No conozco ninguna actividad humana que, en miles de enredos siempre nuevos, convoque la totalidad de las fuerzas corporales y muchas de las intelectuales y espirituales y requiera un esfuerzo mayor que el combate singular con la difícil alta montaña.
En ninguna otra ocasión se agita así el fondo de nuestros sentimientos, se forja y se endurece nuestra voluntad como en esta. No sólo supera a todos los demás deportes y juegos en los que, o bien no hay que emplearse a fondo, o bien el enemigo no es tan digno, en los que sólo son llamados a la guerra determinados grupos de músculos o determinadas fuerzas del espíritu, o sólo del cuerpo, o bien únicamente el espíritu, sino que la marcha en solitario por la montaña ofrece en estos tiempos, un valioso sustituto para el antiguo deporte de los torneos de caballeros o la caza sangrienta.
Tal y como estaba previsto, decidido delante de una cerveza, a finales de enero teníamos que ir al Coma Lo Forno en un fin de semana que reunía todas las condiciones por una bofetada. Pero por motivos ajenos a nuestra voluntad se aplazó al domingo siguiente que era el último del mes de febrero.
Nos auguran resbalones a go-go. Dejamos las direcciones y teléfonos en nuestras casas por si no regresáramos, hacemos testamento y a las ocho del sábado salimos hacia Bohí. Somos tres (Josep S. Joan F. y Robert C.). La niebla nos hace malas pasadas hasta Balaguer pero después la pasta se despeja y podemos ver desde la carretera la panorámica del Monte Perdido hasta la Punta Alta. Enmarcada por robles centenarios nos introducimos por la Ribagorça que tiene el río totalmente helado. En Caldes no hay nadie. Hacemos las mochilas, nos preparamos y empezamos a andar. El camino sube con una pendiente constante y nos hace parar a menudo para tomar aliento.
Una cascada helada nos anuncia peligros próximos. Todo el valle del Gémenes se ve poco practicable. A cada paso nos vamos hundiendo más y más. Se oyen bastantes «¡va parir!» pues ya estamos de nieve hasta las … De rodillas salimos de este suplicio y procuramos acercarnos a unas piedras que parecían nuestra salvación y digo bien parecían por lo que pasó un tiempo después.
La pared es cada vez más vertical. Esto es un callejón sin salida. No sabíamos por dónde nos metíamos pero la cuestión era salir de esa sopa. Las presas son inseguras y pequeñas. Verticalidad. Cansancio, nervios y fundamentalmente tenemos un excesivo peso sobre nuestras espaldas. Suspensión de un pie, las manos se desprenden y sensación de vacío.
Fue cuando yo ya estaba al final de esta corta pared, en una posición inestable cuando oí dos claros: «¡NO!» que rompieron el silencio de la tarde. Vi con toda claridad la caída. Yo estaba a unos metros por encima de él. Entre el cuerpo y la mochila, que rebotan en la pared, se frena y hacen que no reciba ningún golpe en la cabeza. Después las plantas y los matorrales acaban de pararle provocándole sólo algunos rasguños. Silencio.
– «Joan! Contesta! Dí algo! …«.
Silencio.
– «Estoy bien«, contesta con una voz algo temblorosa.
Robert, que todavía está en una posición algo crítica, pregunta si tiene que bajar a ayudarle. No hace falta. Robert se pone a filosofar. Josep que está rezando por el alma de Joan baja a socorrerle. Seca los labios sangrantes y las rozaduras. Son todas las heridas superficiales y fundamentalmente morales (psicosomáticas, ¡ole!). Una de las conclusiones que tuve es que esto de las invernales es puro masoquismo pero que a pesar de todo no me desagradaría repetir el intento.
Intenta levantarse, está mareado, las piernas le sostienen a pesar de los fuertes dolores. Josep se encarga de llevarle la mochila. El valle queda tranquilo dajo los últimos rayos solares.
Estamos a 2100 metros en un llano que forman las estribaciones de La Lequeutre y hacemos un agujero en la nieve. Plantamos la isotérmica que, fundamentalmente, hasta ahora sólo ha hecho que estorbar. Una cena rápida, el Sol que se esconde y el frío pasa a protagonizar la escena. El cuerpo empieza a temblar y se introduce en el saco. Se avecina una larga noche. Doce horas de humedad, frío, hielo arrugado a nuestras espaldas, poco espacio al ser nosotros demasiado largos para una tienda tan corta, … se está gestando una elegía acerca de la isotérmica.
Joan insiste y nos da moral hasta las cinco de la mañana que suena el despertador. Cuesta levantarse y engrasar los cuerpos arrugados. Las botas están heladas. La temperatura mínima prevista era -10 grados centígrados, es inaudito, se han vuelto a equivocar en las predicciones. Finalmente sacamos la cabeza y todo lo demás. Hace frío, está todo el cielo cubierto de estrellas e iniciamos la marcha. La nieve está helada y la pendiente es acusada. Se divisa ya la Punta Alta y la Punta Passet parece como si nos estuviese desafiando.
Josep resbala y se frena con el piolet. A 2400 metros la pendiente disminuye hasta hacerse casi llano el trayecto. Ya vemos nuestro objetivo. El Sol acaba por salir y descansamos un rato para desayunar. Decidimos no ir al Coma Lo Forno iremos a la Punta Lequeutre. Los mapas de la Alpina engañan al personal.
Joan sobreponiéndose a los dolores sigue lentamente hasta donde nos encontramos.
Ya sólo Robert y Josep comienzan la arista que tiene un poco de nieve y hielo. Los pasos se complican mucho. El día es espléndido y soleado. La vista va ampliándose. El Bessiberri Sud y el Coma Lo Forno nos acompañan toda la ascensión.
A 200 metros de la cima tengo que abandonar todo gracias a un empacho de galletas. Durante más de una hora gozo de la soledad de la cresta. Mientras Josep, en solitario, corona la Punta Lequeutre y ve a la Punta Passet asequible pero decide regresar inmediatamente con los demás. Ya me he restablecido y regresamos con la moral de haber coronado un tresmil. En poco rato llegamos de nuevo a la isotérmica a eso de la una.
En la bajada tenemos que encontrar un camino, va directo al Balneario, nos volveremos a hundir y tenemos que desenterrar varias veces a Joan. Menos mal que parece tener siete vidas. Esta vez encontraremos el camino a la primera.
Abajo saboreamos el agua de Caldes y la cerveza de «Las Cumbres«.
En el coche me viene a la cabeza lo de las bienaventuranzas y pienso que se les olvidó una «… bienaventurados los caídos por causa de la montaña porque ellos llegarán a sus cimas …«. Después de inaugurar un restaurant y cenar nos dirigimos directos sin nieblas ni demás peligros atmosféricos hacia «Can Barça«. La cama ofrece a los cuerpos doloridos un buen acogimiento.
La cosa tiene su interés. Lo cierto es que no pensaba salir de excursión. Tengo que agradecer a mi buen amigo Miguel que llamara y que, aunque no estuviera en casa, tuviera la valentía de decir un nombre que por sí mismo ya eleva los ánimos y da ganas de desperezarse.
Sábado. El día es espléndido, el viento más bien frío, los ánimos elevados. A las cuatro cuarenta y cinco salen de Girona. En la subida de los Tres Pins el coche no pierde velocidad, preludio de seguridad. Serra Cavallera está blanca por la nieve y las nubes rojizas por el viento. Sant Pau de Seguries respira aires de fiesta aunque un hombre de piel morena y arrugada afirma con un pesar muy elocuente que sopla la tramontana de Núria mientras la gente pasa el frío y alegra el corazón bailando sardanas de finas notas. Los compases de este baile que llevamos tan adentro hacen estremecerse de gozo mis entrañas que se quieren calentar tanto del frío de los pies como del frío de patria. Pero tengo las manos ocupadas de un líquido que también calienta y la espera se me hace larga con tantos deseos y tantas llamas que queman.
Llega Cayetano con aires de superioridad: cuanto más altos más aires. Coches lentos que hacen aminorar la marcha y vómitos molestos la hacen parar: tantas curvas remueven cualquier estómago. Lo aprovechamos para hacer un tentenpié y un traguito de vino. Un corazón contento entona canciones de una voz universal y muy pronto el coche se convierte en un coro. Nos acompañan los estratos que van siguiendo la carretera, ahora casi verticales y agudos, ahora tumbados y bajos. En la Pobla de Lillet la benemérita se calienta en un «foc» (fuego) y el chofer celebra las curvas superadas con un buen «toc» (traguito de vino…). Guardiola guarda al lado de la carretera una obra de aquellas que no pasan. Nosotros sí que pasamos un autocar que va hacia Saldes y cuando alzamos los ojos al cielo vemos alzarse al Pedraforca: «la gloria sube por los caminos angostos» (Ovidio) que nos predice a los corazones temerosos y a aquella alma que sufre lo que ha predicho «la técnica del amor está en conservarlo» delante del adversario más cruel.
Todo el pueblo de Saldes está nevado y los campos parecen camas con la cabecera del Pedraforca sugeriendo un estilo de lo más puro y natural. Las calles de Saldes son una «penca» de hielo aunque la fuente sigue manando: el manantial no se ha perdido, la sangre aún corre…
Son las ocho y media. Mientras cenamos la vista se nos va hacia la tele (Nota del traductor: todavía me acuerdo de la película que vimos… «El Planeta de los Simios»). Finalmente encontramos posada para dormir pero parece aún más difícil el Pollegó que nos vaticina un hombre del pueblo que no lo subiremos. Suarez, este señor que parece muy amable con los catalanes y al que la oposición lo califica de «hombre de buena voluntad», también vaticina que las minorías terroristas no impedirán el paso hacia la democracia si nosotros la queremos de verdad. Pero recordemos que Carter ya patinó el primer día y nosotros llevamos crampones para preveerlo.
Antes de dormir nuestros cantos y sonidos vocales caldean la habitación. Con el objeto de que la música sea más armónica le damos un chupete a Cayetano para que recuerde que también ha sido niño.
Son las seis y media: ya suena el despertador. Cuando salimos a la calle no falta ni una estrella ni la Luna. Los cristales del coche están helados y la carretera también. Estamos más rato para hacer mover el coche tres metros que lo que hemos tardado en llegar hasta aquí. Mientras unos ponen las cadenas otros ya se ponen los crampones. Empezamos a andar a eso de las ocho y media. El Sol ya ilumina las paredes del Pollegó Inferior y va aclarando los horizontes. Dejamos la carretera y seguimos por el camino del bosque. El día va mejorando y tenemos que quitarnos ropa. Al abandonar los árboles el camino se hace más pesado la nieve se hunde y los ánimos desaparecen.
Desayunamos en unas rocas: el bacon hace su efecto y cambia de dirección. PK pide una naranja y Jaume se la da amablemente. En un vuelo más preciso la mermelada va a caer sobre la nieve.
Seguimos hacia arriba. El camino está marcado y se sube bien. De vez en cuando una ventada nos hace girar la cara. Un árbol seco y muy decorativo se levanta valiente por encima de unas peñas y un pino pequeño y robusto sale del medio de la nieve. Mirando hacia atrás aparte de la pendiente podemos admirar el Berguedà cubierto de nieblas y las cercanías de Saldes nevadas. El último trozo de la Enforcadura está helado y una naranja ayuda a remojar el estómago. Son las once y media.
Después nos encontramos unos que vienen por Gòsol ese pueblecito agrupado encima de un montículo y todo blanco. La última subida se ha de hacer por turnos y el último espolón con las manos y los pies procurando no acercarse mucho a la cornisa. Llegamos arriba a la una menos cuarto. Hace viento. Nos encordamos. Nos vamos. Ya estamos en Saldes. Encontramos conocidos montañeros de Badalona. En Ripoll hay caravana. Gracias por todo, Miguel, la montaña es nuestra.