Fiesta de cumpleaños en el paintball

Para celebrar que mi hijo Néstor cumplía 15 años decidimos ir a pegarnos cuatro tiros al paintball de Fang Aventura.
Como podeis constatar el equipo verde al principio de la batalla estaba muy concentrado y consciente de su inferioridad numérica ….. mientras que el equipo azul andaba cantando victoria antes de empezar ….. ¿pero cuál sería el resultado de la batalla? …..
En el equipo verde la familia Pavón: Nacho, Kike, Juanjo, Guillem, Marti y Miquel.
En el equipo azul Néstor, que celebra su 15 cumpleaños, y sus amigos: Fescu, Xirgu, Xavi, Font, Lladó y Arnau. Escogen el color azul propio de la nobleza pero no advierten que en el bosque van a ser muy fácilmente reconocibles.
Mientras que el equipo verde quedará mucho más camuflado entre la vegetación lo que les proprcionará una ventaja táctica frente a la numérica de sus oponentes.
La batalla se desarrolla en cinco campos diferentes y en cada campo se celebran dos combates a excepción del último campo en el que se desarrolla una tercera y última batalla hasta que se termina la munición. Los tres primeros son en el bosque, el cuarto en un campo del «far west» y el último en unas ruinas mayas a campo abierto.
Al principio empieza ganando el equipo azul pero pronto la estrategia y velocidad del equipo verde se impone.
Resultado …… 7-3 !!!! VICTORIA DEL EQUIPO VERDE.
Hay que reconocer que al final no hay ni ganadores ni vencidos. Ha sido muy divertido y hemos acabado haciendo las paces con una buena merienda de la que no hemos dejado nada en el plato ……..
MORITURI TE SALUTANT

Cuando se hunde la estructura ….

Excursión realizada el día 3 de mayo de 1981.
Ya estaba el campamento de Semana Santa organizado. Después de numerosas conversaciones por los pasillos de la Escuela, llamadas telefónicas a los amigos, gestiones pendientes resueltas, … ya sólo quedaba por decidir el sitio. A mediados de semana empeora el tiempo y se pone a llover para no dejarlo de hacer hasta que empezaron las clases. Llega el día de salir. Está lloviendo. Las predicciones meteorológicas no preveen cambios en un intérvalo bastante largo.
Con intervenciones rápidas Miguel se hace cargo de la situación atmosférica en toda la península. Por la noche han llegado unos amigos de Roma. Dicen que en la salida de Zaragoza, en los puertos de montaña, estaba nevando y que eran necesarias las cadenas. A la mañana siguiente hay noticia de que Caín está aislado por la nieve y que en Andújar (Jaén) lleva media semana lloviendo y que los habitantes de ese lugar no conocían tal suceso desde hacía mucho tiempo. En Madrid asistíamos a un fabuloso panorama ofrecido por una tormenta eléctrica espectacular. Quedaban así descartadas, una a una, las posibilidades de ir a los Pirineos, Picos de Urbión, Picos de Europa, Sierra Nevada, Guadarrama y Gredos. No valía la pena hacer un gasto importante para luego tener que pasar todos los días metidos en un refugio. No hay más remedio que aplazar la salida y así se comunicó a todos los componentes la triste decisión. La excursión será el primer fin de semana de mayo. El jueves supimos la notícia que unos montañeros zaragozanos estuvieron todos esos días en el refugio de Góriz sin poder regresar. De pensar que nosotros queríamos ir a pernoctar esos días en el Lago Helado de Marboré se me hiela todo el cuerpo.
A media semana mejora el tiempo y el fin de semana vuelve a empeorar. Llega el viernes, no hay clase, es el primer día de mayo y Miguel no se decide a salir. Por la mañana le llama Juan. Está dispuesto a ir a donde sea. Miguel le dice que no tiene organizado nada.
– «Si salgo este fin de semana ya te lo diré con tiempo por delante …».
Después de una breve conversación Miguel se va a estudiar. Antes de comer hay otra llamada telefónica, es Jesús. El jueves en clase le dijo a Miguel que quería salir de excursión y ahora llamaba para concretar. Proponía subir al Peñalara. Miguel le dijo que se pensaría el itinerario y que le llamaría en el caso de que saliera ya que estaba poco animado. Sobre las cinco Miguel ve un aviso telefónico. Ha llamado José Carlos y que volverá a llamar. A Miguel no le hace mucha astucia para adivinar el porqué de esta nueva llamada, a pesar de todo, se cerciora. Coge el cuaderno de direcciones y le llama. Efectivamente, está organizando una excursión.
José Carlos en el aparato hace la pregunta fatídica a Miguel.
– «¿Te vendrías de excursión?».
En un instante le viene a la cabeza una multitud de excusas todas válidas para la ocasión. Está lloviendo, tengo que estudiar, si salgo dormiré poco, estaré incómodo, hace mucho frío, se come mal o mejor dicho fatal, me voy a perder un rico desayuno de bollo, la cucharilla del postre, el aperitivo de la comida, por supuesto no disfrutaré de la merienda, llegaré a cenar tarde y se lo habrán comido todo, tendré que llevar a cuestas toda la excursión las tiendas de campaña, hay que ponerse a buscar que alguien nos deje un coche y para colmo de males volverá a estar todo el peso de la excursión y la responsabilidad que con ello comporta sobre mi persona, … cualquiera de ellas es razón suficiente para echarse atrás, pero … Miguel, en un arrebato típico de locura, le dice a José Carlos que está dispuesto a salir. Se decide. Siempre antes de salir de excursión la pereza entra a matar.
José Carlos tiene un amigo dispuesto a salir y le quedan todavía tres amigos por localizar. Miguel llama a Jesús y a Juan y les dice que llamen a sus amigos para ver si van a acompañarnos. Llega la noche. Unas llamadas y queda concertada la hora. A las seis de la tarde del sábado 2 en Alenza, 20. Es la estación de autobuses de «La Continental». Salen en principio Jesús, Juan, José Carlos, Enrique y Miguel.
Por la mañana Miguel se acaba de decidir. Pide comida para la excursión y se pone a llamar a sus amigos. Se apunta de última hora Narcís y a media mañana unos amigos suyos del colegio. Estupendo. Todo parece indicar que saldrán esta vez unas diez personas.
A las dos de la tarde Miguel va a preparar la mochila. Una idea escalofriante le pasa por la cabeza. Las tiendas de campaña no las revisaron en la última salida que se hizo con ellas y si no recuerdo mal explicaron que les había llovido. Así era. Se guardaron húmedas y ahora estaban totalmente podridas. ¡Qué se le va a hacer! Esto de que las cosas son de todos tiene este problema que al final no son de nadie y aunque era una tienda estupenda habrá que tirarla. Pero como nos eran necesarias las pone a secar al Sol mientras comía.
Después de comer acabó de prepararlo todo y se fue a esperar al autobús que le tenía que dejar en Cuatro Caminos. Un paseo por el barrio con todo el material, las dos tiendas, dos pares de botas y tres sacos de dormir. El autobús para no perder la costumbre, ni pecar de originales en las líneas de la EMT, llegó tardísimo. Tanto era así que cuando entró en la estación de autobuses el otro autobús ya estaba a punto de salir. Estaban, como de costumbre, los padres de Juan entreteniendo al chofer con una animada conversación con el objeto de que se le pasara la hora de la salida.
Nos subimos todos al final del autobús después de haber logrado un retraso inicial de diez minutos ya que, para colmo, Miguel intentó conseguir descuento en el precio del billete por el motivo que fuera. El billete normal costaba 280 pesetas hasta Rascafría. Lo de la familia numerosa coló de nuevo. Finalmente éramos siete. Juan que está en primero de Informática, Roberto que hace segundo, Narcís ha llegado este año para hacer Montes, José Carlos acabará Arquitectura este año, Enrique hace cuarto de Caminos y Miguel y Jesús primero de Aeronáuticos. Todos ingenieros y animados a realizar una travesía desde Rascafría hasta Cotos pasando por toda la cresta.
El viaje fue largo. Más de dos horas. El conductor dio toda la vuelta a la Sierra y nos gratificó con algunas visitas turísticas por los pueblos de la zona. En un par de ocasiones incluso lo vitoreamos y aplaudimos como nunca. La razón era porque se salía de la Nacional se recorría unos dos kilómetros por un camino malísimo, llegaba al pueblo, hacía las maniobras oportunas en la plaza mayor del mismo y sin que se subiera ni bajara nadie reemprendía la marcha otra vez hacia la Nacional por el mismo camino anterior. Llegamos a Rascafría a las ocho y media.
Compramos vino para la bota y algo de comida. Repartimos el peso y nos fuimos a las afueras del pueblo. Instalamos las tiendas mientras otros recogían leña por la zona capitaneados por el estudiante de ingeniero de montes Narcís.
A las nueve ya ardía un fabuloso fuego y estábamos todos a su alrededor dando buena cuenta de las aceitunas y vino de aperitivo. Le sucedieron a continuación los bocadillos, tortillas, avellanas y fruta. Encontramos a faltar una sopa pero nos propusimos que en la próxima excursión ya no fallaría. La tertulia se alargó hasta la una principalmente porque se acabó la leña y el vino. Se decidieron a hacer un vivac Juan y José Carlos mientras los demás nos distribuimos entre las dos tiendas.
Tardó poco a entrar Juan en la tienda tiritando de frío y nos dice que José Carlos está durmiendo muy agusto. Le hicimos sitio y nos durmimos todos.

Por la mañana nos despertó un caballo y los pitidos de Narcís. Quería ahuyentar al animal con un reclamo de cercetas. Eso sí, con el horroroso silbato nos dejó la zona despejada. El caballo marchó seguramente aterrorizado y por allí no apareció absolutamente ninguna cerceta ni macho ni hembra por lo que todavía hoy no sé qué aspecto debe tener este presunto bello pájaro. Todo estaba encapotado.
El ánimo decaído. Pero Narcís y Roberto nos sacaron de las tiendas hacia las siete. Hacía mucho frío. Recogimos las tiendas y empezamos la excursión. Ya desayunaremos más tarde. Cuando pudiéramos parar en un río que le diera algo el Sol.

El valle estaba precioso. Cuerda Larga a la izquierda y completamente cubierta por la nieve. Al fondo del valle estaba la Bola del Mundo reconocible por su repetidor de televisión. Detrás cerraba el valle Rascafría, El Paular y allá a lo lejos el pantano de Lozoya. Arriba hacia dónde nosotros nos dirijíamos estaba totalmente cubierto por la niebla. Sólo nos daba esperanza de mejora el fortísimo viento del Norte que hacía.

Los turnos para llevar las mochilas se fueron sucediendo y después de desayunar a las 12.15 llegamos a la primera cima de la travesía y, por consiguiente, a la cresta. Habíamos superado 920 metros de desnivel en unas tres horas y cuarto. La niebla lo cubría todo. El viento era muy fuerte. La nieve estaba muy blanda y nos hundíamos hasta la rodilla. Tratábamos de pisar, en todo instante, piedras o matas ya que lo preferíamos para evitar agotarnos inútilmente.
Siguiendo las pisadas del primero llegamos a la segunda cima del día que según el mapa se llama Nevero Alto (2139 m). Paramos para comer detrás de un pequeño muro que había y nos protegía del viento. El que estaba mejor estaba tiritando de frío, con los pies calados y las botas llenas de agua. Nos comimos todo lo que llevábamos. Estuvimos luego tomando el Sol para recuperar fuerzas. Antes de salir de la protección nos pertrechamos lo mejor que pudimos. Anoraks, ventisqueros, guantes, pasamontañas, polainas, plásticos, … ¡de todo! Unas fotos y a la carga otra vez. El Peñalara estaba muy distante todavía. Mientras estuvimos parados se despejó un poco y pudimos apreciar lo que nos quedaba.


Llegamos a la Laguna de los Pájaros pasadas las tres y como Miguel recuerda algo del verano pasado intuye que el mapa está equivocado y en realidad el Peñalara está detrás de todo el macizo que teníamos delante. Estamos todos cansados, muertos de frío y para colmo hay que atravesar una zona en la que el torb hace de las suyas. Echamos mano a los pasamontañas y a través de la nube de nieve intentaremos rodear el macizo sin perder altura. Es muy alentador ver como en estas circunstancias tan adversas todavía hay quienes se ofrecen por llevar las mochilas de los que parece que están más cansados conscientes de que ello implicará un mayor hundimiento relativo en la nieve. Recordemos que todos los componentes de la marcha éramos estudiantes a ingenieros y tenemos bastante dominado el tema de la fuerza por unidad de superfície, es decir, del concepto de presión. Avanzamos con mucha dificultad y a la hora larga divisábamos ya la Laguna Grande del Peñalara. Estábamos cerquísima del refugio aunque no lográbamos dar con él. Estudiamos la situación y decidimos perder altura y lanzarnos tumba abierta hacia una caseta que se veía allí a lo lejos.

José Carlos y Enrique decidieron hacerlo por la hierba y los demás por la pendiente de nieve. Juan dio varias volteretas debido a que el descenso se hacía con medio cuerpo hundido en la nieve polvorizada. Al llegar al llano, en el que se encontraba la caseta, Miguel quedó atrapado por el barro que formaba el riachuelo y con algo de habilidad y algún que otro susto pudo salir de la encerrona. No evitó, por ello, acabar de mojarse y ensuciarse medio cuerpo. Una vez en la caseta paramos para reagruparnos. ¿Qué sorpresa tendríamos todos al vernos? Pues que habíamos caído cinco en el mismo barrizal.
Estuvimos estudiando los horarios de los trenes. Eran las cinco y media. El último era a las nueve. Había que cojerlo como fuese. No sabíamos a dónde iba el camino aunque nos ofrecía cierta seguridad que hubiera pintadas en la caseta unas marcas con una franja blanca y roja. Miguel se puso en cabeza para marcar un ritmo rápido y a las seis ya divisábamos la estación de Cotos allá a lo lejos. A las seis y diez nos encontrábamos en el vestíbulo. Enrique se percata que ha perdido la cartera con la documentación y Miguel, muy seguro, le dice que ha vivido casos similares y que al final en todos ellos se acabó con la recuperación de la misma. A las seis y veinte salimos en dirección a Cercedilla. Media hora de espera en el transbordo y a las nueve menos cuarto entramos en Chamartín.


José Carlos acerca a Miguel a su casa con el coche ya que lleva todo el material colectivo de la excursión y a las diez todos estamos en la ducha. Nos volveremos a encontrar para ver las diapositivas.
© Miguel J. Pavón Besalú. Año 2.002.

 

 

Todos los Santos de 1978: la excursión de los Juanes, Caouarere y Culfreda

Una excursión realizada el 4 de noviembre de 1978.
Son las nueve menos cuarto cuando nos encontramos en la calle con la mochila en la espalda cuatro Juanes para hacer con otros seis compañeros más una excursión. Vamos llenando los coches y salimos a eso de las nueve y diez.
Una niebla bastante espesa nos acompaña hasta Martorell y luego se vuelve a reenganchar, ahora de humo y de gases de mal olor, entre Mollet y Sabadell. En El Vendrell tenemos que esperar que pase el tren y aún y así llegamos a Calafell más pronto de lo que la madre de PK se esperaba. Muntaner también tiene ganas de ir a Torredembarra a ver a sus padres. A pesar de lo ocupados que estan los demás lo pasamos con vinillo, almendras, avellanas, sugus y pan de la casa. Salimos de Calafell a eso de las cuatro menos cuarto y llegamos a Plan pasadas las ocho de la tarde. Es de noche y hemos hecho 531 kilómetros. Hace frío. Nuestra primera reacción es ponernos el jersey y entrar en el bar del lado de la carretera. Dentro, la estufa de leña y los hombres quemados por el Sol jugando a cartas dan un tono familiar al ambiente. Pedimos comer los bocadillos que llevamos y nos sirven el resto muy amablemente. Mientras los compañeros cenan PK y Gerald hacen una primera prospección del pueblo y se encuentran con dos gratas sorpresas: una viejecilla que con toda la amabilidad nos acompaña hasta el Hostal y la casualidad de oír por la tele, y de forma muy repetida, el nombre de San Juan de Plan mientras estamos bebiendo en la barra. Resulta que emiten el programa «Raíces» dedicado a los bailes y delicados útiles de trabajo de artesanía -como podrían ser los calcetines de lana, mantas, tapetes, etc- que tan bien se han conservado en este pueblecito tan alejado de la civilización y acostumbrado a sufrir las inclemencias meteorológicas más duras superándolas con los medios materiales que están a su mano. Con un acompañamiento tan gustoso la abundante ración de sopa y las costillas se comen con más deleite. Los que se han quedado en el bar de abajo todavía lo viven más intensamente puesto que algunos hombres que estan a su lado aparecen en el programa o son parientes de los que estan saliendo.
Enbobados con este espectáculo plantamos las tiendas en la chopera del lado del río Cinqueta. Una nube con forma de cabeza que se deja caer con forma de gotas frías lo humedece todo pero la tienda la repele en una noche en la que el sueño no es ni muy profundo ni muy relajador. Lo que sí nos relaja un poco, aunque nos hace pensar, es el juego de adivinar las montañas a partir de las cifras de sus alturas. Luego el juego va derivando poco a poco a montañas que llevan nombres de montañeros y, como no, montañas que llevan nombre de montañeras … Antes de dormirnos Braxman nos relata ampliamente las sensaciones que uno tiene cuando escala una pared y resulta que ves claramente que te has desviado de la ruta correcta.
El viernes nos levantamos a las ocho. Hace fresco y no hay nubes. Mientras, el Sol va enseñando la cara detrás del Puig Alfar y va calentando las casas más altas del pueblo. mientras vamos desayunando lo presenciamos todo. Un espectáculo vivo y rítmico de un despertar y salida de las personas y animales del pueblo: pequeños grupos de vacas grises con sus respectivos terneros, cabras, mulas y burros acompañados de sus pastores y pastoras de piel quemada y arrugada con perros de todas las medidas y pelajes más variados desfilando a pasos acompasados por el camino del río. También pasa, camino del Monte de Plan, un Land Rover que carga a los bosquetanos del pueblo. Y un hombre que ya ha hecho el trabajo puesto que los dos mulos que lo siguen llevan unos grandes fardos de leña para el fuego.
Ya es mediodía cuando emprendemos, en coche, el camino de Viadós. Está asfaltado hasta San Juan de Plan y el brancal que lleva hacia Gistaín. El pueblo se encuentra a 1400 metros de altura en el lado soleado de la montaña con torres de diversas casas señoriales y de un campanario que sobresale por encima del resto de los tejados. Baja por un camino de piedras un mulo que lleva las alforjas llenas de mierda hacia los próximos desnivelados campos. Es con este paisaje que uno entiende lo que significa la supervivencia y la utilidad de los múltiples animales en estos lugares. En la entrada del pueblo un hombre menos corpulento pero no menos amable de los que habíamos conocido antes nos dice que el refugio de Tabernés está abierto, que hay muchas vacas en Viadós, que la carretera es buena pero con bastantes piedras a las que habrá que subirse con las ruedas con el objetivo de no rebentar el cárter -como ya han hecho algunos-, que están haciendo muchas pistas por la zona de Plan y que desde aquí mismo arranca una con el objeto de llegar a Bielsa, que no quedan nunca incomunicados, que nos les hace miedo que se les ponga un metro de nieve en la puerta, y … etc. etc. etc.
Una vez estamos en el camino o pista de Viadós podemos comprobar como no se denomina así sino que se llama «senda pirenaica» que le da un aire como de maño o madrileño al igual que la torre de vigilancia que se encuentra instalada en el lado de uno de los campamentos. Un reguero de bordas o «quadras» se va extendiendo en el centro de los prados situados a lado y lado del camino. Se ven mujeres tejiendo calcetines y hombres durmiendo a la vez que guardan sus respectivos rebaños de vacas. Las pétreas y largas crestas del Posets y Las Espadas junto con las más proporcionadas de La Forqueta y de los Eristes se nos muestran soberbias y altívolas ante nuestros flipados ojos cuando llegamos a los Llanos de Viadós y empezamos a andar, menos los conductores, camino a Tabernés. Hay vacas en los prados que rodean el refugio. El Batoua, conocido en este país como Culfreda, preside majestuoso este frío valle.
Para conocer mejor el camino que tendremos que hacer mañana por la noche un grupo anda una hora hacia el Puerto de la Madera. Cuando regresa la comida-merienda-cena ya está preparada y el fuego enrojece e ilumina la fría estancia. El pastor se calienta y con un hablar rápido pero mesurado y amigal nos explica que guarda quince vacas en este terreno comunal. Por lo visto, la parte baja del valle es particular, en Gistaín hay casi ochocientas vacas, que en el invierno lo pasan muy mal para alimentar a tanta vaca y las tienen que tener dentro de las bordas, que el año pasado subió aquí un solo coche en el mes de enero, y tal y tal y tal … Nos abandona muy a su pesar … El Sol dora con sus últimos rayos la mole del Culfreda y nosotros meditamos alrededor del fuego las aventuras del Braxman entre los esquimales, las condiciones que le conducen a uno a tirar cocteles-molotov, las posibilidades de usar un piolet como arma defensiva, …
El sábado nos despertamos que son poco más de las tres de la mañana. El cielo sigue estrellado como ayer y una helada que te pone la piel de gallina cubre la tierra. Un vaso de leche chocolatada nos pone a buena temperatura.
Salimos a las cinco con pasos cortos y sólo los alargamos cuando nos llega un azote de aire frío procedente del Puerto de la Pez. A las seis y cuarto pasamos por la piedra que tiene pintado en rojo «camino del Puerto de la Madera» que está situada poco después de aquella que pone eso de «senda pirenaica».
Empieza a clarear cuando subimos por una zona de hierba y matojos. Un gendarme de la cordillera que pasa a nuestra izquierda nos cautiva. Más tarde son las primeras luces del alba que pinta de oro viejo la falda y paredes del Culfreda y la larga cresta que desde éste desciende hacia el Puerto de la Madera. Por fin, y limitándonos a los elementos orográficos más inmediatos, ante nosotros las paredes cortadas a plomo de la Peña Blanca.
Nos paramos a desayunar -queso, chocolate, membrillo, fuet, bacon, jamón, higos, avellanas, pan, limonada, leche y litines- bajo el mismo puerto, en el lugar que nace el río, a las ocho y media. PK que hasta ahora a ido subiendo lentamente y animándose con mútua conversación con el Braxman dice que no tira y que se va a quedar en el puerto: va a ser el anuncio de un manifiesto, largo y doloroso suplicio.
Continuamos la fuerte subida por la hierba y tartera hasta el Puerto de la Madera. Llegamos en un cuarto de hora. Las penumbrosas y pálidas paredes de la Punta Fulsa tienen un aspecto muy invernal. De poniente a levante el Marboré y el Posets dominan, aunque lejanos, todo el paisaje. A medida que vamos superando la enfilada y ancha cresta del Cauarere van apareciendo detrás suyo los picos que escondía el Monte Perdido, los Astazus, el Vignemale coronado de nieve. PK y Braxman se quedan y los demás coronamos los 2901 metros a las diez y media. Casi sin pararnos y en una media hora más llegamos al Culfreda de 3034 metros sorteando las dificultades de su entretenida cresta unas veces por la vertiente española y las otras por la francesa.
Asímismo, la diferencia de color entre cada una de las vertientes es muy evidente. Por el francés los abetos remontan la ladera casi hasta nuestros pies y se descubren grandes manchas de nieve entre sus pobladas copas y se puede llegar a ver, incluso, un pueblo enblanquinado y un embalse de color sepia en medio de un general color oscuro. Por el español el único habitáculo es el refugio donde hemos dormido y todo lo demás son montañas pedregosas y afiladas, clapeadas de nieve en las paredes más resguardadas y bañadas por dos estanques inmersos en la penumbra: el de Ordiceto y los ibones de Bachimala.
Por lo que respecta a las cumbres, y en dirección E-S-W, la corta estancia en la cumbre me hace descubrir el Baliner, el Lostou, el Abeillé, el Pequeño y Gran Bachimala, la Punta del Sabre, los Gemelos, el Posets, Las Espadas, el Pavots, la Forqueta y el grupo de los Eristes, la Peña Blanca, las Tres Huelgas, la Punta Suelza, la Punta Fulsa, las montañas del cañón de Añisclo, las Tres Sorores, los Astazus y el Vignemale.
Bajamos, ahora siempre por el filo de la cresta hasta encontrarnos de nuevo con PK y el Braxman a eso de las doce del mediodía. En el descenso PK va acusando las punzadas y la asfixia producidas por la hernia de esófago. Para acabarlo de rematar no encontramos agua hasta que llegamos a la mitad del bosque. El sufrimiento moral y físico tanto de PK como de los que lo acompañamos es notable. Afortunadamente un azucarillo con nieve y después otro con agua ferruginosa le permiten hacer un gran erupto. Parece que le alivia algo y conseguir llegar fatigado al refugio a eso de las tres de la tarde sin haberse dado cuenta de nada de lo que le ha sucedido en todo este tiempo.
Comemos un poco, lo recojemos todo y nos las piramos. Los que bajan a pie se lo cojen con calma porque dicen que estan cascados pero resulta que cuando se les aparece un perro saben correr como el que más. Reencontramos al pastor de ayer y a la gente de Plan y de San Juan de Plan que regresan al pueblo con mulas cargadas de leña y burras que si no obedecen se las insulta con un clarito «burra del cojón» estrepitoso. En Plan la gente nos pregunta si hemos subido y si allí se pasa frío. En Sin nos repasan con una cara de curiosidad y extrañeza -vamos tres coches- muy inquietantes. Pero nos ofrecen la rectoría para que vayamos a dormir.
Cenamos en el comedor familiar del bar de la carretera de Plan. Nos sirven sopa, ensalada, verdura, tortilla, hígado, costillas y fruta todo por 300 pesetas mientras Braxman intenta convencernos de bajar el Fluvià con una balsa de madera hecha por nosotros mismos (Nota del traductor: como podeis claramente comprobar Braxman es, ni más ni menos, que el precursor del rafting) y PK se enrolla con lo de la universalidad de los sabadellenses. Entendemos la amabilidad con la que nos ha acogido esta gente cuando la señora del bar nos dice que tuvieron un maestro que era de Girona. Pobre hombre. ¡Qué destierro!
El domingo salimos a las siete y cuarto de Plan. Sólo encontramos un par de coches hasta La Foradada. En Arró un Sol redondo como una pelota reluciente pero que está difuminado por un cielo calichoso y que saca la nariz por encima de la montaña constituye el tema fotográfico de todos los objetivos exigentes del coche. En Barbastro acabamos las provisiones y hacemos la crónica del mercado musical.
Braxman sale el primero. No vemos por donde ha salido. Esperamos a que el semáforo se ponga verde y el urbano nos deje salir. Apretamos el acelerador a fondo y paramos en Monzón para considerar las posibles hipótesis más probables: Huesca o Lleida. Lo esperamos media hora y seguimos el camino. Paramos de nuevo en Las Balsas y esperamos infructuosamente una hora y media más. Durante este rato nos entretenemos a arreglar el reventón del Simca. Planteamos la hipótesis de que se hayan ido a Huesca y regresado por Fraga y la autopista o que simplemente se hayan ido hacia Girona sin parar. Desanimados proseguimos nuestro camino. En el área del Vallés telefoneamos y nos dicen tranquilamente que ellos ya han llegado. El hambre aprieta y les maldecimos los huesos. Cuando uno de los coches se para o se atrasa los otros siempre es esperan pero ya se sabe … la excepción confirma la regla … ¡Por algo es Braxman!
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.