Conquista invernal del Pico del Moro Almanzor (2598 m)

ESTA CRÓNICA RELATA COMO UNA BOTA DE VINO CONSIGUE QUE BAJEN DEL PICO DEL MORO ALMANZOR UNOS ALPINISTAS POR SU PROPIO PIE. DE NO SER ASÍ, HUBIESE HECHO FALTA UN HELICÓPTERO PARA SACARLOS DE LA CUMBRE.
Es viernes, 30 de enero de 1.981. Miguel como todas las noches llega tarde. Ya ha tenido sus clases en la escuela y junto con los demás compañeros se disponen a cenar. Esta vez Juanjo también nos acompaña. La conversación se encamina alrededor del alpinismo: momentos inolvidables, técnicas del deporte, grandes expediciones, …. Hemos acabado de cenar. Siguiendo un poco más la conversación llega el momento que Juanjo propone a Miguel: «… ¿te animarías a organizar una excursión a Gredos para este fin de semana?» Tras un breve silencio se oye por parte de Miguel: «sí, por supuesto, vamos a ello». No pasaron dos minutos y ya estaban llamando los dos por teléfono a sus respectivos amigos. A media noche ya estaban casi todas las gestiones hechas, saldríamos cinco: José Luis, Juanjo, Juan, Narcís y Miguel. Es muy tarde ya, dejaremos algunas gestiones para el día siguiente.
Como Juanjo tiene un examen se encargará Miguel de organizar el resto de la excursión. Se piden las comidas para la hora de comer, quedamos en salir a la una de Madrid y se pasará a recoger a cada uno en su propia casa, se hace una lista de material que hace falta conseguir, repasar las tiendas de campaña, …
Alrededor de las doce una llamada a Miguel nos da una mala notícia. El coche que se iba a usar para la excursión está estropeado. Miguel se pone de nuevo a mover el tema y al llegar Juanjo remata la jugada. Pepo nos deja un MG de exportación inglés. Todo resuelto.
Llega la hora de salir, ¿dónde está el coche?, se lo han llevado un momento para ir a recoger una «parrilla» para freir la carne a la brasa. Al alargarse el maldito momento, Miguel llama a todos los componentes y les dice que aprovechen para comer y así ganamos algo de tiempo.
El coche llega pasadas las dos y media. Lo paramos antes de entrar en el garaje y al instante ya salíamos a buscar a los demás. Salimos por la autopista de El Escorial pasadas las tres. En Hoyos paramos para tomarnos unas cañas y llenar la bota de vino. En la plataforma estuvimos el tiempo justo para prepararlo todo y empezamos a andar. Miguel animaba a los demás diciéndoles: «hay que haber franqueado Los Barrerones antes de que anochezca, de no ser así podemos tener problemas». Llevábamos retraso a pesar de haber recuperado un poco de tiempo en la carretera.
Se hizo de noche, como es usual, empiezan a ser útiles las linternas. Nos encontramos un poco antes de Los Barrerones, todo parece marchar bien. José Luis saca un foco que facilitó la marcha. A pesar de todo nos confundimos un poco al bajar a La Laguna pero la intuición de Miguel consiguió dar de nuevo con el camino. Llegamos al lago y empezamos a buscar el refugio, todos éramos conscientes de que lo teníamos allí mismo pero no había forma de encontrarlo. Al fin se encendieron unas luces desde el refugio, el guarda había visto el foco y nos hizo señales para que pudiéramos llegar.
Después de pedir dormir en la parte libre del refugio el guarda nos dijo que no era posible usarla y debíamos dormir, por lo tanto, al raso. Ante la coyuntura propuesta de «picarnos» un vivac con poco equipo para ello, y de mala gana, optamos por pagar las tasas correspondientes y dormir en el refugio convencidos por el frío reinante. Como sea que no dimos nuestro brazo a torcer fácilmente nos fuimos a dormir muy tarde.
La salida de la excursión fue un poco más tarde de lo previsto dada la hora que era cuando nos fuimos a dormir. Nos levantamos, desayunamos y empezamos a andar al mismo tiempo que empezaba a salir el Sol. Habíamos sido de nuevo los últimos en acostarnos y los primeros en levantarnos y salir de excursión. Estaba la nieve muy dura. Hacía frío. Recorríamos un valle que nunca le da el Sol. Llegamos al cruce de valles. Miguel propone ir a La Galana al verse el valle mucho más practicable pero al querer ir todos los demás al Almanzor se cambia el plan sobre la marcha. Iremos al Almanzor.
Se forman dos grupos, en cabeza: Narcís, Juan y José Luis; detrás: Juanjo y Miguel. Llegamos al río, está helado. Miguel resbala aunque el equilibrio y los reflejos consiguen que no se caiga si consiguen asustar a Juanjo. Me explica que en la excursión anterior tuvo la desgracia de ver la caída de un amigo que estuvo a punto de tener fatales consecuencias. Juanjo no estaba todavía recuperado del trance. Miguel que conocía su situación le estuvo animando para que no diera importancia a lo sucedido. Cruzamos el río con algunas dificultades y nos dirijimos a la Collada del Crampón.
Miguel esperaba no encontrar ya más dificultades con el hielo puesto que no teníamos apenas material para trabajarlo. La subida era por un canchal de piedras. Paramos para desayunar un poco y reanimarnos un poco de los momentos que habíamos pasado al cruzar la cascada helada.
Iniciamos la marcha hacia el collado. Narcís va en cabeza con el piolet. Juanjo lleva la bota de vino. Miguel lleva la mochila con el material de abrigo de todos.
Ya está el collado allí arriba, hay un pequeño nevero entre piedras altas y lisas. Hay que ir por la nieve. Narcís, que va delante talla sobre el hielo unos escalones y se sitúa en el collado a esperar los demás. Era un pequeño paso, tenía mucha pendiente, pero es puro hielo. Como no disponíamos de material los demás subimos como los gatos: a cuatro patas y procurando no parar al subir ya que irremediablemente empezabas a deslizarte hacia el vacío. Por algo lo llaman Collada del Crampón, ¿no?
Creo que es obvio el estado de ánimo en el que nos encontrábamos. Teníamos que subir al Almanzor y lo que es peor, teníamos que regrasar por el otro lado impepinablemente. Teníamos detrás la casacada helada y el nevero del collado que hacían imposible el regreso por dónde habíamos subido sin que ocurriera nada.
Los fallos de la excursión estaban: en primer lugar, con el material que disponíamos (un piolet, tres pares de crampones y ninguna cuerda) no se podía subir al Almanzor con un grupo de cinco personas y, en segundo lugar, que en los momentos clave de la excursión (cascada y collado) el haberse fraccionado el grupo de tal forma que el que hacía las veces de guía no pudo ordenar un abandono honroso.
Así fueron las cosas; nos encontramos a pocos metros de la cima descansando y sin saber por dónde bajaremos. Miguel sube hasta la cima para ver mejor desde allí una vía de descenso. Aunque le tapa un picacho decide regresar realizando toda la cresta hasta La Galana si fuera necesario, al menos es un itinerario en roca por mucha dificultad que tenga, y una vez allí bajar por el valle que había visto en la subida con unas condiciones inmejorables.
Bajó de nuevo dónde estaban los demás mira atentamente las caras del grupo. El comentario fatídico no se hace esperar a la vez que se exclama con una rotundidad aplastante. Miguel, tú ¡haz lo que quieras! Nosotros nos quedamos aquí. No queremos bajar. Miguel les contestó: «si tuviéramos una cuerda o suficiente material regresaríamos por dónde hemos subido que es lo que hay que hacer siempre pero como no lo tenemos tendremos que hacer toda la arista en dirección a La Galana y una vez allí podremos regresar al refugio por el valle ya que no hay nieve en esa zona». Como con estas palabras veía que lo único que conseguía era desanimar, prosiguió la arenga desviando el tema de la conversación: «… de todas formas, un buen trago de vino no me lo quita nadie». Después de beber Miguel le siguieron los demás una ronda tras otra, ya sea por vicio o desesperación, se produjeron unos efectos milagrosos que animaron al personal a seguir. Juanjo, unos meses más tarde me comentó: «ten la más completa y absoluta seguridad que en aquellos momentos tuviste de mi parte una plena confianza, lo que decías era para mí lo mejor que podía y debía hacer; ahora bien, no por ello dejaba de ser para mí un completo absurdo y una locura sin lógica ninguna. Me encontraba en una situación en que me sentía totalmente inútil y abandonado y ya me daba lo mismo todo».
La cresta era difícil, por no decir muy difícil y peor aún con un poco más de alcohol en la sangre de la cuenta, transcurre sorteando todos y cada uno de los picachos y agujas, había que hacer muchos pasos gimnásticos y poner las manos arriba y superar los obstáculos a fuerza de brazos; por suerte no había nieve que hiciera más difícil la marcha. Todas las indicaciones de Miguel eran acatadas al momento. Nos íbamos alejando poco a poco del Almanzor la cual cosa infundía ánimos al grupo.
¡Un momento! Se complican las cosas. Hay unos neveros empinadísimos que cortan el camino. JOD…!!! Miguel se pone serio. ¡ALTO todos parados! y prohíbe terminantemente que se crucen hay un abismo a cada lado alucinante y sólo nos falta que no sean muy sólidos, ya encontraremos otro camino. Dice a Narcís que suba un momento al filo de la cresta y que explore la posibilidad de bajar al refugio ya sea destrepando o dando un rodeo por ese lado. El Venteadero está justo detrás de las pendientes de nieve. Lo hubiéramos conseguido y no ha sido posible por muy poco. La espera se hace interminable y para colmo vas cogiendo frío. Al rato se oye a Narcís. Dice que se puede pasar. Hay que ir con cuidado ya que la piedra se desmenuza y está el terreno muy roto. Allí abajo habrá que cruzar una nieve pero se ve totalmente lisa. Hay que probarlo. En realidad es nuestra única posibilidad de salida.
Pasamos uno a uno para evitar catástrofes debido a algún inevitable desprendimiento de piedras y después de una fabulosa intervención de los pares de crampones nos encontramos en el Venteadero. Llegar al refugio fue fácil, ya pasó el peligro. Paramos para comer. Llegamos los últimos al refugio como también casi siempre. El guarda estaba ya impaciente. El colmo es que tenemos que discutir con él de nuevo ya que nos pretende cobrar un día más de estancia. Oscurece, nos dimos prisa para alcanzar a un grupo de chavales que son socorristas de la zona. Ellos conocerán la zona y así evitamos perder más tiempo. El regreso hasta el coche no tuvo más alicientes. Cruzamos el lago por encima y tuvimos que procurar en todo instante el pisar nieve puesto que en ese caso tienes la probabilidad de tu parte de no acabar en el suelo. Al final del día bajando de Los Barrerones a mí me parecía que me sería posible competir con los canguros australianos puesto que el saltar de piedra en piedra era ya un tema dominado.
Llegamos de noche a la plataforma. Tomamos rumbo a Madrid. Paramos en Hoyos, Ávila y para poner gasolina. En el camino nos pusimos a discutir cosas que en otras circunstancias no tendrían sentido. Algunos de los puntos que se trataron fueron: las dificultades que habíamos pasado y las que superamos fueron gracias a que en todo momento se trabajó en equipo y todos estuvieron pendientes de los demás despreocupándose de sí mismos; hacer caso al guía cuando no estaban muy claras las razones evitó una catástrofe; en toda excursión debe haber un guía que de alguna forma es el responsable de lo que ocurra en esa salida; y bla, bla, bla, bla, bla ….
Llegamos a Madrid. Acalorados aunque no por ello dejamos a un lado la amistad entre nosotros. Al lado de la Facultad de Biológicas nos quedamos sin gasolina, habíamos dejado a José Luis en su casa y pretendíamos llegar por la Avenida de la Moncloa a los colegios mayores para dejar a Juan y a Narcís. Taxi, lata, gasolinera, muy poco dinero, prisas, … Al fin, cansados, llegamos al colegio mayor de nuevo. ¡Habíamos derrotado al Almanzor en invierno en justa lid! «Que nos quiten lo bailao», diría un muy buen amigo montañero en una situación semejante.
© Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.001.

Sangre, sudor, lágrimas, rayos y truenos en el Besiberri Nord (3014 m) por la arista Peyta (NE)

Día 18 de septiembre de 1979.
Estamos desayunando debajo de los arcos y seguimos esperando. El Sol todavía calienta mucho pero se nota el frescor del mes de septiembre: el mejor mes para hacer ascensiones ya que se juntan muchas condiciones favorables, los glaciares están escondidos a gran altura, el Sol calienta durante el día a pesar de que las noches ya son frías y hielan la nieve, hay bastantes horas de luz, …
Quedamos Miguel y yo que les esperaríamos aquí hacia las diez de la mañana. Pero cuando acabamos de desayunar Josep Mª y Jordi no han llegado aún con el coche. Miguel va a llamarlos pero no hay respuesta. Aparecen al cabo de dos horas. Han tenido dificultades con los papeles del coche. Después de horas de espera y de incógnita salimos de Girona con un vehículo que no es una joya. El viaje nos lo tomamos con filosofía (estoica ¡naturalmente!). Encontramos camiones en Los Brucs y comemos en La Panadella. Por la tarde hace mucho calor y nos tomamos una cerveza en Benabarre. Nuestro plan era subir hoy mismo al refugio. Al retraso inicial que llevamos hay que añadirle el que se produce al encontrar la carretera cortada antes de El Pont de Suert. Este tramo lo están arreglando. La subida al refugio es muy larga. Hay que dejarla para mañana. En El Pont de Suert compramos algunas cosas. Visitamos a los parientes de Jordi que viven en Taüll y nos reciben afectuosamente como la otra vez. El día empieza a irse.

Decidimos ir a dormir cerca de Caldas y montar la tienda a la luz del día. Cuando tenemos el lugar decidido vemos que la tienda no tiene clavos y que le falta un trozo de mástil. Hasta ahora parece que no hemos tenido mucha suerte. Un día de retraso, el coche tiene algún problema, nos faltan los clavos de la tienda (que los sustituimos por trozos de «boix») y, ahora, para completar los males el fuego no se enciende ni a tiros. Menos mal que el hornillo sí que funciona. Después de cenar Josep Mª saca la guitarra y alrededor del fuego, perdón, del humo hacemos un rato de tertulia. Hace frío y nos vamos a dormir, con mucho cuidado, no se vaya a caer la tienda. Todo lo arreglamos con sentido del humor.

Día 19 de septiembre de 1979.
Nos levantamos a una hora razonable y hacemos un poco de orden y limpieza. Desayunamos y recogemos todas las cosas con tal de ir a hacer una comida puntual y buena a Taüll para salir bien equipados. Comemos caliente, sentados, un buen plato de judías con butifarra y postre. En la casa dejamos todo lo que no nos sirve para la excursión. El tiempo no está muy claro pero regresaremos a Cavallers. Es una inmensa pared con contrafuertes destacando su majestuosa quietud en medio de una naturaleza salvaje. La presa de Cavallers ha significado para mí el límite entre la civilización y la alta montaña pirenaica de este valle tan agreste. A partir de allí incertidumbre y aventura. En el aparcamiento encontramos unos motoristas de Puigcerdà que parece que están un poco molestos pues se lo han pasado muy mal intentando hacer una travesía. Después de intercambiar unas palabras con ellos bajan por la carretera y nosotros iniciamos con mucha calma la ascensión al refugio. Está calculado entre cuatro y cinco horas de marcha. Bordeamos el pantano hablando entre nosotros hasta la Pleta del riu Malo. Hay unas vacas sentadas que nos miran casi despectivamente sin dejar de rumiar. Por un instante vemos la imponente pirámide del Besiberri Nord que nos deja impresionados hasta que la niebla nos tapa toda la panorámica. Al atravesar una cascada, que nos refresca un poco, comienza una fuerte ascensión por un caminillo tortuoso y poco marcado hasta que desaparece antes de llegar al estanque. Queda bastante colgado y ya desde allí se ve claramente el refugio metálico de la brecha Peyta. Unos grandes neveros quedan cortados encima del agua y la niebla nos deja ver de vez en cuando la cresta imponente de los Besiberris e incluso alguna grieta que hay debajo. El tiempo está muy inseguro y después de coger nieve para fundirla continuamos por un pedregal muy empinado. Josep Mª y yo vamos delante y a mitad de la subida hace patinar sin querer una piedra. No me aparto ya que parece que pasará lejos pero justo el último bote hace que vaya directamente hacia mí y me toca en un puño y en la pierna. Tengo una mancha de sangre pero no deja de ser una rascada algo fuerte. Miguel que acompaña a Jordi, que no se encuentra muy bien, se interesa por lo que pasa y con un grito le digo que no ha sido nada y no se preocupe.
En cabeza ya estamos casi en el refugio. El tiempo está muy inseguro y empieza a refrescar. Estamos a 2805 metros. Josep Mª hace señas y nos comunica que ya ha llegado y que no hay nadie. Acabo de llegar y me quedo impresionado de la situación de este refugio. Se domina todo el valle de la pleta por un lado y por el otro la sierra de Tumeneia y el Estany de Mar. A nuestro alrededor grandes neveros, lagos, crestas … en fin, ¡es sensacional! Sin perder tiempo quiero ver este refugio del que tantas veces había leído unos textos del francés Bellefon. Por fuera es de metal inoxidable, forrado de corcho y después madera. Hay seis literas desplegables con mantas, un botiquín y un armario con provisiones para emergencias.

Acaban de llegar Miguel y Jordi. Hacemos fotos y filmamos. El frío se ha hecho muy intenso y se ha desencadenado una tempestad. Una gruesa puerta que hace ruido a nevera nos aísla perfectamente del exterior. Por una ventanilla entra la poca luz que queda del día y vemos como la noche va imponiéndose.
Abrigados con las mantas estamos sentados en las literas, la nieve se va fundiendo mientras vamos leyendo el libro de registro del refugio y anotamos nuestras observaciones. comentamos que un buen lema para la salida podría ser la famosa frase de Churchill con un añadido personal: «sangre, sudor, lágrimas, rayos y truenos, …». Las inclemencias de la naturaleza se han desencadenado y me parece que nunca las habíamos vivido tan de cerca. Estamos en silencio, sólo se oye el hornillo, el ambiente es sensacional. Un rayo ilumina de repente el refugio oscuro y, a continuación, el rayo menea toda la construcción. Sabemos que el refugio es bueno pero no podemos dejar de impresionarnos y de inquietarnos un poco. Gauss tiene razón: la corriente eléctrica no ha entrado en el interior del refugio y se ha quedado en el exterior. Pero … ¿seguirá teniendo razón las próximas veces? La nieve ya se ha fundido y se puede hacer ya la sopa. Dejamos una reserva de nieve que se irá fundiendo por la noche. Después de cenar Jordi todavía no se encuentra muy bien y se va a dormir. A alguien se le ocurre la idea de hacer un «cremat» y con su calor fundimos la nieve que queda, nos calentaremos nosotros y el barracón para luego beberlo junto con un té con limón. Aceptamos la idea ya que lo de jugar a las cartas no tiene muy buena acogida. El té lo guardamos para mañana ya que va a ser el único líquido que vamos a tener en todo el día. Esto será un gran problema ya que nuestro plan es hacer la integral de los Besiberris y en todo el recorrido es bastante probable que no encontremos agua. De todas formas, ya veremos si hacemos algo de la forma como está el tiempo. Nos hacemos a la idea del drama que debería ser el de aquellos compañeros que se quedaron prisioneros en estas crestas durante días y que los tuvieron que rescatar. Realmente tiene que ser una experiencia penosa. Nosotros llevamos aquí unas horas y ya empezamos a notar la falta de espacio.
El tiempo va pasando y ya deben ser hacia las diez. El «cremat» es sensacional. Hemos conseguido subir poco peso y a cambio hemos hecho una cena caliente, un «cremat», un té y no sé cuantos lujos más. Parece que las inclemencias meteorológicas han cesado, me abrigo mucho y salgo. El frío es intensísimo. No se ve ni una sola estrella. El viento no se sabe de dónde sopla aunque lo hace muy fuerte. La panorámica es esta: hace mucho frío, niebla en general, está el cielo cubierto y la roca está húmeda.

Decidimos ir a dormir. En las literas se está muy bien ya que sólo estamos los cuatro y podremos dormir anchos. Con la luz de la frontal todavía escribo unas notas en el libro de registro que es muy divertido. Cuando acabo me arreglo el cojín con ropa. Apago la frontal e intento dormir que, como siempre, lo consigo. La temperatura es muy agradable aquí dentro. Fuera los elementos naturales luchan ruidosamente y el viento choca contra la estructura metálica confiriendo a esta noche un gran ambiente de alta montaña en esta brecha a casi tres mil metros.
Día 20 de septiembre de 1979.
A lo mejor son las cinco. Nos tenemos que levantar pronto para hacer la integral. Miguel se levanta y lo que ve es desesperante. Hace frío y la niebla lo tapa todo. Estamos inmersos en una nube. Regresa a la litera y dormimos una hora más aproximadamente. El tiempo no ha cambiado pero tomamos una decisión: nos pondremos de camino al Besiberri Nord y ya veremos. Desayunamos un poco, al parecer hoy necesitaremos las fuerzas, aunque de todas formas me repulsa un poco comer a estas horas y sólo tomo un sorbo de té. Guardamos las cosas, barremos el refugio y nos ponemos en marcha. Lo que todos pensamos es que aquí no volveremos más o que tardaremos muy poco en regresar. De todas formas no dejamos nada.
Rápidamente perdemos el refugio de vista, hemos bajado un poco para perder un trozo de cresta que tiene pasos de IV grado aunque no tardamos mucho en regresar a ella. Comienza a llover o a nevar. El silencio da un extraño ambiente a esta caravana que evoluciona con marcha calmada. Las fitas son abundantes y las vamos siguiendo. Nos llevan al filo de una cresta y su orientación hace que la sigamos ya que sube directa al Besiberri Nord. Al principio parece fácil, a lo mejor con algún paso de II grado, pero al darnos cuenta vemos que estamos en una cresta muy vertical de grandes bloques de granito. Al moverse la niebla vemos todo el esplendor de la cresta NE que se levanta puntiaguda enfrente nuestro. También vemos por unos instantes la Punta Alta. La niebla vuelve a cubrirlo todo. El avance es lento, constante, con tramos de ascensión verticales y progresando al escalar repisas. Comienza a notarse la sensación de vacío bajo nuestros pies. Menos mal de la niebla que tapa la vista de la caída. Los pasos delicados se van haciendo constantes y muy abundantes. Todos son muy gimnásticos. Esta cresta es cada vez más difícil. Encontramos una plataforma y decidimos reunirnos allí. La vía se pone muy interesante, ya lo dice la guía, pues ahora encontraremos «los pasos de III grado que se superan acrobáticamente«. En esta reunión aprovechamos para hacer un trago y comentar la situación. Aquí abandonaremos el filo de la cresta para avanzar por la vertiente sur. Una serie de canales verticales conducen a la cima. Para pasar de la plataforma a la primera canal hay que hacer un paso muy grande sobre el vacío con extrañas presas. Subimos el canal con pasos de II grado hasta otra plataforma muy pequeña y la cosa se pone negra. Las piedras están muy frías y húmedas. En cada parada aprovecho para ponerme las manos en los bolsillos y calentarlas un poco ya que no me gusta escalar con los guantes puestos. Falta el paso más difícil. Menos mal que no debemos estar muy lejos de la cima. Ha llegado el momento de sacar la cuerda. Miguel se la ata, se quita la mochila y empieza a subir. Unos instantes después desaparece entre la niebla y las piedras. Estamos en silencio en la plataforma. La cuerda va resbalando por la roca hasta que se para. Se oye un grito de Miguel que nos dice que es factible. Con la cuerda subimos su mochila y después Jordi y Josep Mª superan este paso asegurados por Miguel. Finalmente me ato la cuerda con el mosquetón de la baga y subo. El primer paso es lo más complicado que había hecho hasta el momento. Te encuentras tú y mochila empotrado debajo de un saliente de roca con presas de mano muy bajas. Se supera este paso por la izquierda. Con una mano hay que buscar una presa encima de la cabeza y ahora es con presas pequeñas con la que hay que recuperar una posición estable y salir de la posición inicial. Es un paso claramente de III grado aunque alguien comenta que incluso de IV aunque yo no lo creo. Eso sí el largo de cuerda no baja en ningún momento del III. Miguel va recogiendo la cuerda y asegurando desde un saliente de roca. Vuelvo a calentarme las manos y hablamos del rappel que habrá que hacer al bajar en el caso de no encontrar ningún otro sitio por el que sea mejor. Unos pasos más y ya coronamos la cumbre.

Lo sabemos porque hay un libro y una placa. Estamos a 3014 metros rodeados de un paisaje impresionante pero que no lo podemos contemplar. El frío no cesa debido a la nula acción solar. Nos sentamos en la cumbre. Nuestro pelo está lleno de gotitas de agua congelada. Hacemos fotos y filmamos. Ya tengo ganas de comer algo. Aquí se decide que la integral no deja de ser un proyecto. Hemos hecho un tresmil y ha sido espectacular por lo que estamos ya satisfechos. De todas formas la bajada nos espera con no pocos problemas. Debido al poco atractivo que presenta la permanencia en la cima decidimos regresar.
No bajamos exactamente por el mismo sitio. El primer paso sigue siendo más complicado de lo que esperábamos. Una chimenea de roca está obstruida por una piedra que sobresale. Este abultamiento tiene una presa en la pared superior. Hay que sentarse a caballo encima de una roca con las manos en la presa y los pies colgando en el vacío. Este paso se hace en diagonal, entrando por la derecha y saliendo por la izquierda. La pierna izquierda se va estirando intentando encontrar una presa extraplomada. El tanteo es agobiante. No veo mi pierna que en el aire intenta conseguir un punto de sostén. Estoy colgado de la punta de los dedos y por nada del mundo me puedo dejar vencer por el cansancio … caería pared abajo. Sí, por fin he encontrado una rugosidad aprovechable. Me sostengo en ella. Aunque la pierna empieza a temblar de cansancio. Rápidamente tengo que encontrar una presa de mano segura. Completamente inclinado hacia el precipicio la mano izquierda encuentra una presa. Traslado el peso del cuerpo al lado que tengo seguro y por fin consigo ver la parte inferior de esta especie de nariz que sobresale de la pared. Por fin he pasado. Descanso un momento. Estoy soplando. Otro paso que supera en dificultad a los que he hecho hasta la fecha. Dudamos si hacemos rappel o no. Como no sabemos hacerlo lo intentaremos sin. Avanzamos lentamente. No se puede hacer ningún paso en falso. Nos intercambiamos consejos mientras bajamos. Todo el rato de cara a la pared. La vía que seguimos coincide en algunos tramos con los de la ascensión. La concentración es total. La niebla sigue corriendo a nuestro alrededor impasible. Los pasos difíciles se suceden con constancia y por eso no recuerdo más detalles hasta el último que fue singular. Probablemente un destrepe de III grado. Es un diedro recorrido por una fisura interior. Había dos cosas difíciles en él. Una era entrar en la fisura y otra, evidentemente, era bajarla. En un primer intento no encuentro las presas adecuadas y es que en primer lugar hay que recorrerla con la vista. Una vez dentro empotro un pie en la fisura y con las manos por opresión me aguanto contra las paredes laterales. Bajada lenta. Por suerte a mitad de la fisura hay una piedra del tamaño de un puño que ofrece una presa magnífica. Faltaba sólo un par de pasos más y se acaba la fisura y la bajada fuerte. Después de un descenso tan lento nos desahogamos saltando a la desenfrenada por el pedregal. La niebla todavía tapa el panorama y perdemos altura a todo correr. Dejamos el refugio metálico atrás y no dejamos de hacerle una mirada a este símbolo de audacia de los conquistadores de la montaña. Un nevero nos lleva directamente al estanque. ¡¡Agua!! al fin agua. Hacemos las curiosas mezclas con olés, bebemos, descansamos un poco y por primera vez podemos gozar de la vista. La niebla va desapareciendo definitivamente. Este estanque está colgado por encima del precipicio y refleja tímidamente la Punta Alta que tenemos, majestuosa, delante nuestro. Y tiene, además, la misma altura que el pico que acabamos de conquistar. Guardamos la cuerda. Sacamos las capalinas y bajamos a la pleta. El descenso se hace muy largo. Comienzan a aparecer las primeras hierbas y más adelante las flores como muestra que vamos entrando en el reino de la vida y dejamos atrás el del mineral y hielo eterno. Las huellas son definidas y se reconoce ya el caminillo que baja en picado al lado del río. Contra todo pronóstico sale el Sol que nos calentará las manos y los cuerpos que empiezan ya a estar agotados. El paso de la cascada refrescadora nos lleva a la pleta del riu Malo donde las mismas vacas que nos encontramos a la ida pastan tranquilamente con su eterna impasibilidad. Nos ven pasar. Ignoran nuestras aventuras.
Los horarios de los autocares hacen que vayamos aceleradísimos. En todo el descenso hemos parado dos veces para beber a pesar de que el Sol empieza a darle fuerte. El pantano de Cavallers se nos hace muy largo. Al fin llegamos al coche. Nos tenemos que despedir de nuestra amada naturaleza.
El coche baja rápidamente por la estrecha carretera a recoger los trastos a Taüll y poder, así, cojer el coche de línea en El Pont de Suert. Allí nos despedimos de Josep Mª y de Jordi. Ellos irán a Andorra. Nosotros volvemos a casa con los medios que ofrecen el transporte público y con un tresmil más en el bolsillo.
Unas veinticuatro horas más tarde llegamos a casa, haciendo noche en Barcelona, mientras que en coche se suelen tardar unas cinco horas. Que cada uno saque las conclusiones que quiera.
P.D. El texto está pasado a máquina dos años después de escribirlo en el momento de inspiración debido a la gran aventura. Tenía 16 años. Por lo que puede parecer que le doy un tono de epopeya a lo que no pasa de ser una experiencia muy buena de montaña. En fin. Esto es un recuerdo personal como puede ser una fotografía.
© Robert C. Año 2.002

Campamento Taga XV: agua constantemente (I)

Una excursión realizada el 18 de julio de 1978.
A pesar de la oposición declarada al deporte del montañismo por grandes sectores de la población gerundense y del mismo colegio, más por ignorancia que por otra cosa, nuestra afición a la montaña no decae y las llamadas para organizar el campamento han sido más numerosas que nunca. Unos días en los que la gente desea pasar el calor submergiéndose casi desnuda en las azules aguas de nuestra Costa Brava sin pensar en las colas que habrá que hacer para poder llegar. Y es que cansarse por cansarse yo prefiero el Pirineo a las planícies. Menos mal que para neutralizar un poco la cosa nos han puesto un Governador civil que el campamento le debe agradecimiento por su jamón y otras delicias del mismo calibre.
PK está levantado desde las tres y todo el mundo llega puntual al lugar de reunión mostrando una cierta impaciencia para abandonar esta muy inmortal y a la vez muy contaminada ciudad de los cuatro ríos. Las ganas se acrecientan más si cabe cuando vemos llegar las cajas de melocotones un tercer domingo bastante caluroso de julio. Los coches se van llenando de cosas útiles y de gente. No encontramos ya respuesta a la pregunta de si falta algo más.
La despedida pasa por la desagradable aduana que es el río Guell rojo de sangre animal que nos empuja a salir cuanto antes a buscar las aguas puras del Pirineo. Antes de llegar a la fuente hemos de soportar el para y avanza de los barceloneses que van a tostarse la barriga a Castelldefels, los relieves suaves y huérfanos de vegetación de la zona de Cabra, el Segre a su paso por Lleida y su complejo piscinícola lleno a rebentar, el río Sosa totalmente seco pero con el recuerdo de una destrozadora crecida que hizo caer el puente que lo cruzaba, la alegre compañía de Pere F. y sus compañeros en Graus bajando del Aneto en un día precioso, la salida de la bajada del Ésera con piraguas, la dura prueba de ir detrás de un tractor cargado de paja a paso de pulga después de ir a velocidades vertiginosas, la compra de una docena de huevos y un pan de menos (compensadas con un bastoncito de más), las advertencias de PK en Benasque, y, finalmente, la cascada que hay llegando a la presa de Senarta que nos anuncia un buen remojón en el puente del Plan de Baños.
Recibidos los primeros encargos, y esquivando a los mosquitos, nos disponemos a poner las tiendas tarea difícil si tenemos en cuenta la gran cantidad de piedras y la inclinación del terreno, en el que nos hemos puesto por un mal entendido. Faena que no habrá más remedio que terminarla con la luz del butano. La cena tiene hoy un tanto de improvisación fruto de otro mal entendido. Pasamos con poca cosa pues tampoco es que hayamos gastado tantas energías a parte de los conductores. En la sobremesa se nota el sueño y otros factores psicológico-físicos por lo que en lugar de contar chistes salen encargos, historias pasadas y avisos para un futuro campamental mejor.
Lunes día 17 de julio de 1.978.
Nos levantamos a las ocho. El agua helada del Ésera despierta nuestro físico. Un par de vasos de leche con chocolate deshecho, galletas y mermelada preparan nuestro estómago para la apretada mañana que nos espera a los acampados.
Los corazonistas han tenido el buen corazón de dejarnos el mástil y sólo hay que desplazarlo y clavarlo entre unas piedras que van de perilla. En la cocina se desarrolla una tarea de búsqueda de losas, limpieza de ortigas, cálculo de la situación del fuego y la instalación de un cordel para colgar los utensilios. Con más pena que gloria avanza la excavación de un hoyo para la basura y la fabricación de una mesa de tal forma que para la comida ya la podremos usar eso sí vigilando no te caiga el cubierto, vaso o catimplora entre el ramaje de su superficie.
Después del café la parábola del niño que rompía geranios saliendo enfadado del vestuario porque había perdido el partido y que fue invitado por el profesor a plantarlo de nuevo me hace pensar que es lo que deberían practicar muchos de los ecologistas vociferantes de hoy día. Los practicantes de la montaña no solemos ir a patadas pero sí podemos utilizar indebidamente el piolet, las manos o la palabra. Sea como sea, con estos pensamientos en la cabeza empezamos a preparar la ascensión al Aneto por el valle de Coronas.
Los que tienen la suerte de hacer el camino hasta Vallhiverna a pie gozan del largo encanto de ver la maravillosa colección de cascadas que cuelgan de los verticales relieves de este valle tan característico. Los que tenemos que sufrir la agobiante prueba de hacerlo en coche con el objeto de subir el material de acampada y las mochilas reciben, para no dormirse, pesadas lecciones de geografía pirenaica y geología lacustre adornadas de comparaciones tan burdas como las que se establece entre el Lago de Banyolas con los de Cregüeña y Llosás. También presenciamos el paso de un rebaño de 2800 ovejas conducidas por dos únicos pastores y dos perros que son realmente algo que pronto veremos extinguir. Prueba de ello son sus quejas hacia el Ayuntamiento de Benasque por dejar pasar vehículos por esta pista y que les hacen ir mal en sus tareas cotidianas.
Con pesadas mochilas y tiendas emprendemos el camino de Coronas a paso calmoso. Tendremos que sacarnos el pañuelo del bolsillo para secar el sudor que nos cubre el rostro. Las peladas y retorcidas montañas de Vallhivierna y Culebras ofrecen un contraste patente con la cascada que ruidosa baja entre la hierba y los matojos del primer ibón de Coronas y las afiladas losas manchadas de nieve de la cresta de Cregüeña.
Un trueno, modesto por su ruido pero funesto por lo que anuncia, es el toque de atención. Algunos se dan prisa para plantar las tiendas pero en realidad no les da tiempo ni a poner la primera. Con la misma destreza que habían utilizado para clavar los clavos se disponen a desclavarlos y salir a esconderse. La tienda bajo una piedra y los que la ponían en una cueva cercana que resultará apta para ver los destellos de los rayos aunque tengo un molestísimo goteo que me va justo a la oreja. Los que vienen detrás sólo han podido llegar a un pequeño montículo que da justo encima del ibón y no nienen mas remedio que tumbarse al suelo con la única protección de su mochila ante el gran viento y pedrizo que les cae. Con el desconcierto se dejan en el lugar piolets, crampones y algún anorak.
Nota del traductor: querría ampliar el dantesco espectáculo que tuvimos… Yo estaba al final de la comitiva. Ni siquiera habíamos llegado al montículo. Teníamos enfrente la cascada que cae del ibón. En el grupo íbamos casi diez personas. La gente estaba más que aterrorizada. Para muchos era su primera excursión a la alta montaña. Se vio clarísimamente cómo el viento llegaba a tener tanta fuerza que el agua de la cascada no llegaba a caer al suelo. El viento huracanado y encajado levantaba por completo todo el agua de la cascada y la subía un centenar de metros con una violencia increíble. Agua por doquier de la lluvia y de la cascada. Un pedrizo nunca visto. Un chaparrón de los que hace historia. A todo esto vociferando espoleaba a la gente para ir al refugio de la cueva. Pero… cuando veías los rostros de la gente se veía claramente la expresión del horror… no avanzamos ni un paso así… hubo que esperar a que amainara… Pero la aventura no acaba así… Continua el cronista.
Pasados los primeros espantos y remojones acabamos todos bajo la gran cueva y nos cambiamos la ropa los que podemos.
Nota del traductor: ¿todos? igual como lo del Astérix… ¿todos, todos? ¡No! Resulta que los ánimos van calmándose bajo la cueva poco a poco y la gente se empieza a organizar. Ha parado de llover. Yo en eso que un no sé porqué cuento a los que estamos allí… ¿y? Pues que me faltan dos. Vuelvo a contar… Sí me siguen faltando dos… Le digo a Robert que disimuladamente cuente él… Y llega a la misma conclusión que yo. Faltan dos. Decidimos Robert y yo no decir nada a nadie. A PK le decimos que nos vamos a mear. Empieza el rastreo… Nada por aquí. Un piolet por allá. Un peazo tienda en esa rama. Una bolsa de comida en unas piedras. Y… ¡Por fin! Nos encontramos a los dos que nos faltaban. Acurrucados. Abrazados. Llorando… ¡de miedo! ¡de terror! Se habían quedado allí inmóviles y allí se hubieran quedado estoy seguro de ello si nadie va a por ellos. Una vez tranquilizados regresamos con el grupo… Continua el cronista.
Cuando para de llover es pronto pero oscurece pronto. Nos disponemos a plantar de nuevo las tiendas cerca del ibón y cenar un poco. Una especie de espanto y sordera acaba adueñando a todo el mundo. Un «broncón» que se queda paradójicamente sin respuestas. Se empieza a trabajar en silencio. Sigue faltando más material. Objetos de valor como los piolets y los crampones son necesarios para poder mañana subir al Aneto. Por suerte dos voluntariosos se pasan parte de la noche rastreando las cercanías y acaban dando con todo lo que falta justo en la cumbre del montículo. Nos ponemos a dormir entre las doce y la una de la noche. Aparecen las estrellas en el firmamento y con ellas la calma que le sigue a toda tormenta.
Martes día 18 de julio de 1.978.
El más impaciente se levanta a las cuatro. Un viento frío te hace venir una piel de gallina. Cuatro estrellas hacen que alguien empiece a tocar un impertinente pito a estas horas tan inoportunas. Nadie hace mucho caso al toque de diana y la verdad es que hacen bien. Finalmente se decide a despertar al jefe con el infalible sistema de hacerle cosquillas y percusión aunque no logra su objetivo a la primera. El viento y el frío han parado. La voz acaba siendo secundada y abandonamos el campamento a las cinco y media. Cuando el cielo se aclara unas nubes finas y no muy dispuestas a moverse hacen acto de presencia por el sur. Las piernas empiezan a enflaquecer y presienten nuevas tormentas como la de ayer. Poco tardamos en empezar a pisar grandes manchas de nieve no muy dura.
La llegada al segundo ibón constituye una alegría muy reconstituyente puesto que además del espectáculo que representan sus aguas azules, heladas en su zona central, comprendo que hemos pasado lo peor, el tarteral de piedra, y que ahora toca el turno a la nieve y a pasear. El tercer ibón es más grande y está totalmente helado. El bacon y la limonada tienen mucho éxito a pesar de que no son tan buenos como otras veces.
La larga subida por nieve hasta el collado de Coronas no se hace excesivamente pesada ya que la nieve está normal incluso tirando a dura en algunos lugares por lo que decidimos encordarnos con una visión del Posets sumamente animadora. El ibón Coronado con el hilo de agua que lo cruza y abandona por un hueco en el hielo viene a ser un oasis en este desierto de nieve y hielo «de dos brazos de ancho y cuatro o cinco de largo» que es el glaciar del Aneto. Llegando a él todavía hace falta realizar un último esfuerzo hasta la cumbre. Las palabras del poeta lo recuerdan y viendo el mar de nieblas con pequeñas islas y levantando la cabeza tímidamente por encima de la Vall d’Aran y del Garona francés me permito pronunciar junto con Verdaguer sus versos…

«los núvols, que voldrien volar sins a sa testa,
si no els hi puja l’ala de foc de la tempesta,
s’ajauen a sos peus».

Hay una rara calma del aire y eso que estamos por encima de los 3300 metros. El Sol deja sentir su carícia quemando nuestra cara y ablandando la nieve a nuestros pies de tal forma que casi me ahogo al andar en cordada muy lentamente. En las frecuentes paradas me entretengo a mirar la afilada cresta que del Coronas sale hacia la Maladeta y la gran cuenca que se forma bajo su protección, a La Forcanada que sobresale entre las nieblas y el Ibón de Barrancs que parece una gota de agua fundida al pie de un vaso de hielo. Después de estirar la cuerda unas cuantas veces llegamos a la plataforma que hay antes de pasar el paso de Mahoma. Son las once. Hemos de esperar que los grupos que han llegado antes que nosotros pasen este temible accidente geográfico. Una espera que se hace larga sin el líquido elemento y sin nada sólido que poder echarse al estómago. El corto trayecto hasta la cumbre más alta del Pirineo es algo más que entretenido y culmina en la cruz y la Pilarica que lo presiden.
Desde aquí se puede apreciar a la cresta sur que parece asequible junto con las paredes que flanquean el Tempestades. Las fotos de ritual. La alegría es desbordante para muchos que han logrado su primer tresmil.
En la bajada la nieve se hunde más, aunque no en exceso, hasta el collado de Coronas. Encontramos a varias cordadas que justo ahora estan subiendo y una de ellas viene del Coronas que nos explica que allí la nieve está más dura. El agua del ibón Coronado sirve para llenar las catimploras de vitaminas que nos hacían mucha falta y para imprimir un poco de cautela a nuestros movimientos en el siguiente tramo del camino. La cuerda para muchos resbalones y acaba presenciando formas de descenso un tanto peculiares.
Una dosis de preocupación y tristeza nos entra cuando oímos gritos de socorro y pánico mientras vemos caer y chocar con las piedras de la vertical brecha inferior de Llosás a un excursionista que la pretendía bajar sentado cuando nosotros estamos en el segundo ibón de Coronas. Intentamos hacer algo enseguida y en su auxilio pero vemos como los compañeros suyos llegan y nos indican que no es necesario que subamos por lo que marchamos desconociendo la magnitud del accidente. Mientras, los primeros que han bajado han desplantado las tiendas y emprendemos entre fuentes y cascadas por todos los lados la bajada hasta la pista.
Llegando al campamento base las cosas han cambiado un poco para hacer la cosa más emocionante. El río baja mucho más caudaloso y acelerado por debajo del puente de troncos, el viento ha tumbado un par de tiendas y ha repartido por doquier todos los objetos de la cocina. Sacrificamos el baño, ya que el Sol también se ha ido, con el objeto de arreglar pronto los desperfectos y hacer una comida-cena ya que hay hambre y tampoco se va a cocinar nada más. Una nueva tormenta traslada al estado mayor del campamento a Los Baños de Benasque y en el bar se respira un ambiente muy amigal y familiar al ritmo de las melodías de Antonio Machín. En el campamento hay alguien que ha estornudado tan fuerte (no es exactamente así) que ha hecho caer el palo de la tienda y acaban siendo infructíferos los esfuerzos para levantarlo de nuevo por lo que acaban durmiendo con la cosa tal cual. Mañana será otro día.
© Joan Fort i Olivella y traducido al castellano por Miquel J. Pavón i Besalú. Año 2.002.