos al Ibón de Llosás a las ocho de la mañana y ya se empiezan a establecer diferencias de tiempos entre unos y otros. Comemos un poco y continuamos. A partir de aquí los dos Gómez se van distanciando del grupo delantero y me comunican su abandono a las nueve y media. Luego, apretando el paso, puedo establecer contacto con el grupo delantero y me anuncian dos abandonos más. Ya estamos en el inicio del glaciar. Es muy pequeño y helado. Nos ponemos los crampones y así llegamos hasta el pie de la canal que conduce a la cumbre del Russell. Los más jóvenes e inexpertos se rinden satisfechos de haber llegado donde han llegado. Los demás continuamos por la canal de piedras, más o menos descompuesta, y sin muchas más dificultades llegamos a la cumbre justo al mediodía. El día es claro, pero no en demasía, y las montañas cercanas se ven muy peladas. Da la impresión que el Pirineo se ha convertido en un gran pedregal faltado de ibones y de la luminosidad que le da la nieve de las cumbres. Entre lo que destaca se ve la cresta que nos conduce por el Margalida y el Tempestades a la Espalda del Aneto. Derivando del Margalida destaca la aérea e impresionante cresta de Salenques, la cumbre del Salenques y los valles de Llauset y Salenques. Se ve también el Mulleres y el valle con su nombre. En el horizonte se distinguen los Besiberris, el Montardo d’Aran, la Pica d’Estats, el Monteixo, las Culebras y el Posets.
No hay libro para firmar. Bajamos a las doce y media. En el ibón de Llosás ponemos los pies en el agua. A las cuatro y media salimos del Plan de Senarta unos hacia su casa y los otros hacia el campamento. Antes hemos tenido otro pinchazo con el Mehari y hemos de correr un kilómetro para avisar a los del camión. La vida del campamento continúa …
Nota del traductor:
Veinticinco años después todavía recuerdo una anédota de este último pinchazo … Era por aquel entonces un valle absolutamente solitario. Con los nervios de cambiar la rueda llegan los del Mehari corriendo al camión en busca de ayuda. Pero el caso es que dicen … ¡qué les han robado la rueda de recambio mientras la cambiaban! PK, con clara serenidad, afirma y rotundo desde el camión … ¡esto es imposible! Ante la insistencia de los del Mehari se realiza una búsqueda detallada y exahustiva de la susodicha rueda. Al cabo de un tiempo, rendidos, hay que acabar concluyendo que como mucho debe haber caído rodando al río pero nunca que la han robado. Simplemente es que no pasa nadie, absolutamente nadie. Y, si ha pasado alguien, para qué robar una rueda de recambio si casi es mejor robar un piolet, por poner un ejemplo lógico. Nada que no hay rueda. Después de mucho tiempo … a la que se levanta el capó del Mehari para volverlo a poner en su sitio … ¡aparece la rueda! Estaba escondida entre el capó y la parte delantera del coche …
El campamento estuvo lleno de «problemillas» como éste continuamente pero la verdad es que salió muy pero que muy bien en cuanto a la actividad montañera. Yo me fui a casa con cinco tresmiles al bolsillo: el Russell, la Maladeta Sur, la Maladeta Central, la Punta de Royo Literola inferior y el Gías. En las Maladetas la victoria fue para mí gracias a la intuición de PK que supo dar con el camino. Éste circula justo por el medio de la pared y sólo después de darle la vuelta a toda la montaña se consigue vencerla. Es como un juego. Es un acecho envolvente … El Royo fue reservado a los cuatro más expertos del campamento ya que sin la cuerda no se podía conquistar. El camino pasa por una pendiente muy helada. Lo del Gías fue como en las películas. Nos encontramos cerrados, a primera hora de la mañana, en el refugio de Estós sin poder salir por la puerta. Tuvimos que salir descolgándonos por una ventana …
Semana llena de trabajo y exámenes pero de días maravillosos y noches frías. Nada puede impedir algo cuando se desea de veras, cuando se quiere ir a la montaña de verdad. Así como ni MP, ni Josep Ma., ni Paco G., ni PK, ni yo mismo hemos estado nunca en el Puigmal decidimos subirlo a pesar de todas las adversidades.
Para ir a Nuria hay que coger el cremallera o las piernas. Descartada la primera posibilidad por los retrasos y producto de las numerosas curvas de las carreteras de la provincia de Girona, que son los mareos de Miguel y Josep Ma, decidimos subir andando. Dado que casi oscurece, finalmente, nos esperamos en la estación de Queralbs con el objeto de coger el último cremallera. Llega casi una hora más tarde. Mientras esperamos hacemos la sopa pasando la mano por la cara a una chica que, posiblemente por el hambre, se ha dado cuenta que el agua ya hervía y que debíamos tirar ya los polvos. Ya aquí empezaremos a ver que los «xavas» tienen mucho de «flatus vocis» y pocas obras.
Llega el primer cremallera: sólo se puede subir al primer vagón y debemos esperar al segundo. De la gente que se espera hay de todos tipos. Predominan los barbudos y, en cuanto al equipaje, hay quienes llevan esquís, esquís cortos, piolet, bastón o incluso quien no lleva nada. Eso sí: todo el mundo lleva más ganas de hablar que dormir. Llega el segundo cremallera y podemos subir los cinco, entre empujones, a un mismo vagón aunque deberemos hacer el viaje de pie. Cuando se acerca el cobrador hemos de retirar las mochilas para, una vez ha pasado al siguiente vagón, volverlas a dejar en el mismo sitio. Crece la impaciencia. Los «xavas» ven candelas de hielo y nieve y sólo miran cómo se lo pueden hacer para cogerlas. De vez en cuando una señora logra estirar una candela y luego se la pasan, de unos a otros, como si fuera un gatito (por cierto una niña llevaba uno de felpa que incluso lo acariciaba). Otro impaciente abre la puerta y se divierte pasando el pie por la nieve: parece que no deja marca. Por fin cruzamos el último túnel y aparece el valle de Nuria nevado y desnudo. Nos apresuramos a bajar del tren para ir a buscar sitio al refugio a la carrera.
Siguiendo a los que han bajado antes que yo llego al primer refugio que encuentro. Antes de dormir, o de pretenderlo, hay que pagar porque me parece que sino nadie pagaría. Imagínatelo, si pagando para dormir, y por anticipado, ya hay quien no duerme en toda la noche: si no cobran por anticipado ya seguro que nadie dormiría. En el refugio hay 25 «xavas» que piensan subir al Puigmal o al Infierno y nosotros. Hay una estufa que calienta bastante, tres pisos de literas, dos mesas con sus respectivos bancos y un par de taburetes. Extendemos los sacos y vamos al bar.
Decidido y descarado el camarero no nos hace esperar y nos apaga pronto la sed. Con cuatro gritos se acercan las bebidas volando o rodando por el mostrador. El panorama del bar tiene mucho amarillo y rojo. Quiero decir que hasta hace bien poco llevar tirantes o elásticos era pasado de moda y ahora ya resulta que no lo es y, sobretodo, si éstos forman la bandera catalana. Esto también son «flatus vocis» o apariencias puesto que de patriotas lo tienen muy poco o nada dado que para criticar ya se sabe que son muy buenos y para ensuciar con sus palabras o papeles todavía lo son más.
Volvemos al refugio. Es una delícia contemplar el valle desde el lago helado que gracias a personas que son más patriotas, que de los que criticábamos anteriormente, hoy no cubre todo lo que es la explanada del Santuario.
Antes de acostarnos preparamos las mochilas y tres catimploras con limonada, naranjada y leche que nos irán muy bien. Lo que no nos irá tan bien es lo del dormir.
Después de suplicar, buena parte de los que pretendíamos dormir, el silencio y que apagaran la luz un buen corazón la apaga, hecho que deberá repetir tres o cuatro veces más ya que una vez la luz estaba apagada al poco la volvían a encender. Aún y con la luz apagada el diálogo continuaba si bien se limitaba a unos círculos más reducidos y sin conexión. Una de las múltiples súplicas de silencio fue por una causa muy sugestiva: «¡por las barbas de San Juan!» y la carcajada conectó, de nuevo, los diálogos que se entonaron más vacíos y sensuales que hasta el momento. Los de nuestro lado izquierdo trataron, equivocadamente, de «valencianets» a los de la otra parte del refugio. Cerraron la boca pero no tardaron en repetirlo sensualizado. La respuesta no se hizo esperar con un «-¿fal.là galego?-» pero resulta que hablan catalán como ellos y más valdría que no lo hablen para ensuciarlo como lo hacen.
Entre las múltiples cosas, de todos tipos, que han pasado esta noche merece señalar que unos la han aprovechado para escalar la pared de la iglesia y los del compartimento contiguo después de hacer durante bastante rato de coro a una guitarra han hecho de coro al diálogo puesto que no han parado en toda la noche.
A las tres salía un servidor al lavabo y contemplar el cielo, más estrellado que nunca, y al cabo de dos horas estaba desvelado otra vez. A las seis menos cuarto se levantan nuestros vecinos por lo que nosotros también adelantamos nuestra salida. Con cuatro zancadas subimos, con nieve dura, hasta el Collet Verd. Allí presenciamos la salida del Sol y comemos alguna cosa. Después continuamos por la Coma de l’Embut. La nieve es dura. Cruzamos el río dos veces. Se ve el río aunque cubierto de nieve. También se ve detrás nuestro como vienen dos grupos más. Un poco más arriba nos apercatamos que hay una tienda plantada sobre la nieve. Salen cuando pasamos nosotros por allí. Llegamos hasta el pluviómetro. Aquí, una vez más, se ve la incultura y la falta de educación de mucha gente: hay un agujero bastante grande hecho con un golpe de piolet además de estar envuelto de firmas que muestran el afán de los excursionistas de dejar un rastro por allí por donde pasan. Medio cubierta por la nieve hay una cruz último recuerdo de alguna víctima anónima de la montaña. Mirando atrás ya se dominan los valles del Nou Creus, Nou Fonts, Eina y Finestrelles.
A Paco le empieza a doler una pierna debido a que ayer en la estación tropezó con un escalón. Es por ello que debemos subir muy despacio parando amenudo y descansando. Menos mal que llevamos la limonada y podemos beber un poco al mismo tiempo que hacemos algunas fotografías al Pic del Segre. Ya se empieza a vislumbrar la Cerdanya. A pesar de todo llegamos al Puigmal antes que muchos otros que han subido por lo recto y no les hace daño la pierna. Nosotros hemos seguido las marcas de los crampones de Josep Ma. que también, a veces, se enfilan por lo derecho. Unos han tardado tres horas y tres cuartos para subir y nosotros cuatro horas y cuarto contándolo todo.
La vista es maravillosa a pesar de que no se divisen las montañas de Lleida aunque sí todas las de Girona: Taga, Balandrau, Gra de Fajol, Bastiments, Costabona, Infern, Torreneules, y, Nou Creus, Nou Fonts, Pic d’Eina, Torre d’Eina, Finestrelles, Pic del Segre, es decir, toda l’olla de Nuria. A parte, el Canigó, el Carlit, el Puigpedrós, la Tossa Plana de Llés, Pic de la Muga, cercle d’En Valira, el recortado macizo del Cadí, el Pedraforca, la vall de la Molina con la carretera blanqueada, etc. Todo una ristra de preciosidades que si nos hubiéramos quedado en el refugio, como muchos, ahora no veríamos si vale la pena cansarse un poco. Incluso a Paco por unos momentos no le hace daño la pierna y podemos hacer algunas fotografías.
Es tarde y debemos bajar. Ahora la nieve está blanda y de vez en cuando te hundes. Hace un Sol que quema y hay que quitarse el jersey. Los de la tienda ya la han doblado y nos adelantan. Resbalo en una ocasión. Paco tiene sed y se queda atrás. Cuando llego al collado, desde donde hace bien poco me habían gritado mis amigos, oigo tocar las campanas. En diez minutos llego a Nuria.
PK y Paco bajan en el cremallera mientras los demás lo hacemos a pie por la vía. Los túneles son un poco oscuros pero lo más destacable que hay son las cascadas de hielo como la de Fontalba. Pero los hombres somos un poco despistados y después de preparar la máquina para la foto la cierro sin disparar. Comemos y en un poco más de una hora llegamos a Queralbs. Nos cambiamos y bajamos a comer a Capdevànol desde donde se ve el Puigmal que lo hemos subido un 29 de febrero de 1976 cosa imposible de repetir hasta el año 1980: ¡vale la pena!