Hacia un alpinismo del ser …..

¿Qué es lo que tiene que cambiar en el alpinismo para que pasemos del «alpinismo de conquista» del siglo pasado al «alpinismo del ser» del futuro?
En primer lugar tenemos que librarnos de la cumbre entendida como una posibilidad de posesión.
Esta puede ser como mucho el punto final. En tanto que prevalezca la opinión de que una montaña puede ser vencida, de que una cumbre puede ser adquirida, poseída de alguna manera al escalarla, seguiremos completamente atrapados en la fase de conquista del alpinismo y seremos esclavos de las cumbres. El Matterhorn ….. «Ya está hecho, listo». Así habla el conquistador que vive de los resultados palpables y no de las vivencias.
Pero tampoco podemos esperar que las montañas nos proporcionen el sentido de nuestra existencia.
Partiendo de esta base, el alpinismo alberga muchos estímulos capaces de hacernos personas conscientes de nuestra existencia: la obligación de ser uno mismo aquí y ahora, el despertar del yo subconsciente de la zona fronteriza y el reconocimiento de las propias limitaciones. Sólo la aceptación de que nada ni nadie excepto yo mismo le da sentido a mi vida, el reconocimiento de este vacío por lo tanto, es lo que me permite desarrollar una actividad libre. Y a este respecto yo entiendo mucho más la libertad como una oportunidad de ser yo mismo que como la posibilidad de hacer o dejar de hacer lo que quiera. El desarrollo de mi propia personalidad y la de mis semejantes se convierte en la meta de la existencia, de la vida y de todo lo que comporta. Quien ha aprendido a vivir y por lo tanto se ha visto confrontado con su propia nada, no puede matar a nadie. Para él son secundarios el poder, las cosas materiales, los ídolos y las ideologías. Su confianza en sí mismo, la consciencia de su propia identidad y con ella, también su seguridad, descansan sobre su creencia de lo que realmente es y puede hacer. Su capacidad para el pensamiento crítico no sólo se desarrolla a partir de la vida que le ha sido dada, también a partir de la muerte.
Reinhold MESSNER en «La zona de la muerte».

Conquista invernal del Pico del Moro Almanzor (2598 m)

ESTA CRÓNICA RELATA COMO UNA BOTA DE VINO CONSIGUE QUE BAJEN DEL PICO DEL MORO ALMANZOR UNOS ALPINISTAS POR SU PROPIO PIE. DE NO SER ASÍ, HUBIESE HECHO FALTA UN HELICÓPTERO PARA SACARLOS DE LA CUMBRE.
Es viernes, 30 de enero de 1.981. Miguel como todas las noches llega tarde. Ya ha tenido sus clases en la escuela y junto con los demás compañeros se disponen a cenar. Esta vez Juanjo también nos acompaña. La conversación se encamina alrededor del alpinismo: momentos inolvidables, técnicas del deporte, grandes expediciones, …. Hemos acabado de cenar. Siguiendo un poco más la conversación llega el momento que Juanjo propone a Miguel: «… ¿te animarías a organizar una excursión a Gredos para este fin de semana?» Tras un breve silencio se oye por parte de Miguel: «sí, por supuesto, vamos a ello». No pasaron dos minutos y ya estaban llamando los dos por teléfono a sus respectivos amigos. A media noche ya estaban casi todas las gestiones hechas, saldríamos cinco: José Luis, Juanjo, Juan, Narcís y Miguel. Es muy tarde ya, dejaremos algunas gestiones para el día siguiente.
Como Juanjo tiene un examen se encargará Miguel de organizar el resto de la excursión. Se piden las comidas para la hora de comer, quedamos en salir a la una de Madrid y se pasará a recoger a cada uno en su propia casa, se hace una lista de material que hace falta conseguir, repasar las tiendas de campaña, …
Alrededor de las doce una llamada a Miguel nos da una mala notícia. El coche que se iba a usar para la excursión está estropeado. Miguel se pone de nuevo a mover el tema y al llegar Juanjo remata la jugada. Pepo nos deja un MG de exportación inglés. Todo resuelto.
Llega la hora de salir, ¿dónde está el coche?, se lo han llevado un momento para ir a recoger una «parrilla» para freir la carne a la brasa. Al alargarse el maldito momento, Miguel llama a todos los componentes y les dice que aprovechen para comer y así ganamos algo de tiempo.
El coche llega pasadas las dos y media. Lo paramos antes de entrar en el garaje y al instante ya salíamos a buscar a los demás. Salimos por la autopista de El Escorial pasadas las tres. En Hoyos paramos para tomarnos unas cañas y llenar la bota de vino. En la plataforma estuvimos el tiempo justo para prepararlo todo y empezamos a andar. Miguel animaba a los demás diciéndoles: «hay que haber franqueado Los Barrerones antes de que anochezca, de no ser así podemos tener problemas». Llevábamos retraso a pesar de haber recuperado un poco de tiempo en la carretera.
Se hizo de noche, como es usual, empiezan a ser útiles las linternas. Nos encontramos un poco antes de Los Barrerones, todo parece marchar bien. José Luis saca un foco que facilitó la marcha. A pesar de todo nos confundimos un poco al bajar a La Laguna pero la intuición de Miguel consiguió dar de nuevo con el camino. Llegamos al lago y empezamos a buscar el refugio, todos éramos conscientes de que lo teníamos allí mismo pero no había forma de encontrarlo. Al fin se encendieron unas luces desde el refugio, el guarda había visto el foco y nos hizo señales para que pudiéramos llegar.
Después de pedir dormir en la parte libre del refugio el guarda nos dijo que no era posible usarla y debíamos dormir, por lo tanto, al raso. Ante la coyuntura propuesta de «picarnos» un vivac con poco equipo para ello, y de mala gana, optamos por pagar las tasas correspondientes y dormir en el refugio convencidos por el frío reinante. Como sea que no dimos nuestro brazo a torcer fácilmente nos fuimos a dormir muy tarde.
La salida de la excursión fue un poco más tarde de lo previsto dada la hora que era cuando nos fuimos a dormir. Nos levantamos, desayunamos y empezamos a andar al mismo tiempo que empezaba a salir el Sol. Habíamos sido de nuevo los últimos en acostarnos y los primeros en levantarnos y salir de excursión. Estaba la nieve muy dura. Hacía frío. Recorríamos un valle que nunca le da el Sol. Llegamos al cruce de valles. Miguel propone ir a La Galana al verse el valle mucho más practicable pero al querer ir todos los demás al Almanzor se cambia el plan sobre la marcha. Iremos al Almanzor.
Se forman dos grupos, en cabeza: Narcís, Juan y José Luis; detrás: Juanjo y Miguel. Llegamos al río, está helado. Miguel resbala aunque el equilibrio y los reflejos consiguen que no se caiga si consiguen asustar a Juanjo. Me explica que en la excursión anterior tuvo la desgracia de ver la caída de un amigo que estuvo a punto de tener fatales consecuencias. Juanjo no estaba todavía recuperado del trance. Miguel que conocía su situación le estuvo animando para que no diera importancia a lo sucedido. Cruzamos el río con algunas dificultades y nos dirijimos a la Collada del Crampón.
Miguel esperaba no encontrar ya más dificultades con el hielo puesto que no teníamos apenas material para trabajarlo. La subida era por un canchal de piedras. Paramos para desayunar un poco y reanimarnos un poco de los momentos que habíamos pasado al cruzar la cascada helada.
Iniciamos la marcha hacia el collado. Narcís va en cabeza con el piolet. Juanjo lleva la bota de vino. Miguel lleva la mochila con el material de abrigo de todos.
Ya está el collado allí arriba, hay un pequeño nevero entre piedras altas y lisas. Hay que ir por la nieve. Narcís, que va delante talla sobre el hielo unos escalones y se sitúa en el collado a esperar los demás. Era un pequeño paso, tenía mucha pendiente, pero es puro hielo. Como no disponíamos de material los demás subimos como los gatos: a cuatro patas y procurando no parar al subir ya que irremediablemente empezabas a deslizarte hacia el vacío. Por algo lo llaman Collada del Crampón, ¿no?
Creo que es obvio el estado de ánimo en el que nos encontrábamos. Teníamos que subir al Almanzor y lo que es peor, teníamos que regrasar por el otro lado impepinablemente. Teníamos detrás la casacada helada y el nevero del collado que hacían imposible el regreso por dónde habíamos subido sin que ocurriera nada.
Los fallos de la excursión estaban: en primer lugar, con el material que disponíamos (un piolet, tres pares de crampones y ninguna cuerda) no se podía subir al Almanzor con un grupo de cinco personas y, en segundo lugar, que en los momentos clave de la excursión (cascada y collado) el haberse fraccionado el grupo de tal forma que el que hacía las veces de guía no pudo ordenar un abandono honroso.
Así fueron las cosas; nos encontramos a pocos metros de la cima descansando y sin saber por dónde bajaremos. Miguel sube hasta la cima para ver mejor desde allí una vía de descenso. Aunque le tapa un picacho decide regresar realizando toda la cresta hasta La Galana si fuera necesario, al menos es un itinerario en roca por mucha dificultad que tenga, y una vez allí bajar por el valle que había visto en la subida con unas condiciones inmejorables.
Bajó de nuevo dónde estaban los demás mira atentamente las caras del grupo. El comentario fatídico no se hace esperar a la vez que se exclama con una rotundidad aplastante. Miguel, tú ¡haz lo que quieras! Nosotros nos quedamos aquí. No queremos bajar. Miguel les contestó: «si tuviéramos una cuerda o suficiente material regresaríamos por dónde hemos subido que es lo que hay que hacer siempre pero como no lo tenemos tendremos que hacer toda la arista en dirección a La Galana y una vez allí podremos regresar al refugio por el valle ya que no hay nieve en esa zona». Como con estas palabras veía que lo único que conseguía era desanimar, prosiguió la arenga desviando el tema de la conversación: «… de todas formas, un buen trago de vino no me lo quita nadie». Después de beber Miguel le siguieron los demás una ronda tras otra, ya sea por vicio o desesperación, se produjeron unos efectos milagrosos que animaron al personal a seguir. Juanjo, unos meses más tarde me comentó: «ten la más completa y absoluta seguridad que en aquellos momentos tuviste de mi parte una plena confianza, lo que decías era para mí lo mejor que podía y debía hacer; ahora bien, no por ello dejaba de ser para mí un completo absurdo y una locura sin lógica ninguna. Me encontraba en una situación en que me sentía totalmente inútil y abandonado y ya me daba lo mismo todo».
La cresta era difícil, por no decir muy difícil y peor aún con un poco más de alcohol en la sangre de la cuenta, transcurre sorteando todos y cada uno de los picachos y agujas, había que hacer muchos pasos gimnásticos y poner las manos arriba y superar los obstáculos a fuerza de brazos; por suerte no había nieve que hiciera más difícil la marcha. Todas las indicaciones de Miguel eran acatadas al momento. Nos íbamos alejando poco a poco del Almanzor la cual cosa infundía ánimos al grupo.
¡Un momento! Se complican las cosas. Hay unos neveros empinadísimos que cortan el camino. JOD…!!! Miguel se pone serio. ¡ALTO todos parados! y prohíbe terminantemente que se crucen hay un abismo a cada lado alucinante y sólo nos falta que no sean muy sólidos, ya encontraremos otro camino. Dice a Narcís que suba un momento al filo de la cresta y que explore la posibilidad de bajar al refugio ya sea destrepando o dando un rodeo por ese lado. El Venteadero está justo detrás de las pendientes de nieve. Lo hubiéramos conseguido y no ha sido posible por muy poco. La espera se hace interminable y para colmo vas cogiendo frío. Al rato se oye a Narcís. Dice que se puede pasar. Hay que ir con cuidado ya que la piedra se desmenuza y está el terreno muy roto. Allí abajo habrá que cruzar una nieve pero se ve totalmente lisa. Hay que probarlo. En realidad es nuestra única posibilidad de salida.
Pasamos uno a uno para evitar catástrofes debido a algún inevitable desprendimiento de piedras y después de una fabulosa intervención de los pares de crampones nos encontramos en el Venteadero. Llegar al refugio fue fácil, ya pasó el peligro. Paramos para comer. Llegamos los últimos al refugio como también casi siempre. El guarda estaba ya impaciente. El colmo es que tenemos que discutir con él de nuevo ya que nos pretende cobrar un día más de estancia. Oscurece, nos dimos prisa para alcanzar a un grupo de chavales que son socorristas de la zona. Ellos conocerán la zona y así evitamos perder más tiempo. El regreso hasta el coche no tuvo más alicientes. Cruzamos el lago por encima y tuvimos que procurar en todo instante el pisar nieve puesto que en ese caso tienes la probabilidad de tu parte de no acabar en el suelo. Al final del día bajando de Los Barrerones a mí me parecía que me sería posible competir con los canguros australianos puesto que el saltar de piedra en piedra era ya un tema dominado.
Llegamos de noche a la plataforma. Tomamos rumbo a Madrid. Paramos en Hoyos, Ávila y para poner gasolina. En el camino nos pusimos a discutir cosas que en otras circunstancias no tendrían sentido. Algunos de los puntos que se trataron fueron: las dificultades que habíamos pasado y las que superamos fueron gracias a que en todo momento se trabajó en equipo y todos estuvieron pendientes de los demás despreocupándose de sí mismos; hacer caso al guía cuando no estaban muy claras las razones evitó una catástrofe; en toda excursión debe haber un guía que de alguna forma es el responsable de lo que ocurra en esa salida; y bla, bla, bla, bla, bla ….
Llegamos a Madrid. Acalorados aunque no por ello dejamos a un lado la amistad entre nosotros. Al lado de la Facultad de Biológicas nos quedamos sin gasolina, habíamos dejado a José Luis en su casa y pretendíamos llegar por la Avenida de la Moncloa a los colegios mayores para dejar a Juan y a Narcís. Taxi, lata, gasolinera, muy poco dinero, prisas, … Al fin, cansados, llegamos al colegio mayor de nuevo. ¡Habíamos derrotado al Almanzor en invierno en justa lid! «Que nos quiten lo bailao», diría un muy buen amigo montañero en una situación semejante.
© Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.001.

La filosofía de la intrepidez

Existen diferentes tipos de miedo pero uno es el asesino: la creencia sencilla pero todopoderosa de que no serás capaz de llevar algo a cabo. El trabajo básico que hay que hacer es llegar a tener la certeza de que podrás manejar cualquier cosa que se te venga encima por buena o mala que sea. Jeffers afirma que el miedo no es un problema psicológico sino un problema de educación. Tienes que reeducarte a tí mismo para aceptar que el miedo es una parte necesaria del conocimiento y luego seguir adelante. No llega a decir que puedes controlar tu mundo por completo. Las cosas ocurren por sus propias razones. La llave para que el temor no nos aplaste está en reafirmar lo que hay. Esto no se aplica solamente a cosas pequeñas sino también a otras más significativas como el dolor. El pensamiento positivo no hace que el dolor desaparezca pero si lo integra como parte de tu universo sin negarle su derecho a existir verás que pierde casi todo su espanto. A lo largo de nuestra vida se nos repite que asumamos nuestras responsabilidades. La manera de entender la responsabilidad, según el autor, se parece más al ideal de confianza en uno mismo que ser responsable de cómo interpretamos las experiencias de nuestras vidas.
El pensamiento positivo está bien pero no refleja la realidad. Lo que es realista depende de nosotros y de cómo moldeamos nuestros pensamientos. Una mentalidad positiva no te salvará de las malas noticias pero puede que tu reacción sí varíe. La llave del pensamiento positivo es que hay que practicarlo todo el rato. Aconseja rodearte de todo lo que te inspire positivamente y afirma que el efecto será mayor de lo que te esperas tanto para tí como para el mundo que te rodea. La positividad que irás creando pronto empezará a parecerse más a como las cosas deberían ser que a tu antigua manera de ser. De si algo puedes estar bien seguro es que todo lo que hay en tu mente inconsciente encontrará una manera de manifestarse en la vida real. Resulta crucial que tomes el control sobre tus impulsos mentales a todos los niveles. Una manera importante de generar cambios y superar el miedo que, además, no requiere mucho esfuerzo ni mucha valentía consiste en hacer afirmaciones. Las define como declaraciones positivas que afirman que algo está ocurriendo ya. Tiene que ser positiva y también expresada en tiempo presente.  Ni siquiera tienes que creerte las afirmaciones para que funcionen siempre que se conviertan en un mantra.
Algunas ideas interesantes del libro son:
dot Siempre tenemos tiempo y mucho. La mayor trampa a lo largo de la vida es la impaciencia.
dot Cómo tomar decisiones ganadoras: dejar de creer que solo hay una manera correcta y una errónea de hacer las cosas.
dot No temas nunca a los errores. Tu éxito está en haberlo intentado.
dot Sobre el miedo al compromiso en las relaciones tenemos que comprender que nos estamos comprometiendo con una persona y con su evolución y bienestar y no a una relación necesariamente inflexible y perenne.
«Atravesar el miedo es menos aterrador que vivir con el miedo subyacente que nos viene de un sentimiento de desamparo».
Con esta cita nos viene a decir que aquellos que no arriesgan nunca irónicamente viven todo el rato con el pánico a que algo les salga mal. Estas personas buscan ante todo la seguridad pero el efecto de ello es la inseguridad crónica. En realidad es más fácil probar cosas nuevas. La decisión de incorporar más desafíos a tu vida trae un sentimiento de seguridad ya que te aporta la certeza de que puedes enfrentarte a cualquier cosa.
Susan JEFFERS en «Aunque tengas miedo, hágalo igual».

 

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