Como es natural después del esfuerzo de ayer [verlo en la crónica de la excursión del Aneto por Coronas] nos levantamos tarde a eso de las diez con un precioso día por delante. Una vez desayunados es importante la tarea de reparar las tiendas, de la cocina, ir a buscar leña, lavar los platos, enderezar el mástil y cualquier otra actividad que pueda empezar con la erre o con cualquier otra pero que nos producen una satisfacción especial. Y para no acabar con la tónica impuesta por la erre recibimos numerosas visitas internacionales de alemanes, ingleses y yugoslavos que van todos buscando la «estrada» o «camino internacional» o como sea que va al Hospital de Benasque y alguna que otra más familiar como es la de nuestro amigo Pito G. que por lo visto no ha perdido la locura de subir montañas y se ha acordado de visitar nuestro campamento que ya lleva 15 años de vida. Después del café para pasar el rato nos embarcamos a explicar aventuras de miedo psicológico preparado, de escalada del Braxman y chistes dodecafónicos del Pedro P.
Jueves día 20 de julio de 1.978.
Nos levantamos a las cinco. Hace un viento fresco y sano. Nos equipamos debidamente y emprendemos el camino hacia el Hospital unos a pie por la carretera asfaltada en algunos tramos y otros en coche por la pista de Los Baños. La cascada de Remuñe sigue presidiendo el valle homónimo y todo el valle del Ésera mensajero insaciable de la virginal frescura de las cumbres. Unos sombreros de vapor matinal, ahora que los sombreros ya sólo los llevan los mexicanos y de vapor (al menos lo parece) son los vestidos de moda de este año, cubren los pequeños estanques del llano de este mismo nombre difuminando amablemente por el polvo inmerecido causado por nuestros vehículos al cruzar este bello paraje. Los coches los dejamos delante de una puerta que pone con letras muy grandes prohibido aparcar a las siete menos cuarto. En el complejo refugístico de La Renclusa encontramos unos perros con unos ladridos afónicos y un hombre grande con igual afonía que dice «Anetu?» y que nosotros afortunadamente le podemos contestar con un clarito «Alba».
Empezamos a pisar la nieve a los 2200 metros. Los ibones de Paderna duermen en paz a la sombra del espigado y pétreo pico que lleva su nombre. El fuet, el queso y la leche nos ponen en condiciones de superar con el sudor que el día prevee la dura subida que vamos a emprender. Superando la depresión en la que estamos inmersos un espectáculo alucinante de nieblas tranquilas aparecen tras el Puerto de Benasque. El camino que lo sube en unas ingeniosas curvas y el glaciar de la Maladeta nos dejan maravillados. Mientras saltamos por el canchal y Jaume C. (mi profesor de gimnasia) se entretiene a perseguir perdices nivales (tiene la «pájara»), aunque no se atreven a levantar el vuelo, PK va sufriendo por los cinco que hoy han decidido subir al Puerto de Benasque.
El acceso a la cresta norte del Pico de Alba por el glaciar se presenta muy empinado y no muy claro debido a la presencia de una rimaya. Por eso hacemos reunión en unas piedras, comemos un poco y sale una primera avanzadilla de dos personas a inspeccionar la vía a seguir. Cuando llegan a una ancha brecha que forma la cresta avisan que suba una cordada de cuatro con crampones. Una vez en la cresta y superada una corta subida de piedras sueltas que hay después de la nieve el grupo se desata y va flanqueando por el lado oeste de la cresta cogiéndose en las piedras más seguras y animando a un PK que está afectado por otro «mal de muntanya» que le produce amnesia. Siguiendo con la tónica de encuentros fortuitos Robert se encuentra con un cordino dejado por algún aficionado a los rápeles. El altímetro del Gerald va dando cifras bastante razonables pero que según como se mire pueden dar falsas esperanzas como es el caso de que marca un 30 queriendo decir 3030 y algunos lo interpretan como que faltan 30 metros para la cumbre. Una canal de piedras bastante seguras y grandes nos conduce de nuevo a la cresta y a partir de aquí ésta ya no presenta grandes dificultades hasta la cumbre. Llegamos a la una.
Un trago corto, unas fotos, las nieblas inamovibles de la zona francesa, los tres compañeros que han llegado hasta el final del glaciar, la cresta afilada y clapeada de nieve, la nieve hasta el pie del Diente de Alba y las Maladetas, el Posets difuminado por las nubes, las cabezas pétreas peladas y colgadas de los temibles Crabioules, Maupás y Boom, las paredes claras y lisas de la Aguja Blanca y los Ibones de Alba y de Villamuerta perdidos y casi ignorados en medio de tanto monte tresmilero.
La bajada no tiene más alicientes que los propios del piolet ramage y otros estilos más espectaculares y desafortunados pero que son entretenidos y hasta algo amables para el que se lo ve de lejos. En La Renclusa unas mulas poco simpáticas nos miran con una cara de extrañeza que las vacas nunca la pondrían y unas cervezas a diez duros nos hacen rascar un bolsillo bastante roto. La bajada hasta el refugio la liquidamos en hora y media y el trozo que nos falta hasta los coches se ve amenizada por las nieblas tranquilizadoras que se dejan caer calmosas por el lado español del Puerto de Benasque. Después la luz roja de la gasolina mantiene intrigados a los ocupantes del 127 y al final hasta Alfonso nos tiene que dar un golpe con el pie. Las dos expediciones llegan al campamento a la misma hora y nos encontramos con la agradable sorpresa de que los tres que se han quedado han tenido la amabilidad de ordenarlo todo, lavar los platos e incluso nos han preparado la comida. El baño, la comida y un pródigo partido de fútbol en goles nos ponen a tono.
El fuego nocturno tiene una primera parte muy emotiva de despedida a Gerald con vino, la dedicatoria de Pedro P. con un canto de «cuando un amigo se va» y unas poesías montañeras de este chico que se cansa tanto subiendo a las montañas pero que siempre quiere regresar. Y una segunda con relatos de excursiones pasadas y próximas junto con la trágica notícia de la muerte de uno de nuestros vecinos corazonistas en un accidente ocurrido hoy en la montaña.
A pesar de la oposición declarada al deporte del montañismo por grandes sectores de la población gerundense y del mismo colegio, más por ignorancia que por otra cosa, nuestra afición a la montaña no decae y las llamadas para organizar el campamento han sido más numerosas que nunca. Unos días en los que la gente desea pasar el calor submergiéndose casi desnuda en las azules aguas de nuestra Costa Brava sin pensar en las colas que habrá que hacer para poder llegar. Y es que cansarse por cansarse yo prefiero el Pirineo a las planícies. Menos mal que para neutralizar un poco la cosa nos han puesto un Governador civil que el campamento le debe agradecimiento por su jamón y otras delicias del mismo calibre.
PK está levantado desde las tres y todo el mundo llega puntual al lugar de reunión mostrando una cierta impaciencia para abandonar esta muy inmortal y a la vez muy contaminada ciudad de los cuatro ríos. Las ganas se acrecientan más si cabe cuando vemos llegar las cajas de melocotones un tercer domingo bastante caluroso de julio. Los coches se van llenando de cosas útiles y de gente. No encontramos ya respuesta a la pregunta de si falta algo más.
La despedida pasa por la desagradable aduana que es el río Guell rojo de sangre animal que nos empuja a salir cuanto antes a buscar las aguas puras del Pirineo. Antes de llegar a la fuente hemos de soportar el para y avanza de los barceloneses que van a tostarse la barriga a Castelldefels, los relieves suaves y huérfanos de vegetación de la zona de Cabra, el Segre a su paso por Lleida y su complejo piscinícola lleno a rebentar, el río Sosa totalmente seco pero con el recuerdo de una destrozadora crecida que hizo caer el puente que lo cruzaba, la alegre compañía de Pere F. y sus compañeros en Graus bajando del Aneto en un día precioso, la salida de la bajada del Ésera con piraguas, la dura prueba de ir detrás de un tractor cargado de paja a paso de pulga después de ir a velocidades vertiginosas, la compra de una docena de huevos y un pan de menos (compensadas con un bastoncito de más), las advertencias de PK en Benasque, y, finalmente, la cascada que hay llegando a la presa de Senarta que nos anuncia un buen remojón en el puente del Plan de Baños.
Recibidos los primeros encargos, y esquivando a los mosquitos, nos disponemos a poner las tiendas tarea difícil si tenemos en cuenta la gran cantidad de piedras y la inclinación del terreno, en el que nos hemos puesto por un mal entendido. Faena que no habrá más remedio que terminarla con la luz del butano. La cena tiene hoy un tanto de improvisación fruto de otro mal entendido. Pasamos con poca cosa pues tampoco es que hayamos gastado tantas energías a parte de los conductores. En la sobremesa se nota el sueño y otros factores psicológico-físicos por lo que en lugar de contar chistes salen encargos, historias pasadas y avisos para un futuro campamental mejor.
Lunes día 17 de julio de 1.978.
Nos levantamos a las ocho. El agua helada del Ésera despierta nuestro físico. Un par de vasos de leche con chocolate deshecho, galletas y mermelada preparan nuestro estómago para la apretada mañana que nos espera a los acampados.
Los corazonistas han tenido el buen corazón de dejarnos el mástil y sólo hay que desplazarlo y clavarlo entre unas piedras que van de perilla. En la cocina se desarrolla una tarea de búsqueda de losas, limpieza de ortigas, cálculo de la situación del fuego y la instalación de un cordel para colgar los utensilios. Con más pena que gloria avanza la excavación de un hoyo para la basura y la fabricación de una mesa de tal forma que para la comida ya la podremos usar eso sí vigilando no te caiga el cubierto, vaso o catimplora entre el ramaje de su superficie.
Después del café la parábola del niño que rompía geranios saliendo enfadado del vestuario porque había perdido el partido y que fue invitado por el profesor a plantarlo de nuevo me hace pensar que es lo que deberían practicar muchos de los ecologistas vociferantes de hoy día. Los practicantes de la montaña no solemos ir a patadas pero sí podemos utilizar indebidamente el piolet, las manos o la palabra. Sea como sea, con estos pensamientos en la cabeza empezamos a preparar la ascensión al Aneto por el valle de Coronas.
Los que tienen la suerte de hacer el camino hasta Vallhiverna a pie gozan del largo encanto de ver la maravillosa colección de cascadas que cuelgan de los verticales relieves de este valle tan característico. Los que tenemos que sufrir la agobiante prueba de hacerlo en coche con el objeto de subir el material de acampada y las mochilas reciben, para no dormirse, pesadas lecciones de geografía pirenaica y geología lacustre adornadas de comparaciones tan burdas como las que se establece entre el Lago de Banyolas con los de Cregüeña y Llosás. También presenciamos el paso de un rebaño de 2800 ovejas conducidas por dos únicos pastores y dos perros que son realmente algo que pronto veremos extinguir. Prueba de ello son sus quejas hacia el Ayuntamiento de Benasque por dejar pasar vehículos por esta pista y que les hacen ir mal en sus tareas cotidianas.
Con pesadas mochilas y tiendas emprendemos el camino de Coronas a paso calmoso. Tendremos que sacarnos el pañuelo del bolsillo para secar el sudor que nos cubre el rostro. Las peladas y retorcidas montañas de Vallhivierna y Culebras ofrecen un contraste patente con la cascada que ruidosa baja entre la hierba y los matojos del primer ibón de Coronas y las afiladas losas manchadas de nieve de la cresta de Cregüeña.
Un trueno, modesto por su ruido pero funesto por lo que anuncia, es el toque de atención. Algunos se dan prisa para plantar las tiendas pero en realidad no les da tiempo ni a poner la primera. Con la misma destreza que habían utilizado para clavar los clavos se disponen a desclavarlos y salir a esconderse. La tienda bajo una piedra y los que la ponían en una cueva cercana que resultará apta para ver los destellos de los rayos aunque tengo un molestísimo goteo que me va justo a la oreja. Los que vienen detrás sólo han podido llegar a un pequeño montículo que da justo encima del ibón y no nienen mas remedio que tumbarse al suelo con la única protección de su mochila ante el gran viento y pedrizo que les cae. Con el desconcierto se dejan en el lugar piolets, crampones y algún anorak.
Nota del traductor: querría ampliar el dantesco espectáculo que tuvimos… Yo estaba al final de la comitiva. Ni siquiera habíamos llegado al montículo. Teníamos enfrente la cascada que cae del ibón. En el grupo íbamos casi diez personas. La gente estaba más que aterrorizada. Para muchos era su primera excursión a la alta montaña. Se vio clarísimamente cómo el viento llegaba a tener tanta fuerza que el agua de la cascada no llegaba a caer al suelo. El viento huracanado y encajado levantaba por completo todo el agua de la cascada y la subía un centenar de metros con una violencia increíble. Agua por doquier de la lluvia y de la cascada. Un pedrizo nunca visto. Un chaparrón de los que hace historia. A todo esto vociferando espoleaba a la gente para ir al refugio de la cueva. Pero… cuando veías los rostros de la gente se veía claramente la expresión del horror… no avanzamos ni un paso así… hubo que esperar a que amainara… Pero la aventura no acaba así… Continua el cronista.
Pasados los primeros espantos y remojones acabamos todos bajo la gran cueva y nos cambiamos la ropa los que podemos.
Nota del traductor: ¿todos? igual como lo del Astérix… ¿todos, todos? ¡No! Resulta que los ánimos van calmándose bajo la cueva poco a poco y la gente se empieza a organizar. Ha parado de llover. Yo en eso que un no sé porqué cuento a los que estamos allí… ¿y? Pues que me faltan dos. Vuelvo a contar… Sí me siguen faltando dos… Le digo a Robert que disimuladamente cuente él… Y llega a la misma conclusión que yo. Faltan dos. Decidimos Robert y yo no decir nada a nadie. A PK le decimos que nos vamos a mear. Empieza el rastreo… Nada por aquí. Un piolet por allá. Un peazo tienda en esa rama. Una bolsa de comida en unas piedras. Y… ¡Por fin! Nos encontramos a los dos que nos faltaban. Acurrucados. Abrazados. Llorando… ¡de miedo! ¡de terror! Se habían quedado allí inmóviles y allí se hubieran quedado estoy seguro de ello si nadie va a por ellos. Una vez tranquilizados regresamos con el grupo… Continua el cronista.
Cuando para de llover es pronto pero oscurece pronto. Nos disponemos a plantar de nuevo las tiendas cerca del ibón y cenar un poco. Una especie de espanto y sordera acaba adueñando a todo el mundo. Un «broncón» que se queda paradójicamente sin respuestas. Se empieza a trabajar en silencio. Sigue faltando más material. Objetos de valor como los piolets y los crampones son necesarios para poder mañana subir al Aneto. Por suerte dos voluntariosos se pasan parte de la noche rastreando las cercanías y acaban dando con todo lo que falta justo en la cumbre del montículo. Nos ponemos a dormir entre las doce y la una de la noche. Aparecen las estrellas en el firmamento y con ellas la calma que le sigue a toda tormenta.
Martes día 18 de julio de 1.978.
El más impaciente se levanta a las cuatro. Un viento frío te hace venir una piel de gallina. Cuatro estrellas hacen que alguien empiece a tocar un impertinente pito a estas horas tan inoportunas. Nadie hace mucho caso al toque de diana y la verdad es que hacen bien. Finalmente se decide a despertar al jefe con el infalible sistema de hacerle cosquillas y percusión aunque no logra su objetivo a la primera. El viento y el frío han parado. La voz acaba siendo secundada y abandonamos el campamento a las cinco y media. Cuando el cielo se aclara unas nubes finas y no muy dispuestas a moverse hacen acto de presencia por el sur. Las piernas empiezan a enflaquecer y presienten nuevas tormentas como la de ayer. Poco tardamos en empezar a pisar grandes manchas de nieve no muy dura.
La llegada al segundo ibón constituye una alegría muy reconstituyente puesto que además del espectáculo que representan sus aguas azules, heladas en su zona central, comprendo que hemos pasado lo peor, el tarteral de piedra, y que ahora toca el turno a la nieve y a pasear. El tercer ibón es más grande y está totalmente helado. El bacon y la limonada tienen mucho éxito a pesar de que no son tan buenos como otras veces.
La larga subida por nieve hasta el collado de Coronas no se hace excesivamente pesada ya que la nieve está normal incluso tirando a dura en algunos lugares por lo que decidimos encordarnos con una visión del Posets sumamente animadora. El ibón Coronado con el hilo de agua que lo cruza y abandona por un hueco en el hielo viene a ser un oasis en este desierto de nieve y hielo «de dos brazos de ancho y cuatro o cinco de largo» que es el glaciar del Aneto. Llegando a él todavía hace falta realizar un último esfuerzo hasta la cumbre. Las palabras del poeta lo recuerdan y viendo el mar de nieblas con pequeñas islas y levantando la cabeza tímidamente por encima de la Vall d’Aran y del Garona francés me permito pronunciar junto con Verdaguer sus versos…
«los núvols, que voldrien volar sins a sa testa,
si no els hi puja l’ala de foc de la tempesta,
s’ajauen a sos peus».
Hay una rara calma del aire y eso que estamos por encima de los 3300 metros. El Sol deja sentir su carícia quemando nuestra cara y ablandando la nieve a nuestros pies de tal forma que casi me ahogo al andar en cordada muy lentamente. En las frecuentes paradas me entretengo a mirar la afilada cresta que del Coronas sale hacia la Maladeta y la gran cuenca que se forma bajo su protección, a La Forcanada que sobresale entre las nieblas y el Ibón de Barrancs que parece una gota de agua fundida al pie de un vaso de hielo. Después de estirar la cuerda unas cuantas veces llegamos a la plataforma que hay antes de pasar el paso de Mahoma. Son las once. Hemos de esperar que los grupos que han llegado antes que nosotros pasen este temible accidente geográfico. Una espera que se hace larga sin el líquido elemento y sin nada sólido que poder echarse al estómago. El corto trayecto hasta la cumbre más alta del Pirineo es algo más que entretenido y culmina en la cruz y la Pilarica que lo presiden.
Desde aquí se puede apreciar a la cresta sur que parece asequible junto con las paredes que flanquean el Tempestades. Las fotos de ritual. La alegría es desbordante para muchos que han logrado su primer tresmil.
En la bajada la nieve se hunde más, aunque no en exceso, hasta el collado de Coronas. Encontramos a varias cordadas que justo ahora estan subiendo y una de ellas viene del Coronas que nos explica que allí la nieve está más dura. El agua del ibón Coronado sirve para llenar las catimploras de vitaminas que nos hacían mucha falta y para imprimir un poco de cautela a nuestros movimientos en el siguiente tramo del camino. La cuerda para muchos resbalones y acaba presenciando formas de descenso un tanto peculiares.
Una dosis de preocupación y tristeza nos entra cuando oímos gritos de socorro y pánico mientras vemos caer y chocar con las piedras de la vertical brecha inferior de Llosás a un excursionista que la pretendía bajar sentado cuando nosotros estamos en el segundo ibón de Coronas. Intentamos hacer algo enseguida y en su auxilio pero vemos como los compañeros suyos llegan y nos indican que no es necesario que subamos por lo que marchamos desconociendo la magnitud del accidente. Mientras, los primeros que han bajado han desplantado las tiendas y emprendemos entre fuentes y cascadas por todos los lados la bajada hasta la pista.
Llegando al campamento base las cosas han cambiado un poco para hacer la cosa más emocionante. El río baja mucho más caudaloso y acelerado por debajo del puente de troncos, el viento ha tumbado un par de tiendas y ha repartido por doquier todos los objetos de la cocina. Sacrificamos el baño, ya que el Sol también se ha ido, con el objeto de arreglar pronto los desperfectos y hacer una comida-cena ya que hay hambre y tampoco se va a cocinar nada más. Una nueva tormenta traslada al estado mayor del campamento a Los Baños de Benasque y en el bar se respira un ambiente muy amigal y familiar al ritmo de las melodías de Antonio Machín. En el campamento hay alguien que ha estornudado tan fuerte (no es exactamente así) que ha hecho caer el palo de la tienda y acaban siendo infructíferos los esfuerzos para levantarlo de nuevo por lo que acaban durmiendo con la cosa tal cual. Mañana será otro día.
El afán de subir montañas y disfrutar de la belleza y la paz que reinan en las alturas nunca se acaba por lo que los mismos de la excursión a los estanys de la Pera decidimos ir a Viadós. El fin: conocer la zona y desgranar posibilidades a la vez que realizamos trámites burocráticos para preparar el campamento de verano.
Salimos el sábado a las doce y media del mediodía. Pasamos por Sabadell y Terrassa y a las dos y veinte estamos en Alella. Comemos rodeados de camioneros, estos hombres que han de tener más paciencia y prudencia que el resto de los conductores, y a las tres y cuarto salimos. Pasamos por Tàrrega a las cuatro y media; el trigo ya va amarilleando y los recolectores ya estan preparados para empezar su trabajo. Por Balaguer pasamos a las cinco menos cinco y por Graus a las seis y cinco. Entre Alfarràs y Benabarre encontramos guardias civiles y policías que esperan a la «Vuelta ciclista de Aragón». A las seis menos diez estamos en Ainsa, capital del Sobrarbe. Hay gente francesa y chicos con los bolsillos rotos. Compramos algo y podemos admirar ya el maravilloso panorama que ofrecen las «Tres Sorores» manchadas de nieve. Salimos a las siete y cuarto y hemos de seguir un buen rato a un rebaño transhumante con dos pastores tostados por el Sol y dos perros que van muy a la idea. A nuestra derecha la Peña Montañesa corta el horizonte con sus paredes imponentes. La carretera, que primero sigue el Cinca por un amplio valle, bordea después el Cinqueta horneada entre acantilados muy pintorescos. Después de Saravillo hay unos cuantos túneles y el pueblo de Plan. Son las ocho. El día es bonito y no hace mucho frío.
Ascendemos por sus empinados y empedradas calles. Un bonito y escultural portal del siglo XVII recuerda que fue importante en otros tiempos. La iglesia, románica de tres naves, se conserva en su estado primitivo aunque se la ha emblanquinado. La gran pila baptismal es lo más destacable del conjunto. Encontramos al sacerdote que nos acompaña hasta el Ayuntamiento. El secretario nos dice que no tendremos problemas y poco a poco nos apercatamos del carácter amigable de estas gentes. Bajamos por una calle estrecha como lo son todas y que ésta lo es aún más al tener una bala de paja en el medio. Salimos de Plan a las nueve menos diez.
La pista de Viadós, que deja San Juan de Plan a la derecha y Gistaín a la izquierda, es notablemente estrecha. Encontramos un Dodge y dos hombres montados sobre sus mulas con una bonita piel como ensilladura. Bordas y prados por todos los lados. Nos equivocamos de pista y nos damos cuenta de ello cuando el coche se para debido a la gran pendiente. Grandes máquinas cortan los pinos de largos y grosores también considerables. Bajamos hasta encontrar la buena senda que llega al campamento de la Virgen Blanca. Un paraje maravilloso con un edificio que desentona un poco, algunas tiendas y un pastor que nos indica el camino a Tabernés. La carretera empeora por momentos. En el refugio hay un grupo de nueve excursionistas de Badalona que ya se disponían a dormir puesto que mañana quieren hacer faena al igual que nosotros. El fuego tira que es una alegría. Comemos un poco y nos ensobramos. Hay algunas nubes por la zona de los Eristes. Hace viento.
A las cuatro de la mañana ya hay quien madruga. No tardamos en hacerlo los demás puesto que todos queremos ir al Gran Bachimala (Bichomalo, Machimalo o Schrader): en realidad nadie sabe como se pronuncia. A las cinco salimos. Cruzamos el río y subimos por el lado izquierdo del bosque. Encontramos la cabaña de Culrueba y a las seis menos cuarto cruzamos un puente que se menea para ascender seguidamente por el valle de la Señal de Viadós. A las seis y media encontramos una cabaña. Aparecen detrás nuestro los Batoua con algunas pronunciadas canales de hielo. El ritmo es muy fuerte, y la subida también, y algunos expedicionarios se retrasan un poco. «¡Pedro!» exclama algien; «¡Sra. Rotenmeier!» otro; «¡que viene copito de nieve!» contestan … por lo que parece que estemos con Heidi en sus montañas. Mientras se reagrupan comemos un poco para reponer fuerzas y emprender la gran pala de nieve, en excelente estado, que se cierne ante nosotros. Después de un pequeño corte que me hice con unas piedras y un «picnic basket» son las ocho y cinco.
Ya se empieza a dominar un buen panorama hacia la cresta de las Espadas y al Monte Perdido y el Marboré. El cansancio ya pesa un poco sobre nuestras piernas pero el humor, los ánimos y el optimismo que el día facilita nos empujan a continuar. Nos ponemos los crampones y subimos por otra pala de nieve, está un poco más dura pero de mejor calidad, hasta la cresta del Sabre. El panorama es maravilloso: delante se levanta imponente y señorial el Posets, con la canal Jean Arlaud y la afilada cresta de las Espadas, hacia el sur el Llardana, Bagüeñola y Eristes. La Punta Suelza, los Batouas, las «Tres Sorores», el Vignemale y la Munia por aquí; el Gourgs Blancs, el Clarabide y el Perdiguero, aparte de numerosas montañas francesas, por allá.
Descansamos un poco. Nos quitamos los crampones y mientras llegan los más retrasados haciendo un último esfuerzo los otros los animan a hacer la cresta que si bien no muestra una dificultad aparente si que infunde un cierto respeto ya que en el lugar de las losas hay piedras sueltas, no muy seguras y la pendiente es considerable en el caso de resbalar. No faltan las siempre agradecidas recomendaciones de que «no falten los tres puntos de apoyo» y «rodillas no» que los que tienen experiencia no se han de cansar de repetir a los que no la tienen en demasía o, aclaparados, resulta que se olvidan. La seguridad es un todo y en las alturas no hay que apresurarse nunca ya que las consecuencias pueden ser negativas. El humor no falta y como el día es bueno no hay prisa.
Baja alguna que otra piedra y a veces hay que desviarse para no encontrársela. Pasamos por una canal marcadamente abierta al vacío. Algunas piedras heladas. Reposamos otro tanto. Alguien dice que ya estamos arriba pero, en realidad, están más las ganas que no quien lo dice aunque ya no tardaremos mucho en llegar.
Desde la Punta del Sabre (3136 m) se domina prácticamente el mismo panorama descrito desde el collado. También se distingue claramente el Pico de Alba, la Maladeta, el Aneto, los Bessiberris y con un poco de esfuerzo la Pica d’Estats. El día es maravilloso. No hace mucho viento. Sólo a unos pasos podemos encontrar la cresta que nos conducirá al Gran Bachimala (3177 m). La cresta es bastante afilada y en algunos lugares hay que tener cuidado con la nieve. Hay que franquear algunas rocas por su costado y en otras cogerse bien fuerte. Incluso hay que subirse a caballo de una y hacer un pequeño saltito. La prudencia nos hace ponernos otra vez los crampones con el objeto de cruzar un pequeño collado nevado que no tiene un peligro en sí sino porque la pala tiene una pendiente acentuada y si bajas no hay quien te recoja. Otros lo pasan sin crampones y siguiendo las pisadas porque el que conduce a los badaloninos parece querer desafiar el peligro y hacer así, evidente, su experiencia olvidándose que cuando uno se acerca demasiado al fuego se quema. Esta montaña se ha cobrado ya al menos tres víctimas y no querríamos ser nosotros las siguientes.
Gran Bachimala, Machimala, Schrader, Pétard o «Bichomalo» en la versión de Albert un nombre marcadamente aragonés y que realmente es difícil de pronunciar tanto o más que de subirlo. La satisfacción es grande: dos de los expedicionarios han hecho por primera vez un tres mil, y … ¡vaya 3000!, y … por ¡partida doble!! Unas fotografías, limonada, azúcar, almendras, queso. Alegría y cansancio juntos son una aparente antinomia pero real en la montaña y en la vida. Lo que vale cuesta y lo que cuesta da alegría porque eleva la vida y nos mueve a ser agradecidos. Ha sido una victoria de todos y lo celebramos más que nunca. Hemos llegado a las doce y media. Cuando salimos es la una. Dos de los expedicionarios más valientes que los demás siguen la cresta hasta la Punta Ledormeur y el Pequeño Bachimala mientras los demás emprendemos la bajada.
Primero seguimos la cresta nevada y afilada. Después bajamos por las piedras y por las largas palas de nieve que están en perfecto estado. Pasamos una de más dura y después superamos unas piedras con cuidado. Paramos al lado del río y nos refrescamos un poco a la vez que comemos alguna cosilla. Ahora ya por el mismo camino de la ida regresamos al refugio al que llegamos a eso de las cuatro. Hace Sol. Da gusto estirarse sobre la hierba después de una excursión de estas magnitudes. El objetivo ha sido cubierto ampliamente.
Cuando nos vamos llegan los que habían continuado por la cresta. El camino hoy parece que está en peores condiciones que ayer. En Plan encontramos al secretario y al cura. Comemos un poco y plantamos la tienda junto al campo de fútbol. La iglesia de San Juan de Plan está menos bien conservada pero la pila baptismal es más bonita que la de Plan. Los niños del pueblo tienen la cara muy roja por el Sol y hacen cara de gozar de buena salud. Incluso se pelean. Uno de ellos nos acompaña a la Fonda Sánchez para cenar. El médico explica a unos excursionistas de «sequé» itinerarios de unos «ibones» helados que no lo entienden. Al final opta por dirijirlos a nosotros que les acabamos diciendo que se maravillen de la visión del Posets. No tardamos en irnos a dormir pues el sueño empieza a pesar.
Antes de salir de Plan hemos de cambiar una rueda. Salimos a las siete y media por el mismo camino de la ida llegando a Girona a las tres y media de la tarde. Desayunamos en Graus. Encontramos dos motos que se estiran. Cuatro camiones cargados de gruesas vigas que nos hacen retrasar un poco. Y un camión volcado en la autopista. Ha sido una excursión completa. Se han elaborado los planes para el campamento de verano y próximas excursiones. El afán de subir nunca desciende. El club se va anotando victorias en su corto pero completo historial.